| Foto: Regis Bossu / Latinstock / Corbis | 
Ya han transcurrido más de dos décadas desde que el Muro de Berlín 
fuera derribado pero, en ese lapso, se han construido otros no menos 
infamantes, y no ha hecho más que fortalecerse la muralla que separa a 
ricos y pobres, al Norte y al Sur.
El 9 de noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín. Veinticinco años 
después, mientras el capitalismo, a su vez, vacila bajo los golpes de 
una crisis sistémica, ¿qué balance se puede establecer de las dos 
décadas que acaban de transcurrir? ¿Por qué otros muros, igual de 
indignantes, no se han derribado?Simbólicamente, el hundimiento del Muro
 de Berlín marca la conclusión de la Guerra Fría así como el fin –aunque
 la Unión Soviética no se disolvería hasta diciembre de 1991– del 
comunismo autoritario de Estado en Europa. Pero no el finuerr de la 
aspiración de millones de pobres a vivir dignamente en un mundo más 
justo e igualitario.
Las causas
El Muro de Berlín se hunde debido, por lo menos, a tres hechos capitales ocurridos durante la década de 1980:
1. Las huelgas de agosto de 1980 en Polonia, que ponen en evidencia 
una contradicción fundamental: la clase trabajadora se opone a un 
presunto “Estado obrero” y al supuesto “Partido de la clase obrera”. La 
teoría oficial sobre la que se basaba el comunismo de Estado se viene 
abajo.
2. En Moscú, en marzo de 1985, Mijail Gorbachov es elegido secretario
 general del Partido Comunista de la URSS. Lanza la “perestroika” y la 
“glasnost”, y activa, con las precauciones de un artificiero, la reforma
 del comunismo soviético.
3. Durante la primavera boreal de 1989, en Pekín, en vísperas de una 
visita de Mijail Gorbachov, miles de manifestantes reclaman reformas 
similares a las que se llevan a cabo en la URSS. El Gobierno chino hace 
intervenir al Ejército. Resultado: cientos de muertos en la Plaza de 
Tiananmen y condena internacional del régimen de Pekín.
Cuando, en el otoño boreal de 1989, ciudadanos de Alemania del Este 
salen a la calle para exigir reformas democráticas, las autoridades 
dudan en disparar o no sobre las multitudes. Moscú anuncia que sus 
tropas estacionadas en Europa del Este no participarán en ninguna 
represión. La intensidad de las manifestaciones se multiplica. La suerte
 está echada. El Muro de Berlín cae. En unos meses, uno tras otro, los 
regímenes comunistas de Europa son barridos. Incluidos los de Yugoslavia
 y Albania.
Constatación importante: el sistema se desploma por descomposición 
interna, y no a causa de una ofensiva del capitalismo que lo habría 
derrotado. En esos años, Estados Unidos se halla en grave recesión tras 
el “Lunes negro” de Wall Street acaecido dos años antes (el Dow Jones 
había caído, el 19 de octubre de 1987, un 23%). Pero la interpretación 
que se dará es que, en el enfrentamiento que opone, desde el siglo XIX, 
el comunismo al capitalismo, éste se ha impuesto. Por nocaut. De ahí una
 suerte de ebriedad intelectual que hará creer a algunos en el “fin de 
la historia”.
Error fatal. Al perder a su “mejor enemigo” –el que, mediante una 
relación de fuerzas constante, le obligaba a autorregularse y a moderar 
sus pulsiones– el capitalismo se dejaría arrastrar por sus peores 
instintos. Olvidando la promesa de hacer que el mundo se beneficie de 
los “dividendos de la paz”, Washington impone en todas partes, a marchas
 forzadas, lo que cree ser la idea triunfal: la globalización económica.
 Es decir, la extensión al conjunto del planeta de los principios 
ultraliberales: financiarización de la economía, desprecio por el medio 
ambiente, privatizaciones, liquidación de los servicios públicos, 
precarización del trabajo, marginación de los sindicatos, brutal 
competencia entre los asalariados del mundo, deslocalizaciones, etc. En 
resumen, una vuelta al capitalismo salvaje. El multimillonario 
estadounidense Warren Buffet proclama: “Hay una lucha de clases, por 
supuesto, pero es mi clase, la clase de los ricos, la que dirige la 
lucha. Y nosotros ganamos” (1).
Inmensa derrota moral
En el plano militar, Washington despliega su hiperpotencia: invasión 
de Panamá, guerra del Golfo, ampliación de la OTAN, guerra de Kosovo, 
marginación de la ONU… Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, 
George W. Bush y sus “halcones” deciden castigar y conquistar Afganistán
 e Irak. Reducen la ayuda a los países pobres del Sur y lanzan una 
cruzada contra el “terrorismo internacional” utilizando todos los 
medios, incluidos los menos nobles: vigilancia generalizada, tortura, 
“desapariciones”, prisiones secretas, cárceles ilegales como la de 
Guantánamo… Creen en un mundo unipolar, dirigido por un Estados Unidos 
hegemónico, seguro de sí mismo, arrogante.
El balance será desastroso: ninguna victoria militar real, una 
inmensa derrota moral y una gran destrucción ecológica. Sin que los 
principales peligros hayan sido eliminados. La amenaza terrorista no ha 
desaparecido, la piratería marítima se agrava, Corea del Norte se ha 
dotado de armas nucleares, Irán podría hacerlo… Medio Oriente sigue 
siendo un polvorín…
El mundo ha pasado a ser multipolar. Varios grandes países –Brasil, 
Rusia, India, China, Sudáfrica– forjan alianzas al margen de las 
potencias tradicionales. En Suramérica, Bolivia, Ecuador y Venezuela 
exploran nuevas vías del socialismo. Hasta el recurso al G-20 con motivo
 de la crisis económica global confirma que los países ricos del Norte 
no pueden solventar en solitario los principales problemas mundiales.
La oportunidad histórica que constituía la caída del Muro de Berlín 
se ha desperdiciado. El mundo de hoy no es mejor. La crisis climática 
hace pender sobre la humanidad un peligro mortal. Y la suma de las 
cuatro crisis actuales –alimentaria, energética, ecológica y económica– 
da miedo. Las desigualdades han aumentado. La muralla del dinero es más 
imponente que nunca: la fortuna de las quinientas personas más ricas es 
superior a la de los quinientos millones más pobres… El muro que separa 
el Norte y el Sur permanece intacto: la malnutrición, la pobreza, el 
analfabetismo y la situación sanitaria incluso se han deteriorado, 
particularmente en África. Por no hablar del muro tecnológico.
Además, se han levantado nuevos muros: como el edificado por Israel 
contra los palestinos; o el de Estados Unidos contra los migrantes 
latinoamericanos; o los de Europa contra los africanos… ¿Cuándo 
decidiremos destruir de una vez para siempre todos esos muros de la 
vergüenza?
Pie de nota
1. The New York Times, 26-11-06.(Tomado de Le Monde Diplomatique)
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