| Fotografía verdadera de la falsa masacre de Timisoara (Rumania) | 
Por Domenico Losurdo.
Solía decir Joseph Goebbels que es más fácil que la gente se trague una 
mentira enorme que una pequeña. Es un principio que la CIA ha venido 
aplicando durante los últimos años con el invento de masacres falsas que
 justifican guerras. El filósofo Domenico Losurdo analiza la facilidad 
sorprendente con que nos dejamos engañar.
En la historia de la industria de la mentira como 
parte integrante del aparato militaro-industrial del imperialismo, el 
año 1989 marcó un verdadero viraje. Nicolae Ceaucescu se mantiene en el 
poder en Rumania. ¿Cómo derrocarlo? Los medios de prensa occidentales 
comienzan a divulgar masivamente informaciones e imágenes del «genocidio» perpetrado en Timisoara por la policía del propio Ceaucescu.
Los cadáveres mutilados
¿Qué había pasado en realidad? Basándose en el análisis de Guy Debord sobre la «sociedad del espectáculo», un ilustre filósofo italiano, Giorgio Agamben, sintetizó magistralmente este caso:
Por vez primera en la historia de la humanidad, cadáveres que habían
 sido enterrados hacía poco tiempo o que se hallaban aún en las mesas de
 las morgues fueron desenterrados apresuradamente y mutilados para 
simular ante las cámaras de televisión el genocidio destinado 
a legitimar un nuevo régimen. Lo que el mundo entero tenía ante sus ojos
 como la realidad real en las pantallas de televisión, era la absoluta 
anti-verdad y, aunque la falsificación era a veces evidente, fue de 
todas maneras autentificada como real por el sistema mediático mundial, 
para que quedara claro que lo real no era a partir de entonces otra cosa
 que un momento del movimiento necesario de lo falso. Verdad y falsedad 
se hacían así imposibles de distinguir una de la otra y el espectáculo 
se legitimaba solamente mediante el espectáculo.
Timisoara es, en ese sentido, el Auschwitz de la sociedad del 
espectáculo. Incluso se ha dicho que si después de Auschwitz 
es imposible escribir y pensar como antes, después de Timisoara 
ya no será posible mirar una pantalla de televisión de la misma 
manera.» [1]
El año 1989 es el año en que el paso de la sociedad del espectáculo 
al espectáculo como técnica de guerra comenzó a manifestarse a escala 
planetaria.
Varias semanas antes del golpe de Estado, o sea antes de la «revolución de Cinecittà» en Rumania [2], se producía en Praga –el 17 de noviembre de 1989– el triunfo de la «revolución de terciopelo» con una consigna inspirada en Gandhi: «Amor y verdad». En realidad, la difusión de la información falsa según la cual la policía había «matado brutalmente» a un estudiante desempeñaba un importante papel. Eso es lo que nos revela, 20 años más tarde y con satisfacción, «un periodista y líder de la disidencia, Jan Urban», protagonista de aquella manipulación: su «mentira» tuvo en aquel momento el mérito de suscitar la indignación de las masas y el derrumbe del régimen, ya debilitado [3].
Algo similar ocurrió en China. El 8 de abril de 1989, Hu Yaobang, 
secretario del Partido Comunista Chino (PCCh) hasta el mes de enero de 
1987, sufre un infarto en medio de una reunión del Buró Político y muere
 una semana después. La multitud de la Plaza de Tiananmen vincula su 
deceso al enconado conflicto político que se había manifestado en el 
marco de aquella reunión [4]. El fallecido se convierte de cierta forma en víctima del sistema cuyo derrocamiento se desea.
En los 3 casos, el invento del crimen y su denuncia buscan suscitar 
la ola de indignación necesaria para favorecer el movimiento de 
protesta. Esa estrategia encuentra éxito en Checoslovaquia y Rumania 
–países donde el régimen socialista había surgido al calor del avance 
del Ejército Rojo– pero fracasa en la República Popular China, fruto de 
una gran revolución nacional y social. Y el fracaso mismo se convierte 
en punto de partida de una nueva guerra mediática más masiva aún, 
desencadenada por una superpotencia que no tolera la existencia de 
rivales reales o potenciales. Esa guerra mediática aún se mantiene en 
vigor. Pero lo cierto es que el momento que define el viraje histórico 
es, en primer lugar, Timisoara, «el Auschwitz de la sociedad del espectáculo».
«Dar publicidad a los bebés» y al cormorán
Dos años después, en 1991, se producía la primera guerra del Golfo. 
Un periodista estadounidense tuvo el coraje de revelar cómo se 
desarrolló «la victoria del Pentágono sobre los medios», o sea la «colosal derrota de los medios implementada por el gobierno de Estados Unidos» [5].
