La
historia está plagada de símbolos. No hablamos de una mera relación que deba
subordinarse a coincidencia alguna. Se trata de algo más profundo, una especie
de vasos comunicantes entre las mejores tradiciones e ideas de los pueblos que
fluye —ya sabemos muchas veces como parte de un torbellino, otras desde la
singularidad de hacerlo a contracorriente— con el propósito de que la
desmemoria no se enseñoree entre quienes estamos llamados a preservar,
multiplicar y enriquecer el legado que nos entregaron nuestros predecesores.
El
pasado10 de abril, y este 10 de octubre, son dos de esas fechas sagradas de
confluencias. De Guáimaro, en 1869, a la fundación del Partido Revolucionario
Cubano por José Martí, en 1892, como pilar insustituible para llevar adelante
la “Guerra Necesaria”. De aquel primer experimento imperfecto y legítimo de
crear una República, 150 años atrás, a la jornada de este jueves, en el 2019, en
que, con solemnidad, echamos a andar —con la toma de posesión de Miguel
Díaz-Canel como presidente de la República de Cuba— un nuevo sendero en pos de
los ideales de siempre, atemperados a un tiempo histórico concreto pletórico en
desafíos.
La
voluntad de construir una sociedad nueva, donde el ser humano es el vórtice de
las transformaciones, en tanto actor protagónico de su destino, marca cada uno
de los horizontes transitados por la Mayor de las Antillas desde el 1ero de
enero de 1959. Dicha vocación reinterpreta, asimismo, los ideales enarbolados
por los patriotas cubanos, de una u otra manera, desde que el 10 de octubre de
1868 se produjo el levantamiento en armas contra la metrópolis española. Esa
fecha (de la que acabamos de cumplir un año más allá del sesquicentenario), significó el comienzo
de un recorrido que no ha concluido —y que continúa signando los derroteros de
esta geografía— el cual fue definido de forma brillante décadas más tarde por
Martí, el más universal de los cubanos: “conquistar toda la justicia”.
No ha
sido, ni podría serlo cuando el reto mayor presupone una modificación integral
de tal envergadura, un camino de rosas. Los procesos revolucionarios, y los
intentos de cambio en general, no son paseos por calzadas reales. Entrañan,
desde que esa idea ronda las mentes de sus gestores, osadía que solo
cristalizará si existe la determinación de dicha vanguardia de perseverar en
esos propósitos, más allá de entuertos de variada naturaleza, y la misma tiene
la capacidad para movilizar a las fuerzas populares que se encargarán de
llevarlos a vías de hecho.
En el
caso cubano, desde la arrancada, la epopeya estuvo enfilada a propiciar cambios
sustanciales en diversos ámbitos. No era una “curita de mercuro cromo” lo que
demandaba la sociedad carcomida anterior a la victoria de las tropas rebeldes
en la Sierra Maestra. Desde la economía mono productora y exportadora,
sustentada exclusivamente en la caña de azúcar (a partir de la época colonial el
slogan de las clases dominantes,
reflejo de esa deformación estructural, era “sin azúcar no hay país”) hasta la
concepción de la jurisprudencia asentada en un orden burgués, con diferencias
abismales entre los sectores privilegiados y la clases oprimidas, exigían el
surgimiento de nuevas formas de pensar y hacer. [1]
La
revolución, como fuente de derecho, no podía ignorar esos imperativos los
cuales encaró, sin seguir decálogos o formulas preconcebidas, con el entusiasmo
y energía propias de quienes habían conquistado el cielo por asalto, lanzando
por la borda el axioma incuestionable hasta ese momento, de que se podía llevar
adelante cambios “con o sin el ejército, pero nunca contra el ejército”.
Las
fuerzas encabezadas por Fidel Castro, no es ocioso recordarlo, derrotaron a un
cuerpo armado con más de 80 mil hombres sobre las armas, acreedor del mejor
avituallamiento y soporte logístico que proporcionaba Estados Unidos. Fulgencio
Batista (una de las dictaduras a las que el expresidente e intelectual
quisqueyano Juan Bosch denominó “Póker de espanto en el Caribe”, junto a la de
Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, los Somoza en Nicaragua y Rafael Leónidas
Trujillo, en República Dominicana)
operaba, parafraseando la novela de Graham Green, como el “hombre fuerte
en La Habana” representando los intereses de Wall Street, con amplias conexiones además con los capos mafiosos
más prominentes de la época.
