La vida no es cómo empieza sino cómo acaba. Esta frase 
hecha, tan recurrente, bien debería aplicarse al devenir de las 
negociaciones de la Unión Europea (UE) con la Comunidad Andina (CAN). Al
 inicio, en enero del 2007, en modalidad de bloque a bloque, se sentaron
 en una misma mesa con el objetivo de pactar un Acuerdo de Asociación 
que contuviera tres grandes pilares: político (muy relacionado con el 
tema migratorio), cooperación y comercial. Mucho ha llovido desde 
entonces, y en la actualidad, el escenario nada tiene que ver con ese 
comienzo, salvo en una cuestión fundamental: el interés de la UE por 
conseguir un tratado de libre comercio a cualquier precio con el bloque o
 con el país que estampe su firma.
Durante estos años, la CAN ha acabado absolutamente desintegrada, en 
cierta medida por las discrepancias intra bloque en relación con las 
propuestas abusivas y rígidas de la propia UE. Al bloque europeo nunca 
le interesó tratar nada respecto a lo político ni a cualquier nueva 
fórmula de cooperación que respetase la soberanía de los países andinos.
 La UE, según sus propias directivas, tenía la prioridad comercial de 
ampliar mercados que permita a sus empresas exportar en condiciones 
ventajosas. Pero en este tiempo, no sólo se fragmentó la CAN, sino que 
la UE ha entrado en una crisis (sistémica) que todavía perdura. La 
apuesta europea es una salida neoliberal a pesar de la crisis del 
neoliberalismo: devaluación salarial con deuda social más una transición
 geopolítica intrarregional que condena a la periferia a ser más 
periférica que siempre, mermada de soberanía y poniendo todo el empeño 
en resolver su decrecimiento por la vía de las exportaciones 
tradicionales. Por ello, la UE sigue forzando a su diplomacia a firmar 
acuerdos de libre comercio con quien se cruce en su camino: con Estados 
Unidos a pesar del espionaje sufrido; con los países asiáticos; con 
Mercosur y con el resto de países de América latina que aún no han 
cedido a sus tentaciones.
Este contexto contrasta con el rumbo elegido por muchos países de 
América latina que han logrado no solo esquivar la crisis, sino que han 
conseguido saldar buena parte de la deuda social heredada del 
neoliberalismo, redistribuir riqueza, controlar sus sectores 
estratégicos y asentar las bases materiales para transitar hacia un 
cambio estructural de régimen de acumulación por la vía de una 
transformación de la matriz productiva que le permita insertarse 
soberanamente en el mundo, anclándose virtuosamente en un marco de 
integración regional más vigoroso. Ecuador es justamente un buen ejemplo
 de este camino andado hacia su década ganada sin la necesidad de haber 
tenido que firmar ningún acuerdo comercial.
En estos años, del 2007-13, el gobierno de la Revolución ciudadana ha
 conseguido sacar de la pobreza a más de un millón de ecuatorianos al 
mismo tiempo que ha reducido desigualdad y desempleo, redistribuyendo 
riqueza social y avanzando en soberanía tributaria. Además de las 
eficaces políticas económicas internas, esos objetivos se ha conseguido 
por la vía de una relación externa no dependiente de los países 
centrales, diversificando sus socios comerciales. La estrategia de estos
 años ha sido “más región, más América latina”, y desde ahí, participar 
estratégicamente en el nuevo orden geoeconómico multipolar. En una 
economía dolarizada, la restricción externa es a la vez interna, y esto 
explica que Ecuador no se pueda dar el lujo de tener un déficit 
comercial sostenible. Esta razón es la más usada por los exportadores 
(originarios) para sentirse imprescindibles en esta jugada de ajedrez.
Con los bananeros a la cabeza, los exportadores han presionado sin 
descanso para disponer de un acuerdo comercial con la UE que facilitase 
la ubicación de sus productos con arancel cero. Esto sin duda es un tema
 muy relevante para la economía ecuatoriana, pero la mirada “bananera” 
no puede eclipsar el resto de una compleja estructura económica y 
social. Si la UE concediera el arancel cero sin pedir nada a cambio, se 
afirmaría sin titubeo sería conveniente la firma de este acuerdo 
comercial. Pero la Historia ya nos ha mostrado que Europa no regala ni 
en sus políticas de cooperación al desarrollo.
A continuación, se presenta sólo cinco aristas que permiten entender 
por qué no hay que firmar ningún acuerdo comercial con la UE. Lo primero
 es que la UE deja fuera de cualquier acuerdo comercial dos aspectos 
fundamentales que constituyen la mayor de las injusticias en un acuerdo 
comercial:
1) la UE centra su política proteccionista en las barreras 
paraarancelarias mediante: a) normas sanitarias y fitosanitarias que 
funcionan a partir de un trajinado principio precautorio, b) los 
certificados de calidad exigidos a los productos externos a partir de 
laberínticas metodologías unilaterales de la UE, y c) un nuevo 
proteccionismo verde que requiere certificados europeos de huella 
ambiental, huella de carbono y/o ecoetiquetas. Estas barreras no 
arancelarias, desde hace años, son políticas muy efectivas para 
obstaculizar el ingreso de productos extranjeros sin la necesidad de 
tener que aumentar aranceles.
