Por Thierry Meyssan.
En
 este momento estamos viendo la tercera crisis que tiene lugar en el 
bando de los agresores desde el inicio de la guerra contra Siria.
En general, en la coalición de los llamados «Amigos de Siria», que en julio de 2012 contaba «un centenar de Estados y organizaciones internacionales», hoy sólo quedan 11 países. Por su parte, la coalición formada contra Daesh cuenta oficialmente «más de 60 Estados», pero lo que estos tienen en común es tan poca cosa que la lista se mantiene en secreto.
Intereses muy diferentes
La coalición se compone en realidad de numerosos Estados que 
persiguen cada uno sus propios objetivos muy específicos, al extremo que
 no logran ponerse de acuerdo sobre un objetivo común. Podemos 
distinguir 4 fuerzas:
Evolución de la coalición
Esas 4 fuerzas sólo lograron colaborar entre sí durante la primera 
parte de la guerra –desde febrero de 2011 hasta junio de 2012. 
Se trataba, en efecto, de una estrategia de 4ª generación: varios grupos
 de fuerzas especiales organizaban incidentes y emboscadas aquí y allá, 
mientras que las televisiones atlantistas y de los países del Golfo iban
 creando la imagen de una dictadura alauita que reprimía una revolución 
democrática. Las sumas invertidas y la cantidad de soldados desplegados 
no eran gran cosa y cada uno de los participantes creía que después del 
derrocamiento de la República Árabe Siria podría arreglárselas para 
sacar el mayor provecho a expensas de las otras fuerzas.
Sin embargo, a principios de 2012, la población siria comenzó a dudar
 de las televisiones que aseguraban que el presidente Bachar al-Assad 
era un torturador de niños y que el derrocamiento de la República Árabe 
Siria daría paso a un régimen confesional al estilo libanés. El asedio 
impuesto a los takfiristas del emirato islámico de Baba Amro ya se veía 
como el preludio del fracaso de la operación. Francia negoció entonces 
una salida de la crisis y la liberación de los oficiales franceses que 
habían caído prisioneros. Estados Unidos y Rusia negociaron para tomar 
los lugares del Reino Unido y de Francia y repartirse toda la región, 
como Londres y París lo habían hecho en 1916 con los acuerdos 
Sykes-Picot.
Y desde aquel momento nada ha funcionado bien en el seno de la coalición. Sus sucesivos fracasos indican que no puede ganar.
En julio de 2012, Francia celebraba con bombo y platillo en París la 
reunión más importante de la coalición y reanudaba la guerra. El 
discurso del presidente francés Francois Hollande había sido redactado 
en inglés, probablemente por los israelíes, y traducido al francés para 
que lo leyera el presidente de Francia. La secretaria de Estado Hillary 
Clinton y el embajador estadounidense Robert S. Ford (formado por John 
Negroponte [3])
 emprendían la mayor guerra secreta de la historia. Al igual que en 
Nicaragua, ejércitos privados reclutaban mercenarios y los enviaban a 
Siria. Pero esta vez los mercenarios contaban con una formación 
ideológica cuyo objetivo eran la creación y entrenamiento de las hordas 
de yihadistas. El Pentágono perdía el control de las operaciones, 
control que pasó a manos del Departamento de Estado y la CIA. El costo 
de la guerra ya alcanzaba proporciones colosales. Pero ese costo no lo 
asumieron Estados Unidos, Francia ni Turquía sino Arabia Saudita y 
Qatar.
Según la prensa atlantista y los medios de las monarquías del Golfo, algunos miles de extranjeros acudieron así en ayuda de la «revolución democrática siria».
Pero en Siria «la revolución democrática» no aparecía por ningún lado. Lo que sí podía verse eran grupos de fanáticos que gritaban eslóganes como «¡Revolución pacífica: los cristianos a Beirut, los alauitas al hueco!» [4] y «¡No al Hezbollah! ¡No a Irán! ¡Queremos un presidente temeroso de Dios!» [5]. Según el Ejército Árabe Sirio, a Siria llegaron no algunos miles sino 250 000 yihadistas entre julio de 2012 y julio de 2014.
Sin embargo, al día siguiente de su reelección, Barack Obama obligaba
 al general David Petraeus a renunciar a su cargo como director de la 
CIA y descartaba mantener a Hillary Clinton como miembro de su nueva 
administración. Así que, a inicios de 2013, la coalición se reducía 
prácticamente a Francia y Turquía mientras que Estados Unidos hacía 
lo menos posible. Por supuesto, era el momento que el Ejército Árabe 
Sirio esperaba para iniciar su inexorable reconquista del territorio.
En Siria, Francois Hollande y Recep Tayyip Erdogan, Hillary Clinton y
 David Petraeus pretendían derrocar la república laica e imponer un 
régimen sunnita, que habría estado bajo la administración directa 
de Turquía pero que incluiría altos funcionarios franceses, un modelo 
heredado del final del siglo XIX pero que no presentaba interés de 
ningún tipo para Estados Unidos.
Barack Obama y sus dos secretarios de Defensa Leon Panetta y Chuck 
Hagel, abrigan una visión política radicalmente distinta. Panetta fue 
miembro de la Comisión Baker-Hamilton y Obama fue electo en función del 
programa de esa comisión. Según ellos, Estados Unidos no es ni debe ser 
una potencia colonial en el sentido mediterráneo del término. O sea, 
Estados Unidos no debe plantearse el control de un territorio mediante 
la instalación de colonos. En relación con lo que se obtuvo, 
el experimento de la administración Bush resultó extremadamente costoso y
 por lo tanto es algo que no debe repetirse.
