jueves, 2 de junio de 2016

Subversión contra Cuba: ¿Un cambio de política o un ajuste en su forma?

Tomado de La Pupila Insomne
Por Reydel Reyes Torres

Tan temprano para la naciente Revolución cubana como el 6 abril de 1960, el Subsecretario de Estado para Asuntos Iberoamericanos de los Estados Unidos, Lester D. Mallory, redactó el contenido de un memorándum secreto, desclasificado en 1991, donde afirmó:

“La mayoría de los cubanos apoyan a Castro (…) No existe una oposición política efectiva (…) el único medio posible para hacerle perder el apoyo interno (al gobierno) es provocar el desengaño y el desaliento mediante la insatisfacción económica y la penuria (…) Hay que poner en práctica rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica (…) negándole a Cuba dinero y suministros con el fin de reducir los salarios nominales y reales, con el objetivo de provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno.


Bajo esa filosofía, once administraciones estadounidenses consecutivas han tratado de asfixiar por la fuerza al proceso revolucionario cubano y para ello, han empleado todo tipo de subterfugios, recursos y agresiones hasta llegar al actual contexto donde han planteado que los anteriores métodos fracasaron. Perciben que es hora de implementar otros más sutiles y solapados para, de diversas maneras, penetrar la conciencia del individuo, tratar de influir y llevar adelante sus planes. No es un problema de cambiar contenidos en la política hacia la Isla, es la “necesidad” de modificar la forma de instrumentarla.

Volviendo a la historia que el presidente Obama conminó a olvidar en el “edulcorado” discurso pronunciado en el Gran Teatro de La Habana durante su visita a Cuba, debemos traer a este artículo un fragmento del libro publicado en 1963 de quien fuera uno de los primeros jefes de la CIA, Allan Dulles Allí hace referencia de manera cínica al diseño subversivo instrumentado por Estados Unidos contra la Unión Soviética y el resto de los países del desaparecido campo socialista.

Después de leídos los conceptos de ese “ilustre” protagonista de la Guerra Fría, se podría llegar a la conclusión de que ese mismo esquema la Casa Blanca lo ha aplicado contra Cuba durante más de 50 años. Tras un análisis de las declaraciones y acciones concretas de su actual inquilino y los asesores más cercanos, no cabe dudas que incrementarán los esfuerzos por impulsar esos objetivos con el propósito de hundir la obra social de una Revolución que continúa afrontando desafíos y amenazas.

En aquel texto, Allan Dulles planteó:

“Gracias a su diversificado sistema propagandístico, Estados Unidos debe imponerle su visión, estilo de vida e intereses particulares al resto del mundo, en un contexto internacional donde nuestras grandes corporaciones trasnacionales contarán siempre con el despliegue inmediato de las fuerzas armadas, en cualquier zona geográfica, aún las más distantes, sin que les asista a ningún país agredido el derecho natural a defenderse.

“Debemos lograr que los agredidos nos reciban con los brazos abiertos, pero estamos hablando de ciencia, de una ciencia para ganar en un nuevo escenario, a la mente de los hombres. Antes de los portaviones y los misiles llegarán los símbolos, los que venderemos como universales, glamorosos, modernos, heraldos de la eterna juventud y la felicidad ilimitada”.

A 53 años de publicada “la teoría” de Dulles, el contenido y la forma de esa estrategia, de marcado carácter imperial y anticomunista, se implementa tal cual contra Cuba y en la actualidad se sustenta en cientos de proyectos subversivos orientados, con sus particularidades, a todos los sectores sociales. La prioridad son los jóvenes y el emergente sector de las formas de gestión no estatal, a los cuales consideran que pueden manipular, porque están cada vez más distanciados del proyecto político, económico y social de la Revolución, cuando en la práctica son importantes segmentos del pueblo cubano que acompañan activamente las transformaciones socioeconómicas de la nación.