“Yo quiero que la ley primera de la
república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”. José
Martí
En
materia legislativa, si bien estaba en vigor formalmente la Constitución
promulgada en 1940,[2]
de carácter progresista, esta no fue aplicada en su totalidad debido a la no
implementación de las llamadas “Leyes Habilitantes” que la complementarían, de
un lado; al tiempo que, del otro, había sido mancillada en su letra y espíritu
con el zarpazo de Batista el 10 de marzo de 1952, mediante el cual se instauró
dicha etapa dictatorial que arrancó la vida, hasta el triunfo revolucionario,
de más de 20 mil cubanos. [3]
No es
posible realizar un recuento detallado de cada etapa o empresa acometida en
este plano desde entonces. Tampoco de la tradición constitucionalista antillana
decimonónica que tiene en Guáimaro, Baraguá, Jimaguayú y La Yaya puntos
cenitales. Valga señalar que, partiendo de la idea de que el verdadero poder
tenía que emanar del pueblo, tanto el Consejo de Ministros, primero, como a
través de la implementación a mediados de la década del 70 de la centuria
pasada de los Órganos Locales del Poder Popular —sistema que se oficializó con
la potencia del respaldo popular en el referéndum que condujo a la aprobación
de la Constitución Socialista en 1976 [4]—,
se diseñó y vertebró un sistema de leyes, decretos y otros instrumentos
jurídicos en consonancia con el carácter de la nueva sociedad que se levantaba.
No fue
esta tampoco una travesía desprovista de escollos, los cuales debieron
sortearse con inteligencia y, especialmente, desde la óptica de que lo esencial
era que, en todo momento, el pueblo (no como entelequia o abstracción sino en
su más amplia representación surgida desde las bases) estuviera dotado de la
capacidad real de ejercer la administración de justicia, en la misma medida en
que exigiera el cumplimiento, en todas las instancias, del ordenamiento
jurídico establecido. En otras palabras, nada ni nadie podría estar por encima
de la ley, en el marco de una sociedad de nuevo tipo, empeñada en fundar
paradigmas diferentes de relación entre los seres humanos, y entre estos y las
instituciones que los representaban.
La
Asamblea Nacional del Poder Popular que emergió del aquel proceso
constitucional (a la altura de 17 años de práctica revolucionaria) vino a ser
colofón de aquella primera etapa y, en la misma medida, rampa de despegue hacia
metas superiores, desde el prisma que se trataba, si bien con los objetivos
centrales definidos con claridad, de un camino permanente de
experimentación. No soslayemos la
afirmación de Fidel decenios más tarde, en el Aula Magna de la Universidad de
La Habana el 17 de noviembre del 2005, acerca de cuál había sido el principal
error cometido en la peliaguda tarea de edificar el socialismo. [5]
Más allá de cifras, seres humanos
concretos en respaldo de su proyecto político, económico y social.
Bajo la
premisa de que los cambios operados en la sociedad cubana, en disímiles ámbitos
durante las últimas décadas, debían encontrar reflejo en la Carta Magna
—precepto que confirma además la sintonía insustituible que debe existir cuando
se sitúa en el epicentro a las personas de carne y hueso y no al capital
monopolista transnacional— se desató a partir del segundo semestre del 2018 un
arduo proceso de trabajo, enfocado en adoptar una nueva Ley de leyes, el cual
tuvo como componente fundamental la participación ciudadana.
El 22
de julio del 2018, el Parlamento (donde ocupan escaños obreros, estudiantes,
campesinos, intelectuales, dirigentes, etc., y en el que casi el 50 por ciento de sus miembros son mujeres) acordó
someter a consulta popular el proyecto elaborado —luego de varios años de
intensa labor desplegada por una comisión constituida al efecto—, desde el 13
de agosto hasta el 15 de noviembre. El país entero, no es una metáfora, se
erigió en gigantesco foro parlamentario de debate.
