Por Armando Hart
La idea de dedicar un número especial de BOHEMIA en homenaje al
Apóstol en el aniversario 150 de su natalicio y hacerlo con una selección de artículos
publicados sobre nuestro Héroe Nacional durante los 95 años de vida de esta querida y
popular publicación merece el reconocimiento y la felicitación mas calurosa. Es sin duda
una excelente contribución a profundizar en su legado y a preservarlo para el
conocimiento de las actuales y futuras generaciones. Como una modesta contribución al
propósito de este número especial expongo algunas reflexiones sobre el apasionante tema
de la vida y la obra de José Martí.
Para promover una interpretación acertada de
esta figura excepcional de nuestra historia y de América que fue José Martí resulta
imprescindible destacar todo lo que se integró en el crisol de ideas del Apóstol y la
enorme influencia que continuó ejerciendo después de su muerte. Estamos refiriéndonos a
un período que abarca dos siglos de historia y que se inicia en los tiempos forjadores de
la cultura cubana y de la formación de la conciencia nacional, en los albores de siglo
XIX, y llega hasta nuestros días.
Aquellos que conozcan algunos elementos
esenciales de la historia de Cuba podrán convenir en que José Martí sintetiza de modo
ejemplar una larga legión de héroes, próceres y pensadores de un siglo de hechos e
ideas reveladores del carácter singular del proceso independentista cubano que transcurre
en la segunda mitad del siglo XIX y que es parte inseparable de la epopeya libertaria de
nuestra América iniciada a comienzos de ese propio siglo con Bolívar como su figura más
descollante.
Los cubanos tenemos el deber de mostrar, con
mayor precisión y actualizando sus ideas, quién fue ese genio de la política, de la
literatura y del pensamiento universal y al que Gabriela Mistral, caracterizó como el
hombre más puro de la raza. Habiendo vivido solamente cuarenta y dos años, dejó una
obra impresionante y se ganó la admiración y los más grandes elogios como escritor y
poeta, organizador político y revolucionario, de los más profundos pensadores y de los
hombres de más sólida y universal cultura de España que le conocieron o estudiaron su
obra. Un hombre de fina sensibilidad, amante de las letras y de lo bello, fue también
capaz de fundar el Partido Revolucionario Cubano y organizar y convocar la guerra contra
la dominación colonial de España y al que más de medio siglo después de su muerte
Fidel Castro señalara como inspirador y autor intelectual de la Revolución Cubana.
Todas estas facetas, reunidas en una sola
pieza, están presentes en la personalidad de José Martí, quien si no es más conocido e
identificado en el mundo, en toda su grandeza, se debe a esas lagunas que hay en el
civilizado siglo xx sobre la gigantesca riqueza cultural y espiritual de los pueblos de
nuestra América. Martí se define en primer lugar por su inmensa capacidad de entrega a
la causa humana, este fue el sentido de su vida. Lo que lo hace excepcional es que unido a
una vocación de sacrificio va su extraordinaria inteligencia, su talento superior y su
vasta cultura, también su capacidad de organizar, reunir hombres y sus extraordinarias
dotes para la acción. Alcanzó, en un grado superior, virtudes que podemos representar en
tres ideas: amor, inteligencia y capacidad de acción. Todo ello forjado por una
indoblegable voluntad creadora y humanista.
El insigne poeta católico José Lezama Lima
–creador y figura cimera del grupo Orígenes al que perteneció también Cintio
Vitier, cuyas huellas fecundas aún perduran en la cultura cubana–, afirmó que
Martí "es un misterio que nos acompaña". Asimismo, Julio Antonio
Mella, el combatiente antimperialista que cayó asesinado en México, patricio y adalid de
la juventud cubana –el más alto representante del proceso revolucionario en la
década del 20, y que fundara en 1925 el Partido Comunista de Cuba–, subrayó
"la necesidad de investigar el misterio del programa ultrademocrático de José
Martí".
