Por Carlos Ávila Villamar
En los últimos días se ha hablado bastante acerca de la definición de lo revolucionario en contraste con lo contrarrevolucionario. Alguien habrá sentido temor ante este binarismo y habrá hecho alguna comparación desafortunada. Creo que el temor se sostiene gracias a dos identidades falsas.
La primera, identificar la Revolución con el gobierno o peor, con su presidente. La segunda, identificarla con una serie de disposiciones específicas venidas del gobierno. Hasta yo sentiría miedo si existiera esa identidad absoluta, que en realidad constituiría una maquinaria de preservación de un estado de cosas, todo lo contrario a lo que una revolución debería ser. A continuación ofreceré mi modesta forma de ver qué es lo revolucionario y lo contrarrevolucionario, y por qué no debe temerse a esta oposición, cuya naturaleza no es política.
La frase de Fidel a los intelectuales que dice que dentro de la Revolución todo y contra la Revolución nada puede ser malinterpretada de manera involuntaria o voluntaria. No quisiera estar bajo la tutela de un funcionario que interpretara que dentro de lo admitido por un gobierno todo y fuera de lo admitido por un gobierno nada. De vez en cuando aparece todavía este arquetipo miope u oportunista, pero creo que últimamente se ve más la confusión en debates sobre la libre expresión o la legitimidad del poder. Revolución ha empezado lastimosamente a adquirir el significado de oficialismo en algunos círculos, y un intelectual puede leer erróneamente que solo se puede estar a favor o en contra del oficialismo. La Revolución, me temo, no es una postura política, en tanto no puede ser concebida como el anarcosindicalismo o la ideología Juche. Sería despótico pensar que dentro del anarcosindicalismo todo, contra el anarcosindicalismo nada. La postura revolucionaria es un modo en el que el individuo se ve y se hace a sí mismo con respecto a la sociedad. Por eso su naturaleza es moral, y no política. En diferentes contextos diferentes posturas políticas pueden llamarse revolucionarias, incluso en un mismo contexto pueden convivir diferentes posturas revolucionarias.
El concepto de Revolución de Fidel, frecuentemente citado y repetido de memoria, quiere decir eso. Lo revolucionario es una actitud moral en la que se quiere hacer del mundo un lugar mejor. Dentro de esa actitud benéfica y desinteresada, todo, contra ella, nada. No debe temerse a esta oposición. Por el contrario, constituye un modo útil de medir nuestros pensamientos y acciones. La política no puede verse desde una engañosa oposición de derecha e izquierda, pero la moral se basa siempre en oposiciones elementales. Mentir, no mentir. Robar, no robar. De lo contrario pierde su utilidad más importante, que es garantizar el orden social sin recurrir a la coacción: que la gente no mienta ni robe más por un rechazo interno, claro y apriorístico, que por el miedo a las consecuencias judiciales. A la larga una sociedad necesita que al menos haya alguien con un deseo interno de transformación positiva, y con la capacidad de materializar ese deseo. La humanidad se ha preservado gracias a ello. De lo contrario las sociedades, en sus puntos de quiebre, hubieran colapsado sin excepción de manera irreversible.
Sé que todas estas cuestiones pueden sonar abstractas e intrascendentes para algunas personas. Veremos algo más concreto.
Está de moda otro binarismo que separa, dentro de los revolucionarios cubanos, a un grupo que desea conservar ciegamente el estado de cosas de otro que desea un cambio, sin negar por ello una serie de principios del socialismo. Esta reducción no es moral, sino política, y en la política debemos tener mucho cuidado con las reducciones. El primer problema al que nos enfrentamos constituye la inexistencia de rasgos absolutos que permitan la separación entre estos dos grupos de revolucionarios, a uno de los cuales se le da un carácter negativo, al otro, positivo. Supongo que yo, por ejemplo, entraría para algunos dentro del primer grupo, los conservadores ciegos u oportunistas de extrema izquierda, defensores de la mano dura, en contraste con los demócratas excluidos dentro del discurso oficial, los verdaderos revolucionarios. Creo que Cuba está plagada de cosas que no funcionan, lo que sucede es que la solución que me parece más factible no es copiar la política económica de un país como China, el más poblado del mundo y también uno de los más inequitativos. El fondo último de la oposición fabricada entre los revolucionarios ciegos y los revolucionarios verdaderos es, supongo, relativo al lugar que debe representar la propiedad privada en la economía. Soy un intruso en el debate porque mi campo de estudio es otro, la literatura. Con el tiempo he construido mi propia opinión acerca de algunas cuestiones, pero consideraría indigno que fueran impuestas a la fuerza sobre las de otras personas. Consideraría indigno que ninguna opinión fuera impuesta sobre la de otra persona. No creo que mi socialismo sea el definitivo, porque no creo que haya un socialismo definitivo. Y no creo que alguien sea contrarrevolucionario por tener una opinión diferente a la mía. Defiendo, de hecho, que se lean y analicen los artículos políticos que puedan parecernos más extravagantes con respecto a lo que pensamos, porque con frecuencia en ellos se encontrarán nuestras debilidades. La separación entre lo revolucionario y lo contrarrevolucionario se produce en otra dimensión mucho menos superficial.
La Revolución, puesto que no es un gobierno, ni una serie de disposiciones, no tiene en verdad hijos bastardos. Alcanza querer hacer bien al prójimo para estar dentro de ella. Conozco a muchísimos hijos de la Revolución desengañados de lo que llaman oficialismo, que en realidad, con su trabajo y su generosidad la están ayudando, la hacen cada día, y a la vez conozco personas que dicen sacrificarse por ella y solo constituyen parásitos de la sociedad.
Puesto que la Revolución no es un gobierno, ni una serie de disposiciones, solo queda fuera de ella aquel que por su propia cuenta se haya excluido, de manera anónima y silenciosa. Quedará fuera de la Revolución aquel que desee beneficiarse de los otros, aquel que por cobardía deje que ocurran injusticias, aquel que se disfrace o que engañe, o aquel que prefiera ganarse la vida simulando ser una víctima. Nadie puede ser sacado de la Revolución. Cada individuo solo puede entrar o salir por sí mismo. Si un revolucionario cubano quedara injustamente excluido del PCC o de la UJC, si fuera injustamente calumniado y silenciado por obispos falsos del comunismo, incluso él seguiría formando parte de la Revolución, y su verdad seguiría latiendo desde la oscuridad de una cueva. Ese resulta nuestro mayor consuelo.
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