Por Frank Agüero Gómez
"Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro y en el pensamiento 
las  nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de 
los  pueblos"
Fidel Castro.
	Ernesto Ocaña, fotógrafo del Diario de Cuba, dormía en
 su casa cuando lo despertó el intenso tiroteo. Se vistió y fue al 
periódico  de Santiago de Cuba para el cual trabajaba. Allí supo que la 
balacera se producía en el cuartel Moncada. Con otros 
dos colegas llegaron al escenario  alrededor de las siete de la mañana y
 aún se escuchaban disparos. Comenzó a fotografiar las primeras imágenes
 de cadáveres con uniformes militares a la entrada del cuartel, pero la 
cámara le fue quitada por los uniformados.  No pudo rescatar ninguna de 
las fotos que tomó el 26 de julio de 1953.
	Seis días después, el primero de agosto, Fidel Castro fue hecho 
prisionero junto a otros compañeros que intentaban internarse en las 
montañas para continuar la lucha armada. El jefe revolucionario salvó su
 vida gracias al gesto honorable del teniente Pedro Sarría Tartabull. 
Fue conducido al Vivac de Santiago de Cuba. Ocaña estaba allí y tomó 
fotos de los detenidos, entre otros: Juan Almeida, Armando Mestre y 
Oscar Alcalde. En una de ellas, captó la mirada adusta de Fidel y 
detrás, en una pared  de la oficina donde estaba siendo interrogado, un 
retrato del Apóstol José  Martí.
	Ni Ocaña ni los captores del líder revolucionario imaginaron  que esa 
gráfica se convertiría en un símbolo vigente seis décadas después, fruto
 de una casual coincidencia que identificó al  hasta entonces poco 
conocido jefe de los audaces combatientes con el autor intelectual de 
aquel frustrado intento de tomar el cielo por sorpresa.
	Sí sabían  los más de un centenar y medio de combatientes, escogidos 
entre los 1 200 jóvenes reclutados y entrenados secretamente durante 
meses, que la acción proyectada (sin revelarles cuándo ni dónde) no 
sería un golpe de Estado como  el del 10 de marzo, encabezado por el 
dictador Fulgencio Batista, ni una  batalla entre pandillas como las que
 enseñorearon el ambiente político en las épocas de los expresidentes 
Grau y Prío.
UNA IDEOLOGÍA FUNDADA EN EL PATRIOTISMO
	Se trataba, esta vez, de un movimiento armado revolucionario contra la 
dictadura militar impuesta por Batista, que proclamaba su ideario en las
 reivindicaciones populares del programa cívico de la Ortodoxia fundada 
por Eduardo R.Chibás, con principios asentados en la ideología del 
Apóstol de la independencia, José Martí, y en las esencias  
marxistas-leninistas que nutrían el pensamiento de los principales jefes
 de la acción.
	Lo curioso es que por mucho que se hurgase en el Programa del Moncada, a realizar después de obtener el triunfo popular, contenido en la autodefensa conocida por La Historia me Absolverá,
 y en  los manifiestos anteriores y posteriores al 26 de julio, no se 
encontrarían en esos textos palabras ni conceptos de la retórica 
marxista, ni mención a los creadores de esa ideología, aunque los 
análisis de la situación histórica parecieran salidos del método 
científico y la pluma de los amigos alemanes autores del Manifiesto Comunista.
	En cambio, la traza de los móviles políticos e ideológicos que 
atrajeron al sacrificio supremo por la Patria a tantos valiosos jóvenes,
 la mayoría de procedencia muy humilde, conduce al ejemplo y pensamiento
 del hombre que más influyó en la historia de Cuba desde finales del 
siglo XIX, intelectual y político íntegro cuyo nombre sabían desde muy 
pequeños casi todos los cubanos: José Martí y Pérez.
	Fidel Castro ha insistido en  que él no tuvo necesidad de convencer a 
nadie para que participara en aquellas acciones, pues de las 
conversaciones  que sostuvo con cada uno, brotaba espontáneamente el 
ideario inculcado por la vida consecuente  de Martí y el odio a la 
tiranía que usurpaba el poder de la nación, precisamente cuando se 
conmemoraba el Centenario del Apóstol.
	Si algo había sembrado la semilla de la rebeldía ante la tiranía y la 
disposición  a entregar la vida cuando el honor lo exigiera, era 
precisamente el patriotismo emanado del ejemplo de aquel hijo de 
españoles que, desde adolescente, sufrió por amor a su tierra y a su 
pueblo, y enseñó la legitimidad de hacer la guerra para conquistar la 
independencia, predicando la unión y el amor entre todos los cubanos, el
 respeto a la dignidad de los humanos, sin importar razas, sexos ni 
nacionalidades.