Para comprender cabalmente el significado real
de la personalidad y el pensamiento de José Martí para Cuba, América y el mundo resulta
obligado situarlo en el devenir de la historia de las ideas cubanas. Los aspectos
esenciales que pueden guiarnos en el análisis de ese dilatado periodo histórico son los
siguientes:
Las fuentes cubanas que nutrieron a José
Martí (I790-I868). El presbítero Félix Varela, defensor de la
independencia de Cuba, y José de la Luz y Caballero, fundador de la escuela cubana,
constituyen, junto a otras destacadas figuras de esa época, el núcleo forjador de la
educación y la cultura que llegaron de manera directa a José Martí a través de su
maestro Rafael María de Mendive.
Su consagración a Cuba, nuestra América y
la humanidad (1868-1895). Desde su juramento hecho en la adolescencia cuando se
enfrentó directamente a la esclavitud, su entrega a la causa de la independencia de Cuba,
el permanente destierro en que transcurrió la mayor parte de su vida que favoreció su
americanismo y su universalidad, estudio y conocimiento en profundidad de los Estados
Unidos durante su prolongada estancia en ese país, hasta su caída en combate en Dos
Ríos.
Su concepción de la guerra necesaria,
humanitaria y breve, que implica la dirección de la guerra con criterio político
como único modo de ganarla: la fundación del Partido Revolucionario Cubano para unir
voluntades en un apretado haz bajo una dirección unificada, su actividad febril en el
terreno de las ideas a favor de la causa de la independencia, y su labor con los generales
Máximo Gómez y Antonio Maceo y otras figuras de la guerra del 68.
La tragedia que quiso evitar a tiempo el
Maestro. La significación cubana, iberoamericana y universal de la intervención de
los Estados Unidos en la guerra de independencia de Cuba.
El renacimiento del ideario del héroe de
Dos Ríos (I902-I953). La trayectoria del pensamiento martiano rescatado
por el movimiento antimperialista, socialista, democrático y popular de Cuba durante la
neocolonia.
La presencia del Apóstol en la generación
del centenario (I953-I96I). La significación que tuvo el pensamiento de
Martí en la generación que emerge a la vida política del país coincidentemente con el
centenario de su natalicio en 1953 hasta culminar con la declaración del carácter
socialista de la Revolución el I6 de abril de I96I.
El pensamiento martiano y su articulación
definitiva con el ideal socialista. La obra de la Revolución y el contenido de ideas
que relacionan el pensamiento martiano y el socialista.
La historia de Cuba muestra, desde el
nacimiento y en el desarrollo de la nación, cómo los hechos económicos, sociales,
políticos e incluso militares que tuvieron lugar a lo largo de más de dos siglos, se
enlazaron con la cultura política y filosófica de la modernidad, asumida desde los
intereses de los pobres. Ella nos enseña, a su vez, el carácter de las relaciones de
Cuba con el mundo.
En nuestro caso, los hechos y procesos
transcurridos dieron lugar, en la esfera del pensamiento, a una síntesis de valor
universal porque constituye una identidad integrada por diversas corrientes sociales,
culturales y filosóficas del mundo occidental. Lo original en Martí está en que asumió
el inmenso saber universal, lo volcó hacia la acción política y educativa a favor de la
justicia y lo expresó en las más bellas formas de la literatura. De esta forma asumió y
proyectó las ideas más revolucionarias de su tiempo. Su trascendencia está, entre otras
cosas, en que es parte integral e inseparable de Iberoamérica y el Caribe. Hay un ideario
nacional que aspira a acercarse al mundo y que el mundo se acerque a él. No otra
significación tiene el mandato de José Martí: "Injértese en nuestras repúblicas
el mundo; pero el tronco ha de ser de nuestras repúblicas", así como su aspiración
a que Cuba se convirtiera en universidad del continente.
José Martí adquiere una renovada vigencia,
porque él representa la cúspide de un legado cultural político, social y filosófico
orientado hacia los intereses de los pobres de la tierra y de la humanidad y constituye
obligado punto de referencia para enfrentar los problemas actuales que deben ser
examinados por todos aquellos preocupados por el futuro de la humanidad.
