| Solidaridad por los prisioneros cubanos presos injustamente en los Estados Unidos. | 
Por Leticia Martínez.
 Han sido dieciséis años, con sus aniversarios, sus 
cumpleaños, sus bodas, sus funerales, sus 31 de diciembres y sus 
primeros de eneros; con sus jornadas memorables, con otras 
indescriptibles por dolorosas; con las cartas que no llegan, con las 
llamadas telefónicas racionalizadas; con el pesar de no estar cuando más
 se les necesita; con la tortura de saberse libres pero tan atados; con 
el deseo suspenso de besar cuando clarea o de abrazar cuando alguien se 
ha ido para siempre.
 Han sido 5 840 días. ¿Lo ha leído bien? 5 840 días sin el amor cercano 
que los forjó como los hombres inmensos que son. 5 840 días con sus 
amaneceres, sin sorbos del café de casa; con las mañanas sin el adiós de
 sus hijos a la puerta del colegio; con sus almuerzos fríos, en 
bandejas; con sus tardes sin la “corredera” por llegar antes a casa para
 adelantar quehaceres; con sus noches sin periódicos, ni noticieros con 
Serranos, ni el sillón preferido, ni la música del vecino del lado, ni 
la caricia de la madre en la cabeza antes de dormir, tranquilos, sin 
sobresaltos, en la cama de siempre.
 ¡Han sido 140 160 horas! Terribles 140 160 horas en que la espera 
parece interminable, con un montón de minutos, de segundos. Un siglo de 
tiempo en patria ajena, rodeados de gente extraña, algunas malas. Un 
siglo de tiempo en que mucha tierra, mucho mar y demasiada maldad los 
han mantenido tan lejos que duele.
 Y  mientras el reloj no para, han crecido los hijos, han cumplido sus 
quince primaveras, han tenido reuniones de padres sin papá, se han 
graduado de la Universidad, han nacido nietos, sobrinos, ahijados en 
todo el mundo. Mientras tanto, las madres pasan la frágil línea de los 
ochenta y los años comienzan a pesar como planetas.
 Desde hace “milenios” debimos haber dejado de sumar, porque las heridas
 dejan surcos indelebles, porque la vida pasa sin contemplaciones ni 
para los héroes. Volvemos a otro 12 de septiembre, a otro año en que 
seguiremos pensando en que será el último.
 Por eso, pero sobre todo por ellos y sus amores, formemos parte de esta
 nueva jornada arrolladora, de esta avalancha que desde muchísimas 
partes del mundo se “cocina” por estos días. Y no dejemos de 
preguntarnos cada jornada qué hicimos por la liberación de esos hombres 
que ofrendaron sus años, sus días, sus horas, para que yo escriba desde 
la tranquilidad de Cuba o usted lea desde el mismo sosiego que me 
habita.
 ¡Basta de sumar angustias! Sigamos juntando ánimos porque la libertad,
 como canta Silvio, tiene alma clara; porque también los quiero libres y
 con amor, libres de las sombras pero amos del Sol. Por ellos sigamos 
atrincherados hasta que el tiempo, de una vez por todas, se ponga a 
nuestro favor. ¡Basta de injusticias!
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