En 1991, la situación no era nada fácil para el Pentágono –ni para la
 Casa Blanca. Había que convencer de que la guerra era necesaria a una 
población que aún conservaba en mente el recuerdo de Vietnam. ¿Qué 
hacer? Diversos subterfugios van a reducir drásticamente las 
posibilidades de que los periodistas hablen directamente con los 
soldados o de que envíen crónicas directamente desde el frente. En la 
medida de lo posible, todo debe ser sometido a un filtro: la fetidez de 
la muerte y, sobre todo, la sangre, los sufrimientos y lágrimas de la 
población civil no deben irrumpir en las casas de los ciudadanos de 
Estados Unidos –ni de los habitantes del resto del mundo– contrariamente
 a lo sucedido en tiempos de la guerra de Vietnam.
Pero el problema central y más difícil de resolver es otro: ¿Cómo 
demonizar el Irak de Sadam Husein, que años antes había ganado méritos 
–a los ojos de los propios Estados Unidos– al agredir el Irán nacido de 
la Revolución islámica y antiestadounidense de 1979 y con tendencia al 
proselitismo en el Medio Oriente? El proceso de demonización no habría 
sido difícil si la víctima [de Sadam Husein –Kuwait–] hubiese sido [un 
país] angelical. Pero la operación no iba a ser nada fácil. Y no sólo 
debido a la implacable represión  reinante en Kuwait contra toda forma 
de oposición. Había cosas mucho peores: los peores trabajos eran para 
los inmigrantes, víctimas de una «esclavitud de hecho» que tenía por demás visos de sadismo. Los casos de «serbios defenestrados, quemados, cegados o asesinados a golpes» no suscitan la menor emoción [6].
¡Pero se logró! Generosa o fabulosamente pagada, una agencia 
publicitaria lo resuelve todo… denunciando que los soldados iraquíes les
 cortan las «orejas» a los kuwaitíes que se resisten. Pero el 
punto culminante de esta campaña estaba por venir: los invasores habían 
irrumpido en un hospital «sacando 312 recién nacidos de sus incubadoras y dejándolos morir de frío sobre el suelo del hospital de Kuwait» [7].
 Repetida hasta el cansancio por el presidente Bush padre, reafirmada 
por el Congreso, avalada por la prensa más autorizada e incluso por 
Amnistía Internacional, esa información tan horrible, y también 
detallada, no podía dejar de provocar una enorme ola de indignación: 
Sadam Husein era el nuevo Hitler, hacerle la guerra no sólo era 
necesario sino además urgente y quienes se oponían o no parecían 
convencidos tenían que ser considerados como cómplices más o menos 
conscientes del nuevo Hitler. Por supuesto, esa información era una 
mentira cuidadosamente fabricada y divulgada. Precisamente por eso la 
agencia publicitaria se había ganado su dinero.
La reconstrucción de ese caso aparece en un capítulo del libro ya mencionado aquí, con un título apropiado: «Dar publicidad a los recién nacidos» [8].
 La verdad es que los recién nacidos no fueron los únicos que recibieron
 publicidad. Al inicio de las operaciones de guerra se difundió en el 
mundo entero la foto de un cormorán que se ahogaba en el petróleo 
proveniente de los pozos que Irak había volado. ¿Verdad o manipulación? 
¿Fue Sadam quien provocó la catástrofe ecológica? ¿Hay cormoranes en esa
 región del mundo y en esa temporada del año? La ola de indignación, 
autentica y cuidadosamente manipulada, arrasaba con las últimas muestras
 racionales de resistencia.
Fabricación de falsedades, terrorismo de la indignación y desencadenamiento de la guerra
Viajemos en el tiempo hasta la disolución, o más bien el 
desmembramiento de Yugoslavia. Contra Serbia, que había sido 
históricamente el protagonista del proceso de unificación de ese país 
multiétnico, se desencadenaban una tras otra –en los meses anteriores a 
los verdaderos bombardeos– sucesivas olas de bombardeo mediático. En 
agosto de 1998, dos periodistas, un estadounidense y un alemán, «reportaban
 la existencia de fosas comunes con 500 cadáveres de albaneses entre los
 cuales había 430 niños, en los alrededores de Orahovac, donde se habían
 producidos intensos combates. Otros diarios occidentales retomaron la 
noticia y le dieron gran difusión. Pero todo era falso, como demuestra 
una misión de observación de la Unión Europea». [9]
Pero eso no pone en crisis la fábrica de falsedades. A inicios del 
año 1999, los medios occidentales comenzaban a hostigar a la opinión 
pública internacional con fotos de cadáveres amontonados en el fondo de 
una fosa y a veces decapitados y mutilados. Las explicaciones y 
artículos que acompañaban aquellas imágenes proclamaban que eran civiles
 albaneses desarmados masacrados por los serbios. Pero:
«La masacre de Racak es aterradora, con mutilaciones y cabezas cortadas. Una escena ideal para suscitar la indignación de la opinión pública internacional. Pero algo parece extraño en las características de esa matanza. Habitualmente, los serbios matan sin realizar mutilaciones […] Como nos muestra la guerra de Bosnia, las denuncias de barbaries cometidas con los cuerpos, huellas de tortura, decapitaciones, son un arma de propaganda frecuentemente utilizada […] Quizás no sean los serbios sino los guerrilleros albaneses quienes mutilaron los cuerpos.» [10].
