Por Eva Golinger
El anuncio fue una grata sorpresa para millones de personas de todo 
el mundo que han esperado durante mucho tiempo un cambio importante en 
la política de Estados Unidos hacia Cuba. En transmisiones simultáneas, 
los presidentes Raúl Castro y Barack Obama abrieron paso para acabar con
 la dolorosa política injustificada y bien anticuada de Washington que 
ha atormentado a ambas naciones durante más de medio siglo. Con sus 
palabras, el alivio llegó a muchos cubanos, en casa y en el extranjero, 
latinoamericanos en toda la región, y personas en EE.UU., y en el mundo,
 que aplaudieron al deshielo declarado de las relaciones entre Estados 
Unidos y Cuba. Después de más de 50 años, los jefes de Estado de ambos 
países hablaron por teléfono y acordaron restablecer relaciones 
diplomáticas. Estados Unidos abriría su Embajada en La Habana, y Cuba 
haría lo mismo en Washington. Fue un gran avance, por decir lo menos.
Fue
 (Raúl) Castro quien recordó a sus compatriotas que, aunque aplaude la decisión
 del presidente de Estados Unidos para mejorar relaciones con Cuba, el 
bloqueo vicioso impuesto contra su país por parte de Washington sigue 
existiendo Obama también fue cauteloso en mencionar que, aunque habían 
acciones concretas que podría tomar hacia la normalización de las 
relaciones con Cuba, era el Congreso que tenía la única autoridad para 
poner fin al bloqueo. Instó al Congreso a dar ese paso, mientras soltó 
unas admoniciones condescendientes contra Castro con respecto a la 
democracia y los derechos humanos.
Sin lugar a dudas, una de las 
victorias más importantes del acuerdo fue la liberación de los tres 
ciudadanos cubanos, Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Antonio 
Guerrero, injustamente presos en Estados Unidos desde hace 16 años por 
cargos de espionaje y otros delitos. Incluso la Comisión de Derechos 
Humanos de Naciones Unidas había condenado al juicio contra ellos como 
arbitrario e injusto, su debido proceso y sus derechos fundamentales 
gravemente violados. Estos hombres finalmente volvieron a casa con una 
bienvenida de héroes, después de un acuerdo que fue negociado entre los 
dos gobiernos, que también vio el regreso de un subcontratista de USAID 
condenado por cargos de subversión en Cuba, Alan Gross, y un ciudadano 
cubano y ex oficial de inteligencia, Rolando Sarraff Trujillo, 
encarcelado por trabajar como agente doble para la Agencia Central de 
Inteligencia de Estados Unidos.
No hay duda de que este evento 
marca un cambio profundo en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba y
 las relaciones de Estados Unidos con América Latina. Y es una gran 
victoria para la Revolución Cubana, Fidel y Raúl Castro y el pueblo 
cubano. Durante los últimos quince años, Washington ha perdido su 
influencia en América Latina y la región se ha desplazado 
significativamente hacia la izquierda con una mayoría de presidentes 
socialistas y nuevas organizaciones regionales que excluyen a Estados 
Unidos y Canadá. Con la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la 
Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la 
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), América 
Latina está más integrada, soberana, independiente y poderosa que nunca 
antes. La región ha forjado nuevas relaciones con China, Rusia, Irán y 
otros estados soberanos con mercados fuertes y know-how tecnológico. El 
nivel de desarrollo ha aumentado, y con pocas excepciones, las economías
 latinoamericanas están en aumento. Todo esto se ha conseguido sin los 
Estados Unidos. 
En respuesta, Washington ha amplificado su 
injerencia en la región, apoyando a golpes de Estado e intentos de 
golpes de Estado contra presidentes elegidos democráticamente en 
Venezuela, Haití, Bolivia, Honduras, Ecuador y Paraguay, aumentando su 
presencia militar en el hemisferio e intensificando los esfuerzos 
subversivos para socavar gobiernos latinoamericanos a través de la 
financiación multimillonaria de movimientos de oposición. Esas acciones 
han aislado a Washington aún más en la región y han sido rechazadas por 
unanimidad por todos los gobiernos de América Latina, incluso los de la 
derecha. Un creciente sentimiento de "Patria Grande" ha sido sembrado en
 la región, y solo se hace más fuerte cada año.
