miércoles, 23 de marzo de 2016

Cuba profunda.

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Momentos después de haber llegado los barcos americanos a Cuba, el embajador Sumner Welles junto al Almirante Freeman.
Tomado de La Pupila Insomne
Por René Vázquez Díaz

Un grupo de expertos estadounidenses al servicio de la Foreign Policy Association fueron convocados en 1934 por el entonces presidente de Cuba, Carlos Mendieta, para que formaran lo que se llamó Comisión de Asuntos Cubanos. Después de estudiar a fondo la situación política, económica y social de Cuba a raíz de la revolución frustrada de 1933, aquellos expertos de política exterior alertaron al Gobierno de Roosevelt acerca de “la necesidad de un cambio en la atmósfera de las relaciones entre La Habana y Washington”.
Hubo que esperar ochenta y dos años –cincuenta y siete de ellos con una revolución indestructible en el poder–, para que esos cambios empezaran a producirse lentamente. Si la actual visita de Obama es importante, más decisivo aún es lo que pasedespués. Porque en cuanto el señor Presidente se haya ido de Cuba y el eco de los discursos se apague, el gobierno de Washington y su embajada en La Habana tendrán que seguir lidiando con la Cuba profunda, que es su historia.
Para sorpresa de todos, lo primero que hizo aquella Comisión de Asuntos Cubanos (en la que no formó parte ni un solo cubano) fue constatar que el presidente que la había convocado no era más que “un engendro de la diplomacia norteamericana”. Cuba había pasado por momentos revolucionarios y el presidente Roosevelt envió al “mediador” Summer Welles como apaciguador y oficiante de la injerencia extranjera, con la misión de fabricar un gobierno artificial con Medieta como figura decorativa y Fulgencio Batista como mandamás en la sombra.
Aquel engendro fue instantáneamente reconocido por Estados Unidos con el objetivo de mantener a Cuba “quieta y resignada”. La Historia ha mostrado cuál fue el resultado final del arreglo: Cuba ni se quedó quieta ni se resignó. Pero la tendencia estadounidense no cambió un ápice. No hace tantos años que un presidente de ese país aún abrigaba el sueño de que dos “mediadores” imperiales plenipotenciarios lograsen, al fin, la quietud y la resignación de los cubanos: remember Caleb McCarry y al muy humillado y furioso James Cason.
Si saco a relucir los análisis y las conclusiones de la Comisión de Asuntos Cubanos de 1934 es porque hoy en día son una lectura reveladora, por una razón principal: fue un documento redactado por norteamericanos, y lo primero que salta a la vista no es tanto que descalifiquen a rajatabla a los desgobiernos de dictadores y politiqueros cubanos apoyados por Estados Unidos, sino que lleguen a aconsejar a Washington que renuncie “a sus derechos en Guantánamo” ya que, opinaban, “numerosos cubanos encuentran difícil reconciliar la base norteamericana con la soberanía de la república cubana”.
De Gerardo Machado, otrora sostenido por EE UU, dice la Comisión que el recién destronado dictador había auspiciado “las peores formas de la corrupción y del crimen”, y constatan: “El pueblo cubano se ha rebelado contra un sistema político caracterizado por la irresponsabilidad, la esterilidad y la corrupción”. Más adelante, los estudiosos de la Comisión de Asuntos Cubanos lanzaron una salva que el Presidente Obama debería conocer antes de dar su discurso en La Habana:
“El obstáculo fundamental para la existencia de buenas relaciones entre Estados Unidos y Cuba, es que el Departamento de Estado pretende hacer y deshacer gobiernos cubanos”.
Es decir, los enviados de la Foreign Policy Association señalan “el entrometimiento de los Estados Unidos” como una de las causas de la terrible situación en la que había quedado Cuba después de la revolución frustrada de 1933. Y ya es historia que ese entrometimiento ha dado pie a numerosos crímenes contra el pueblo cubano, de los cuales el bloqueo es tal vez el más gansteril de todos.
Entonces uno se pregunta si Obama, durante su visita, o luego alguno de sus sucesores, caerán en la tentación de persistir en la maña de hacer y deshacer gobiernos cubanos. Cuba dejó atrás aquel sistema político tan defendido por Estados Unidos, en el que sus propios expertos vieron irresponsabilidad, esterilidad y corrupción.
Según los expertos de la Foreign Policy Association, el pueblo cubano tenía en 1934 (a pesar de que había varios acorazados norteamericanos en aguas cubanas) grandes probabilidades de crear un futuro mejor y “llegar a ser un lugar privilagiado del hemisferio occidental”, ya que había “aprendido a sufrir, a combatir la opresión y a resistir la miseria”. La investigación de la Comisión de Asuntos Cubanos se publicó en forma de libro en español y en inglés, bajo el título de Problemas de la nueva Cuba.Nadie le hizo caso en Washington.
La tendencia al entrometimiento sigue existiendo y se manifiesta en el frente mediático que se nutre de las cloacas de la NED y la USAID, Diario de Cuba, Cubaencuentro y una retahíla de disidentes oficialistas becados de Washington. Si esa política retrógrada prevalece, Estados Unidos no sólo tendrá que enfrentarse a la mayoría del pueblo cubano. También tendrá que combatir a ese adversario imbatible que es la Historia de Cuba.
La visita a Cuba de un presidente estadounidense es uno de los milagros de la Revolución cubana y abre el camino hacia un futuro provechoso para los dos vecinos. Ahora, bajo la luz de esas nuevas relaciones, es cuando se ve con más claridad y crudeza lo perverso del bloqueo. De una vez por todas, Estados Unidos debería hacer suya la conclusión de aquella Comisión de la Foreign Policy Association: “Cuba quiere mantenerse en pie por sí misma”.

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