sábado, 3 de agosto de 2013

A 60 años del inicio de la Revolución Cubana

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Por Ángel Guerra Cabrera

I Parte:

Hace 60 años Cuba necesitaba una estremecedora revolución social. Sólo a través de ella sería posible liberar al país del dominio económico, político y cultural establecido por el imperialismo de Estados Unidos con la intervención militar de 1898 y de la costra mental heredada del colonialismo español y el régimen esclavista. Imperaba el latrocinio del presupuesto y La Habana se había convertido en un gran prostíbulo y casino de juego para el turismo estadunidense. Prevalecía un primitivo anticomunismo como valladar a cualquier reforma progresista.

Con el ataque al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 se inició la tempestad revolucionaria. Sus antecedentes inmediatos se encuentran en la intensa actividad política desarrollada por Fidel Castro y sus compañeros desde el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, inauguración de la dictadura militar de Fulgencio Batista. Pero son de enorme importancia los antecedentes mediatos: la Revolución del 30 y la de independencia del siglo 19, de donde surge José Martí, calificado por Fidel como el autor intelectual del ataque al Moncada.

Aunque la operación terminó con una derrota militar, produjo una honda conmoción moral en la sociedad cubana cuando se pudieron conocer los crímenes cometidos por orden de Batista contra los jóvenes insurgentes, de los que sólo 8 murieron en combate y 54 fueron salvajemente torturados y asesinados después de hechos prisioneros. Junto a acertadas acciones posteriores, el ataque al Moncada aceleró la creación de las condiciones subjetivas que, unidas a la precariedad económica y la opresión política de amplias capas de la población, fermentaron el caldo de cultivo para la revolución.

Mediante la propaganda clandestina y el aprovechamiento de los escasos momentos en que se levantaba la censura de prensa, el jefe de los revolucionarios pudo dar a conocer desde la cárcel aquellos crímenes. La obsesión de Batista por legitimarse electoralmente y la movilización de masas por la amnistía política forzaron a la dictadura a abrir espacios legales que permitieron la salida de la cárcel de Fidel y sus compañeros.

La acertada combinación de la actividad clandestina con la legal marcó la febril actividad organizativa y política de lo que pronto sería conocido como Movimiento 26 de Julio. Para ese momento ya había logrado difundir el alegato de Fidel ante los jueces, reconstruido en la cárcel y sacado de allí subrepticiamente. La historia me absolverá, como lo tituló su autor, dio a conocer a muchos los objetivos del movimiento. Visto desde las seis décadas transcurridas es uno de los documentos políticos iluminadores en la historia latinoamericana.

Para una organización pequeña, sin armas ni apenas recursos económicos, cuyos integrantes eran, salvo por Fidel, casi desconocidos, constituía un gigantesco desafío enfrentarse y derrotar a una sangrienta dictadura militar apoyada por Washington, a sólo unas decenas de kilómetros de sus costas y sustentada en un aparato represivo de setenta mil hombres bien equipados. La tarea exigía inmensa imaginación, audacia, profundas convicciones patrióticas y revolucionarias, y cabal comprensión de la realidad cubana de quienes iniciaron las acciones insurreccionales. La adopción de una táctica y una estrategia capaces de vencer esos obstáculos debió mucho al genio político y militar de Fidel, aunque también otros de sus cercanos colaboradores destacaban por su talento, además de su sensibilidad social, fibra moral, y entrega total a la lucha. Destacadamente Abel Santamaría, su segundo al mando.

A diferencia de lo que ocurre hoy en Nuestra América, donde pese a la tiranía neoliberal existe un razonable aunque inestable margen de acción política legal, en la Cuba de entonces no había otro camino para la movilización de las masas y la toma y consolidación revolucionaria del poder que la lucha armada.

El ataque al Moncada inauguró una concepción renovadora sobre el sujeto del cambio social en las condiciones de América Latina, sobre las vías y formas de lucha y sobre el papel decisivo de la subjetividad, inspirada en las ideas de Martí y en una interpretación acertada de los clásicos del pensamiento socialista. Prefiguraba, en la creatividad de las soluciones encontradas antes de esa acción, en la prisión y en la guerra revolucionaria posterior, la gran hazaña intelectual y política que ha exigido la trasformación revolucionaria de Cuba bajo la inclemente hostilidad de Estados Unidos.