En la veterana estrategia anticubana, el gobierno de los Estados Unidos, en complicidad con sus aliados ideológicos, emplea cientos de entidades, agencias y organizaciones no gubernamentales, enclavadas en territorio estadounidense y en terceros países. Acerca de esto, el periodista norteamericano Tracey Eaton, en una entrevista concedida al colega Iroel Sánchez el 26 de junio del 2015, comentó:

“Yo vi un informe que decía que entre 1996 y 2012 la USAID y el Departamento de Estado dieron 111 premios y contratos a 51 socios, el promedio es de 12 subcontratistas por cada contratista, entonces en ese caso si multiplicas 111 por 12 puede ser que hubo en ese tiempo 1 332 programas relacionados con Cuba. Para tratar de saber qué están haciendo la USAID, el Departamento de Estado y la NED es muy difícil saber, porque hay muchos programas a la vez y tocan todo tipo de sector de la sociedad cubana y esa es la idea para lograr construir una “sociedad civil amplia”.

Tracey enmarca ese análisis hasta el 2012; sin embargo, acerca de los fondos destinados para los denominados programas de democracia en Cuba, solo se necesita acudir a las propias informaciones públicas que registran la asignación por el Congreso norteamericano de 284 millones de dólares en los últimos 20 años para programas subversivos orientados a “promover la democracia en Cuba”.

Entre el 2009 y 2012, durante el actual gobierno Obama, cada año fueron asignados 20 millones. En el 2013 bajó a 13 millones; mientras en el 2014 y 2015, en pleno inicio y desarrollo del proceso de restablecimiento de las relaciones bilaterales, destinaron otra vez 20 millones, cifra que se ha sostenido para el año en curso. A esto se suman los dineros dedicados a las trasmisiones ilegales de Radio y Televisión Martí, que desde 1984 a 2015, cinco administraciones estadounidenses han dedicado cerca de 797 millones de dólares.

¿Acaso, tras esos análisis Cuba puede darse el lujo de pasar la página de la historia como solicitó el presidente Obama, ante una maquinaria diseñada para fabricar permanentemente proyectos subversivos orientados a un “cambio de régimen” que no logran materializar?

Algunos piensan que el restablecimiento de las relaciones entre ambas naciones, la apertura de Embajadas, la reciente visita del presidente de Estado Unidos a Cuba y las conversaciones bilaterales, obedecen a una especie de acontecimiento extraordinario donde todo ha cambiado y que ya el pueblo cubano no tiene enemigo ideológico. Nada más lejos de la realidad. Sólo tres días después de que Barack Obama se fue de Cuba, el Departamento de Estado anunció un programa de orientación de prácticas comunitarias por más de 750 mil dólares para “jóvenes líderes emergentes de la sociedad civil cubana”, sobre el cual organizaciones sin ánimo de lucro e instituciones educativas están invitadas a presentar propuestas y la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado apoyaría en su gestión. Conclusión: más subversión.

Ante esos acontecimientos, el pueblo cubano, sus jóvenes, intelectuales, académicos, campesinos y obreros, no se han dejado engañar con ambigüedades ni frases diseñadas para intentar confundir. A cada hecho concreto, se ha brindado una respuesta inteligente y firme, porque están convencidos que todo lo que se intenta ejecutar contra Cuba en el plano de la subversión político-ideológico está concebido dentro del entorno de la llamada Guerra No Convencional que desarrolla Estados Unidos contra gobiernos de izquierda, que les resulta incómodos por el carácter revolucionario de la obra social que desarrollan.

Al respecto, algunos analistas del diferendo histórico entre Cuba y EE.UU. han planteado que la estrategia de la Casa Blanca por la cual accedió a restablecer los vínculos con la Isla, no solo obedece al desplome de su desgastada agresividad contra la Revolución cubana. Subyace otra intención orientada a garantizar que con el proceso de normalización de las relaciones entre Washington y La Habana, se “abre una posibilidad” para influir en Latinoamérica y restablecer el neoliberalismo en la región. El objetivo es mostrar una Cuba que “cede” ante el nuevo escenario y se distancia del apoyo histórico a los pueblos del llamado Tercer Mundo, a los movimientos o gobiernos de progresistas y revolucionarios.

