sábado, 1 de marzo de 2014

Mella para todos los tiempos

Tomado de CubaDebate

Hay vidas que son como el paso de los cometas que, a pesar de su fugacidad, su estela luminosa deslumbra a todos los que la ven. Si, además, la obra iniciada resiste los vendavales del tiempo y continúa sirviendo a generaciones posteriores, se confirma el aserto de que, aún después de muerto se puede seguir siendo útil.
 
El emblema de la organización política de la juventud cubana contiene las imágenes de tres rostros de jóvenes inolvidables. El primero de ellos no pertenece, como los otros dos, a un joven de la gesta heroica con la que Fidel condujo al pueblo cubano a su más importante victoria. Se trata de la de un joven que murió asesinado treinta años antes del triunfo revolucionario del primero de enero de 1959. Al morir, aún no había cumplido los 26 años de edad.

¿Quién era ese joven y qué razones hay para que ocupe ese lugar cimero? ¿Por qué, en un parquecito enclavado en el lugar en que la calle de San Lázaro desemboca en la amplia e histórica escalinata de la Universidad de La Habana hay un busto convertido en sencillo mausoleo para homenajearlo?

Quizás la respuesta más adecuada sea: porque fue un precursor, porque fue un fundador, porque sostenía, confiado, que cualquier tiempo futuro sería mejor. Era un abanderado de la esperanza. Uno de los imprescindibles.

Desde niño tuvo que enfrentarse a difíciles circunstancias sociales. Hijo natural, como se decía para denominar a aquellos nacidos fuera del matrimonio, de una mujer que no era la esposa legal del padre, fue inscrito en el registro civil con el nombre del padre y el apellido de la madre. Sin embargo, las torceduras de los caminos de la vida lo llevaron, junto con su hermano menor, a pasar a vivir con el padre y su esposa legítima, matrimonio del que habían nacido tres hijas. Y esta señora, nombrada Mercedes Bermúdez, dominicana como su esposo Nicanor, recibió a los muchachos como a hijos propios. ¡Qué grandeza! Nicanor era sastre de profesión e hijo del general Ramón Mella, quien en 1844 proclamó la independencia de su país.

El nieto del general Mella comenzaría a ser una figura relevante a partir de su ingreso en la Universidad de La Habana en septiembre de 1921, a los 18 años de edad. Era Mella un gran deportista. Dicen los que le conocieron que era un hombre alto, de unos seis pies de estatura y un peso corporal que se acercaba a las 185 libras; un joven fornido. Practicaba varios deportes: remos, campo y pista, natación, baloncesto, fútbol. Fue parte del equipo de remos de la Universidad que ganó las regatas de Cienfuegos en 1921 y del que obtuvo medallas de bronce y de plata en 1921-1922.

Con sus compañeros atletas formó un grupo de acción al que denominó “los manicatos”, para enfrentar la corrupción en la Universidad y oponerse a los abusos como las acciones y vejámenes de las novatadas de las que eran víctimas los que iniciaban sus estudios universitarios. La palabra manicato en el lenguaje de los indios caribes tiene la significación de valiente, decidido, esforzado. Se cuenta también que a él se debe el color emblemático que distingue a la Universidad de La Habana, los caribes en el mundo del deporte.

Insisten los que le conocieron que no fumaba ni ingería bebidas alcohólicas, ni era aficionado a los juegos de azar; que siempre utilizaba un lenguaje respetuoso y era muy caballeroso con las mujeres.

Combinaba su amor por el deporte con la pasión por la lectura. Se cuenta que fue un gran estudioso de la historia y la cultura greco-latina. Tanto le impresionaron al joven Mella sus lecturas de la historia de Roma, en particular de las hazañas de Julio César y Marco Antonio —quien pronunciaría las palabras de despedida a su asesinado jefe—, que Mella decidió cambiar su nombre heredado, Nicanor, por el de Julio Antonio, en honor a los dos ilustres romanos. Así quedó el nombre con que le conocemos hoy: Julio Antonio Mella.

Pero no sería la actividad deportiva precisamente la que haría saltar a la posteridad al joven Mella. Fue su actividad en las luchas sociales y políticas.

Relacionado con Carlos Baliño, Enrique José Varona y Emilio Roig de Leuchsenring, Mella fue descubriendo la profundidad del pensamiento de José Martí, y se convirtió en un martiano decidido. Claro que también estaba al tanto del pensamiento latinoamericano más progresista de su época, como el argentino José Ingenieros —autor de Las fuerzas morales, Ciencia y educación, El hombre mediocre, La simulación en la lucha por la vida y de un libro dedicado a la triunfante Revolución de Octubre en Rusia— y el uruguayo José Enrique Rodó, autor, entre otras obras, de Ariel, muy popular en Cuba entonces.