	“Los que reanudamos el 26 de julio de 1953 la lucha por la 
independencia, iniciada el 10 de octubre de 1868 precisamente cuando se 
cumplían cien años del nacimiento de Martí, de él habíamos recibido, por
 encima de todo, los principios éticos sin los cuales no puede siquiera 
concebirse una revolución.
	“De él recibimos igualmente su inspirador patriotismo y un concepto tan
 alto del honor y de la dignidad humana como nadie en el mundo podría 
habernos enseñado”, expresó Fidel.
	Explicaba el Comandante en Jefe de la Revolución al teólogo Frei Beto: 
“Frases fabulosas, como aquella cuando afirma: “ni al golpe del látigo, 
ni a la voz del insulto, ni al rumor de mis cadenas, he aprendido 
todavía a odiar; dejadme que os desprecie, ya que no puedo odiar a 
nadie.” A lo largo de su vida, Martí predicó la lucha por la 
independencia, por la liberación, pero no predicó el odio al español”
	Así lo enseñó también a sus continuadores.
	En el Manifiesto del Moncada a la Nación,
 que debía ser leído en una popular estación de radio santiaguera una 
vez tomado el Cuartel Moncada, se expresan con singular elocuencia las 
razones que llevaron a los jóvenes al sacrificio por la Patria, frente a
 la quietud de los partidos políticos tradicionales y las flagrantes 
violaciones de la dictadura a los derechos constitucionales.
	Con pluma del poeta del grupo, Raúl Gómez García, por indicación  de 
Fidel, y conocimiento exacto del pensamiento de los jefes principales de
 la acción, los combatientes se proclamaban  “Juventud del Centenario, 
pináculo histórico de la Revolución Cubana, época de sacrificio y de 
grandeza martiana.”
	Inspirado evidentemente en el Manifiesto de Montecristi,
 suscrito en tierras dominicanas por el Apóstol y Máximo Gómez antes de 
partir a la Guerra Necesaria, la proclama de los moncadistas explicaba 
en forma resumida las razones, principios y programa de la lucha que se 
iniciaba en los cuarteles orientales de Santiago de Cuba y Bayamo.
	El  texto declaraba: “En la vergüenza de los hombres de Cuba está el 
triunfo de la revolución cubana: la revolución de Céspedes, de 
Agramonte, de Maceo y de Martí, de Mella y de Guiteras, de Trejo y de 
Chibás. La revolución que no ha triunfado todavía. Por la dignidad y el 
decoro de los hombres, esta revolución triunfará.”
	El extraordinario documento no fue radiado para evitar la frustración 
de la opinión pública, toda vez que el cuartel no pudo ser tomado y el 
llamamiento podía justificar una masacre de los militares con la 
población santiaguera. Sería conocido con mayor amplitud después de la 
salida de prisión de Fidel.
	En el citado Manifiesto suscriben : “La  Revolución declara que 
reconoce y se orienta en los ideales de Martí, contenidos en sus 
discursos, en las Bases del Partido Revolucionario Cubano y en el 
Manifiesto de Montecristi…”    
	Durante el juicio  por la Causa 37 no hubo un solo combatiente que 
negase su participación en las acciones, como había sido acordado entre 
ellos en breves contactos en las galeras en la cárcel provincial de 
Boniato. Se exceptuaban  aquellos contra los cuales la fiscalía carecía 
de evidencias físicas sobre su vínculo con el grupo.
	Con sus propias palabras, todos los acusados confesaron su filiación 
martiana al concepto de Patria, y la convicción de que ella requería del
 sacrificio personal para lavar la afrenta de la sangrienta dictadura, 
la cual dejó en claro su grado extremo de criminalidad en el alto número
 de revolucionarios asesinados, en el cuartel Moncada y en los 
alrededores de la ciudad cuando fueron capturados durante el repliegue.
LA PALABRA Y LOS PRINCIPIOS
	En la persona de Fidel quisieron ensañarse, primero llenándole de 
adjetivos soltados en contactos con la prensa; luego, tratando de 
eliminarlo físicamente para evitar llegara vivo al Vivac; más tarde, 
 intentando suministrarle veneno en las raciones del rancho mientras 
permaneció en espera del juicio.
	Era  propósito del dictador y sus genízaros evitar que el jefe máximo 
de la acción, aislado durante dos meses de sus compañeros,  pudiera 
presentarse al juicio donde asumió su propia defensa. Ya conocían y 
temían el verbo duro y explícito que desharía todas las patrañas que 
contra él y sus compañeros se encargaron de propagar, además de la viril
 denuncia que seguramente haría sobre los crímenes del 26, 27, 28 y 29 
de julio  conocidas por testimonios e informaciones que pudo reunir.
