| Posada Carriles durante años, organizó decenas de planes de atentados contra la vida de los más altos dirigentes de la Revolución cubana. (Perla Visión) | 
Por Frank Aguero Gómez.
 Trece años después de que el gobierno de G. W. Bush emprendiese su 
cruzada contra Bin Laden y la organización por él creada, la lucha contra el terrorismo que encabeza el gobierno de Estados Unidos semeja más un culebrón  inconcluso que una  epopeya. 
 Para muchos analistas, la tragedia de miles de sus conciudadanos ha 
servido de pretexto a los tres últimos inquilinos de la Casa Blanca para
 deshacerse de quienes considera enemigos, justificar el discurso 
guerrerista ante su opinión  pública e imponer obligaciones de lealtad 
sin límites a sus aliados externos.  
 A tiempo de evitar que el remedio fuese peor que la enfermedad, lo 
advirtieron líderes políticos y partidarios de la paz y el progreso 
humano.    
 Con los métodos empleados por agencias y organizaciones gubernamentales
 para enfrentar el terrorismo, a veces tan  crueles e indecorosos como 
los asociados a quienes se reclama por la ejecución de actos criminales,
 no es concebible erradicar de raíz el fenómeno que amenaza el derecho a
 la vida y la seguridad de las personas, individual y colectivamente.
 Tampoco es válido distinguir entre  terrorismo “bueno” y malo: útil el 
primero para los que coinciden en intereses y condenable el segundo, 
cuando se emplea por los enemigos  de sus amigos.       
 Esta breve introducción pretende fijar la atención de lo genérico a lo particular del  terrorismo contra el que se enfrenta la Revolución cubana
 durante casi seis décadas, cuyas raíces hay que buscarlas en políticas 
diseñadas más allá de los límites  de la mayor de las Antillas.
 También los agentes  principales se movieron de afuera hacia adentro 
para crear estados de ánimo y daños irreparables a nuestro pueblo 
decidido a construir una sociedad de justicia y derecho para todos.
 La paternidad del terrorismo contra Cuba no ha sido 
admitida por Washington, ni los gobiernos de turno en la Casa Blanca 
hasta ahora tampoco han asumido acciones consecuentes para la total 
erradicación de tales métodos injerencistas contrarios a la voluntad 
popular soberana.
 Hasta la actualidad, esa forma de agresión contra Cuba dejó un saldo de
 más de tres mil muertos y más de dos mil lesionados e impedidos.
GUERRA SUCIA
 En el mismo  año de 1980, cuando por primera vez los gobiernos de Cuba y
 Estados Unidos dialogaban para la búsqueda de un entendimiento, y se 
iniciaba una política hacia la creciente emigración cubana hacia el país
 del norte, elementos contrarrevolucionarios basados en el sur de la 
Florida urdían planes terroristas con el propósito de impedir el proceso
 que animaba la administración demócrata de James Carter.
 Era la continuidad de una línea subversiva estimulada y financiada 
desde los primeros años de la Revolución, y que contaba con cientos  de 
actos de sabotaje, infiltraciones armadas, atentados criminales y 
campañas de terror, dentro y fuera del país, desarrollada por 
organizaciones contrarrevolucionarias creadas al amparo de la guerra 
sucia contra Cuba desde el mismo año 1959.
 Como capitanes emblemáticos de estas “batallas” exhibían sus méritos individuos como Orlando Bosch y Luis Posada Carriles,
 seguidos por lugartenientes terroristas  encabezados por Eduardo Novo 
Sampol y Pedro Remón, este último fundador de la organización terrorista
 Omega-7.
 Uno de los blancos escogidos por esta última fueron las oficinas de la 
misión permanente de Cuba en Naciones Unidas, en Nueva York, contra la 
cual mantuvieron un incesante acoso, que llegó al atentado con 
explosivos.
 El 4 de septiembre de 1978, Omega-7 colocó en la Misión de Cuba ante la
 ONU una bomba cuyo estallido provocó considerables daños e hirió a dos 
policías norteamericanos custodios del inmueble.
 Dos años más tarde, también el 11 de septiembre, en el barrio de 
Queens, de la emblemática urbe, el diplomático cubano Félix García era 
víctima de otro artefacto explosivo introducido en su automóvil en plena
 vía pública. Para culminar su acción, el criminal Pedro Remón se acercó
 al vehículo y le disparó a sangre fría.
 Años después, el mismo terrorista se responsabilizaba con los atentados
 mortales contra los cubanos Eulalio José Negrín y Carlos Muñiz Varela, 
animadores del diálogo de la emigración con las autoridades cubanas. 