Después de que Turquía y Francia trataran de empujar Estados Unidos a
 emprender una gran campaña de bombardeos contra Siria con la puesta en 
escena del ataque químico del verano de 2013, la Casa Blanca y el 
Pentágono decidieron retomar la iniciativa. Así que en enero de 2014, la
 Casa Blanca y el Pentágono convocaron el Congreso de Estados Unidos en 
una reunión secreta y lo obligaron a votar una ley secreta que aprobaba 
un plan para dividir Irak en 3 Estados así como la secesión de la zona 
kurda de Siria. Para ello decidieron financiar y armar un grupo 
yihadista capaz de hacer lo que las fuerzas armadas de Estados Unidos 
no pueden hacer porque el derecho internacional no lo permite: una 
limpieza étnica.
Barack Obama y sus ejércitos no se plantean el rediseño del «Medio Oriente ampliado»
 como un objetivo en sí sino únicamente como una manera de controlar los
 recursos naturales. Y utilizan un concepto clásico: el principio de «divide y vencerás»,
 no para crearse puestos de reyes y presidentes en nuevos Estados sino 
para proseguir con la política que Estados Unidos ha venido aplicando 
desde los tiempos de la administración de Jimmy Carter.
En su discurso sobre el Estado de la Unión pronunciado el 23 de enero
 de 1980, el entonces presidente Jimmy Carter planteaba la doctrina que 
lleva su nombre: Estados Unidos considera que los hidrocarburos del 
Golfo son indispensables para su economía y que por lo tanto le 
pertenecen. Así que cualquier forma de poner en duda ese axioma será 
considerada «un acto contra los intereses vitales de los 
Estados Unidos de América y ese acto será rechazado con todos los medios
 necesarios, incluyendo el uso de la fuerza militar». Con el tiempo,
 Washington se ha dotado del instrumento necesario para aplicar esa 
política –el CentCom– y ha extendido su zona vedada hasta el Cuerno de 
África.
A partir de lo anterior, la actual campaña de bombardeos de la 
coalición ya no tiene nada que ver con la voluntad inicial de derrocar 
la República Árabe Siria. Tampoco tiene relación alguna con la supuesta «guerra contra el terrorismo».
 Sólo busca defender los intereses económicos exclusivos de 
Estados Unidos, incluso en caso de que eso implique la creación de 
nuevos Estados aunque no obligatoriamente recurriendo a ello.
En este momento, unos cuantos aviones de Arabia Saudita y Qatar 
prestan al Pentágono una ayuda puramente simbólica, pero ni Francia 
ni Turquía lo están haciendo. El propio Pentágono dice haber realizado 
más de 4 000 misiones aéreas en las que habrían muerto sólo un poco más 
de 300 combatientes del Emirato Islámico. Si nos atenemos al discurso 
oficial, eso representa más de 13 misiones aéreas y ni se sabe cuántas 
bombas y misiles para matar un solo yihadista. Se trataría entonces de 
la campaña aérea más costosa y más ineficaz de toda la Historia. Pero si
 tenemos en cuenta el razonamiento anterior, el ataque de Daesh contra 
Irak corresponde a una manipulación de los precios del petróleo que 
ha hecho caer los precios del barril de crudo en un 25% (de 115 dólares a
 83 dólares el barril). Nuri al-Maliki, el primer ministro iraquí 
democráticamente electo que vendía a China la mitad del petróleo iraquí,
 fue súbitamente vilipendiado y derrocado. Daesh y el gobierno regional 
del Kurdistán iraquí redujeron por sí mismos su robo de petróleo y sus 
exportaciones de crudo en alrededor del 70%. El conjunto de las 
instalaciones petroleras utilizadas por las compañías chinas simplemente
 fueron destruidas. De hecho, el petróleo iraquí y el petróleo sirio ya 
no están ahora al alcance de los compradores chinos… pero volvieron al 
mercado internacional controlado por Estados Unidos.
La actual campaña de bombardeos aéreos es, en definitiva, una aplicación directa de la «doctrina Carter»
 y una advertencia al presidente chino Xi Jinping, quien actualmente 
intenta concluir una serie de contratos bilaterales destinados a 
garantizar el aprovisionamiento de su país sin pasar por el mercado 
petrolero internacional.
Prever el futuro
Como resultado de este análisis, podemos concluir que:
[1] Daesh
 es el acrónimo árabe del grupo yihadista inicialmente llamado Emirato o
 Estado Islámico en Irak y el Levante y actualmente conocido como 
Emirato Islámico. Nota de la Red Voltaire.
[2] «Trece años después del 11 de Septiembre, persiste la ceguera», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 12 de septiembre de 2014.
[3] John Dimitri Negroponte fue embajador de Estados Unidos en Honduras en los años 1980. Desde ese puesto «diplomático»,
 Negroponte dirigió la guerra sucia contra el gobierno sandinista de 
Nicaragua, lo cual incluyó la creación, entrenamiento, armamento y 
financiamiento de las bandas de los llamados «Contras». En 2001, 
la administración de George W. Bush lo nombró embajador en la ONU, 
inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre. En abril 
de 2004, esa misma administración lo nombró embajador en Irak, a raíz de
 la invasión atlantista y del derrocamiento de Sadam Husein. Para más 
información sobre este tenebroso personaje, ver el documental en 
3 partes El Embajador, del realizador noruego Erling Borgen, disponible en YouTube.
[4] «Revolución pacífica» sólo significaba que no se haría daño a los sunnitas.
[5]
 Al inicio de la crisis y la guerra contra Siria, el Hezbollah no estaba
 presente en ese país pero la República Árabe Siria respaldaba 
militarmente al Hezbollah en su lucha contra el agresor israelí. Por lo 
tanto, el objetivo de la operación atlantista no era sacar al Hezbollah 
de Siria sino poner fin al apoyo de Siria a la Resistencia libanesa.
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