![]()  | 
| Foto: Adinet | 
Por Miguel Ángel Ferrer.
Son varias y poderosas las razones que permiten pensar que volverá a 
fracasar la ultraderecha venezolana en su nueva y reciente intentona de 
golpe de Estado. La primera y más obvia de esas razones es la carencia 
del factor sorpresa. Todo el mundo sabe en Venezuela y fuera de ella que
 el golpe viene. El propio presidente Nicolás Maduro ha avisado que su 
gobierno se enfrenta a un “golpe de Estado en desarrollo”.
La 
ausencia del factor sorpresa está impidiendo que se cumpla el requisito 
básico de un golpe: agarrar al presidente en piyama. Maduro está avisado
 y no hay elementos para suponer que habrá de descuidarse.
Una 
segunda razón es que en los últimos quince años, desde la elección de 
Hugo Chávez en 1999, las fuerzas armadas venezolanas, o al menos el 
grueso de ellas, no han dado señal alguna de interés por participar en 
un golpe de Estado. Y menos en un intento al que no se le ven 
posibilidades de éxito.
Como una tercera razón puede citarse la 
actual situación política latinoamericana, en la que un acuerdo básico 
es repudiar y aislar cualquier gobierno surgido de la ruptura del orden 
constitucional.
Es cierto que tal acuerdo básico de nada sirvió 
para impedir los golpes de Estado que depusieron a los gobiernos de 
Manuel Zelaya, en Honduras, y Fernando Lugo, en Paraguay. Pero, en 
cualquier caso, también es cierto que el golpismo se mueve más a gusto 
cuando calcula que podrá contar con la complicidad o vista gorda de 
otros gobiernos, lo que no acontecería ahora. Por lo demás, los 
gobiernos de Zelaya y Lugo no contaban con el inmenso respaldo popular 
con el que sí cuenta Maduro. Y, dicho sea de paso, con el que también 
cuentan Cristina Fernández, de Argentina, Evo Morales, de Bolivia, y 
Rafael Correa, de Ecuador, países en los que las derechas autóctonas y 
EU siguen trabajando en la agenda de un golpe de Estado con visos de 
éxito.
He aquí una cuarta razón. Los cabecillas del golpismo andan
 peleados entre sí. En una esquina está Henrique Capriles y en la otra María
 Corina Machado y Leopoldo López. Estos dos últimos miran a Capriles 
como un cartucho quemado y quieren sacarlo de la jugada. Pero Capriles 
no se deja. Y esta disputa interna en el golpismo finalmente favorece a 
Maduro.
Y aquí está una quinta razón. La experiencia reciente 
enseña que los puros disturbios callejeros y la violencia no forman un 
piso sólido para un golpe exitoso. Y que hasta los sectores sociales 
proclives al golpismo, pero no participantes activos, se cansan de la 
violencia que tiende a prolongarse sin resultados concretos e 
inmediatos.
Pero, como ha dicho el presidente Maduro, estamos 
frente a un golpe en desarrollo. Esta caracterización implica un 
proyecto de mediano o largo plazos. Y los disturbios callejeros, la 
violencia y el innegable financiamiento de los golpistas por cuenta del 
gobierno de Barack Obama sirven para ir creando el clima propicio a fin 
de dar el golpe más adelante.
Ese papel juegan la satanización de 
Maduro, el sabotaje económico, los asesinatos de personalidades ajenas a
 la política (como el de la ex Miss Universo venezolana), la 
inestabilidad social y la delincuencia común, programada, fomentada y 
financiada por los golpistas y por EU.
Se trata, en espera de 
mejores condiciones para el golpe, de minar a Maduro y al chavismo, con 
la finalidad última de derrotarlos en las urnas, cosa que hasta ahora ha
 sido imposible para la ultraderecha.
Dice la sentencia clásica 
que golpe que no mata, fortalece. Avisado y consciente del peligro que 
corre, Maduro no tiene otra salida que profundizar y radicalizar el 
proceso revolucionario, es decir, mantener y acrecentar su base de apoyo
 popular. De esto depende, finalmente, la presidencia de Maduro y el 
futuro del chavismo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario