El acontecimiento más trascendente que marca con tristeza el año que finaliza fue la muerte del Comandante Hugo Chávez Frías. El líder bolivariano fue una verdadera fuerza de la naturaleza: un huracán que con su fervor antiimperialista, su visión estratégica de la lucha que debía librarse contra el imperio y su incansable protagonismo reconfiguró decisivamente el mapa sociopolítico del área. |
Por Atilio Borón.
Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
El año que termina fue pródigo en acontecimientos que dejaron
profundas huellas en el sistema internacional. A la hora de reseñarlos
la mirada del analista siempre es situada; no existe una observación que
pueda independizarse de los condicionamientos que la geografía y el
tiempo histórico ejercen sobre el observador. Nuestra mirada, desde el
“aquí y ahora” de Nuestra América, seguramente será diferente de la que
pueda tener alguien situado en Europa, Asia o África.
Hecha esta necesaria salvedad metodológica previa digamos que el
acontecimiento más trascendente que marca con tristeza el año que
finaliza fue la muerte del Comandante Hugo Chávez Frías.
El líder bolivariano fue una verdadera fuerza de la naturaleza: un
huracán que con su fervor antiimperialista, su visión estratégica de la
lucha que debía librarse contra el imperio y su incansable protagonismo
reconfiguró decisivamente el mapa sociopolítico del área. Chávez fue el
gran mariscal de la batalla del ALCA, derrotando al principal proyecto
de Estados Unidos para completar el sometimiento de América Latina y el
Caribe a sus intereses.
Y fue también el hombre que llenó de propuestas lo que hasta su
irrupción en la vida política de la región era una agradable pero
inofensiva retórica latinoamericanista, huérfana de contenidos
concretos. Para Chávez esta tenía que ser una convocatoria a la unidad
de América Latina y el Caribe, unidad y no tan sólo integración; debía
ser, tras las huellas de la Revolución Cubana, el ámbito de creación de
un internacionalismo solidario que se traduciría en proyectos concretos
como el Banco del Sur, Petrocaribe, TeleSUR, UNASUR y la CELAC, entre
tantos otros. Su muerte, en circunstancias que aún no han sido
aclaradas, llenó de júbilo al imperialismo y sus aliados, pensando que
con ella se acabaría el chavismo. Sin embargo, y esta es una de las
notas más positivas del año, la desaparición física de Chávez no impidió
que el chavismo volviera a triunfar en las elecciones presidenciales
del 14 de Abril -consagrando a Nicolás Maduro como presidente- y
nuevamente, por una rotunda diferencia de más de un millón de votos,
sobre la coalición opositora en las municipales del 8 de Diciembre.
Parece que tendremos Chávez para rato.
Otra noticia muy importante fue la sorpresiva elevación del Cardenal
Jorge Bergoglio al papado. Personaje complejo, la consagración de este
jesuita motivó un áspero debate que está lejos de apagarse en la
Argentina. Jerarca de una iglesia que fue cómplice de todos los crímenes
de la dictadura, hay quienes lo fustigan por sus actitudes tibias y
ambivalentes, sobre todo si se las compara con las que tuvieron otros
obispos como los monseñores Enrique Angelelli –que pagó con su vida su
osadía-, Jaime de Nevares, Jorge Novak o Miguel Hesayne. Esta sinuosidad
de su conducta, síntoma de lo que Antonio Gramsci definiera como
“jesuitismo”, explica las razones por las que junto a sus críticos
emergiera desde las filas de la izquierda, los derechos humanos y la
teología de la liberación un fogoso contingente de defensores de
Francisco prestos a señalar las formas sigilosas con las que el por
entonces provincial de los jesuitas protegía a su rebaño. Más allá de
este irresuelto debate, los temores que muchos tenían en el sentido de
que Francisco pudiera convertirse en una ominosa re-encarnación de Juan
Pablo II (quien junto a Ronald Reagan y Margaret Thatcher conformara el
más formidable tridente reaccionario del siglo veinte) hasta ahora han
demostrado ser injustificados.
Es más, cierto cambio en el léxico del Pontífice (como por ejemplo
hablar de la “Patria Grande” en ocasión de la visita de Cristina
Fernández de Kirchner al Vaticano) o su insistente “opción por los
pobres” demuestran que ha percibido con fino olfato los datos de este
“cambio de época” y que Venezuela no es Polonia, ni Ecuador
Checoslovaquia. Si aquellos gobiernos de Europa Oriental sucumbieron
ante la arremetida que convergía desde el Vaticano, Washington y Londres
fue porque su déficit de legitimidad los tornaba altamente vulnerables.