Las primeras luchas de Mella, junto a las ya mencionadas de “los manicatos”, se vinculan a la reforma universitaria. Al año siguiente de su ingreso a la Universidad —en noviembre de 1922—, fundó la revista Alma Mater, de la cual era su administrador. Su hermano Cecilio, un año menor, lo ayudaba con el trabajo de la publicación. Alma Mater surgió antes de la creación de la Federación Estudiantil Universitaria, de la que también fue fundador el 20 de diciembre de 1922.

Mella se convirtió en el más importante líder estudiantil y un orador que conmovía, convencía y movilizaba a su auditorio. Su influencia rebasaba los límites de la Universidad y se extendía a los estudiantes de la segunda enseñanza. Es muy hermoso lo que relata el entonces estudiante de bachillerato de la escuela de los Hermanos Maristas, Raúl Roa García, de sus impresiones sobre la personalidad de Mella, sobre el que escribiría un artículo para la revista Bohemia días antes del retorno a Cuba de sus cenizas.

Mella convocó al Primer Congreso Nacional Revolucionario de Estudiantes, que se reunió en el Aula Magna de la Universidad de La Habana del 15 al 25 de octubre de 1923. Entre los resultados políticos de este congreso se puede mencionar la condena al imperialismo, en particular al imperialismo norteamericano. Se condenó también la ignominiosa Enmienda Platt, se saludó a la Rusia soviética, se apoyó a los movimientos de liberación de Asia y África, se insistió en la necesidad de vincular a los estudiantes universitarios con la clase obrera y se acordó la creación de la Universidad Popular “José Martí”, cuyo funcionamiento en las áreas de la Universidad, por la reticencia de la Dirección del centro docente, tuvo que trasladarse a locales sindicales.

Habría que esperar al triunfo de la revolución cubana dirigida por Fidel para que la universidad se pintara de negro, de obrero y de campesino, para decirlo en palabras del Che. La Universidad Popular contó entre sus profesores con figuras de la talla del poeta José Zacarías Tallet, el médico Gustavo Aldereguía y el poeta Rubén Martínez Villena, entre otros. En ese congreso circuló otra revista creada por Mella, Juventud.

Al año siguiente, 1924, Mella, quien dirigía la Confederación de Estudiantes de Cuba, fue uno de los fundadores de la Liga Anticlerical, no anti-religiosa, vale aclarar, sino contraria al uso de la religión como instrumento de dominación política; y de la sección cubana de la Liga Antimperialista. A mediados de ese año, ingresó en la Agrupación Comunista de La Habana. En ese año atracó en el puerto de Cárdenas el buque mercante soviético Vatslav Vorovski y Mella fue comisionado, junto a otros tres compañeros, para que, secretamente, visitara el buque, misión que se cumplió exitosamente. También ese año publicó el folleto “Cuba, un pueblo que nunca ha sido libre”.

Había un miembro del Comité Central del Partido Comunista Mexicano, de apellido Flores Magón, quien estando en Cuba como representante de la III Internacional (comunista) propuso que las agrupaciones comunistas cubanas celebraran un congreso. Esto se hizo el 16 de agosto de 1925. Así se fundó el primer Partido Comunista de Cuba y se eligió su primer Comité Central. Entre esos fundadores estaba Mella y fue electo Secretario de organización. El Congreso tuvo su primera sesión en el local del Instituto Politécnico “Ariel”, que había sido fundado por Mella y Alfonso Bernal del Riesgo ese año. El Comité Central se reuniría muchas veces en la Universidad de La Habana.

Ya Mella era figura conocida nacionalmente, no solo en los medios estudiantiles, sino obreros y rurales. Su presencia en Camagüey y Oriente testimonian la amplitud de su radio de acción.
El 20 de mayo de 1925 ocupó la presidencia de la república Gerardo Machado. Desde temprano Machado se caracterizo por el carácter represivo de su gobernación. Ilegalizó el Partido Comunista y la FEU y expulsó a Mella de la Universidad. Los derechos ganados por los estudiantes en 1923 eran amenazados. Había agitación en el estudiantado. El 26 de noviembre de 1925 Mella habló a los estudiantes en la habitual tribuna del Patio de los Laureles. Al día siguiente fue detenido. Fue su último discurso en su querida colina.

