martes, 22 de mayo de 2012

Tortura made in USA.

Tomado de Granma.

Por DALIA GONZÁLEZ DELGADO

Cuando ya ha sido divulgado lo que sucede con los prisioneros en la cárcel de la ilegal base de Guantánamo, y aún están frescas las imágenes de Abu Ghraib, comenzar diciendo que Estados Unidos practica la tortura puede sonar trillado.

Después del 11 de septiembre del 2001 Bush divulgó lo que defendía como una "nueva percepción oficial" acerca de la tortura. Donald Rumsfeld, entonces secretario de Defensa, decretó que los presos capturados en Afganistán no entraban en el marco de la Convención de Ginebra (que prohíbe cualquier forma de tortura o crueldad) porque eran "combatientes enemigos" y no prisioneros de guerra.

La abierta aceptación de la tortura por parte de esa administración no tiene precedentes. Sin embargo, esa franqueza funciona como arma de doble filo. Parecería que la idea de torturar a presos nació con la "lucha contra el terrorismo". Pero eso es una distorsión histórica. Bush solo rompió el silencio sobre un fenómeno que tiene abundantes antecedentes en Estados Unidos y que es parte de su política exterior.

En los años cincuenta la CIA lanzó un programa de operaciones encubiertas para investigar lo que llamaba "técnicas especiales de interrogación". El programa examinaba y analizaba métodos de interrogación poco habituales, incluyendo el acoso psicológico, el aislamiento y el uso de drogas y otras sustancias químicas. Para 1953, ya habían gastado 25 millones de dólares en la búsqueda de nuevas formas para "romper la voluntad de un prisionero sospechoso de comunismo".

En Latinoamérica las revelaciones de las torturas de Estados Unidos en Iraq no despertaron sorpresa. Más bien la reacción fue: "ya lo sabíamos".

EE.UU. creó la famosa Escuela de las Américas, para instruir a oficiales militares y de policía en muchas de las mismas técnicas de "interrogación coactiva" que llevaron luego al territorio usurpado en Guantánamo y a Abu Ghraib: captura en la madrugada para maximizar choque, encapuchamiento e inmediato cubrimiento de los ojos, desnudez forzada, privación sensorial, sobrecarga sensorial, manipulación del sueño, humillación, temperaturas extremas, posiciones incómodas...

Florencio Caballero, hondureño entrenado por la CIA, relata en una entrevista publicada por The New York Times en 1988:

"Nos enseñaron tácticas psicológicas, como estudiar el miedo y las debilidades de un prisionero. Hacer que se levantara y se quedara de pie, no dejarle dormir, desnudarle y aislarlo, poner ratas y cucarachas en su celda, darle comida podrida, incluso animales muertos, arrojarle agua fría a la cara, cambiar la temperatura de su entorno".

Estos entrenamientos eran realizados con el apoyo de un manual conocido como Kubark, un texto acerca de las técnicas de "interrogación de fuentes no colaboradoras", resultado básicamente de aquel estudio que se había iniciado en los años cincuenta, y que ya había sido utilizado en Vietnam.

Estados Unidos ha invertido dinero en la tortura. Se ha especializado, ha capacitado a su ejército, ha exportado sus métodos a otros países. Puede escudarse con diferentes nombres, como "interrogatorios coercitivos" o "técnicas avanzadas de interrogación policial", pero esa violación de los derechos humanos no va a desaparecer.

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