Cuando Obama fue 
elegido presidente y asistió a una primera Cumbre de las Américas en 
Trinidad en 2009, prometió una nueva relación con América Latina, basada
 en la recuperación de la influencia estadounidense en la región. Él 
ignoró, o ignorantemente malinterpretó, los cambios que habían tenido 
lugar en toda América Latina y tuvo el descaro de presentarse ante los 
jefes de Estado y representantes de alto nivel de los gobiernos 
regionales y decirles que debían de "olvidar el pasado" y avanzar juntos
 con los Estados Unidos hacia nuevas relaciones. Su retórica arrogante 
recordó a los pueblos de América Latina la importancia de consolidar y 
avanzar su soberanía e integración bajo sus propios términos. En esa 
cumbre, la mayoría de las naciones, con la excepción de los EE.UU. y 
Canadá, condenó el hecho de que Cuba seguía siendo excluido de la 
Organización de los Estados Americanos, únicamente por la influencia de 
Washington. En 2012, en la siguiente Cumbre de las Américas, el 
presidente Rafael Correa de Ecuador se negó a asistir, en solidaridad 
con Cuba. "Ecuador no va a ser parte de estas cumbres hasta que Cuba 
esté incluido", aclaró.
Hace unos meses, mucho antes de que Obama y
 Castro anunciaron esfuerzos para normalizar sus relaciones, el gobierno
 de Panamá había hecho público que Cuba sería invitado a la Cumbre de 
las Américas 2015. Cuba ha indicado que asistiría. Esta decisión fue una
 clara señal de que la influencia de Washington ya no reinaba en América
 Latina - incluso la organización regional creada por Washington para 
dominar y controlar la región ahora se ha hecho irrelevante.
Sin 
embargo, la movida de Obama con Cuba no fue sin consecuencias 
inmediatas. Si bien no hay duda de que la decisión de restablecer las 
relaciones diplomáticas, junto con la liberación de los tres cubanos 
injustamente detenidos, es una victoria enorme e histórica de la 
Revolución Cubana, y un homenaje a la resistencia, la dignidad y la 
solidaridad de el pueblo cubano, los motivos de Obama no son puros.
El
 día después de un discurso presidencial bien elaborado sobre cómo la 
política de Estados Unidos había fracasado en Cuba, que reconocía que el
 bloqueo y el embargo económico contra Cuba había sido un fiasco, Obama 
firmó leyes para imponer sanciones contra Venezuela y Rusia. Hay pocas 
dudas de que el proyecto de ley de sanciones contra Venezuela, una ley 
absurda titula la Ley de Defensa de los Derechos Humanos y la Sociedad 
Civil en Venezuela 2014, fue firmado por Obama para complacer al 
pequeño, pero influyente grupo rabiosamente anticastrista, anti-chavista
 y anti-Maduro en Miami que estaba lleno de rabia desde el cambio 
anunciado con Cuba.
La ley de sanciones contra Venezuela es 
bastante ridícula. Se pretende castigar a los funcionarios en Venezuela 
que presuntamente violaron los derechos humanos de los manifestantes 
antigubernamentales en las protestas que tuvieron lugar en febrero de 
2014. Teniendo en cuenta que la mayoría de esas protestas eran 
extremadamente violentas y los manifestantes causaron directamente la 
muerte de más de 40 personas, la mayoría seguidores del gobierno, 
víctimas inocentes, y fuerzas de seguridad del Estado, la imposición de 
sanciones a los funcionarios del Estado que ejercieron su deber de 
proteger a los civiles es ilógico. Aún más irónico es la aprobación de 
esta ley, mientras que cientos de manifestantes contra la brutalidad 
policial y el racismo están detenidos y sus derechos violados en los 
Estados Unidos, a manos de las autoridades estadounidenses. Y el mismo 
Senado que promovió esta ley contra Venezuela acaba de publicar un 
informe detallado sobre la tortura y graves violaciónes de derechos 
humanos cometidas por la CIA y otros oficiales de Estados Unidos.
La
 ley de sanciones contra Venezuela va más allá de la congelación de los 
activos de unos pocos funcionarios del gobierno venezolano y la 
revocación de sus visas. Reafirma el compromiso del gobierno de Estados 
Unidos para apoyar – de manera financiera y política - el movimiento 
contra el gobierno en Venezuela que actúa fuera del marco democrático, y
 autoriza la elaboración de una estrategia de propaganda contra el 
gobierno venezolano. Todo esto parece a la misma política fracasada 
contra Cuba que el propio Obama denunció. Entonces, ¿por qué imponer la 
misma contra Venezuela?