En protesta por su arbitraria detención, Mella se declaró en huelga de hambre. Se hicieron gestiones directas con el propio Machado para que lo liberara y este amenazó con matarlo. El respaldo popular a la huelga que durante 19 días sostuvo Mella obligó a su excarcelación. Pero su vida peligraba. Se decidió enviarlo al extranjero. Mella salió en enero de 1926, bajo el nombre de Juan López, por el puerto de Cienfuegos en el barco de carga “Comayagua”, con destino a Honduras. Pasó por Honduras y Guatemala antes de llegar a México, donde finalmente permaneció.

Allí se incorporó al Partido Comunista Mexicano y fue miembro de su Comité Central. Trabajó con la Liga Antimperialista de las Américas y participó en cuanta actividad importante tuvo a su alcance, entre ellas el apoyo a Augusto César Sandino en su enfrentamiento al imperialismo en Nicaragua, y a los revolucionarios venezolanos y la denuncia y condena al fascismo italiano y al imperialismo yanqui. Escribe en numerosos medios de prensa tales como Cuba Libre, órgano de la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos, fundada por Mella y Leonardo Fernández Sánchez en México en 1927, y en El Machete.

En febrero de 1927 viajó a Bruselas para participar en el Congreso Mundial Contra la Opresión Colonial y el Imperialismo. Luego llegó a Moscú y participó en el congreso de la Internacional Sindical Roja.

En México, como miembro del Comité Central del Partido Comunista, participaba en todas las acciones a favor de la nacionalización del petróleo, la reforma agraria, las luchas de los mineros. Pero sentía su deber prioritario el reincorporarse a la lucha en su país. Estaba preparando una expedición para regresar a Cuba y unirse a la lucha armada cuando, en compañía de Tina Modotti, su compañera sentimental en los últimos cuatro meses de su vida, fue asesinado a tiros por esbirros a sueldo del tirano Machado el 10 de enero de 1929. Se dice que sus últimas palabras fueron: “¡Muero por la revolución!” El sueño de una expedición que zarpara de México para iniciar la lucha armada y lograr el triunfo de la revolución popular solo se lograría, 27 años después, por otro destacado dirigente estudiantil revolucionario, Fidel Castro Ruz, el nuevo Mella según lo calificara el dirigente juvenil comunista cubano Flavio Bravo Pardo.

Las cenizas de los restos de Mella no pudieron ser repatriadas hasta un mes después del derrocamiento de la dictadura de Gerardo Machado, el “asno con garras”, como lo bautizó Rubén Martínez Villena. Fue el 29 de septiembre de 1933. En esa ocasión, Villena pronunció estas palabras:

Camaradas: Aquí está, sí, pero no en ese montón de cenizas, sino en este formidable despliegue de fuerzas. Estamos aquí para tributar el homenaje merecido a Julio Antonio Mella, inolvidable para nosotros, que entregó su juventud, su inteligencia, todo su esfuerzo y todo el esplendor de su vida a la causa de los pobres del mundo, de los explotados, de los humillados… Pero no estamos solo aquí para rendir ese tributo a sus merecimientos excepcionales. Estamos aquí, sobre todo, porque tenemos el deber de imitarlo, de seguir sus impulsos, de vibrar al calor de su generoso corazón revolucionario. Para eso estamos aquí, camaradas, para rendirle de esa manera a Mella el único homenaje que le hubiera sido grato: el de hacer buena su caída por la redención de los oprimidos con nuestro propósito de caer también si fuera necesario. (1)

Pero Mella no solo fue el gran organizador, el hombre de acción, sino una inteligencia perspicaz que dejó en sus trabajos profundas interpretaciones que merecen ser estudiadas en artículo aparte. Mella es el gran precursor del accionar revolucionario del siglo XX cubano. Él es el vínculo histórico entre Martí y Fidel.

El nombre de Mella fue dado a la revista de la Juventud Socialista cubana que, en la lucha clandestina contra la última tiranía de Batista, y en los primeros tiempos del triunfo revolucionario de 1959, sirvió de guía a la juventud revolucionaria cubana.

Este 25 de marzo de 2013 (también un 25 de marzo desde tierra dominicana escribía Martí en 1895 la carta de despedida a su madre), se cumplen ciento diez años del natalicio de Julio Antonio Mella, ocasión propicia para el recuerdo emocionado y agradecido. Con el poeta Ángel Augier podemos decirle:

Artífice del tiempo amanecido,
toda la sangre de tu pecho herido
acudió al resplandor de las banderas.
Y en esa llama que incesante avanza
tu corazón se rompe en primaveras
para encender la tierra de esperanza.

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