Tomado de La Jiribilla. Revista Cultural Cubana.
Por Soledad Cruz.
Dedicado al corajudo Hugo Chávez
Mientras más se profundiza en el pensamiento de José Martí,
más motivos de devoción se encuentran; pero no la devoción servil a la
que su profundo sentido dialéctico siempre se opuso, sino la del
bienestar que produce encontrar un terrícola, nacido en esta ínsula, con
una comprensión extraordinaria y sensible de la naturaleza humana, las
causas de sus motivaciones y sus desganos, de sus egoísmos y
generosidades, de sus luchas entre la bestia y el ser que pretende
trascenderla en las complejidades de la existencia.
Desde muy temprano, descubre Martí las tendencias contrarias que se
oponen dentro del ser humano, las que vienen del instinto, las que se
adquieren luego, las que crea la ignorancia y las que condiciona la
ilustración que también puede ser utilizada como forma de sojuzgamiento
si no está implícito en el conocimiento el empeño de ennoblecer; y sabe,
incluso, que el miedo a la muerte fomenta, en el afán de intentar
vencerla, muchas de las deformaciones humanas, el culto al poder, a la
riqueza, a la presunta superioridad de unos sobre otros, como expresión
de la imposibilidad de comprender esa infinita carrera de relevo, esa
interminable continuidad que es la vida, tanto desde el plano biológico
como el social, tanto en lo gnoseológico general, como en lo
sociológico concreto.
Quizá por eso, en su particular didáctica, rinde culto a la muerte
como suceso indispensable que no debe limitar los deberes que se han de
cumplir en la vida para que esta sea digna y justa. Por eso afirma:
“Morir no es nada, morir es vivir, morir es sembrar. El que muere, si
muere donde debe, sirve”. Para él, el sacrificio de la vida por una
causa justa no es inútil porque “ningún mártir muere en vano, ni ninguna
idea se pierde en el ondular y en el revolverse de los vientos. La
alejan o la acercan; pero siempre queda la memoria de haberla visto
pasar”.
Es un antecesor paradigmático de lo que hoy llaman teoría o ciencia
de la complejidad, que va evolucionado en su andar, que trasciende sus
propios conceptos, los amplía, al ritmo de sus experiencias vitales y de
los sucesos científicos y tecnológicos que se van produciendo en su
época. Desde su temprana juventud, Patria, Libertad y Justicia son
principios que abraza y lo llevan a prisión a los 16 años, desde donde
escribe a su madre: “Mucho siento estar metido entre rejas; pero de
mucho me sirve mi prisión. Bastantes lecciones me ha dado para mi vida,
que auguro que ha de ser corta, y no las dejaré de aprovechar”. Luego,
cuando con solo 18 años denuncia en España los horrores vividos en la
prisión con el testimonio El presidio político en Cuba se
dirige a los españoles de 1871 en estos términos: “Dios existe, si me
hacéis alejar de aquí sin arrancar de vosotros la cobarde, la
malaventurada indiferencia, dejadme que os desprecie, ya que yo no puedo
odiar a nadie; dejadme que os compadezca en nombre de mi Dios. No os
odiaré, ni os maldeciré. Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a
mí mismo. Si Dios me maldijera, yo negaría por ello a mi Dios”.
A pesar de esa primera escuela de sufrimiento que le mostró lo peor
de los seres humanos, de las víctimas y los victimarios, a pesar de
confesar sentirse marcado para siempre por esa experiencia nefasta,
Martí decide: “La única verdad de esta vida y la única fuerza es el
amor. En el está la salvación y está el mundo. El patriotismo no es más
que amor. La amistad no es más que amor”. Y asume con su evangelio
redimir y redimirse educando que es para él una expresión suprema de
amor aunque sabe que “la tierra tiene sol y noche y es bueno que el
hombre vea siempre ante sí, para que no se engañe ni envanezca, el
extremo del mal junto al bien”.