Esta es una teoría que no se puede descartar. Durante más de cinco décadas ha sido imposible para las administraciones estadounidenses desacreditar los vínculos solidarios de la Revolución cubana con las mayorías de las naciones; desmontar su historia y la autoridad de Cuba en la arena internacional, específicamente en América Latina.

Lo cierto es que para Washington es necesario continuar los intentos de subversión contra la Revolución cubana a la vez que, en complicidad con la ultraderecha latinoamericana, despliega una compleja operación contra Venezuela y Brasil, cumpliendo con los postulados de la Circular de Entrenamiento 18-01 del Ejército de EE.UU., documento doctrinal básico de la Guerra No Convencional, cuyas definiciones promulgan “actividades dirigidas a posibilitar el desarrollo de un movimiento de resistencia o la insurgencia, para coaccionar, alterar o derrocar a un gobierno o tomar el poder (…)”, la cual acompañan con una intensa campaña mediática donde muestran el empleo de botellas incendiarias, disturbios callejeros, cifras sobre supuestos heridos y muertos, familiares sufriendo las pérdidas, el drama, la tragedia humana y el horror.

Esos episodios de la Guerra No Convencional, que el propio gobierno de los Estados Unidos ha bautizado con varios nombres, desde Guerra Híbrida, de Cuarta Generación, Irregular, Conflicto de No Guerra, Poder Blando, Poder Inteligente, Huella Ligera, entre otros términos, son la manera de tergiversar el lenguaje, empleando conceptos engañosos que pretenden dar la apariencia de fenómenos “benignos”, con la intención de que esas guerras, a diferencia de las otras, no se vean de igual forma y que sean aceptadas por todo tipo de públicos.

Resulta que en la caso de nuestro país, también se intenta edulcorar engañosamente los términos para dar la impresión de que se ha cambiado una política. Como planteara la periodista cubana Rosa Miriam Elizalde, en su artículo titulado: “Ningún analista serio en EEUU apoya los programas de “promoción de la democracia” para Cuba:

El concepto de promoción de la democracia, que el gobierno de Estados Unidos ha utilizado para Cuba, solo sustituyó otro término cargado de resonancia peyorativa, como un conjuro mágico por el que se deseaba exorcizar la realidad. Promoción de la democracia suena menos peligroso que subversión o intervención en los asuntos internos de otro país, pero llámese como se llame, los fines no dejan lugar a la ambigüedad”.

Hoy como nunca antes, contra la Revolución cubana y las revoluciones sociales en países de América Latina se teje, de manera muy refinada, las doctrinas de Allan Dulles surgidas en pleno auge de la Guerra Fría. El gobierno de Estados Unidos procura alcanzar sus objetivos estratégicos mediante una guerra en la que predomina la subversión político-ideológica. Es una guerra en el plano psicológico, ideológico y cultural. Ante esas circunstancias, enfrentarla es un asunto de máxima prioridad para todo el pueblo cubano, que como dijera el General de Ejército “(…) no renunciará a los principios e ideales por los que varias generaciones de cubanos han luchado.”

A esta Isla, con una historia inmensa, le corresponde continuar defendiendo a ultranza la obra de la Revolución, que trasciende las fronteras de un país soberano, sin aceptar presiones, ni injerencias externas, bajo las premisas del Apóstol de plan contra plan, para no permitir nunca que prosperen en la mayor de las Antillas los intentos por introducir sutilmente plataformas de pensamiento neoliberal y de restauración del capitalismo neocolonial, enfiladas contra las esencias mismas de la nación y su sistema socialista.

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