Esa síntesis de cultura universal forjada en
Cuba, a partir de las ultimas décadas del siglo XVIII y durante el siglo XIX, constituye
una singularidad en la historia económica, política y social de Occidente. En ella, la
cuestión cultural desempeñó un papel clave en la historia de nuestro país en una
relación dialéctica con los acontecimientos y procesos históricos. Se fundieron desde
los orígenes mismos dos elementos: las corrientes filosóficas, políticas y sociales que
venían de la Ilustración y la modernidad europeas y los más genuinos principios que nos
llegaron del pensamiento y los sentimientos éticos cristianos. De la primera tomamos el
pensar científico y el amor a la libertad y a la dignidad humana; de la segunda, las mas
nobles tradiciones morales de la redención del hombre en la tierra.
De la población que vino de África
aprendimos el sentido de la libertad personal, que creció y se fortaleció en la lucha
contra la esclavitud. Asimismo, las influencias africanas en el folclore, en la música y
en la cultura en general, se articularon con las de origen europeo y de otras
nacionalidades y dieron lugar a una sensibilidad estética y a creaciones artísticas de
alcance universal.
Entre las fuentes principales de nuestras
ideas políticas y sociales y de redención humana, figuraron las luchas por la
independencia americana que simbolizamos en Simón Bolívar. Siempre hemos considerado a
Cuba como parte de la gran patria que Martí llamo "Nuestra América" y también
"América de los trabajadores".
Hombres eminentes en el campo de la
educación, la ciencia y la cultura le abrieron, desde la ética cristiana, camino
revolucionario al pensamiento científico y pedagógico cubano. Paralelamente se fue
gestando, bajo la influencia de las ideas mas puras del cristianismo, entendido al modo
que lo había asumido siglos atrás fray Bartolomé de las Casas y de los principios
revolucionarios de la Europa del siglo XVIII y comienzos del XIX, una cultura que solo
puede definirse como de liberación social caracterizada por el hecho de que no se trazó
antagonismo entre ciencia y ética, ni tampoco entre ciencia y fe en Dios.
El presbítero Félix Varela, a comienzos del
siglo XIX, desde su Cátedra de Filosofía nos enseñó a pensar. Su más aventajado y
excepcional discípulo, José de la Luz y Caballero, nos enseñó a estudiar y a conocer.
Ellos nos estimularon el amor a la justicia, a la verdad, a la belleza y el compromiso de
realizar un servicio en favor de los hombres y lo forjaron en el diseño germinal de la
nación cubana.
Nuestra cultura se desarrolló superando la
herencia reaccionaria de determinadas corrientes de la escolástica, que nos representamos
en la Inquisición y enfrentada a ellas. Asimismo, había asumido la evolución
intelectual de Occidente a partir de las aspiraciones de los pobres y los principios
científicos más avanzados de la modernidad europea.
Proponerse la redención del hombre en la
tierra sobre la base de la más pura tradición cultural cristiana y, a la vez, introducir
en la escuela forjadora de Cuba los métodos y principios científicos de la modernidad
europea, desde principios del siglo XIX, es un hecho excepcional porque, como se sabe,
entonces la fe cristiana se consideraba por muchos en antagonismo con los descubrimientos
de la ciencia. Es bien sabido cuantas luchas y tragedias generó esta contradicción.
El mantenimiento de la esclavitud en el marco
del régimen colonial condicionó la estratificación social de Cuba, y paradójicamente,
la posterior radicalización del movimiento independentista. A diferencia de los procesos
a favor de la independencia que tuvieron lugar en el continente, en nuestro caso, el
aspecto social adquirió un papel clave pues para que Cuba emergiera como nación
independiente era insoslayable dar solución al problema de la esclavitud. Había que unir
la lucha por la independencia del país con la abolición de la esclavitud para formar la
nación; de otra manera no se lograría. Estas exigencias políticas y económico-sociales
les brindaron una dimensión y alcance universales a las ideas redentoras cubanas que
Martí sintetiza y eleva a planos superiores.
En su pensamiento se halla una integridad que
abarca la ética, la ciencia, la poesía, incluso, lo que el llamó "el arte de hacer
política". Esta articulación está en la esencia de la cultura nacional y es su
mejor escudo.
La nación cubana fue obra de una revolución
social iniciada el 10 de octubre de 1868, con el alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes
contra la metrópolis colonial y cuya continuidad es la de nuestros tiempos. Han existido
naciones que han hecho revoluciones; en nuestro país, fue la revolución que comenzó en
aquellos años y que hoy mantenemos en alto, la que hizo y desarrolló a la nación
cubana.