Atemperadas
a las condiciones y características de cada plaza urbana, rural, laboral, estudiantil
o comunitaria, de uno a otro extremo del verde caimán antillano, se realizaron
más de 110 mil reuniones. No fue un ejercicio formal sino que, por el
contrario, se trató de espacios para opinar y polemizar (en el que participaron
más de siete millones de cubanos) en torno a las ideas contenidas en el texto
presentado del cual, por cierto, se vendieron más de un millón de ejemplares en
pocos días, en clara muestra del interés que suscitó entre todos los segmentos
poblacionales.
En esos
encuentros se generaron más de un millón de planteamientos, en todas las
direcciones, lo cual incluyó variadas propuestas de modificación, adición y cambios, en relación a cada una de las
temáticas tratadas. Para que se tenga una idea de la amplitud de esos intercambios,
solo mencionaré que apenas ocho de los 755 párrafos que aparecían en la
redacción original no fueron abordados por la población; al tiempo que, cuando
el 22 de diciembre del 2018 la Asamblea Nacional aprobó la versión que se
sometería a referéndum el 24 de febrero del 2019, la misma incluía
aproximadamente 760 cambios formulados por el pueblo, entre adiciones,
eliminaciones y modificaciones de artículos, frases y palabras.
Los
resultados obtenidos en las urnas expresaron con absoluta nitidez el respaldo
del pueblo a su revolución socialista. Luego de validar las cifras definitivas,
el ente electoral informó que, de los 8 millones 705 mil 723 ciudadanos
habilitados para votar en el registro de electores, hicieron uso de ese derecho
7 millones 848 mil 343 cubanos, lo que representó el 90, 15 % de la lista
actualizada, la cual contempló todas las variaciones posibles en cuanto a
movilidad, fallecimientos y el resto de las variables con respecto a la nómina
inicial.
De los
7 millones 843 mil 343 boletas depositadas en las urnas se declararon válidas,
por reunir los requisitos establecidos en la Ley, 7 millones 522 mil 569, lo
cual representó el 95, 85 %. En relación con el SÍ, los votos ascendieron a 6
millones 816 mil 169 electores, el 86, 85 % de quienes votaron, y el 78, 30 de
la lista actualizada. El NO registró 706 mil 400 boletas, el 9 % de quienes las
depositaron en cada colegio, y el 8, 11 % de todos los inscritos en el
registro. [6]
Existe
conciencia además de que, a partir de la puesta en práctica de la Constitución,
se abrió una permanente labor parlamentaria para poner en práctica las
definiciones contendidas en dicho texto supremo. El presidente de los Consejos
de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez ha sido claro al respecto,
al afirmar que se impone “… un amplio ejercicio legislativo, para implementar
—en el menor tiempo posible— todas las leyes que refuerzan esta Constitución
[…] para que la Constitución nazca con el apoyo legislativo que necesita”. [7]
Estas
cifras deben examinarse más allá de lo cuantitativo. Dichos números, en última
instancia, irradian el compromiso de las diversas generaciones de cubanos,
particularmente de quienes han nacido en los últimos 30 años —luego de que
ocurriera la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y
la debacle en las otrora naciones socialistas de Europa del Este— de continuar
actualizando nuestro modelo económico y social y, sobre todo, de no claudicar
en la construcción de una sociedad socialista digna, humana, justa y
sostenible.
En
momentos en que se produce un envalentonamiento de la derecha regional —en
éxtasis por la presencia en la Casa Blanca de un inquilino que irrespeta las
más elementales normas del derecho internacional—, el pueblo cubano cierra
filas en la defensa y consolidación del sistema político que lo trajo hasta
aquí, y lo hizo alcanzar conquistas reconocidas en cualquier latitud. De igual
manera reiteró, con su participación ejemplar, la cultura política de la que es
portador, garante, de principio a fin, de la defensa de la nación, con
independencia de las vicisitudes y escaseces que hemos debido enfrentar.
Si algo
demuestra la experiencia antillana, a lo largo de estos años, es que una
revolución trasciende las reivindicaciones en el plano económico. Se trata, en
el aliento de la definición expuesta por Engels sobre el socialismo, de una
“vigorosa cultura” que nos haga comprender la magnitud de lo que está en juego
y contar, es algo también de primer orden, con la capacidad y los instrumentos,
de toda índole, para defendernos de cualquier amenaza.
Democracia,
para quienes habitamos este archipiélago caribeño, desborda la mera
participación electoral. Es un reto que asumimos de manera cotidiana, en todas
las dimensiones, con la convicción de que solo es posible practicarla si cada
uno de nosotros nos levantamos como eje de la participación y transformación
social.