	La astucia del jefe revolucionario en combinación con sus dos 
compañeras prisioneras Melba y  Haydeé logró burlar la vigilancia de la 
galera y hacer llegar al Tribunal, presentada por la primera en su 
condición también de abogada,  una denuncia de la maniobra que se 
tramaba para impedirle acudir al juicio, aduciendo supuesta falsa 
enfermedad, y en cambio,  pedía que un médico de prestigio con presencia
 de un magistrado lo revisase para comprobar su real estado de salud.
	La solicitud fue atendida y Fidel pudo incorporarse al juicio, pero la 
suscribió convencido de que su petición surtiría efecto positivo, como 
efectivamente ocurrió, porque la apuntalaba con su disposición a perder 
mil veces la vida si fuese necesario, sin ceder un ápice de su derecho u
 honor, basado en el pensamiento martiano expuesto en la carta que envió
 a los jueces: “Un principio justo, desde el fondo de una cueva, puede 
más que un ejército.”
	El juicio del Moncada, para muchos el proceso judicial más trascendente
 de Cuba en el siglo XX, propició al líder histórico de la Revolución 
hacer una brillante exposición política, militar, histórica, jurídica y 
económica sobre las raíces  de los hechos que ocurrieron el 26 de julio 
de 1953.
	Era también la posibilidad de saber que  había surgido a la palestra 
pública  una generación de hombres y mujeres que mantenía vivos los 
ideales de una República digna y justa, con todos y para el bien de 
todos, recogiendo el legado olvidado del Héroe de Dos Ríos,  plasmado en
 el  programa de la Revolución que apenas se iniciaba.  
	La frase pronunciada por Fidel en el Vivac de Santiago de Cuba 
declarando a Martí como el autor intelectual de aquellas acciones 
heroicas se argumenta ampliamente en el relato que mantuvo en vilo a los
 presentes durante más de dos horas en la sala de enfermeras del 
hospital provincial Saturnino Lora, rodeado de centenares de bayonetas y
 en las peores condiciones materiales para que el acusado devenido 
acusador ejerciese su oficio.
	Se le  impidió contar para la preparación de su defensa como abogado, 
siendo el principal encartado en la causa, ningún tratado de derecho 
penal, ni los libros de Martí, cuyo rico y variado pensamiento citó de 
memoria innumerables veces para argumentar, denunciar las violaciones y 
crímenes de la dictadura contra sus hermanos asesinados y ratificar la 
convicción que le animaba en la justeza final de la lucha que habían 
emprendido.
	“¿Será porque yo dije que Martí era el autor intelectual del 26 de julio?”, preguntó a los magistrados atónitos.
	 “¡No importa en  absoluto! Traigo en el corazón las doctrinas del 
Maestro y en el pensamiento las nobles ideas de todos los hombres que 
han defendido la libertad de los pueblos”, les espetó.            
Casi al finalizar su exposición, resumiendo las razones éticas que 
llevaron a los jóvenes del Centenario a la lucha, recordó lo que 
escribió el Apóstol para la educación de los ciudadanos libres en La 
Edad de Oro: “  En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro como 
ha de haber cierta cantidad de luz.  Cuando hay muchos hombres sin 
decoro hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. 
Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban
 a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En 
esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad 
humana…”
	Lo que aconteció luego de este juicio es otra historia, tan larga y 
apasionante como la que antecedió y culminó en el juicio por los sucesos
 del Moncada y Bayamo, apuntalada también con  el ejemplo de la vida y 
pensamiento de quien justamente ha sido considerado el Héroe Nacional 
cubano.
	A propósito de sus enseñanzas, el Jefe de la Revolución confesó hace 
pocos años, en la etapa más dura del período especial, a un pequeño 
grupo de periodistas en el cementerio de Santa Ifigenia, de Santiago de 
Cuba, donde descansan los restos de José Martí, de los combatientes del 
Moncada y de otras gestas posteriores.
	“Yo creo que Martí estaría muy orgulloso de su pueblo, pero muy 
orgulloso y, desde luego, luchó y murió por un pueblo como ese. Por 
darle a ese pueblo toda la dignidad que se requería. Él y otros muchos. 
Él y los que lucharon en la guerra del 95. Yo creo que es un pueblo 
digno del Martí que cayó en dos Ríos”. (Crónica de Katiuska Blanco, 
Fidel en Dos Ríos y en Santa Ifigenia).
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