O quizás los cadáveres de las víctimas de uno de los innumerables 
enfrentamientos fueron objeto de un tratamiento ulterior, para dar la 
impresión de ejecuciones a sangre fría y de un desencadenamiento de 
furia bestial, atribuido de inmediato al país que la OTAN quería 
bombardear [11].
El montaje de Racak no era más que el punto culminante de una campaña
 de desinformación obstinada e implacable. Unos años antes, el bombazo 
del mercado de Sarajevo había permitido a la OTAN presentarse como la 
instancia moral suprema, que no podía tolerar que las «atrocidades» serbias quedasen impunes. Hoy en día podemos leer, incluso en el diario italiano Corriere della Sera que «fue una bomba de origen bastante dudoso lo que provocó la masacre de Sarajevo, desencadenando la intervención de la OTAN» [12].
 Con ese precedente, Racak nos parece ahora una especie de reedición 
de Timisoara, reedición que se prolongó por varios años. Sin embargo, 
incluso antes de ese caso, ya se habían registrado otros éxitos. El 
ilustre filósofo que había denunciado en 1990 «el Auschwitz de la sociedad del espectáculo» que había tenido lugar en Timisoara, se unía 5 años más tarde al coro dominante criticando de manera maniquea «el
 súbito deslizamiento de las clases dirigentes ex comunistas hacia el 
racismo más extremo (como en Serbia, con el programa de “purificación 
étnica”)» [13]. Después de haber analizado con agudeza la trágica ausencia de diferenciación entre «verdad y falsedad»
 en el marco de la sociedad del espectáculo, Agamben acababa por 
confirmarla involuntariamente al acoger expeditivamente la versión (o 
sea la propaganda de guerra) difundida por el «sistema mediático mundial»,
 que él mismo había designado anteriormente como fuente principal de la 
manipulación. Después de haber denunciado la reducción de lo «verdadero» a «un momento del necesario movimiento de lo falso»,
 reducción implementada por la sociedad del espectáculo, Agamben se 
limitaba a conceder una aparencia de profundidad filosófica a ese «verdadero» reducido precisamente a «un momento del necesario movimiento de lo falso».
Por otro lado, un elemento de la guerra contra Yugoslavia nos remite,
 más que a Timisoara, a la primera guerra del Golfo: el papel de los public relations.
«Milosevic es un hombre esquivo, no le gusta la publicidad, no le gusta 
mostrarse ni hacer discursos públicos. Parece que en el momento de los 
primeros anuncios de la descomposición de Yugoslavia, Ruder&Finn,
 la compañía de relaciones públicas que trabajaba para Kuwait en 1991, 
fue a verlo para proponerle sus servicios. Y la pusieron de patitas en 
la calle. En cambio, Ruder&Finn fue contratada por Croacia, 
por los musulmanes de Bosnia y los albaneses de Kosovo a cambio de 17 
millones de euros al año, para proteger y promocionar la imagen de los 
tres grupos. ¡E hizo un excelente trabajo! James Harf, director de Ruder&Finn Global Public Affairs, afirmaba […] en una entrevista: “Logramos
 hacer coincidir, en la opinión pública, a serbios y nazis […] Somos 
profesionales. Tenemos un trabajo que hacer y lo hacemos. No nos pagan 
por dedicarnos a la moral”» [14]. 
Veamos ahora la segunda guerra del Golfo. En los primeros días de 
febrero de 2003, el secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, 
mostraba al Consejo de Seguridad de la ONU las imágenes de los 
laboratorios móviles de producción de armas químicas y biológicas que 
supuestamente poseía Irak. Algún tiempo después, el primer ministro 
británico Tony Blair reforzaba la dosis: Sadam Husein no sólo tenía esas
 armas sino que ya había elaborado planes para utilizarlas y podía 
activarlas «en 45 minutos». Y de nuevo venía el espectáculo que, 
más que el preludio de la guerra, constituía en sí el primer acto de 
guerra, con la advertencia contra un enemigo que el género humano tenía 
que liquidar a toda costa.
Pero el arsenal de mentiras usadas o por usar iba mucho más allá. En su empeño por «desacreditar al líder iraquí a los ojos de su propio pueblo», la CIA se proponía «divulgar
 en Bagdad un documento filmado donde se revelaba que Sadam era gay. 
