Por Ramón Bernal Godoy.
“Dos gorriones sobre la misma espiga no estarán mucho tiempo juntos”.
Miguel de Cervantes.
La nueva temporada de la serie “Damas de 
Blanco” vuelve a tener como epicentro la corrupción y la avaricia, 
repitiendo el rol de malvada una “laureada artista” que ha ganado varios
 Premios Frambuesa (antítesis del Oscar), Berta Soler, mientras el papel
 protagónico se lo agencia la avariciosa y menos conocida, Belkis 
Cantillo.
Obviamente esta nueva propuesta 
cinematográfica en la que aproximadamente 30 “integrantes” desertan del 
supuesto “grupo opositor” es y será más de lo mismo, algo parecido a lo 
sucedido en abril pasado cuando siete “denunciantes” declararon que la 
asignación personal por cada “marcha de protesta” fue “rebajada 
abruptamente” tras el nombramiento de Berta Soler como directora 
–artística-, sin embargo, algo interesante nos trae el capítulo actual y
 es el suspenso de saber si se trata de la vergüenza de Cantillo contra 
la desfachatez moral de Soler o simplemente la avaricia de una contra la
 avaricia de la otra.
Lamentablemente su director, de origen estadounidense,
 no logró mantener la trama y demasiado pronto evidenció que se trata de
 dos papeles malvados, dos personas que se disputan los inmerecidos 
“premios” que intentan “legalizar” el “combustible” que mueve el carro 
de la “disidencia” en Cuba, Don Dinero.
Pero la falla del guión no recae en la 
nueva puesta sino en sus inicios, allá cuando se mal-fundó este circo 
que hoy es centro de la serie. Es decir, desde las falsas lágrimas de la
 desaparecida Laura Pollán hasta la era en que su sustituta, Soler, 
comenzó a viajar el mundo entero, recibiendo prebendas y mostrando una 
imagen de persona de baja catadura moral y pésimo nivel cultural, fue 
allí, justo en ese momento, donde sus “masas” subordinadas comenzaron a 
inquietarse, podría estar en peligro el salario que tan fácilmente 
habían venido ganándose. Y no era para menos. La Soler no dudó un minuto
 en “recortar salarios”, garantizar “becas” en el extranjero a sus 
familiares, ordenarse una “agenda de trabajo” internacional, ocultar los
 50 000 euros que el anti-Premio Sajárov le otorgó entre otras acciones 
que hacían prever que la Cantillo y compañía explotarían de envidia y 
codicia, pero aclaro: no de vergüenza.
A semejante conclusión no es complicado 
llegar. Si la vergüenza fuera el móvil de este show, no estaríamos en 
presencia de un grupo de personas inescrupulosas que sin arraigo alguno 
en las calles cubanas han tergiversado la supuesta intención que las 
mal-originó en aras de mantener un subsidio mercenario, practicando la 
adulación del vecino del norte y su red de terroristas radicados en La 
Florida, sin comprender que como dijera Aristóteles:
“Los aduladores son mercenarios, y todos los hombres de bajo espíritu son aduladores”.
No hay decencia entre personas cuyo móvil es la mentira y el interés, no
 hay decencia en personas que idolatran a un presidente ajeno que firma 
una prórroga rutinaria para mantener un genocidio sobre la isla que les 
vio nacer, donde viven 11 millones de personas que no reciben salarios 
de la Sección de Intereses de los EE.UU
 –como sí lo hacen ellas- y que por tanto sí sufren y han sufrido el 
daño económico que asciende a más de un billón de billones” (1 112 534 
000 000 de dólares) y por el cual este país, su país, ha sido 
imposibilitado de desarrollarse acorde a sus posibilidades y al esfuerzo
 de sus ciudadanos. 
No hay decencia cuando solo el interés 
personal prevalece, algo que reconocen los propios funcionarios 
estadounidenses quienes, aunque lo intentaron ocultar quedaron al 
descubierto cuando wikileaks mostró al mundo que en el caso de Cuba, la 
Casa Blanca, fiel a su doble rasero y su hipócrita moral, promueven y 
aman la traición, pero no dejan de odiar al traidor.
Bertha Soler, Belkis Cantillo y todas las
 autodenominadas Damas de Blanco están destinada a la autodestrucción, 
no solo por la falta de una ideología que las defina, ni por el vacío 
ético moral que las compone, ni tampoco por el contundente peso de la 
verdad que impone la Revolución cubana y sus líderes frente a la 
insignificante pataleta de esta secta de interesados sino porque no 
puede tenerse peor destino que estar rodeado de almas traidoras, este es
 el principio del fin.
Concluyo definiendo mi posición: ni el 
director de esta trama, ni sus protagonistas, ni el entorno lacayo que 
las rodea me dan lástima. Ellas, excepto la remuneración financiera que 
obtienen, reciben lo que cosechan, odio, rechazo, división y traición. 
No me dan lástima a pesar de ser bien conocido cual es el fin del 
traidor, no me dan ni me darán lástima, no me lo puedo permitir porque 
como dijera Maximilien de Robespierre: “Lástima es traición a la patria”.
Así lo veo.
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