viernes, 16 de marzo de 2012

Presentación del libro "Nuestro deber es luchar"

Gisela Alonso • La Habana. Foto: R. A. Hernández.


Para mí constituyó un gran honor haber sido invitada al encuentro sostenido por nuestro Comandante en Jefe Fidel con los intelectuales asistentes a la 21 Feria Internacional del Libro Cuba 2012. Eran en su mayoría escritores invitados, así como intelectuales de diversas disciplinas académicas y científicas, convocados todos por la Red de redes En Defensa de la Humanidad bajo el lema “Por la paz y la preservación del medio ambiente.”

Hoy tengo la dicha de encontrarme entre los convocados a presentar el libro conformado por los diálogos sostenidos en ese encuentro, con el titulo de Nuestro deber es luchar.

Al conocer que se me escogía para participar en la presentación, junto a personas que mucho admiro, pensé enseguida que no merecía tan alta distinción, no obstante, me propuse no defraudar a los que habían pensado en mí.

Debo comenzar por afirmar el gran orgullo que siento de ser cubana y de haber desarrollado mi vida desde la adolescencia, bajo la guía de un líder excepcional como Fidel que, en su dimensión humanista y su visión estratégica, ha rebasado los limites geográficos de Cuba para lanzar al mundo múltiples mensajes y llamados de alerta, en defensa de la humanidad, lo cual ha sido guía por más de 50 años para nuestro pueblo y para muchos pueblos y hombres de bien en este mundo.

Quisiera recordar que en 1974 y dirigiéndose a la juventud cubana, Fidel nos advertía:

“La humanidad del futuro tiene retos muy grandes en todos los terrenos. Una humanidad que se multiplica vertiginosamente,(…) que ve con preocupación el agotamiento de algunos de sus recursos naturales, (…) que necesitará dominar la técnica, y no sólo la técnica sino incluso hasta los problemas que la técnica pueda crear, como son los problemas, por ejemplo, de la contaminación del ambiente. Y ese reto del futuro solo podrán enfrentarlo las sociedades que estén realmente preparadas”. Y a los jóvenes nos convocaba cuando añadía: (…) “y nosotros debemos aspirar a que nuestro pueblo esté realmente preparado.”

Con posterioridad, en la Cumbre de Río en 1992 señalaba: “Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre”. Y continuaba afirmando: “Si se quiere salvar a la humanidad de esa autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarros en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra. No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre”.

En su discurso ante la Conferencia de Naciones Unidas sobre Asentamientos Humanos, en 1996, su voz se alzó una vez más en defensa de los pobres de este mundo, cuando afirmó: “Debemos proclamar con toda energía que tenemos el derecho a respirar aire puro, beber agua que no esté contaminada, a que se nos asigne un empleo digno, a alimentarnos y que esos alimentos sean sanos, a que se nos eduque, a que se atienda nuestra salud, a ser menos pobres cuando otros son cada vez más ricos”.

En la actualidad vivimos situaciones muy complejas a nivel global, donde las grandes crisis amenazan con la posibilidad real de hacer imposible el sostén de la vida en nuestro planeta.

Esta situación viene determinada por el incremento de la pobreza extrema, así como la crisis financiera, económica, comercial, alimentaria, energética, de salud, educacional, demográfica, ambiental, el incremento del riesgo y de la vulnerabilidad del hombre ante los desastres naturales, a todo lo cual tendríamos que dramáticamente añadir el incremento de los conflictos armados, incluyendo el peligro de guerra nuclear y el voluntarismo, egoísmo y hegemonismo de las potencias imperiales.

Desde el siglo pasado, la relación economía-sociedad-medio ambiente fue perfilada en la Conferencia sobre Desarrollo Humano de Estocolmo, en 1972, en la que en lo fundamental se sugería que era posible lograr el crecimiento económico y la industrialización sin dañar al medio ambiente.

Años después, en 1987, el informe de la llamada comisión Brundtland de Naciones Unidas denominado “Nuestro Futuro Común”, reconocía la relación entre la economía, la sociedad y el medio ambiente, definiéndose el desarrollo sostenible como aquel que satisface las necesidades presentes, sin comprometer la aptitud de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.

En la Cumbre Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de Río de Janeiro, en 1992, se abraza este concepto y se establece un grupo de principios éticos, morales y filosóficos que deberían adoptar y materializar en sus relaciones los diferentes estados a nivel global y en el plano nacional para avanzar hacia la sostenibilidad.

Se proclamaba que los seres humanos constituyen el centro del concepto de desarrollo sostenible. También el derecho al desarrollo, entendido de forma tal que se corresponda con la satisfacción de las necesidades sociales, económicas y ambientales. Se reconocía la necesidad de cooperar para la erradicación total de la pobreza como requisito indispensable para la vida humana. Se estableció el principio de que los estados tienen responsabilidades comunes pero diferenciadas. Los países llamados desarrollados, o mejor dicho, ricos, tienen la obligación de asumir las responsabilidades históricas derivadas de la dominación colonial, de la imposición del modelo de desarrollo capitalista y su más reciente modelo neoliberal, caracterizado por un consumismo desenfrenado, el despilfarro, y por patrones de producción y de uso de los recursos naturales totalmente irracionales.