A 60
años del día luminoso en que los mambises “si pudieron entrar a Santiago”, la
aprobación rotunda de la Constitución socialista —y la asunción, reiteramos, del
compañero Díaz-Canel como presidente de la República—, expresan con creces que
el empeño de lograr una sociedad superior, en la que los seres humanos no sean
lobos de sí mismos, no es una quimera. Es cierto, al mismo tiempo, que
hablamos, como expresó hace algunos años Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del
Comité Central del Partido Comunista de Cuba, de un “viaje a lo ignoto, a lo
desconocido”. Lo es también que proseguimos emprendiendo dicha travesía con la
frente enhiesta. Más vale que no se olvide.
Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1] Bastaría traer a colación apenas unos
apuntes planteados por Fidel, en el histórico juicio que sobrevino tras el
ataque a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba
y Bayamo, respectivamente, el 26 de julio de 1953, para entender la magnitud
del drama social imperante. “El problema de la tierra, el problema de la
industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el
problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí
concretados los seis puntos a cuya solución se hubiera encaminado resueltamente
nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la
democracia política. […] El ochenta y cinco por ciento de los pequeños
agricultores cubanos está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del
desalojo de sus parcelas. […] Cuba sigue siendo una factoría productora de
materias primas. Se exporta azúcar para importar caramelos, se exportan cueros
para importar zapatos, se exporta hierro para importar arados. […] Hay en Cuba
doscientos mil bohíos y chozas; cuatrocientas mil familias del campo y la
ciudad viven hacinadas en barracones, cuarterías y solares. […] El noventa por
ciento de los niños del campo está devorado por parásitos que se les filtran
desde la tierra por las uñas de los pies descalzos. […] El porvenir de la
nación y la solución de sus problemas no pueden seguir dependiendo del interés
egoísta de una docena de financieros, de los fríos cálculos sobre ganancias que
tracen en sus despachos de aire acondicionado diez o doce magnates”. Fidel
Castro Ruz: La historia me absolverá,
Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2005, pp. 48-51.
[2] Sobre el proceso que desencadenó la aprobación de la Carta Magna de 1940 —que
la Revolución restituyó de inmediato mediante la Ley Fundamental del 7 de febrero de 1959— el abogado Homero Acosta Álvarez, electo Secretario
de la Asamblea Nacional y del Consejo de Estado, considera: “Después de varios
intentos, la convocatoria a las elecciones fue finalmente en 1939, y los
asambleístas fueron elegidos el 15 de noviembre.
[…] En las elecciones resultaron electos 81 delegados, 44 correspondieron con
el llamado Block de la Oposición, de
los cuales 18 fueron del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), 16 del
Demócrata, 6 del Partido Acción Republicana y 4 del ABC; mientras el Block Gubernamental obtuvo 37 delgados,
de los cuales correspondieron 17 al Partido Liberal, 9 al Partido Unión
Nacionalista, 6 a
la Unión Revolucionaria Comunista, 4 al Conjunto Nacional Democrático y 1 al Partido
Nacional Revolucionario. […] A diferencia de la Constitución de 1901, la de
1940 se nutrió de las transformaciones del pensamiento jurídico-político
generado tras la Primera Guerra Mundial. Es visible el aporte que brindó a ese
efecto el constitucionalismo social originado a consecuencia de las
revoluciones de octubre en 1917 en Rusia y en México, a lo que se suman las
experiencias de la República
española y sus instituciones.” Homero
Acosta Álvarez: “La
Constitución de 1940 en la historia constitucional cubana”,
en: El Derecho como saber cultural.
Homenaje al Dr. Delio Carreras Cuevas, Andry Matilla Correa (Coordinador),
Editorial de Ciencias Sociales-Editorial UH, La Habana, 2011, pp. 317-319.