 Siguiendo instrucciones del ya fallecido cabecilla médico-terrorista 
Orando Bosch, el 3 de septiembre de 1982, Omega-7 estalló otra bomba en 
el consulado venezolano en Miami, Florida. El 8 del mismo mes, otro 
artefacto fue detonado contra una empresa norteamericana en Chicago, 
Illinois, y el 25, un tercero explotó en una empresa dedicada al envío 
de medicinas de Miami a Cuba.
 El terrorismo contra Cuba sembró de dolor y muerte los meses de muchos 
años, pero como apunta el investigador José Luis Méndez“el mes de 
septiembre a lo largo de la historia reciente merece un destaque 
particular. Se registran en total 126 hechos terroristas, contra 
personal o intereses del país dentro o fuera de su territorio.”
HÉROES VS. MERCENARIOS
 Como señalara el Comandante en Jefe Fidel Castro:“Las mismas 
instituciones y servicios norteamericanos que entrenaron a los 
terroristas de origen cubano, entrenaron esmeradamente también, como es 
conocido, a los que organizaron el brutal ataque a las Torres Gemelas de
 Nueva York el 11 de septiembre de 2001, en el que varios miles de 
norteamericanos perdieron la vida”.
 Y añadió Fidel: “Posada Carriles no solo participó junto a Orlando 
Bosch —entonces jefe del CORU, organización creada por la CIA— en la 
destrucción del avión de Cubana, sino que después, durante muchos años, 
organizó decenas de planes de atentados contra la vida de los más altos 
dirigentes de la Revolución cubana, e hizo estallar numerosas bombas en 
hoteles de turismo en Cuba, mientras Orlando Bosch, aparentemente 
prófugo de las autoridades norteamericanas, fue partícipe, junto a los 
cuerpos represivos de Augusto Pinochet, en el secuestro y el asesinato 
de importantes personalidades chilenas, como Carlos Prats y Orlando 
Letelier, o la desaparición de numerosos luchadores contra el fascismo 
en Chile, e incluso el secuestro y la muerte de diplomáticos cubanos”.
 Cuando faltaban todavía tres años para que ocurriera la masacre del 
World  Trade Center, el gobierno de Estados Unidos dispuso de suficiente
 información para cortar de raíz las actividades terroristas que contra 
Cuba se venían realizando desde el sur de la Florida, encargadas esta 
vez a mercenarios centroamericanos reclutados con el visto bueno del 
criminal Luis Posada Carriles, quien seguía en sus andanzas protegido 
por gobiernos cómplices del área.
 Pero las autoridades de ese país indicaron al FBI actuar en sentido 
contrario. Es decir, capturaron a los agentes cubanos que, infiltrados 
en las filas de los terroristas, proporcionaron la información sobre las
 acciones de aquellos y evitaron así que creciera el martirologio de 
cubanos y ciudadanos de otros países, potenciales víctimas.
 De tal suerte fueron detenidos, el 12 de septiembre de 1998, Gerardo 
Hernández Nordelo, René González Sehwerert, Antonio Guerrero Rodríguez, 
Fernando González Llort y Ramón Labañino Salazar, etiquetados  como 
“espías castristas” y “enemigos” de la seguridad de Estados Unidos.
 Habían transcurrido solo tres meses y algunos días de la masacre de Nueva York, cuando después de un largo y amañado juicio, Los cinco cubanos fueron repentinamente declarados culpables y condenados en 2001 por un tribunal de Miami a injustas y severas penas.
 Las sentencias y todo el proceso judicial, incluidas las condiciones de
 encarcelamiento han sido cuestionados por autoridades jurídicas y 
entidades internacionales, quienes denunciaron múltiples violaciones 
cometidas en el juicio, plagado de interferencias a la defensa, 
manipulación de evidencias y de la opinión pública local en contra de 
los acusados.
 Por primera vez en mucho tiempo, luego de cumplir las injustas 
sentencias que les fueran impuestas, dos de los héroes prisioneros del 
imperio se encuentran en la patria con sus familiares y el pueblo 
cubano: René González y Fernando González.  
 Como han dicho todos ellos, la  batalla no se detendrá  hasta que los 
tres que aún permanecen en prisión (Antonio Guerrero, Ramón Labañino y 
Gerardo Hernández)  regresen Cuba y se reintegren a sus familias.
 Lo merecen, porque son hombres de bien que han sabido cumplir con 
dignidad y estoicismo el sacrificio impuesto para garantizar la paz de 
sus conciudadanos sin importarles el alto costo personal. 
 La opinión pública mundial, en la medida que conoce la causa de Los Cinco,
 está del lado de ellos, porque el antiterrorismo esgrimido por la 
principal potencia imperial se aprecia  cada vez más como un pretexto 
inconsecuente para propósitos de dominación mundial., o una suerte de 
culebrón inconcluso destinado al  consumo de televidentes ingenuos.
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