En consecuencia, al no ser infinitos los recursos del planeta, el objetivo supremo sería frenar la progresiva, acelerada e irracional explotación de los recursos naturales, la degradación de importantes ecosistemas, abatir los niveles de contaminación, y trabajar por establecer un orden económico, social y añadiría político, más justo y equitativo.

Sin embargo, después de casi 40 años de esas grandes citas internacionales el panorama se torna cada vez más difícil.

Aunque las estadísticas por sí solas no sean capaces de captar toda la magnitud del sufrimiento humano, nos revelan que la mayoría de las personas que habitan el planeta no poseen el mínimo bienestar material ni social con el que poder disfrutar y compartir una existencia digna y solidaria.

El total de habitantes del planeta es actualmente de 7 000 millones, de los cuales el 18% viven en los países más desarrollados y el 82% en países en desarrollo y los países menos adelantados. De ellos, 2000 millones son jóvenes y niños entre 10 y 24 años, y 893 millones son mayores de 60 años.

En el plano económico, la brecha que separa a los países ricos de los países pobres no ha dejado de crecer. El ingreso total de los 500 individuos más ricos del mundo es superior al ingreso de los 416 millones más pobres. Entretanto, los 2 600 millones de personas que viven con menos de dos dólares al día —y que representan el 40 % de la población mundial— obtienen solo el 5% del ingreso mundial.

En este contexto vale recordar que en los países en vías de desarrollo se ubican buena parte de los recursos naturales estratégicos, tales como un 84% de las reservas de petróleo, un 60% de las reservas de gas natural, el 28% de las reservas de carbón mineral, según la agencia internacional de energía, además de poseer abundantes dotaciones de agua dulce y de biodiversidad, entre otros.

Tales disparidades en el orden económico se traducen en grandes inequidades en el plano social, las que se expresan en el creciente número de pobres e indigentes en las áreas más subdesarrolladas del planeta e incluso en la proliferación de cinturones de pobreza en los propios países desarrollados.

Hoy en día mueren al año en el mundo unos 9,2 millones de niños antes de alcanzar el quinto año de vida y el 99,9 % de esas muertes ocurre en los países más pobres. El índice de mortalidad infantil mundial es de 45 por 1.000 niños nacidos vivos, pero es apenas de 6 por 1.000 en los países ricos (población mundial 2010). La mortalidad materna es 36 veces superior en los países pobres que en los países desarrollados.

La esperanza de vida mundial es de 68 años (OMS 2009), pero en los países ricos es de 79 años. Se calculan en más de 800 millones los analfabetos y en 67 millones los niños sin escuela (UNESCO 2010)

En la esfera ambiental, las principales afectaciones producidas por el hombre son la deforestación, la conversión de tierras, la desertificación, las alteraciones en los sistemas de agua dulce, la sobre-explotación de los recursos marinos, la contaminación y la perdida de la diversidad biológica.

El informe mas reciente Planeta Vivo (2010), publicado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), revela que la huella ecológica de la humanidad, nuestro impacto sobre el planeta, se ha duplicado desde mediados de la década de 1960; y excede en la actualidad en casi un 50% la capacidad del planeta para regenerar los sistemas de sostén de la vida. Si se continúan afectando los ecosistemas al ritmo actual, en el 2030 se requerirán dos planetas para satisfacer nuestras demandas de recursos naturales.

Según reporte de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, UICN 2009, el 60 porciento de los ecosistemas del planeta evaluados se encuentran dañados.

Siendo la diversidad biológica la base de la salud de los ecosistemas, en el mismo reporte se destaca que 17 291 especies de un total de 47 677 evaluadas se encuentran amenazadas.

A esto tendríamos que añadir que en el informe del PNUMA correspondiente al 2011 se señala que resultados científicos recientes reportaban que solo el 14 % de las especies terrestres son conocidas y el 9 % de las marinas.

Con relación a la diversidad biológica marina, la sobreexplotación, la contaminación y el incremento de la temperatura de los mares y su acidificación, amenazan el 63 porciento de la población de peces evaluados. La extensión de las llamadas zonas muertas en los océanos se ha venido duplicando cada diez años desde la década de los años 60. En relación a la disposición final de los residuales, se ha denunciado que los mares constituyen el gran depósito final de los mismos.

Los bosques, resultan imprescindibles en el mantenimiento de procesos ecológicos fundamentales, tales como el ciclo hidrológico y la absorción de CO2. Ocupan el 31% de la superficie total de la tierra, correspondiendo un promedio de 0,6 hectáreas por habitante. Los bosques primarios, en especial los bosques tropicales húmedos, comprenden la mayor riqueza de especies; sin embargo, se calcula que entre el 2000 y el 2005 se perdió más del 1% de los mismos debido a cambio en el uso de la tierra.