Bien distinta es la situación de los gobiernos de izquierda en
Sudamérica, donde Bolivia, Ecuador y Venezuela cuentan con una
legitimidad popular incomparablemente superior a la que jamás gozaron
sus supuestas contrapartes europeas.
En pocas palabras: el Vaticano no ignora que los cambios acaecidos en
Latinoamérica y el Caribe desde los albores del siglo veintiuno ya no
tienen vuelta atrás. En El 18 Brumario de Luis Bonaparte Marx evoca la
intervención del Cardenal Pierre d’Ailly en el Concilio de Constanza
(1414-1418) cuando ante las quejas de los puritanos por la vida
licenciosa de los papas respondiera con voz tonante “¡Cuando sólo el
demonio en persona puede salvar a la Iglesia católica, vosotros pedís
ángeles!” La situación actual de la Iglesia es mucho peor que la que
tanto preocupara a d’Ailly: interminable hemorragia de la feligresía,
escándalos por pederastia, millonarios juicios de las víctimas y
bancarrota de las iglesias abrumadas por el pago de enormes
indemnizaciones, manejos mafiosos del banco del Vaticano, el papel de la
mujer en la Iglesia y el cuestionamiento cada vez más militante del
celibato sacerdotal configuran una agenda que difícilmente le dejen
tiempo a Francisco para organizar la dispersa y confusa derecha
latinoamericana, suponiendo que quisiera hacerlo. Pero para eso está “la
embajada.”
Otro acontecimiento de gran trascendencia fue la re-emergencia de
Rusia como un principal actor de la política mundial. La Unión Soviética
lo había sido en el casi medio siglo transcurrido desde finales de la
Segunda Guerra Mundial. El “orden bipolar” de la época le asignaba un
protagonismo fundamental, pero cuando se produjo el hundimiento de la
URSS en 1991-92 el estado sucesor, Rusia, quedó completamente marginado
de los principales escenarios de la política internacional. Esto dio pie
a que algunos publicistas del imperio se solazaran con la ilusión de
que allí comenzaba el “nuevo siglo (norte)americano” y no ahorraron
descalificaciones humillantes, incluso algunas de tono racista, en
contra de los rusos, como Vladimir Putin se encarga de recordar una y
otra vez. El sueño del “nuevo siglo americano” duró muy poco y con los
atentados del 11-S se convirtió en una insoportable pesadilla. Rusia,
que nunca había dejado de ser una potencia atómica –nimiedad olvidada
por los apologistas del “nuevo orden mundial” alentado por George Bush
padre- y que venía acumulando fuerzas desde comienzos del siglo,
irrumpió abruptamente en el escenario mundial otorgándole asilo político
nada menos que a Edward Snowden, el enemigo público número uno de
Washington y, después, torciéndole el brazo a Barack Obama y su
escudero, John Kerry, haciéndoles abortar sus planes de bombardear
Siria. Por si lo anterior fuera poco, su claro apoyo a Teherán aventó
también un desenlace bélico por la cuestión del programa nuclear iraní,
en una crisis alentada hasta el paroxismo por el régimen israelí y sus
impresentables compinches en el área, especialmente Arabia Saudita. Con
tres gestos Moscú demostró que las bravuconadas de Washington carecían
de sustancia real y podían ser neutralizadas en beneficio de la paz y el
imperio del derecho internacional.
La impetuosa re-emergencia de Rusia sumada a la ya consolidada
gravitación de China en la economía y la política mundiales terminó por
cristalizar significativas modificaciones en el gran tablero geopolítico
internacional. Cambios éstos que favorecen los proyectos emancipatorios
de Nuestra América porque el derrumbe del unipolarismo norteamericano y
la acelerada –y por lo que parece, irreversible- edificación de una
estructura multipolar de poder mundial abre nuevos e inéditos márgenes
de maniobra para los países de América Latina y el Caribe,
tradicionalmente sometidos al yugo estadounidense. Al evidente
debilitamiento del poderío global de los Estados Unidos -reconocido nada
menos que por el más significativo intelectual del imperio, Zbigniew
Brzezinski- y del cual el cierre de sus oficinas gubernamentales por dos
semanas es apenas uno de sus muchos síntomas se le suma el agotamiento
del proyecto europeo, sacrificado en el altar de la banca alemana, todo
lo cual hace del mundo un espacio mucho más abierto e indeterminado
cuyos resquicios y contradicciones ofrecen una magnífica oportunidad
para que los pueblos de Nuestra América avancen resueltamente hacia la
conquista de su segunda y definitiva independencia.