Complacer a la comunidad en Miami es una 
de las principales razones. Obama necesita el cambio en la política 
hacia Cuba para salvar a su débil legado. Como el primer presidente 
negro de Estados Unidos, Obama esperaba que su legado iba a ser el fin 
de las tensiones raciales y el racismo institucionalizado en el país. 
Sin embargo, ha ocurrido lo contrario durante su administración. Las 
tensiones raciales se encuentran en un máximo histórico. Masivas 
protestas han estallado en todo el país contra la brutalidad policial en
 las comunidades negras y las injusticias que sufren en el sistema legal
 de Estados Unidos. Crímenes raciales han aumentado y la gente está 
enojada. El "cambio" que Obama prometió no ha llegado y no se le 
perdonará por su falta de cumplir.
La reforma de salud de Obama ha
 hecho un impacto mediocre y todavía se enfrenta serias amenazas del 
Congreso republicano, que ha vuelto al poder en toda su fuerza, ganando 
la mayoría en ambas cámaras gracias a una base demócrata descontenta. 
Mientras que haya tomado algunas decisiones ejecutivas en materia de 
inmigración, Obama no ha logrado aprobar una reforma migratoria profunda
 y probablemente nunca lo hará después de perder la mayoría demócrata en
 la legislatura. Aunque retiró las tropas estadounidenses de Irak como 
había prometido, otro grupo terrorista ha tomado control de una parte 
significativa de ese país, lo que ha vuelto prácticamente inútil la 
inversión multi-billonaria para llevar la democracia a Irak. En cuanto a
 Afganistán, Obama aumentó la presencia militar estadounidense e 
incrementó el presupuesto a más de mil millones de dólares, 
convirtiéndolo en el conflicto militar más largo de la historia 
estadounidense, y uno de los más costosos. Ha traído más guerra a 
Pakistán, Yemen y África, y destruyó Libia, mientras ha financiado y 
armado terroristas en Siria para demoler ese país también. Y para no 
faltar, Obama ha reactivado la Guerra Fría con Rusia.
En general, 
el legado de Obama no deja nada que desear. Él falló en casa y creó caos
 en el extranjero, y Cuba es su salvador. Ahora Obama será recordado en 
la historia como el presidente que puso fin a la política exterior de 
Estados Unidos más disfuncional, perjudicial y sin sentido. Él será 
recordado por no solamente construir puentes con Cuba, sino también con 
toda América Latina, lo que sería un legado muy noble y digno si fuera 
cierto.
Cuba no ha sido una verdadera amenaza para los Estados 
Unidos - si alguna vez lo fue - por un tiempo muy largo. Pero Venezuela,
 debido a sus grandes reservas de petróleo, lo es. Los EE.UU. tiene que 
controlar a los 300 mil millones de barriles de petróleo de Venezuela 
con el fin de garantizar su supervivencia a largo plazo, y sin un 
gobierno servil en el poder, eso no es posible. La política de Estados 
Unidos hacia Venezuela ha sido la misma desde que Hugo Chávez fue 
elegido por primera vez en 1998 y se negó a ceder a los intereses de 
EEUU: destruir a la Revolución Bolivariana y sacarlo del poder. La misma
 política existe, en efecto, contra el gobierno de Nicolás Maduro.
Al
 tratar de aislar a Venezuela y Rusia con sanciones y paralizar sus 
economías, Washington cree que puede asfixiar las crecientes relaciones 
de Rusia con América Latina y neutralizar la influencia regional de 
Venezuela. El plan consiste en intervenir y llenar el vacío con la 
influencia financiera y política de Estados Unidos. Y Washington piensa 
que al extender la mano a Cuba, el resto de América Latina será seducido
 suficientemente para dar la bienvenida a la dominación estadounidense.
Cuba
 puede ser salvavidas de Obama, pero el barco se ha ido. Las naciones 
latinoamericanas han condenado abrumadoramente las sanciones de Estados 
Unidos contra Venezuela y han pedido que se deroguen. Obama puede 
pensar que él puede sacrificar a Venezuela con el fin de salvar su 
legado mediante la relación con Cuba, pero está equivocado. La misma 
solidaridad que las naciones de América Latina expresaron a Cuba por más
 de 50 años, también está presente con Venezuela. La Patria Grande no se
 deja engañar por los dobles estándares de los Estados Unidos. Desde 
hace tiempo América Latina ha expresado su deseo de tener una relación 
madura y respetuosa con Washington. ¿EE.UU. nunca será capaz de lo 
mismo?

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