Por Eileen Sosín y Rachel Domínguez
Entre 1990 y 1991, tras el derrumbe del 
Campo Socialista, Cuba perdió el grueso de sus socios comerciales y con 
ellos el 85 % de su mercado, del cual 3/4 partes estaban concentradas en
 combustibles, alimentos, materias primas, maquinarias y equipos. Con la
 desaparición del CAME, el país quedó aislado de las fuentes de crédito 
internacional.
En la industria azucarera acaecieron cinco zafras inferiores a las 4 
toneladas, lo cual significaba un desplome para un renglón económico tan
 representativo. El suministro externo de petróleo prácticamente se 
anuló, mientras las fábricas cubanas eran incapaces de procesar el crudo
 nacional por su alto nivel de azufre. Hacia 1993, existía una 
disminución acumulada del producto interno bruto de un 35%.
A diferencia de otras crisis y otros contextos, el desempleo masivo, 
el recorte de subsidios y gastos sociales, no fueron vías de solución. 
La producción sufrió descensos dramáticos, sin embargo se continuó 
pagando el salario íntegro a miles de trabajadores. Se generó un círculo
 vicioso: existía un exceso de dinero circulante y de fuerza laboral 
subempleada, sin contrapartida de productividad ni mercancías; lo cual 
dio paso a la inflación. Según estimados de la CEPAL, esta ascendió 
hasta un 1 500% en esos primeros años.
Casi al borde del colapso, era urgente 
revitalizar el país, implementar un nuevo marco de referencia a tono con
 el nuevo paisaje internacional. Los objetivos de la renovación eran 
amortiguar los costos sociales del “shock” en su dimensión interna, para
 así homogeneizar sus efectos más palpables en la vida cotidiana de la 
población, y reubicarse en la economía mundial sin obviar los logros 
sociales.
La estrategia asumida da continuidad a líneas priorizadas desde 
finales de los ochenta. Se trataba de crear fuentes generadoras de 
ingresos externos aprovechando nuestras ventajas comparativas: 
condiciones naturales para el turismo y desarrollo de la biotecnología e
 industria farmacéutica. Además se traza como línea estratégica la 
producción de alimentos, y se priorizan los fondos exportables 
tradicionales, para los cuales había que recomponer mercados y rescatar 
los volúmenes de producción afectados por la crisis.1
A juicio de Vilma Hidalgo, profesora titular de la Facultad de 
Economía de la Universidad de La Habana, este paquete de medidas, que 
pretendía establecer un mínimo de condiciones para una paulatina 
recuperación, impulsó el saneamiento financiero y fiscal, las 
transformaciones estructurales y la reforma institucional2.
 De esta manera, se implementaron nuevas relaciones de propiedad, 
principalmente en la agricultura y en el trabajo por cuenta propia. Si 
bien con el paso de los años estas flexibilidades fueron perdiendo 
terreno, actualmente retoman protagonismo junto a otras formas de 
gestión no estatal.
Como parte de aquel conjunto de modificaciones se estableció el 
sistema de dualidad monetaria. El origen de la medida no era arbitrario,
 más bien una respuesta necesaria a la coyuntura internacional y al 
proceso de dolarización espontánea que había surgido ya en el país.
La necesidad de captar los dólares que 
circulaban de forma clandestina impulsó la aprobación, en agosto de 
1993, del Decreto-Ley 140. Mediante este recurso jurídico se legalizaba 
la tenencia y uso de divisas. La nueva norma alcanzó incluso al sector 
penal, de manera que fueron liberados muchos de aquellos que se 
encontraban cumpliendo condenas por delitos que habían dejado de serlo.
Antes de esta despenalización, la tasa de cambio del dólar había 
alcanzado sus niveles más altos (valores inflacionarios de hasta 150 
pesos por un dólar), debido a que las necesidades de intercambio 
monetario que existían en el sector de las familias no estaban 
reconocidas oficialmente y se buscaba satisfacerlas por otras vías. Así 
el mercado negro se fortaleció al ganar espacios que el Estado no 
cubría.
Una de las repercusiones inmediatas de esta ley fue el automático 
descenso de la tasa de cambio. Puesto que el Estado reconoce ese mercado
 subterráneo, este emerge y se hace posible su control, en tanto se crea
 la disponibilidad de dólares y de mercancías asequibles en esta moneda a
 través de la implementación de un mercado interno. Lógicamente, la tasa
 de cambio también disminuye porque el mercado negro “cobraba” el factor
 riesgo implícito en toda ilegalidad.
Los ingresos provenientes del turismo, las remesas, las inversiones 
extranjeras, el aumento en los flujos de visitas al extranjero por parte
 de artistas, deportistas o funcionarios, junto a las nuevas formas de 
empleo que legalizaron buena parte de la actividad informal, fueron 
algunos factores que catalizaron la creación de un mercado interno, cuya
 función era la recaudación de divisas. 
- U. Echevarría Vallejo, Oscar, Alina Hernández Montero y Yenniel Mendoza Carbonell. Estructura económica cubana, Editorial Félix Varela, La Habana, 2002. capítulo 3, pp. 146-147.
 
Leer también: Ser o no ser. Dualidad monetaria en Cuba

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