Por Oscar Sánchez Serra
Cuando despertemos el
próximo martes 10 de diciembre, el mundo se habrá alejado todavía más de una
Declaración Universal, que tiene por nombre Derechos Humanos. Al alba de ese
día estará amaneciendo un planeta más inhumano, con diferencias cada vez más
abismales, en las cuales los derechos de unos pocos son todavía sueños o
verdaderas quimeras de muchos.
Treinta artículos
recoge el texto surgido aquel día en París, tras la II Guerra Mundial y desde
el primero, Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y
derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse
fraternalmente los unos con los otros; la incredulidad envuelve hoy a toda
la humanidad. Y es que vive exactamente lo contrario.
Mientras la riqueza
global ha subido 68 % en los últimos diez años, el 1 % más adinerado posee el
46 % de todos los activos globales y la concentración de la riqueza continúa
siendo la fuente de la pobreza de miles de millones de habitantes en el orbe.
Al mismo tiempo que
incrementa el poderoso sus arcas, son cada vez más despojados de sus derechos
los desposeídos, aquellos que han vivido desde el duodécimo mes de 1948,
aspirando a que se haga realidad la letra de los 30 postulados. Ellos son los
842 millones de personas que pasan hambre en el mundo, las 1 200 millones que
viven en extrema pobreza, o las 774 millones que son analfabetas.
¿Qué significado
puede tener para los más de dos millones de niñas que son forzadas a ejercer la
prostitución; las más de 33 mil que mueren cada día en el tercer mundo por
enfermedades curables y los otros 325 millones que no asisten a la escuela, el
aniversario 65 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
¿Acaso podrán creer
que el futuro pasa por el cumplimiento de las intenciones de su articulado, si
como dijera el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, la
cifra de infantes, madres, adolescentes, jóvenes y adultos salvables, que
mueren cada año por falta de alimentos, atención médica y medicamentos, es
comparable con las víctimas de cualquiera de las dos guerras mundiales?
Dice el artículo 2
que Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta
Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión,
opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición
económica, nacimiento o cualquier otra condición. Sin embargo, justamente
en el vigésimo aniversario del texto, cuando las Naciones Unidas designaron a
1968 como el Año Internacional de los Derechos Humanos, ¿paradójicamente?
asesinaron a uno de los paradigmas de la lucha por esa conquista. Con razón él,
Martin Luther King, había expresado que "hemos guiado a los misiles y
desviado a los hombres".
Desde que se firmó la
Declaración, han sido esos misiles los que han acabado en la Tierra, la casa de
la humanidad, con el derecho humano más elemental, el de la vida. Tras la
rúbrica del documento, Hiroshima y Nagasaki vivieron, y todavía viven el
horror, de la muerte; Vietnam huele aún a Napalm, Yugoslavia a fósforo vivo;
Iraq, Afganistán, Libia, fueron ensordecidas por los bombardeos.
¿Por qué me piden
ponerme un uniforme e ir a 10 mil millas de casa y arrojar bombas y tirar balas
a gente de piel oscura, mientras los negros de Louisville son tratados como
perros y se les niegan los derechos humanos más simples? No voy a ir a 10 mil
millas de aquí y dar la cara para ayudar a asesinar y quemar a otra pobre
nación simplemente para continuar la dominación de los esclavistas blancos,
dijo el campeón olímpico de Roma-1960 y luego monarca mundial del boxeo
profesional, Muhammad Ali, cuando le pidieron alistarse para matar en Vietnam.
Cuando se habla de
Derechos Humanos tiene que existir recelo, desconfianza, escepticismo. Porque
tan esperanzador texto, tan ansiada conquista por el hombre, ha sido objeto de
manipulaciones bajo intereses políticos. Cuba es un claro ejemplo de cómo esos
fines han querido borrar de la faz de la Tierra a una de las obras más humanas
que haya conocido pueblo alguno.
No es nuestro pequeño
país un paraíso, y aun cuando la propia obra revolucionaria, por excelencia
humanista, promueve entre sus principios la no discriminación, continúa
luchando contra manifestaciones de racismo que vienen del pasado, frente a
cualquier síntoma que flagele en lo más mínimo la emancipación de la mujer, por
la inclusión social de todos los cubanos, sin mirar orientación sexual, credo o
ideas.
Pero nos han
presentado ante el mundo como el mismísimo infierno, solo que si Dante hubiera
traspasado esta puerta no encontraría ninguno de sus nueve círculos. No vivimos
en un limbo; ni con lujuria, gula, avaricia, ira, no es este un pueblo de
herejes, ni violento; se aborrece el fraude y la traición está desterrada. En
infierno han querido convertirlo, con un bloqueo que busca ahogar por hambre,
en el más típico genocidio, en el cual se le niega un medicamento a un niño,
porque es fabricado o comercializado por una entidad de un país, por demás el
más poderoso del planeta y uno de los dos que no son parte de la Convención
sobre los Derechos del Niño (1989/1990), la más ratificada de cuantos tratados
hay en la materia.
Hoy la humanidad vive
el mayor peligro de su historia. La amenaza de desaparecer es responsabilidad
de ese 1 % acaudalado, que a base de expoliar a muchos, agreden el hogar de
todos. La crisis medioambiental es la más peligrosa de todas; puede desaparecer
el dinero, pero si acabamos con la Tierra, sepultaríamos a los derechos
humanos.
La fanfarronería de
las armas nucleares constriñe cada vez más la vida de los hombres y mujeres del
mundo. El poderío, incluso un ínfimo por ciento, podría convertirse en
holocausto en una pequeñísima fracción de segundos. La industria militar y su
gran negocio azuzan la guerra, siembran muerte y hacen cada vez más inseguro al
mundo.
Por cierto, ni de
medio ambiente, ni de paz, se habla en la Declaración Universal, y mucho menos
cuando se aborda el tema en convenciones o consejos mundiales. Entonces, ¿de
qué derechos humanos hablamos?
Albert Einstein
escribe este último párrafo: "Estoy absolutamente convencido de que
ninguna riqueza del mundo puede ayudar a que progrese la humanidad. El mundo
necesita paz permanente y buena voluntad perdurable".
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