Por supuesto, en el 2013 pasaron muchas otras cosas, imposibles de
examinar en detalle aquí. Permítasenos simplemente mencionar la
importancia de los diálogos de paz entre el gobierno de Juan M. Santos y
las FARC, alentados por el clamor popular que en Colombia exige el fin
del conflicto armado y las expectativas en torno a las elecciones
presidenciales de Mayo del 2014; la crisis domínico-haitiana, desatada
por las racistas normas denegatorias de la nacionalidad a los hijos de
haitianos nacidos en la República Dominicana; las elecciones del pasado
27 de Octubre en Argentina, sembrando de dudas la continuidad del
proceso abierto en el 2003; el triunfo de Michelle Bachelet, regresando a
la presidencia de un Chile desquiciado por el holocausto social del
neoliberalismo; la persistencia y profundización de la crisis en México,
a veinte años del “grito” de los Zapatistas en Chiapas; la vigorosa e
inesperada irrupción de grandes manifestaciones de masas en Brasil, a
poco más de un año de las presidenciales de Octubre de 2014, conmoviendo
la estolidez de un orden social profundamente injusto y rabiosamente
oligárquico; la aplastante victoria de la Alianza País en las elecciones
legislativas del Ecuador, que le permitieron a Rafael Correa obtener
una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional; la lenta pero irreversible
implementación de los nuevos “lineamientos” en la economía cubana,
orientados a actualizar y fortalecer los fundamentos materiales de la
Revolución; la consolidación del liderazgo de Evo Morales en Bolivia, de
cara a las elecciones del próximo Octubre; la integración plena de
Venezuela al Mercosur, ya con el voto favorable del Senado paraguayo, y
la valerosa resistencia de los pueblos ante los estragos de la gran
minería a cielo abierto, el “fracking” y el auge del agronegocio
monoproductor (soja, caña de azúcar, palma africana, etcétera) son datos
que también marcaron la agenda del año que finaliza y que merecerían un
análisis detallado que no podemos hacer aquí. A lo anterior hay que
agregar la continuación de la agresión imperialista y la guerra civil en
Siria, donde Al Qaida, con la bendición y el apoyo de la Casa Blanca
(perdón, ¿no había sido esta organización la que tramó y ejecutó el
atentado del 11-S?) lucha codo a codo con los mercenarios sauditas,
yemenitas e israelíes que procuran acabar con el régimen de Bashar
al-Assad; tomar también nota del golpe militar pro-norteamericano en
Egipto, en contra del gobierno de Mohammed Morsi y la Hermandad
Musulmana, no suficientemente pro-norteamericano según el gusto de
Washington; la intervención armada de tropas francesas en Mali para
contener a los fundamentalistas islámicos aliados de Al Qaida (¡a la vez
que París apoya a esta organización en Siria y François Hollande se
ofrece impúdicamente a colaborar con Estados Unidos en el bombardeo de
ese sufrido país!) y, finalmente, la muerte de Nelson Mandela, comunista
de toda su vida que liquidó el “apartheid” sudafricano utilizando,
según las circunstancias y el momento histórico, tácticas violentas y
pacíficas, siendo por eso incorporado a una lista de “terroristas” por
Estados Unidos hasta Julio del 2008. Después de su muerte Mandela tuvo
que resistir una tremenda operación mediática que se quiso apropiar de
su memoria y presentarlo como un ingenuo y conciliador pacifista, un
“adorador de la legalidad” de un estado racista y ocultando groseramente
los datos históricos que jalonan su impresionante biografía de lucha
por todos los medios que fueran idóneos para el éxito de su empresa
liberadora.
Para concluir, hoy, ya en vísperas del 2014, debemos celebrar con
inmensa alegría el 55º aniversario del triunfo de la Revolución Cubana
-un acontecimiento “histórico-universal”, como seguramente lo hubiera
caracterizado el viejo Hegel- que inauguró una nueva era en la lucha de
los pueblos de América Latina y el Caribe, África y Asia por su
definitiva emancipación. Una Cuba que resiste y resistirá cuanto
bloqueos y sabotajes le aplique Estados Unidos, y que demuestra cada
día, cada hora, que el imperialismo no es invencible y que puede ser
derrotado. Por eso su papel en los procesos de liberación de los pueblos
del tercer mundo coloca a la isla caribeña en un sitial semejante al
que Francia supo ocupar, luego de la Revolución Francesa, como el faro
orientador de quienes luchaban por sacudirse el yugo del absolutismo
dinástico. Cuba es la Francia de nuestros días y tiene todo el derecho
del mundo para celebrar con alegría un nuevo aniversario de la triunfal
jornada del 1º de Enero de 1959. ¡Salud Cuba, y hasta la victoria
siempre!
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