Martí y el Moncada
II Parte:

La revolución desencadenada con el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes encarnaba la continuidad de la lucha del pueblo cubano por su independencia desde el Siglo XIX. Decir de Martí, como lo hizo Fidel, que había sido el autor intelectual del ataque al Moncada expresaba meridianamente esta conexión. El apóstol de la independencia de Cuba actualizó los radicales objetivos de la guerra emancipadora y antiesclavista iniciada el 10 de octubre de 1868 a la luz del surgimiento del imperialismo estadunidense y del análisis crítico de las primeras décadas de construcción republicana de nuestros pueblos.

Martí concibió la derrota del yugo colonial español con el fin “de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.” Su programa perfilaba una república antioligárquica, antiimperialista y profundamente democrática, donde negros, blancos criollos, mulatos y españoles convivieran como hermanos. No hay razas, advirtió. En su visión, deudora de Bolívar, esa república debía unir su destino al de las demás naciones al sur del río Bravo, llamadas a formar una gran patria común –Nuestra América- que pusiera coto a las pretensiones expansionistas estadunidenses y sirviera de contrapeso para lograr el “equilibrio del mundo”.

Pero el logro de esos objetivos fue frustrado por la intervención estadunidense de 1898 y la posterior mediatización de la fulgurante revolución democrática y antiimperialista de los años 30. Como consecuencia, Cuba era probablemente, en la América Latina de entonces, el país más atenazado por los tentáculos imperialistas de Estados Unidos y sólo podía llegar a ser verdaderamente independiente el día que rompiera ese yugo.

La cuenta regresiva para lograrlo se inició justamente con el ataque al Moncada y concluyó cinco años, cinco meses y cinco días después, el primero de enero de 1959. Los sobrevivientes de aquella acción hicieron de su encierro la “prisión fecunda”, convertida –como expliqué en mi entrega anterior- en verdadero estado mayor de la Revolución hasta la amnistía de1955.

Los 55 días que Fidel batalló políticamente en Cuba a la salida de la cárcel explican el posterior exilio en México de los moncadistas y su líder. Este demostró su voluntad de utilizar los precarios espacios legales tolerados por la dictadura batistiana y esta su decisión de cerrarlos. Una vez más quedaba clara la necesidad de reiniciar la lucha armada.

Pero el desembarco del yate Granma devino un nuevo revés y los expedicionarios fueron casi exterminados. Sólo la fe inquebrantable de Fidel y sus compañeros en las masas, su indomable voluntad de lucha, el arropamiento que les prodigó el campesinado serrano organizado por Celia Sánchez y, más tarde, la gran mayoría del pueblo explica la recomposición y crecimiento del Ejército Rebelde hasta conseguir la victoria en poco más de dos años.

La arrolladora campaña rebelde de 1958, la gran huelga general insurreccional que la coronó, la fuga del tirano, la constatación posterior de la hondura de la Revolución Cubana permitieron vislumbrar el incendio por la segunda independencia que ocasionaría en América Latina y el Caribe.

Washington lanzó a partir de 1959 una colosal campaña de terrorismo de Estado y una inclemente guerra económica para destruir a la Revolución Cubana. Inmediatamente después de su triunfo sembró nuestras tierras de golpes de Estado, asesores de contrainsurgencia y cientos de miles de cadáveres para impedir el contagio.

Al derrumbarse la URSS pareció por unos años que Cuba se había quedado sola pero resultó que un gran Moncada a escala latino-caribeña estaba por estallar. El pueblo de la Venezuela bolivariana y el brillante y decidido accionar de su gigantesco líder Hugo Chávez rompieron con la inercia neoliberal. Mostraron que aún después de la gran derrota sufrida por el movimiento revolucionario mundial con el derrumbe soviético era posible proponerse de nuevo la justicia social, la libertad política, la fraternidad y la solidaridad entre los pueblos. Se han sacado lecciones muy útiles de los errores anteriores.

Es así que a 60 años del Moncada la lucha por la segunda independencia y la unidad de Nuestra América ha ganado más terreno que nunca antes por caminos propios e inusitados que cada pueblo va encontrando.

La combativa y creativa XII Cumbre de la Alba celebrada en Ecuador el pasado 30 de julio así lo confirma.

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