martes, 17 de mayo de 2016

Pulgarcito, la democracia y el gigante de las siete leguas

“Brasil está bajo los focos internacionales, porque acogerán los Juegos Olímpicos este verano"
Tomado de AlMayadeen
Por Iroel Sánchez.

El Pulgarcito de América, llamaba el poeta Roque Dalton a su patria, El Salvador. País pobre, asolado primero por una guerra civil impuesta por Estados Unidos para evitar que las fuerzas populares ascendieran al poder y luego por la violencia de las maras importada desde Los Ángeles y otras ciudades norteamericanas a través de las deportaciones de delincuentes que aprendieron en el Norte las reglas del crimen organizado; su población depende en buena medida de las remesas que envían los salvadoreños que trabajan en EEUU y que alcanzan el 17% del Producto Interno Bruto. 
Para el gobierno de un país así es muy difícil tener una política exterior independiente, y de hecho, fue la última república de América Latina y el Caribe en establecer relaciones diplomáticas con Cuba, cuando el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional llegó por primera vez a la presidencia de la nación. 
Pero el golpe parlamentario en Brasil contra la presidenta electa Dilma Rouseff ha permitido apreciar cómo ha crecido Pulgarcito desde los tiempos en que era una república bananera cuyos gobernantes estudiaron en la Escuela de las Américas las técnicas de contrainsurgencia y tortura enseñadas por la CIA. Mientras en Washington el vocero de la Casa Blanca Josh Earnest dice ambiguamente que: “Brasil está bajo los focos internacionales, porque acogerán los Juegos Olímpicos este verano, así que están sujetos a algo de escrutinio y presión, y Estados Unidos estará allí para ayudar a nuestro amigo a responder a los retos”, agregando  que “tenemos confianza en la durabilidad de las instituciones democráticas de Brasil para superar esta agitación política”, el presidente salvadoreño, exguerrillero al igual que Dilma, ha retirado a la embajadora salvadoreña en Brasilia y ha dicho con claridad que “se ha vulnerado la democracia en Brasil”, cosa que también hizo Venezuela. Otros “pulgarcitos” como Cuba y Bolivia también llamaron “golpe” a lo que EEUU llama “retos” y el Secretario General de Unasur, Ernesto Samper, expresó su apoyo a la destituida mandataria brasileña. 
Pero Michel Temer, el Presidente que ha emergido en Brasil tras la destitución de Dilma se sabe respaldado por quien maneja el democracímetro a pesar de que su popularidad es solo del 2%. El señor cuyo recién nombrado gabinete está compuesto en su totalidad por hombres blancos es señalado en los cables secretos revelados por Wikileaks como un informante de la legación norteamericana en Brasilia y la actual embajadora estadounidense allí, Liliana Ayalde, estaba al frente de la diplomacia norteamericana en Paraguay hasta poco antes del que el parlamento paraguayo destituyera al Presidente Fernando Lugo mediante un procedimiento bastante similar al empleado ahora en Brasil. 
Para la Casa Blanca los Juegos Olímpicos son más importantes que el respeto a la voluntad popular en Brasil, pero el que José Martí llamó “gigante de siete leguas” sigue muy preocupado por la democracia en Venezuela. “Altos funcionarios” de la inteligencia estadounidense en condición de anonimato han afirmado a medios del mainstream norteamericano, casi simultánamente con la salida de Dilma Rouseff del Palacio del Planalto, que el gobierno de Nicolás Maduro está al borde de un colapso violento. Nada más parecido a una profecía que busca autocumplirse cuando desde Caracas la Asociated Press le da la palabra a Enrique Capriles, quien fuera el candidato de Washington en los últimos comicios presidenciales venezolanos, para coincidir con la inteligencia estadounidense diciendo que Venezuela “es una bomba que en cualquier momento puede explotar”. 
Nada es descartable. Los amigos de EEUU solo han retornado al poder mediante las urnas en Argentina, pero los medios de comunicación llevan largo tiempo proclamando el “fin del ciclo progresista”, y para que se autocumpla tal profecía, la violencia económica y política, como también la mentira, están en el arsenal de la guerra de cuarta generación que la administración de Obama libra en la región. Es sabido de antiguo que la burguesía, que tiene capital y jefatura en Washington DC, solo respeta las reglas de la democracia cuando triunfa con ellas sino da un golpe de estado, no importa si es militar o parlamentario. Si los “pulgarcitos” quieren mantener la independencia conquistada saben que, con Martí, “¡Los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete leguas!”. 

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