El video debía mostrar al dictador iraquí en plena relación sexual con 
un muchacho. Tenía que dar la impresión de haber sido filmado con una 
cámara oculta, como si fuera una grabación clandestina». También se estudiaba «la
 posibilidad de interrumpir las transmisiones de la televisión iraquí 
con una edición extraordinaria –falsa– del noticiero de televisión en la
 que se anunciaría que Sadam había dimitido y que todo el poder había 
pasado a manos de su hijo, el temido y odiado Uday» [15].
El Mal tenía que ser denunciado y estigmatizado mientras que el Bien 
debía aparecer en todo su esplendor. En diciembre de 1992, los Marines
 estadounidenses desembarcaban en el litoral de Mogadiscio. Para decirlo
 con más exactitud, desembarcaban allí 2 veces, pero la repetición de la
 operación no se debía a dificultades militares ni de logística. Había 
que demostrarle al mundo que, además e incluso antes de ser una 
formación militar de élite, los Marines estadounidenses eran una 
organización benéfica y caritativa que traía esperanza y sonrisas al 
pueblo somalí víctima de la miseria y el hambre. La repetición del 
desembarco-espectáculo tenía como objetivo corregir detalles erróneos y 
defectos. Un periodista que fue testigo del hecho explicaba:
«Todo lo que está pasando en Somalia y lo que va a producirse en las próximas semanas es un show
 militaro-diplomático […] Realmente, una nueva época en la historia de 
la política y de la guerra comenzó en aquella extraña noche de 
Mogadiscio […] La “Operación Esperanza” fue la primera operación 
militar que no sólo se filmó en vivo para las cámaras de televisión sino
 que además se pensó, se construyó y se organizó como un show de televisión» [16]. 
Mogadiscio era la contraparte de Timisoara. Unos años después de haber 
puesto en escena la representación del Mal (el comunismo que al fin se 
desplomaba) se montaba la representación del Bien (el Imperio 
estadounidense que surgía del triunfo obtenido en la guerra fría). Los 
elementos que conforman la guerra-espectáculo y que determinan su éxito 
están ahora claros.
NOTAS:
Algunos de los temas tratados en este trabajo se abordan en el último capítulo del libro Le langage de l’empire. Lexique de l’idéologie états-unienne, publicado en francés por Editions Delga, que saldrá a la venta el 13 de septiembre de 2013.
Este trabajo fue traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
[1] Mezzi senza fine. Note sulla politica, por Giorgio Agamben, Bollati Boringhieri, Turín, 1996, p. 67, y citado en Le langage de l’Empire. Lexique de l’idéologie états-unienne, por Domenico Losurdo, Delga, París, 2013, p. 313.
[2] La fine delle democrazie popolari. L’Europa orientale dopo la rivoluzione del 1989, por François Fejto, Mondadori, Milan, 1994, p. 263.
[3] «A rumor that set off the Velvet Revolution», por Dan Bilefsky, in International Herald Tribune del 18 del noviembre de 2009, pp. 1 e 4., citado en Losurdo 2013, p. 313.
[4] La Chine, por Jean-Luc Domenach y Philippe Richer, Seuil, París. 1995, p. 550.
[5] Second Front. Censorship and Propaganda in the Gulf War, por John R. Macarthur, Hill and Wang, Nueva York, 1992, p. 208 et 22.
[6] Macarthur 1992, p. 44-45.
[7] Macarthur 1992, p. 54.
[8] Selling Babies.
[9] «La via verso la guerra», por Roberto Morozzo Della Rocca, in suplemento del n. 1 (Quaderni Speciali) de Limes. Rivista Italiana di Geopolitica, 1999, pp. 11-26.
[10] Morozzo della Rocca, 1999, p. 24, y citado en Losurdo 2013, p. 314.
[11] Racak. De l’utilité des massacres, tomo II, por Fréderic Saillot, L’Harmattan, París, 2010, p. 11-18.
[12] «Le vittime e il potere atroce delle immagini», por Franco Venturini, in Corriere della Sera del 22 de agosto de 2013, pp. 1 et 11.
[13] Agamben 1995, p. 134-35.
[14] «Milosevic visto da vicino», por Jean Toschi Marazzani Visconti, Suplemento del n. 1 (Quaderni Speciali) de Limes. Rivista Italiana di Geopolitica, 1999, pp. 27- 34.
[15] «La Cia girò un video gay per far cadere Saddam», por Enrico Franceschini, en La Repubblica, 28 de mayo de 2010, p. 23.
[16] «Quello sbarco da farsa sotto i riflettori TV», por Vittorio Zucconi, en La Repubblica del 10 de diciembre de 1992.
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