Sabe que luego de la historia de Jesús de Nazareno, todos los
redentores están amenazados, porque “los hombres no siguen sino a quien
los sirve, ni dan ayuda a no ser constreñidos, sino en cambio de la que
recibe”; es consciente que “todo hombre es la semilla de un déspota: no
bien le cae en la mano una semilla de poder, ya le parece que tiene al
lado el águila de Júpiter, y que es suya la totalidad de los orbes” y no
desconoce que a los hombres vulgares no hay cosa que los enoje màs
“como las acciones extraordinarias que les ponen ante los ojos de
relieve su incapacidad para ellas”.
Aunque proclama que ser bueno es el único modo de ser dichoso, señala
también Martí en su ideario: “en lo común de la naturaleza humana se
necesita ser próspero para ser bueno” y la prosperidad debe ser fruto
del trabajo y del conocimiento, por eso insta a los niños desde las
páginas de su revista La Edad de Oro:
“La verdad es que da vergüenza ver algo y no entenderlo y el hombre no
ha de descansar hasta que no entienda todo lo que ve” y les explica: “Y
la vida no es difícil de entender. Cuando uno sabe para lo que sirve
todo lo que da la tierra y siente lo que han hecho los hombres en el
mundo, siente uno deseos de hacer más que ellos todavía; y eso es la
vida. Porque los que están con los brazos cruzados, sin pensar y sin
trabajar, viviendo de lo que otros trabajan, esos comen y beben como los
demás hombres, pero en la verdad de la verdad, esos no están vivos”.
Insiste sobre esa idea en el artículo “Maestros ambulantes”: “La
mayor parte de los hombres ha pasado dormida sobre la tierra. Comieron y
bebieron pero no supieron de sí. La cruzada se ha de emprender ahora
para revelar a los hombres su propia naturaleza y para darles con el
conocimiento de la ciencia llana y práctica la independencia personal
que fortalece la bondad y fomenta el decoro y el orgullo de ser criatura
amable y cosa viviente en el magno universo” y afirma rotundo en el
mismo texto: “Los hombres son todavía máquinas de comer, y relicario de
preocupaciones. Es necesario hacer de cada hombre una antorcha”.
Para tal propósito, el del mejoramiento humano, cifra sus esperanzas
en una educación que reúna la instrucción del pensamiento y la dirección
de los sentimientos, porque: “Los hombres parecen estatuas de oro que
juegan con fango. Tienen celos unos de otros y con el ruido que hacen
sus querellas, no se oyen las voces pacíficas del ejército de sabios.
Pero estos crecen, como el sonido en la onda del aire, y van llenando ya
toda la tierra. Será el día de la paz, hija última y todavía no nacida,
de la Libertad”.
Su culto a la libertad, violentará a su naturaleza pacifista y
amorosa, y lo llevará a organizar una guerra contra el colonialismo
español que denominará necesaria —comenzó el 24 de febrero de 1895—,
pero ni aún en el fragor de ese empeño pierde de vista la República que
quiere fundar “Con todos y para el bien de todos”, como expresión de
concordancia entre factores diversos y laboriosidad indispensable para
el bienestar futuro.
La explicación más clara de sus razones para luchar la ofrece en La Edad de Oro
con el relato “Tres héroes”: “Hay hombres que viven contentos aunque
vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que
los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber
cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz.
Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí
el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza
terrible contra los que le roban a sus pueblos su libertad, que es
robarle a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres,
va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados”.
Y define Martí desde ese relato: “Esos son héroes, los que pelean
para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y
desgracia por defender una gran verdad. Los que pelean por la ambición,
por hacer esclavos a otros, por tener más mando, por quitarle a otros
pueblos sus tierras, no son héroes, sino criminales”.
Martí conoce “la probable ingratitud de los hombres” y “la amargura
de la vida consagrada al servicio de los hombres”, pero también que “los
pueblos no están hechos de los hombres como debieran ser, sino de los
hombres como son. Y las revoluciones no triunfan, y los pueblos no se
mejoran si aguardan a que la naturaleza humana cambie” y “la ciencia
está en aprovechar la oportunidad” porque “las oportunidades pasan para
los pueblos, como para los hombres”.
Una y otra vez hay que volver a Martí quien venció desalientos,
ofensas, incomprensiones sin permitirse un descanso, quien conoció a
fondo la naturaleza humana, sus claros y sombras y dejó las señas para
hacer brotar lo mejor en hombres y pueblos.
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