La ética, la utopía realizable hacia el
futuro del pensamiento cubano de la primera mitad del siglo XIX, estaba ensamblada con las
necesidades de una Cuba independiente y sin esclavos, y acabó mostrando todo su realismo
en la revolución de Yara, la misma que hoy, I30 años después, sigue defendiendo el
pueblo cubano.
José Martí asumió como el reto esencial de
la nación el diseño de un pensamiento genuinamente humanista en favor de los pobres de
la tierra junto a una visión ecuménica de la justicia y de la dignidad humana, sin
ninguna de las trabas y restricciones que los intereses creados les habían impuesto a las
ideas de libertad, igualdad y fraternidad.
El estudio de los problemas que impidieron el
triunfo de la causa independentista sirvió a Martí para elaborar su estrategia
revolucionaria hacia la próxima etapa de la contienda bélica. Las ideas de José Martí,
referidas a la creación de un partido que le diera alma y cohesión a la revolución
están, en parte, relacionadas con el objetivo de superar la anarquía, la indisciplina,
el caudillismo y el localismo dentro del movimiento revolucionario, que fueron, sin duda,
las causas de fondo del trágico desenlace del conflicto que opuso durante diez años a
cubanos y españoles.
El gran mérito histórico de Martí fue el de
unir todos los factores dispuestos a la guerra, organizarla, hacerla viable y, partiendo
de ello, transmitirles una ideología y una proyección política. Al darle una política
a la guerra, Martí actuaba con un gran realismo y sentido práctico. No fueron pocos los
obstáculos que encontró para alcanzar este objetivo.
Tras laboriosa preparación, fundó en 1892,
el Partido Revolucionario Cubano, el cual agrupó a todos los hijos de nuestra tierra
interesados en el derrocamiento del sistema colonial español con el propósito de coronar
la obra iniciada a principios del siglo XIX por Simón Bolívar y plantearse la
integración de nuestra América.
Al caer en su primer combate de la guerra que
él había organizado y convocado, el I9 de mayo de 1895, nos dejó el ejemplo de su
virtud educativa ya que sin ser un militar creyó necesario venir a combatir por las ideas
que había predicado. Fiel a su pensamiento hacer es la mejor forma de decir
escribió con su sangre generosa la más hermosa y dramática lección.
La correspondencia entre lo que se dice y lo
que se hace; entre lo que se piensa y se lleva a vías de hecho, está expresada en aquel
drama histórico. ¿Acaso esto le da la razón a los que hablan de nuestra utopía? ¿Qué
inspiró el ideal y la lucha a favor de las más nobles aspiraciones humanas en la
milenaria historia de la cultura, de las ideas y del arte que el hombre ha ido creando
sobre la tierra? Al talento, a la aspiración de perfeccionamiento y de justicia no se
puede renunciar sin renunciar a ser hombre, y Martí lo era en el grado más alto.
La ferviente búsqueda del equilibrio
indisolublemente relacionada con Martí y con la acción liberadora, la expresa a escala
universal cuando postuló que: Las Antillas libres salvarán la independencia de
nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso
acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo. También señaló como deber de Cuba
trabajar para, junto a esas Antillas libres, servir de freno y evitar la guerra que
calificó de "innecesaria" entre las dos secciones adversas del hemisferio. El
proyecto suele ser acusado de utópico pero, en todo caso, lo honesto es planteárselo
como utopía realizable hacia el futuro porque constituye una necesidad de los pueblos
desde Alaska a la Patagonia y, en definitiva, del mundo. Pero no lo olvidemos sino, que,
por el contrario, tomémoslo como enseñanza: el equilibrio a que el Apóstol aspiraba
requirió la "guerra necesaria, humanitaria y breve", que garantizara la
independencia de Cuba con respecto a España y los Estados Unidos y la plena soberanía de
los pueblos de las Antillas. Por esto son tan importantes nuestros vínculos y relaciones,
cada vez mas fortalecidos, con el mundo del Caribe.