[3] “La Carta Magna de 1940
tuvo una vida azarosa. Parte de su vigencia estuvo marcada por la Segunda
Guerra Mundial lo que afectó su normal desenvolvimiento. Luego, el golpe de
Estado del 10 de marzo de 1952 supuso el quebranto de la legalidad
constitucional. Batista la sustituyó por unos Estatutos Constitucionales
espurios, que marcaron el inicio de la crisis del modelo de 1940. Restablecida
de nuevo su vigencia el 24 de febrero de 1955, como parte de la farsa electoral
planeada por el tirano estuvo vigente, aunque en la práctica inoperante hasta
el triunfo revolucionario. El triunfante Gobierno Revolucionario, aunque
proclamó la vigencia de la Constitución de 1940, ajustándose al punto uno del
Programa del Moncada, pronto comenzó a introducirle modificaciones para
adecuarla a las nuevas circunstancias. La vigencia de esta Carta Magna planteó
significativos problemas. […] Muchas de las medidas, como por ejemplo, la
Reforma Agraria, debían ser objeto de ley y esta solo podía emanar del
congreso. Ello puso a las fuerzas revolucionarias en la disyuntiva de convocar
nuevas elecciones, lo que suponía un panorama incierto o sustituir la Carta
Magna de 1940. La legitimidad de la que gozaba el proceso revolucionario le
permitió realizar esta transformación. Debe tenerse en cuenta además, el
creciente descrédito del texto de 1940, tanto por la falta de cumplimiento de
algunos de sus postulados fundamentales, como por no haber servido como freno a
las ambiciones de poder, la corrupción y la dictadura. Por ello, el 7 de
febrero de 1959 se promulgó una nueva Ley Fundamental destinada a actuar como
texto constitucional de emergencia”. Santiago Bahamonde Rodríguez: “El
constitucionalismo cubano. Retrospectiva histórica a siglo y medio”, en: Revista Bimestre Cubana, de la Sociedad
Económica de Amigos del País, No. 49, Época III, Volumen CXXIV,
Julio-Diciembre, 2018, pp. 180-181.
[4] “Por último, se
desarrolló el referéndum popular, que aprobó el texto con más del noventa y
siete por ciento de los votos válidos y la nueva Carta Magna entró en vigor el
25 de febrero de 1976. […] Como señaló Raúl Castro: ´Jamás en toda la historia
de nuestra Patria y de nuestro continente ha sido aprobada una Constitución
mediante un proceso de tan ejemplar democracia, de tan masiva y consciente
participación de toda la población en su discusión, elaboración y aprobación;
en el que se haya expresado con tanta fuerza y realidad la voluntad soberana
del pueblo”. Ibídem, pp. 184-185.
[5] En el
emblemático recinto universitario dialogó con los miembros del Consejo Nacional
de la Federación Estudiantil Universitaria, en presencia de varios de los
principales dirigentes del Partido, el Estado y el Gobierno cubano. En las
trascendentales reflexiones de esa jornada —que se extendieron por más de siete
horas— se refirió, de manera descarnada, a diversos asuntos históricos, de ese
momento y, de forma particular, a los relacionados con el futuro de nuestro
país y de la humanidad. “Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años:
entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era
creer que alguien sabía de socialismo”, a lo que añadió: “Les hice una
pregunta, compañeros estudiantes, que no he olvidado, ni mucho menos, y pretendo
que ustedes no la olviden nunca, pero es la pregunta que dejo ahí ante las
experiencias históricas que se han conocido, y les pido a todos, sin excepción
que reflexionen: ¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario?,
¿cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la
reversión de un proceso revolucionario? Cuando los que fueron de los primeros,
los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de
líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo? Si nosotros, al fin y al cabo, hemos sido
testigos de muchos errores, y ni cuenta nos dimos”. Fidel Castro Ruz: Podemos construir la sociedad más justa del
mundo, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2005, pp.
41-60.
[6] Sobre estos datos
oficiales pueden consultarse diversos trabajos. Recomiendo ver, en ese sentido,
los artículos “Comisión Electoral Nacional fija cifras definitivas: 90, 15 % de
electores votaron en referendo Constitucional” y “Nueva constitución: nuestro
momento histórico”. Dirección URL.
<http://www.cubadebate.cu/noticias/2019/03/01/comision-electoral-nacional-fija-cifras-definitivas-90-15-de-electores-votaron-en-referendo-constitucional/#.XJTmUKBcOUk>., y <http://www.cubahora.cu/especiales/reforma-constitucional-cuba/noticias/la-prensa-aliado-historico-en-cada-reforma-constitucional>.
[7] Ver en: “Ganó el Sí, en
cifras el voto democrático del pueblo”. Dirección URL.
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