sábado, 6 de agosto de 2016

Fidel, bolivariano y martiano (I a III Parte final)

Foto: Roberto Chile
Tomado de La Jornada
Por Ángel Guerra Cabrera

Primera Parte:

Dentro de un mes y días Fidel Alejandro Castro Ruz (Birán, Holguín, Cuba, 13/8/ 1926) cumplirá 90 años. Imposible en este espacio ni siquiera enumerar la diversidad de disciplinas e importantes epopeyas revolucionarias en que ha descollado. Por eso, aunque lejos de agotar el tema, me centraré en su pensamiento latinoamericanista, su irreductible solidaridad con la liberación de América Latina y el Caribe y con el logro de su unidad e integración.
A los 21 años, Fidel, miembro del Comité Universitario pro Liberación de Santo Domingo, tomó parte en la frustrada expedición antitrujillista de Cayo Confites (1947). Un año después, en el bogotazo, se puso, arma en mano, al lado de los seguidores de Jorge Eliécer Gaitán. Estaba a la sazón en la capital colombiana entregado a la organización de un congreso estudiantil continental, que se pronunciaría por la independencia de Puerto Rico, la devolución a Panamá por Estados Unidos de la zona del canal, la reintegración de Las Malvinas a Argentina y contra las dictaduras militares al sur del río Bravo, especialmente contra la de Trujillo en República Dominicana. El joven cubano había ganado el liderazgo del comité organizador de la reunión estudiantil, contrapuesta a la IX Conferencia Panamericana, que crearía la nefasta OEA y adoptaría instrumentos de subordinación al vecino del norte para lo que contaría, entre otras, con la complicidad incondicional de los representantes de los gobiernos dictatoriales que había impuesto en la región.
Hecho simbólico, la OEA, bajo enormes presiones y otras mañas de Washington, expulsó de su seno a la Cuba revolucionaria (Punta del Este, Uruguay, 1962) y, al paso de unas décadas, el clamor unánime de los gobiernos latino-caribeños (San Pedro Sula, Honduras, 2009), hizo revertir esa medida.
La Habana ha reiterado que no regresará a la OEA –sería un despropósito–, pero ello no niega la gran carga política de reconocimiento a la dignidad de Cuba, encabezada por Fidel, entrañada en aquella decisión.
Fue precisamente la exclusión de la isla del organismo la que dio pie a que el entonces primer ministro sometiera la Segunda Declaración de La Habana (1962) a la aprobación –clamorosa– de la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba. Un documento esencial en la historia de nuestros pueblos, que da continuidad a la Carta de Jamaica (1815), de Simón Bolívar y al ensayo Nuestra América (1891), de José Martí.
Allí se postula: Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de 200 millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino, y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo entero.
Discípulo dedicado y consecuente de Bolívar y Martí, ese concepto de fraternidad y unión nuestroamericana ha formado parte del núcleo principal del pensamiento político de Fidel desde aquellos tempranos días de Cayo Confites y el bogotazo.
La revolución cubana, cuya honda repercusión planetaria es indiscutible, desencadenó un ciclo de luchas populares, revolucionarias y por la unidad e integración de América Latina y el Caribe que no ha concluido, ni concluirá en el futuro previsible. Cuando hablamos de humanidad pensamos, en primer término, en nuestros hermanos latinoamericanos y caribeños, a los que no olvidamos nunca, y después, el resto de esa humanidad que habita nuestro planeta, ha dicho el comandante. Inspirada por él, Cuba ha sido siempre solidaria con las luchas de todos los pueblos de la Tierra y, en particular, con las de nuestra región.
En ella apoyó las luchas de masas y, cuando fue menester, dio, a quienes escogieron la vía armada, toda su solidaridad y la sangre de algunos de sus mejores hijos. Extendió su mano amiga a los militares patriotas, desde Turcios Lima en Guatemala, pasando por Caamaño en la resistencia dominicana contra la invasión yanqui, al gobierno nacionalista de Velasco Alvarado en Perú y a la lucha de los panameños, con Omar Torrijos al frente, por la devolución del canal.
Desafiando al descomunal plan de Washington para derrocarlo, Fidel y toda Cuba brindaron un respaldo extraordinario al gobierno de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende, amigo entrañable, en el primer experimento de liberación nacional y socialista por vía política en nuestra América.
De aquella experiencia concluiría: ni pueblo sin armas, ni armas sin pueblo.
Segunda Parte:

Primero el sabio escritor y político dominicano Juan Bosch nos dijo: América Latina ha dado tres genios políticos: “Toussaint Louverture, Simón Bolívar y Fidel Castro, y debo decir que es mucho dar… Humboldt había previsto parte de eso cuando… después de un recorrido por América, comentó que los dos lugares más politizados eran Caracas y La Habana, es decir Venezuela y Cuba”.
Louverture, ninguneado o disminuido en su grandeza por la cultura hegemónica, que nos ofrece a Bolívar como un soñador cuyas ideas son muy hermosas, pero inalcanzables. Fidel, a quien ya casi nadie se atreve a negarle un sitial en la historia con mayúscula, pero la misma izquierda, que lo ha reconocido explícitamente como el gran estratega de la revolución cubana, con frecuencia no se ha dado cuenta de lo obvio: su condición de relevante teórico de la revolución –y de la reforma social– en los países de América Latina y el Tercer Mundo.
Menciono ahora revolución y reforma, deliberadamente, porque en el pensamiento de Martí –de quien me extraña que Bosch no incluyera en su selecta galería de genios políticos– y en el de Fidel, la reforma puede conducir a la revolución más radical en su momento, mediante la solución de tareas anticoloniales relativas a la independencia, la soberanía y la liberación nacional, imprescindibles en nuestra región y en muchos países de África y Asia sin que forzosamente haya que plantearse de entrada el asalto del cielo.
El hecho de que Cuba atravesara sin solución de continuidad de impulsar aquellas tareas al socialismo, no significa que en todos los casos deba ser así. No debemos perder nunca de vista el objetivo socialista, pero tampoco desaprovechar toda posibilidad de avanzar hacia la liberación nacional y la descolonización.
Fidel, por sólo poner otro ejemplo trascendental y muy vigente, aportó a la teoría revolucionaria universal, como lo expone al hacer la definición de pueblo en La historia me absolverá (1953), luego complementada en la Segunda Declaración de la Habana (1962), la concepción de un muy amplio sujeto de la revolución o el cambio social, que reconoce las condiciones revolucionarias de los minoritarios destacamentos obreros de América Latina y el Caribe, pero al mismo tiempo otorga un papel fundamental a la luchas de indígenas, negros y campesinos. Reconoce un papel orientador a los intelectuales revolucionarios.
No es solo el proletariado, como lo concibieron Marx y Engels en la Europa del siglo XIX; se extiende a todas y todos los explotados y excluidos –incluyendo a los desempleados y, de modo enfático, a las mujeres–, así como a los militares patriotas, a sectores de las clases medias, que por razones patrióticas y morales pueden tornarse sujetos transformadores, en una región donde la explotación capitalista no puede liquidarse sin suprimir casi simultánea, o sucesivamente, el humillante yugo imperialista. En La historia… es donde por primera vez el líder de la revolución cubana argumenta por qué Martí es el autor intelectual del ataque al cuartel Moncada.
Años después de la valoración sobre Fidel escrita por Juan Bosch, otro gran latinocaribeño, Hugo Chávez, auténtico Bolívar redivivo, cuya misma trayectoria, junto a otros importantes acontecimientos en nuestra América, estaban contribuyendo ya de modo superlativo a demostrar la certeza de muy tempranos vaticinios del guía de la revolución cubana, recordaría: “Fidel decía –terminando los 80– que una nueva oleada revolucionaria, de cambios, una nueva oleada de pueblos, se desataría en el continente cuando parecía –como algunos ilusos lo señalaban– que habíamos llegado al fin de la historia, que la historia estaba petrificada y que ya no habría más caminos ni alternativas…
A unos meses de la desaparición física de quien había pronunciado esas palabras, Fidel expresaría, en frase para la historia: “Hoy guardo un especial recuerdo del mejor amigo que tuve en mis años de político activo –quien muy humilde y pobre se fraguó en el Ejército Bolivariano de Venezuela–, Hugo Chávez Frías”.
Fidel y Chávez multiplicaron, mediante insólitos programas sociales las energías revolucionarias y los recursos humanos y materiales de sus dos pueblos y del gran movimiento de masas contra el neoliberalismo gestado en nuestra América entonces, que no ha amainado. Pero de eso hablaré en la próxima y última entrega de este texto.
PD: Black Lives Matter; Washington cierra el cerco financiero contra Venezuela y el chavismo contrataca.