2) Subsidios a su producción y sus exportaciones de sus productos 
primarios que en el año 2013 suman, en el marco de la Política Agrícola 
Común, 57.500 millones de euros (y que se estima que en los próximos 
siete años alcance un total de 360.000 millones de euros). Esta 
política, en muchas ocasiones, conlleva hasta el punto perverso de 
otorgar subsidios por encima incluso del coste de producción permitiendo
 así establecer precios predatorios (el denominado dumping) que 
nuevamente no permite una entrada competitiva de los productos 
latinaomericanos al territorio europeo.
Lo segundo es que Europa le otorga una especial importancia a la 
protección de su propiedad intelectual para disponer de una posición 
dominante en materia de tecnología y conocimiento. Para ello, en los 
últimos años, todo acuerdo comercial firmado por la UE no respeta ni la 
Declaración de Doha (2001) y posteriormente la Decisión del Consejo 
General de la propia Organización Mundial del Comercio -30 de agosto de 
2003- que dan prioridad a la tutela de la salud pública con relación a 
la protección de los derechos de propiedad intelectual. Este punto es 
absolutamente incompatible con el actual código social del conocimiento 
en Ecuador que desea democratizarlo, considerándolo como bien colectivo 
de uso publico, y que será determinante en evitar el patrón de 
intercambio desigual desde hace siglos.
Lo tercero es que Europa busca desesperadamente nuevos mercados 
financieros, y Ecuador ofrece un apetitoso negocio en este terreno. No 
hay que olvidar que Ecuador tiene un sector financiero escasamente 
extranjerizado, y esto, obviamente, es leído atractivamente desde el 
capital europeo que busca con su acuerdo comercial la penetración en 
este nuevo mercado. En este sentido, el presidente Correa anunció que 
habrá un nuevo código financiero que cambiará las relaciones de poder en
 el país. Bajo esta premisa, será absolutamente irreconciliable acabar 
con la larga noche neoliberal dando entrada al neoliberalismo financiero
 que abriga a Europa.
Lo cuarto es relativo a las compras públicas y el interés del pequeño
 y mediano empresario europeo de participar en “igualdad de condiciones”
 con los productores ecuatorianos para disponer del mercado que se le 
cierra en tierras del viejo continente. Las compras públicas, en 2012, 
en Ecuador, supusieron unos 10.000 millones de dólares, es decir, 12% 
del PIB ó 37,9% del presupuesto del Estado. De ese importe, las micro, 
pequeñas y medianas empresas ocuparon el 66% del total. El presidente 
Correa, hace pocos meses, volvió a ratificar la importancia de seguir 
democratizando esta política económica para que sean los pequeños y 
medios empresarios ecuatorianos los que se beneficien de esta alianza 
con el Estado. Sin embargo, la UE no ha firmado hasta el momento ningún 
acuerdo que respete el artículo 288 de la Constitución Ecuatoriana en el
 que se priorizarán, en materia de compras públicas, los productos y 
servicios nacionales, en particular los provenientes de la economía 
popular y solidaria, y de las micro, pequeñas y medianas unidades 
productivas. Una vez más, resulta inconciliable una política de compras 
públicas a favor cambio del matriz de productores y una política europea
 que desea proveer nuevos mercados a sus empresarios en búsqueda de 
salida de la crisis.
Lo quinto, y por último, es que ya hay experiencia empírica para 
valorar los efectos de acuerdos comerciales con la UE. Si bien es cierto
 que cada país tiene sus particularidades, sí podemos aprender 
prudentemente de lo que ha sucedido con México y Chile después de más de
 una década con sus políticas de acuerdos comerciales con Europa. En 
ambos casos, el efecto es el mismo: a) aumento del volumen absoluto de 
las exportaciones, pero éstas son concentradas en menos productos, y b) 
aumento de las importaciones por encima del ritmo de crecimiento de las 
exportaciones, generándose un nuevo déficit comercial de corte 
estructural. La dependencia después del tratado comercial siempre es 
mayor, y además, suele afectar a una cuLos avances desleal que soportan 
la en un tablero compero escansamente extranjerizado gionales que se 
vienen  coste de producciEádruple dimensión de la soberanía: 
alimentaria, tecnológica, industrial y financiera. El régimen de 
acumulación resultante es además siempre más concentrado porque son 
pocos (sólo los grandes) los que soportan la competencia desleal 
europea.
Estas son al menos cinco razones para que el reduccionismo de la 
yihad bananera no se imponga a la hora de firmar un acuerdo comercial 
con la UE. Ecuador está en un proceso de transformación, y en estos 
años, el crecimiento económico ha sido sostenible (promedio de 4,5%).
La creciente demanda interna, vía aumento y democratización del 
consumo gracias a las políticas redistributivas, supone una oportunidad 
nacional idónea para una planificación estratégica para el cambio de la 
matriz productiva que comience a sustituir selectivamente importaciones,
 o en algunos otros sectores deficitarios, se pueda plantear participar 
virtuosamente en los encadenamientos productivos regionales que se 
vienen sucediendo. Los avances de la política económica ecuatoriana y la
 transición geoeconómica invita a que Ecuador no acepte de nuevo el 
retorno de las carabelas.
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