Por Emir Sader.
Los escenarios electorales se 
repiten de forma muy similar en los países de gobiernos posneoliberales 
de América Latina: a las candidaturas de los gobiernos se oponen siempre
 candidaturas de derecha. Aquéllas cuentan con las políticas sociales 
redistributivas, éstas con el monopolio privado de los medios de 
comunicación. Una toca a las condiciones de vida de la gran mayoría, la 
otra intenta tocar a la conciencia de la gente.
No hay ninguna duda de que los gobiernos de Venezuela, Brasil, 
Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador han mejorado de manera sustancial 
las condiciones de vida de las personas. La redistribución de la renta, 
la disminución de las desigualdades, el aumento de las posibilidades de 
que las personas puedan encontrar formas dignas de sobrevivencia: todo 
apunta en esa dirección, que no es negada ni siquiera por la oposición.
Pero nadie tampoco niega el rol de los medios de comunicación 
privados, que se han vuelto, hace tiempo, el partido político de la 
derecha. Así, a menudo las campañas electorales miden los resultados de 
las políticas sociales en contra de la eficacia de los medios de 
comunicación.
La efectividad de las políticas sociales va creando un consenso, pero
 directamente en los medios populares, que suelen votar masivamente por 
los candidatos de los gobiernos, en quienes ven los méritos de esas 
políticas y la perspectiva de continuación de ellas. Las capas medias de
 las grandes ciudades son el blanco privilegiado de las campañas de los 
medios de comunicación privados, concentrando su acción en difundir la 
idea de que los países van mal, que el camino escogido por los gobiernos
 está equivocado, que los estados cobran demasiados impuestos, son 
corrompidos, debieran restringir sus espacios en función de las 
iniciativas privadas, no respetan la 
libertad de prensa, etcétera.
Así como las políticas sociales de los gobiernos posneoliberales son 
muy similares, las campañas de los medios monopolistas de comunicación 
parecen realizadas por una misma empresa privada, de tal forma son 
iguales.
Si los gobiernos tienen problemas actualmente, las alternativas se 
ubican a su derecha y no a su izquierda. Los candidatos de la oposición 
–sea en Ecuador, Venezuela, Bolivia, Brasil, Argentina o Uruguay– son 
los mismos de siempre, a veces hijos de los de siempre. La novedad está 
en que a veces dicen que van a mantener políticas de los gobiernos 
actuales, cuando se dan cuenta de que la gente puede querer 
adecuaciones, pero en el marco de la continuidad de las políticas 
actuales. Hacen como que van a mantener los avances sociales, pero 
cuando tienen que revelar su política económica y/o sus futuros 
ministros de economía, en caso de que ganaran –o si alguien los revela–,
 se ve que las políticas sociales actuales son absolutamente 
incompatibles con los enunciados básicos de los personeros conspicuos 
que asesoran a los candidatos de la oposición.
El poder de los medios de comunicación privados da a la 
derecha un buen poder desestabilizador, al valerse de campañas de 
terrorismo económico, de denuncia de supuestos escándalos del gobierno, 
quitando energía y poder de acción a los gobiernos. Pero esa misma 
derecha se muestra incapaz de generar candidatos y plataformas 
vencedoras en las elecciones. Tiene entonces que apelar a esquemas 
golpistas para intentar romper la continuidad de los gobiernos 
progresistas. El esquema es similar en países como Venezuela, Ecuador, 
Brasil, Bolivia o Argentina.
Es esencial así romper con el monopolio privado de los medios de 
comunicación, que mantienen capacidad de influencia incluso en los 
países donde ya hay ley de regulación de los medios. Pero el objetivo 
esencial, con o sin esa regulación, es que los grandes sectores de la 
masa de la población, beneficiarios de las políticas sociales que 
caracterizan a esos gobiernos, tengan conciencia social de sus derechos y
 de qué fuerzas representan la garantía de esos derechos y cuáles 
representarían su término.
Total, es necesario construir en el conjunto de la sociedad la 
hegemonía de las políticas posneoliberales, ante todo la prioridad de 
las políticas sociales redistributivas, lo cual significará el punto de 
no retorno de esos gobiernos.

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