Tercera Parte:

Fidel recibió cálidamente en Cuba a Hugo Chávez, nueve meses después de salir del presidio político y cuatro años antes de que llegara a la presidencia de Venezuela, ocasión en que impresionó muy favorablemente al líder cubano, quien así lo ha expresado. El ascenso de Chávez a la jefatura del Ejecutivo (1999) ha quedado como un símbolo del retroceso que experimentarían las políticas neoliberales en varios países de nuestra América y del ímpetu que tomaría su marcha hacia la unidad e integración en la época que se abría.
La prolongada resistencia de Cuba al bloqueo redoblado y al terrorismo después del desplome de la URSS, con el lúcido liderazgo de Fidel y Raúl, hizo posible que al asumir Chávez el gobierno pudieran juntarse en apretado haz los recursos humanos, políticos y materiales de ambos países. A las enormes energías revolucionarias que acumulaba ya el chavismo, al petróleo venezolano, convertido ahora en fuente de justicia social interna, de solidaridad internacionalista y posicionamiento geopolítico, se sumó el desarrollo de la medicina y la educación y la experiencia antimperialista y socialista de Cuba, unidos al genio estratégico y táctico de Fidel y Chávez, lo que haría posible dar un gran impulso a los procesos de cambio que comenzarían a operarse en breve en varios países latino-caribeños.
Desde su primer encuentro en Cuba, el intercambio de opiniones, los proyectos conjuntos, los primeros logros alcanzados por las empresas emprendidas entre los dos hombres fueron forjando la estrecha y sólida amistad que ya ha sido constatada en este trabajo en las precisas palabras del jefe de la revolución cubana.
Chávez había sido el único jefe de Estado que manifestó su rechazo al ALCA en la Cumbre de las Américas de Quebec, Canadá (2001), razón suficiente, aunque había otras y muy poderosas, para que Estados Unidos alentara el golpe de Estado del 11 de abril de 2002.
Las sugerencias y acciones de Fidel, cuando todavía Chávez estaba en Miraflores y no se había entregado a los golpistas, y en las horas posteriores, fueron muy importantes para la derrota fulminante del golpe, junto a la valentía y verticalidad del venezolano y sus colaboradores y la decisiva y contundente respuesta de masas y militar bolivariana. Estas a su vez, propiciaron la extensión y profundización de los programas sociales lanzados por la revolución bolivariana con el concurso de decenas de miles de médicos y profesionales cubanos en educación y otras especialidades.
Recuerdo nítidamente el entusiasmo con que Fidel nos mostró a este cronista y a un grupo de amigos mexicanos los primeros casetes del método de alfabetización cubano Yo sí puedo destinados a Venezuela, con el que se erradicó el analfabetismo en ese país y en Bolivia, Nicaragua, grandes zonas de Ecuador y se continúa aplicando en otros como México, Argentina, varios países de África y Nueva Zelanda. Sin imaginar entonces que el método sería premiado por la Unesco en 2006, el comandante nos habló con ensoñación de las enormes potencialidades de la alfabetización en la transformación del ser humano.
El Yo sí puedo dio pie a la Operación Milagro, mediante la cual, con el esfuerzo conjunto de Cuba y Venezuela, se han operado de la vista cerca de 4 millones de personas de bajos recursos de América Latina y el Caribe.
En 2004 Fidel y Chávez constituyeron el ALBA, que comenzó por Cuba y Venezuela y hoy agrupa a 12 estados. En 2005 fue derrotado el ALCA en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata mediante una estrecha coordinación entre Kirchner, Chávez y Lula, con el aliento y el apoyo de Fidel desde los preparativos de aquella batalla.
Evo Morales no había llegado aún a la presidencia y participó, junto a Maradona y a otros líderes sociales de la gran movilización de calle. Un año después su elección estremeció al orden insostenible impuesto por Estados Unidos, al decir del líder cubano.
La instalación de gobiernos de izquierda y progresistas en Uruguay, Honduras, Nicaragua, Ecuador, Paraguay y El Salvador, al calor de las luchas populares que Fidel había vaticinado, impulsaron el surgimiento de inéditos empeños integracionistas como Unasur y la Celac, de inspiración bolivariana, sanmartiniana y martiana.
Todo ello subraya el decisivo papel desempeñado por la resistencia de Cuba y el liderazgo, no solo nacional, sino latinoamericano e internacional de Fidel, que siempre ha abogado por el desarrollo independiente, el antimperialismo y la unidad de nuestra América.

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