Por Atilio Borón
Muchos pensaron que con el triunfo de Mauricio Macri y la elección de Jair Bolsonaro el pensamiento de Nuestra América caería una vez más en los nefandos extravíos del neofascismo, de la xenofobia, la misoginia, la homofobia, el racismo. Es decir, en el pensamiento reaccionario en todas sus variantes, y que el pensamiento crítico había llegado a su ocaso. Pero la extraordinaria convocatoria del Primer Foro Mundial del Pensamiento Crítico convocado por CLACSO en Buenos Aires pone seriamente en cuestión esa expectativa largamente acariciada por la derecha. No sólo por la gran cantidad de intelectuales y políticos de todo el mundo que acudieron a la cita sino por el clima que se palpaba en la multitudinaria concurrencia y la receptividad demostrada ante diversas intervenciones que no sólo cuestionaban el saber convencional de las ciencias sociales, comenzando por la Economía, sino que expresaban la profunda convicción de que el camino neoliberal por el cual algunos gobiernos están llevando a nuestros países conduce inexorablemente a un holocausto social y ecológico de inéditas proporciones.
Ante esa amenaza es necesario construir una alternativa política, y esa requiere el aporte imprescindible del pensamiento crítico que permita trazar una hoja de ruta para evitar el derrumbe catastrófico de la vida civilizada. Hay que hacer un análisis concreto de nuestras dolorosas realidades y un profundo trabajo de organización en el fragmentado y atomizado campo popular que permita enfrentar a los hiper-organizados (en Davos, en el Grupo de Bildelberg, en el G-7, etcétera) enemigos de clase. Hacer también un no menos crucial trabajo de concientización para exponer el lento genocidio que perpetran las clases dominantes del capitalismo mundial (contra los adultos mayores, los jóvenes, las mujeres, los pueblos originarios, los afrodescendientes, entre tantos otros) y para que todas y todos perciban que otro mundo es posible, que eso no es una quimera sino un “principio esperanza” como decía Ernst Bloch o una utopía realizable, como en su momento fue la jornada de ocho horas.
Por lo tanto: organización, unidad en la lucha, concientización y una sofisticada estrategia política de construcción de poder popular que no debe, bajo ninguna circunstancia, reducirse al sólo momento electoral. La clase dominante, el gran empresariado y sus aliados, luchan a diario por sus intereses y jamás detienen sus empeños para ajustarse al calendario electoral. Como dijo una vez el magnate húngaro-norteamericano George Soros, “los mercados votan todos los días”, y a nosotros nos llaman a votar cada dos o cuatro años. Debemos hacer lo mismo y luchar a diario con independencia del calendario electoral. Y tomando nota, además, de los profundos cambios registrados en la subjetividad de las clases y capas populares que empuja a algunos de sus sectores a votar por sus verdugos. Cambios que son consecuencia del fabuloso desarrollo de la informática y los medios de comunicación que permite llegar hasta las capas más profundas del inconsciente y, desde allí, manipular la conducta política de la población.
Lo ocurrido en Brasil con la elección de Bolsonaro es una lección que no puede ser olvidada Para esta larga y difícil batalla se requiere mucha inteligencia, mucha fuerza y mucha pasión sin las cuales nada podrá construirse. Ante algunos apasionados cantitos de la enfervorizada concurrencia al Foro, entre ellos el famoso “hit del verano”, la ex presidenta Cristina Fernández lanzó una oportuna recomendación: “no gritemos ni insultemos porque perdemos tiempo para pensar lo importante.” De eso se trata: de no distraernos y pensar lo importante, es decir, de cómo retornar al gobierno y desde ahí, y con el pueblo en las calles, movilizado y organizado, conquistar el poder. Lo demás es pura catarsis, que tranquiliza algunos espíritus pero que condena a la impotencia política a quienes la cultivan.
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