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domingo, 1 de enero de 2012

¡Patica pa’qué te quiero!

Cómo la CIA pretendió escamotear el triunfo del Primero de Enero de 1959 y la estampida de Batista y sus principales compinches


Tomado de Juventud Rebelde
El golpe de Estado fraguado por la CIA y la dictadura pretendía impedir a última hora el triunfo de la Revolución. Autor: Archivo
Por Luis Hernández Serrano
29 de Diciembre del 2011

El dictador Fulgencio Batista no pudo olvidarse del 31 de diciembre de 1958, ni del Primero de Enero de 1959. No podía hacerlo, y escribió un libro que tituló Mi respuesta.

Lo mismo le pasó al embajador yanqui Earl E. T. Smith: batistiano jurado y defensor a ultranza de su régimen, servidor del dictador caribeño ante el Gobierno estadounidense y gran amigo del tirano durante los últimos 18 meses de su dictadura. Él también escribió un testimonio similar que llamó The Four Floor (El cuarto piso). Era la visión de los derrotados, redactada alrededor de un año después de la precipitada huida.

La CIA y el Departamento de Estado propusieron crear una Junta Militar para escamotear el triunfo de la Revolución, que integrarían, entre otros, el coronel Ramón Barquín —su favorito— encabezada por el general Eulogio Cantillo Porras. Por eso se dio este diálogo aquel 31 de diciembre:

«Le requiero que me entregue la jefatura del Ejército», dijo Barquín «No tengo inconveniente de ninguna clase. Cuando usted quiera puede asumir el mando», respondió Cantillo, quien traicionó los acuerdos tomados con Fidel.

Barquín estaba aún vestido con el jacket carmelita y los pantalones de mezclilla azul de la prisión de Isla de Pinos, de donde acababa de llegar como prisionero de la dictadura, un aparente opositor, aunque en realidad era agente de la CIA. Y Cantillo lucía su flamante uniforme cargado el pecho de cintas y los hombros de estrellas. Ambos en realidad encabezaban el golpe de Estado contrarrevolucionario, que pretendía evitar la toma del poder por la Revolución encabezada por Fidel.

La última noche


Sin saber que su última noche en el Palacio Presidencial iba a ser aquel 31 de diciembre, el tirano, seguro de su caída, mandó su dinero a buen recaudo, fuera del país, con Gonzalo Güell y Morales del Castillo, mano izquierda del Presidente en fuga.

En la página 182 de su libro Batista diría después que su amigote Smith aseguró que ambos personajes de su gabinete viajaron a Santo Domingo para contratar con el dictador Rafael Leónidas Trujillo la entrega de nuevas armas. Durante aquel fin de año el Canciller batistiano y el Embajador yanqui se mantuvieron en comunicación constante. Güell insistía: «Batista quiere ir para Daytona Beach», y Smith decía: «Washington plantea España».

A las nueve de la noche el déspota se enteró en su finca Kuquine de que Las Villas se había perdido y que hasta el Regimiento estaba sitiado. Cantillo le informó que nada podía hacerse por recuperar Oriente, y mucho menos transportar fuerzas hacia Santa Clara.

Cantillo fue hasta entonces jefe de operaciones de la región oriental. Traicionó los compromisos que hizo con Fidel. Al reconocer que el régimen perdía la guerra —y para ayudar a terminarla— estuvo de acuerdo en un levantamiento de las tropas en Santiago en la tarde del 31 de diciembre, pero viajó a La Habana, se puso al servicio de los planes de la CIA, facilitó la fuga del dictador y se convirtió en jefe de las fuerzas armadas y autor de un efímero golpe de Estado.

«La situación es muy seria, Presidente. Debemos tomar una rápida decisión. En cuestión de horas Fidel entra en Santiago», aseguró Cantillo.

Batista ordenó que citaran para la fortaleza de Columbia a los altos jefes militares y civiles.

La estampida perfumada


A la una de la madrugada del Primero de Enero, Marta Fernández, la esposa del dictador, subió a su alcoba para cambiarse de ropa y perfumar su estampida. Una hora después, también perfumado, Batista hizo su renuncia «oficial».

Más tarde, tres aviones DC-4 se tragaron a numerosos bandidos, como masticándolos. Pronto los aparatos empinaron sus narices de aluminio y surcaron los aires, con rumbo norte, cargados de una congregación de derrotados. En uno iba el dictador con su esposa y su hijo mayor, Jorge. Los otros dos, Carlos Manuel y Roberto, de tres y diez años, respectivamente, fueron enviados antes por Batista hacia Nueva York con los esposos Pérez Benitoa, a los que les dio un maletín con tres millones de dólares. Además, con el dictador volaban Andrés Domingo Morales del Castillo, en su interminable cadena de adquisiciones ilícitas y sus fraudes económicos a costa del tesoro nacional; Andrés Rivero Agüero, símbolo de la politiquería tradicional, sumiso a la fuerza e indiferente al dolor de Cuba; el vicepresidente Gastón Godoy con su mujer y su hijo; José Rodríguez Calderón, jefe de la Marina; Orlando Piedra Negueruela, Esteban Ventura Novo y otros esbirros y torturadores.

A los 20 minutos uno de los tres aviones cambió de rumbo hacia el este, porque Güell le recordó a Batista que no debía volar hacia Estados Unidos. Andrés Domingo y Gonzalo Güell llevaban dos grandes sobres de papel Manila que no soltaban ni para ir al baño. Unos decían que ahí iba «la plata», y otros —como el iluso Smith— que eran «los pasaportes».

