viernes, 16 de agosto de 2013

El cubano que sobrevivió al primer genocidio atómico


Tomado de CubAhora.
Por Diego Rodríguez Molina

Recuerdos imborrables de la lucha contra el terror y la injusticia conservan el único cubano sobreviviente del genocidio atómico de los EE. UU. contra Hiroshima hace 68 años y su hermano menor en Isla de la Juventud.

Casi de milagro se salvó Toshio Minato. Me lo confesó cuando conversé con él ya cercano a los 70 años, en entrevista exclusiva, durante la única visita hecha a su natal terruño, al que anhelaba volver desde hacía mucho.

Nacido en las proximidades del río pinero de Júcaro, el 10 de marzo de 1929, y segundo de los siete hijos de los inmigrantes japoneses Minato-Minato asentados en la entonces Isla de Pinos, después de 1920, fue enviado a residir con sus abuelos a Hiroshima, ocho años antes de que esa ciudad nipona fuera víctima de la primera bomba nuclear, lanzada el 6 de agosto de 1945 por un bombardero B-29 de los EE. UU., que destruyó la urbe y mató de inmediato a 80 000 personas, casi la cantidad de habitantes que hoy tiene el ultramarino municipio especial cubano.

“Aquel día que estalló la bomba —equivalente a 15 000 toneladas de TNT y generadora de una temperatura de 4 000 grados centígrados— yo iba camino a la ciudad. Tenía 16 años. Había terminado la enseñanza media y me encontraba recluido junto a mis compañeros de juventud para entrenamientos militares, pues eran los años de la II Guerra Mundial… y una vez al mes salíamos a Hiroshima”, rememora y se traslada a esos días.
Toshio Minato, único cubano sobreviviente de la tragedia atómica en Hiroshima. (Foto: Diego Molina)
la gente corría, caía, moría… 
 
“Era un día bonito y despejado, nuestro grupo iba conversando y bromeando, cuando de pronto sentí un estremecimiento desconocido, vi el enorme hongo en el cielo y de pronto una bola de fuego quemándome la parte de atrás de la cabeza, después las piernas y los pies al intentar huir en sentido contrario. Todo se destruía alrededor. Mi mente comenzó a vagar en ese tormento.

"A mi casa, en el otro extremo, pude llegar a duras penas por las montañas que bordean la arrasada ciudad. Todo el mundo era presa del pánico, la gente corría, caía, moría…

"Yo tuve que curar mis quemaduras, muy profundas, con remedios primitivos a base de plantas que me ponía sobre las lesiones. Fueron horas, días y semanas muy duros, pues nos quedamos sin nada”, rememora Toshio, cuyas quemaduras “días después de la explosión adquirieron un color oscuro y perdí el cabello, pero más terrible fue después todo lo que sufrimos quienes quedamos heridos”.

Al cabo de los años la reflexión sobrepasa a los dolorosos recuerdos y a la angustia con que muestra las huellas de la tragedia en su piel: “Fue una gran injusticia y demostró claramente a donde puede llegar el egoísmo y la crueldad cuando no se le pone freno a tiempo”.

“La humanidad debe estar conciente de eso, unirse para frenar los nuevos peligros antes de que sea demasiado tarde y hacer posible el viejo anhelo de un mundo sin armas nucleares”, subraya el hibakusha, como llaman a los supervivientes de los genocidios atómicos.

Sus ojos brillan al hablar de Cuba, de la que afirma: “La llevo siempre muy dentro, pese a la distancia y los años sin verla”, y regresar significó “la sorpresa de descubrir una nueva Cuba, que hoy construye una sociedad muy sana y distinta a la que dejé, con un pueblo confiado, optimista y contento, y es bandera en la lucha contra la guerra imperialista y a favor de la paz y del mundo mejor que soñamos todos”.
Modesto, el hermano menor, recuerda cómo nació con su padre preso y habla del orgullo de ver a su hija Sachiko ejerciendo como Médico. (Foto: Diego Rodríguez).
AGONÍA Y FELICIDAD DEL HERMANO MENOR

Otra suerte corrieron los hermanos que quedaron en Cuba. El menor nació en 1943, en medio de la conflagración mundial, a pocos días del confinamiento del padre —Yukio— en el cercano Presidio Modelo, junto a unos 350 asiáticos, por el simple hecho de venir de Japón, uno de los países a los que le había declarado la guerra el gobierno cubano de turno, siguiendo al amo yanqui.

Cual no sería la agonía de Modesto cuando dejaron a la familia sin el principal sustento y él, todavía un niño, sin el padre, que no conoció hasta los tres años de edad, además de robarles medios de labranza, obligar a la madre al duro trabajo agrícola cuando lo amamantaba y condenar a los encarcelados nipones a sufrir mayores privaciones que los alemanes e italianos allí recluidos.

Así copiaba la seudorepública de entonces los atropellos que ocurrían en el propio EE. UU. contra esa minoría étnica —una de las tres comunidades asiáticas más grandes en esa nación—, donde fueron arrestados y confinados en campos de concentración durante la guerra más de 140 000 japoneses.

Esto ocurría a pesar de muchos de ellos ser ciudadanos estadounidenses, incluyendo los asentados en Latinoamérica. Familias enteras aún reclaman la reivindicación de sus descendientes, frente a la exclusión exacerbada por autoridades en algunos estados de USA.

Mas, la arrogancia del imperio ha sido de tal magnitud que nunca pidió perdón por los ataques de Hiroshima y Nagasaki ni por los perjuicios a los encarcelados y los hogares mutilados.

“En Cuba no era actitud aislada, sino parte de la discriminación de los gobiernos dominados por Washington, quien se comportaba más fascista que los propios fascistas contra quienes combatían”, aclara Modesto, un hombre de campo devenido experto cultivador de hortalizas e integrante de la cooperativa campesina Camilo Cienfuegos, que dirigiera durante años.

“Por eso estas y otras humillaciones contrastan con el respeto e igualdad de derechos garantizados hoy en Cuba, con la activa integración a la sociedad de los descendientes japoneses y de otras nacionalidades”.

“La Revolución es mi vida, yo tenía 16 años cuando triunfó —enfatiza este cubano de poco hablar pero mucho sentimiento— y soy parte de las transformaciones ocurridas: pude estudiar, recibí los beneficios de la Reforma Agraria y otras medidas a favor del pueblo; tengo una familia feliz y disfruto grandes sueños hechos realidad, como el de mi hija hacerse Médica y una nieta —Sharité Sachi—, creciendo hermosa”.

Son las historias de dos hermanos marcados no solo por la distancia geográfica y el fascismo, sino también por aquel primer ataque nuclear de Estados Unidos que ellos recuerdan con dolor y reflexiones que mucho alertan hoy, a la vez que alientan la vida y la esperanza.

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