La destrucción forestal continúa al increíble ritmo de 13 millones de hectáreas por año. En los últimos 20 años se calcula la pérdida de un 35% de los manglares.

En el 2011 la FAO reportó que el 25 % de la tierra del planeta estaba degradada. La erosión del suelo ya ha provocado una caída, a nivel mundial, del 40% de la productividad agrícola (PNUMA, 2010). Uno de los desafíos más serios que el mundo enfrenta hoy es la creación y conservación de sistemas alimentarios eficientes, de cara a los serios problemas de inseguridad alimentaria a nivel mundial debido entre otras causas a las presiones ejercidas por el crecimiento demográfico y por el cambio climático. Ya hoy la desertificación afecta al 25% de los suelos del planeta sobre los que viven más de 1000 millones de habitantes. FAO, 2010.

Con relación al tema agua, solo el 3 % de la masa del agua del planeta es dulce y de ella solo el 30 % es accesible al hombre. Diversas fuentes especializadas consideran que la disminución de recursos de agua dulce, en términos de cantidad y el deterioro de su calidad, podría llegar a ser en el presente siglo un serio problema en materia ambiental, constituyendo una fuente de crecientes conflictos por el control de este recurso vital. En la actualidad 71 países presentan estrés por déficit de agua dulce. Se estima que alrededor de 1100 millones de personas no tienen acceso al agua potable y 2600 millones no disponen de saneamiento adecuado (PNUD, 2006).

En lo que respecta a la contaminación por compuestos químicos, en la actualidad se utilizan más de 100,000 productos, con gran incidencia en los sectores económicos y en las industrias, e impactos negativos en la salud humana y el medio ambiente.

Con relación a la contaminación a la atmósfera, la quinta parte de la población mundial que vive en los países de mayores ingresos es la que ha generado la mayor parte de la misma. En el caso de las emisiones de CO2, les corresponde alrededor del 58%; y solo EE.UU. emite cerca de la cuarta parte de este gas de efecto invernadero. No obstante las alertas y esfuerzos realizados en las negociaciones de la Convención de Cambio Climático, la Agencia Internacional de la Energía anunció en el 2011 que en el 2010 se ha alcanzado en el mundo un récord de emisiones de gases de efecto invernadero con 30,6 giga toneladas, que constituye un 5% superior de lo reportado en el 2008. Se han detectado también incrementos en las concentraciones de óxido nitroso y de metano debido a la quema de combustible, la deforestación, el cambio en el uso de la tierra, la cría de ganado, la producción de arroz y los vertederos.

El cambio climático ha sido definido como el problema ambiental más agudo del presente siglo. Los grandes impactos asociados a las inundaciones, sequías, tormentas severas, huracanes, deshielos, el ascenso del nivel medio del mar, la acidificación de los océanos y las olas de calor han dado origen a cuantiosas pérdidas humanas, sociales, económicas y daños ambientales.

Con relación a los desastres naturales asociados a la variabilidad del clima, entre el 2010 y el 2011, se pudieran mencionar cientos de desastres como las olas de calor y los incendios en Rusia, las inundaciones en Pakistán, Australia, Brasil, EE.UU., los tornados en los EE.UU., los deslizamientos en Brasil, Perú, Bolivia y la sequía en China, por citar algunos.

Otros desastres de origen natural han sido los devastadores terremotos de Haití en enero del 2010 y de Japón en marzo del 2011, seguido del tsunami y el desastre nuclear que provocaron ambos eventos en las instalaciones nucleares que arrasaron el nordeste del país. Como desastre tecnológico en nuestra región, podemos citar el derrame de hidrocarburo en el Golfo de México, con el vertimiento de 5 millones de barriles de petróleo, cuyos impactos sobre el medio natural tendrán que ser evaluados por muchos años.

Estimados colegas: con esta realidad y con los múltiples problemas globales acumulados se pronostica, tal como señalara nuestro Comandante en Jefe el pasado 10 de febrero, que al ritmo actual, para el 2030 la demanda global de alimento habrá aumentado un 50 %, la de energía un 45 % y la de agua un 30 %, todo lo que sin duda ratifica que el modelo económico actual nos empuja a los límites de los recursos naturales.

Ante esta compleja y grave situación, aprecio que conservan plena vigencia las palabras de Fidel, cuando en el año 2001 insistió con renovada convicción que “otro orden mundial diferente, más justo y solidario, capaz de sostener el medio natural y salvaguardar la vida en el planeta, es la única alternativa posible. Por ello, más que nunca el instinto de conservación de la especie tendrá que hacerse sentir con toda su fuerza”.

Nuestro deber es luchar.

Sala Che Guevara, Casa de las Américas. La Habana, miércoles 14 de marzo de 2012.

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