Al llegar a Santo Domingo, Batista sacó de los sobres dos billetes de mil dólares y los entregó a D’Abrigeon, capitán de la nave, y Antonio Soto, el piloto.

La indignación de Fidel


Cuando Fidel supo de la huida del tirano su indignación fue explosiva: «¡Es una cobarde traición! ¡Una traición! ¡Pretenden escamotearle el triunfo a la Revolución!». E inmediatamente ordenó que un tanque tomado por los Rebeldes en Maffo fuera sacado por Pedro Miret y llevado enseguida hacia Santiago. «La tropa que se prepare para atacar el Moncada con la artillería. Toda la gente que está en Palma y Contramaestre que se sitúe en El Cobre».

Entonces exclamó: «¡No al Golpe militar a espaldas del pueblo y la Revolución!», y lo dijo tres veces en las instrucciones a todos los Comandantes y al pueblo, que redactara en su libretita de notas y transmitiera en su voz por todas las emisoras de Radio Rebelde, actitud que liquidó, al nacer, la realización del plan fraguado por la CIA y el Departamento de Estado en noviembre de 1958.

Plan de la CIA


En la página 164 de su libro, el ex embajador Smith dice que el cubano Mario Lazo, graduado en Cornell University y abogado de la United Fruit, le comunicó la decisión de la CIA y del Departamento de Estado de «enviar un emisario a Cuba para sugerir al presidente Batista su salida del país, luego de que formara una Junta Militar que lo sustituyera». ¡El Embajador no sabía nada del asunto!

Esa medida perseguía eliminar a Batista, salvarlo de la justicia revolucionaria inminente y cambiarlo por una Junta que se crearía de acuerdo con el mismo tirano «Para impedir que Castro llegara al poder».

El agente emisario era William D. Pawley, el inversionista que trajo en 1949 el negocio de los Autobuses Modernos para competir con la empresa cubana de Ómnibus Aliados, al suprimirse el servicio de los «tranvías».

El ex embajador Smith, ante el Subcomité del Senado, el 30 de agosto de 1960, a preguntas de esa instancia, comentó: «Castro nunca obtuvo una victoria militar» (Página 47 de su libro). Pero Eastland insistió: «Entonces, si Batista no perdió ni una batalla, ¿por qué salió huyendo?».

Y hasta el mismo dictador, en la página 95 de su libro, reconoció: «Después del fracaso de la ofensiva de junio, las unidades militares activas no podían ganar ni una escaramuza».

Al embajador Smith, como Batista esperaba ayuda yanqui, se le encargó la tarea de ir la noche del 17 de diciembre para desengañarlo, y así lo consignó en la página 170 de su relato: «Nuestro profundo agradecimiento (le expresó) por los numerosos actos de amistad de usted hacia Estados Unidos y los lazos históricos de ambos países». Lo mismo que Welles le había dicho al dictador Gerardo Machado, 25 años antes.

Smith le advirtió a Batista que el Presidente y el Secretario de Estado no veían bien que permaneciera en Cuba. Batista preguntó si podía ir con su familia a su casa de Daytona Beach, y el Embajador le dijo que la Casa Blanca le sugería que fuera por lo menos un año hacia España.

Esa noche el tirano llamó al canciller Güell, presente en el diálogo con el Embajador, para preguntarle si lo que el diplomático expuso «lo dijo o se le fue»: «No, Presidente, fue un recado de Washington».

«El Ejército (dijo Batista en aquella reunión) sin mí se desintegrará», y lo comentó mucho después en la página 172 de su libro. Quiso quedarse hasta el 24 de febrero, pues faltaba poquito y necesitaba el apoyo en armas de Estados Unidos. «¿Para qué, si los rebeldes se las quitaban?», comentó después alguien.

La noche del 18 de diciembre —lo apunta el déspota derrotado en su texto— citó al jefe del Estado Mayor Conjunto, Francisco Tabernilla Dolz, al jefe del Ejército, Pedro Rodríguez Ávila, y al Jefe de la Marina, para comunicarles todo.

El general Cantillo fue a ver a Fidel al central donde estaba. El Comandante se opuso a un golpe de Estado. El militar le dijo que apoyaba un levantamiento del Ejército, que se suscribiría en un documento el 31 de diciembre a las tres de la tarde.

Al respecto Batista, en la página 118 de Mi Respuesta, sostuvo: «El daño estaba hecho: el mero hecho de que la entrevista se hubiera efectuado significaba algo más que una actitud derrotista, significaba la derrota en sí».

Y agregaría en esas páginas: «Yo estaba preocupado porque la catástrofe final (subrayado por nosotros) podía precipitarse por el pánico que de acuerdo a todos los síntomas, había hecho presa de Tabernilla y sus hijos en las posiciones claves, y de los Jefes próximos a ellos por parentesco, amistad y negocios».
Fuente: La CIA intentó frustrar la victoria, Mario Kuchilán Sol, Bohemia, Año 63, No. 1, 1ro de enero de 1971. Páginas de Bohemia, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1989. Revista Bohemia del 11 de enero de 1959. Y Revolución, sí; golpe militar, no, del libro La Revolución Cubana, 45 grandes momentos, de Julio García Luis, Ocean Press, 2005.

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