Por CARLOS FREILE GRANIZO.
Desde antes de la invasión peruana en 1941, la OSS 
(antecesora de la CIA) inició una sorda pero eficaz campaña para 
vincular a nuestro país con la Alemania nazi. La razón de esa acción 
sucia era ayudar al Perú a conseguir el apoyo de los Estados Unidos en 
el conflicto con nuestro país. La OSS respondía a los intereses de 
compañías norteamericanas con inversiones en el Perú. Como es sabido el 
“hermano” del Sur anhelaba ocupar nuestras tierras orientales hasta la 
Cordillera.
Con certeza para esos años ya se sabía de la existencia de petróleo 
en esa área. La conducta de la delegación norteamericana y de su aliada,
 la brasileña, no deja lugar a dudas: trataron de que el Perú sacara 
toda la ventaja posible. Es más, contradiciendo las afirmaciones del 
presidente Roosevelt permitieron la firma de un tratado entre dos países
 cuando las tropas del uno ocupaban territorio del otro.
Nuestro gobierno no simpatizaba con los nazis, antes al contrario: 
cedió a los EE. UU. la isla de Baltra para una base naval, sin 
compensación (cuando se fueron arrojaron al mar todo lo móvil). Un 
producto de enorme valor estratégico, el palo de balsa (indispensable 
para los salvavidas), se vendía a los norteamericanos a un precio 
inferior al del mercado. Varias familias alemanas e italianas fueron 
deportadas (entre ellas una alemano-ecuatoriana que antes exportaba el 
palo de balsa) o enviadas a campos de concentración en los EE. UU. El 
gobierno de Arroyo expropió los bienes de esas familias, los que pasaron
 a otras muy adictas a los EE. UU. Que se sepa, nunca fueron devueltos.
Varios funcionarios consulares ecuatorianos ayudaron a escapar del 
genocidio nazi a familias judías, tanto de Alemania como de Italia; 
alguno de ellos ya ha sido reconocido de manera oficial. Esta es otra 
versión de una historia medio oculta y olvidada. Vale la pena que por lo
 menos en este aspecto no hagamos caso de lo dicho por quienes nos 
perjudicaron aprovechando nuestra crisis y debilidad. Todos aplaudimos 
la paz, pero aceptarla no significa renunciar ni a la verdad ni a la 
dignidad.
Tomado de Contrainjerencia
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