Para Martí, conocedor profundo de las
realidades de su tiempo resultaba imprescindible, para que Cuba pudiera surgir como
nación independiente, lograr que los intereses de las principales potencias europeas se
contrapusieran al expansionismo del naciente Imperio norteamericano para equilibrar esos
apetitos que resultaban una amenaza directa para nuestro país como la historia demostró
posteriormente. Sin embargo la idea martiana del equilibrio en el mundo no se limitaba en
modo alguno a Cuba ya que como refleja en la ya citada carta a Mercado concebía la
independencia de Cuba y de Puerto Rico como un valladar que impidiera la expansión de
Estados Unidos hacia el sur del continente e impedir con ello un enfrentamiento armado
entre las grandes potencias de esa época en el mundo.
Este mismo propósito de equilibrio en el
mundo lo concreta el Apóstol en su escala más profundamente humana e individual cuando
postula que los hombres deben aspirar a lograr, cada uno de ellos individualmente, el
equilibrio entre las facultades emotivas e intelectuales, y a desarrollar a partir de ello
la voluntad creadora. Esto tiene hondas raíces psicológicas que deben servir a nuestra
pedagogía y nuestro quehacer político.
Emoción y razón, entender e imaginar,
constituyen los polos de una contradicción que se da en el alma humana y que Martí, con
las enseñanzas de Varela y De la Luz, exalta en sus ideas sobre la ciencia del espíritu.
El gran reto está cuando el problema se plantea en una amplia escala social.
Es precisamente asumiendo esta tradición
martiana y además el pensamiento social y filosófico más avanzado de la edad moderna,
lo que nos permite hoy resaltar la importancia de los factores económicos y sociales y
reconocer a su vez el valor de la sicología individual y colectiva. De aquí el acento en
la transformación moral del hombre a través de la educación y de su capacidad de
asociarse en el trabajo y en el estudio. Asociarse es el secreto único de los hombres y
de los pueblos y la garantía de su libertad, subrayó el Apóstol.
Martí desarrolló una fina sensibilidad en la
búsqueda de formas prácticas para lograr el más amplio consenso y la unidad entre todas
las fuerzas empeñadas en hacer de Cuba un país independiente. Esa rica experiencia
constituye lo que yo he llamado cultura de hacer política y es el aporte principal
de Cuba al acervo intelectual universal, que supera la vieja consigna conservadora de
divide y vencerás, de antiquísima referencia, establece el principio de unir para vencer
y se postula una definición de la justicia como el sol del mundo moral. Ahí está la
esencia de la acción política cubana y se basa en el principio enunciado por el Maestro
del que ser culto es el único modo de ser libre.
En un mundo cada vez más globalizado e
interconectado podemos asumir, con la cultura martiana, los retos que tenemos hoy ante
nosotros. El principio enunciado por Benito Juárez sigue siendo un referente
insoslayable: Entre los hombres como entre las naciones, el respeto al derecho
ajeno es la paz.
Hoy, la máxima prioridad de la política debe
ser la cultura. No hay hombre, en el sentido pleno y universal del término, sin cultura y
esta no existe sin aquél. Ella es, a la vez, claustro materno y creación de la humanidad
y tiene como categorías primigenias el trabajo y la justicia para garantizar la
convivencia humana. Ahí nacen la ética y la necesidad de ejercer la facultad de
asociarse que el pensamiento martiano situaba como el secreto de lo humano. Precisamente,
el error fundamental de la política revolucionaria en el siglo XX estuvo en que marchó
divorciada o separada de la cultura.
Cuba encara los enormes desafíos que en los
albores de un nuevo siglo y un nuevo milenio tiene ante sí la humanidad y lo hace
enarbolando como bandera la acción y las ideas de los grandes próceres y pensadores de
nuestra América para orientar nuestra acción y vencer los complejísimos obstáculos del
presente y del futuro, exaltando el papel de la cultura y las formas de hacer política
que nos enseñó Martí y que Fidel Castro ha llevado a su plano más alto. Se trata de
aplicar con inteligencia y creatividad una política que permita reunir a las fuerzas más
amplias y diversas en el propósito de alcanzar la unidad de nuestras patrias y lograr la
ansiada independencia política y económica que los pueblos reclaman con urgencia. Es el
mensaje que la patria de Martí transmite al mundo.
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