Por Hassan Pérez Casabona
Poco más de diez años atrás, exactamente el 28 de junio del 2009, la cúpula militar en Honduras depuso al presidente Manuel Zelaya. Dos fueron los pecados capitales del gobernante: gestionar la incorporación de su país a la Alianza Bolivariana de Nuestros Pueblos de América (ALBA) y pedir disculpas a Cuba por su expulsión de la OEA, ocurrida a comienzos de la década del 60 de la pasada centuria.
El diplomático venezolano Roy Chaderton, en la denuncia del atropello que los uniformados cometían en la pequeña nación centroamericana, pronunció entonces una frase que luego relanzó, con especial fuerza, el inolvidable comandante Hugo Rafael Chávez Frías: “Se han abierto otra vez las puertas a los gorilas en nuestro continente”.
Lo cierto es que, en su versión más descarnada, reaparecían así en el panorama hemisférico los rostros de los promotores de la violencia y masacre, asumiendo el rol nefasto de perpetrar crímenes contra los sectores populares. Un terrible remake de lo ocurrido en los años 70 (no solo en el Cono Sur bajo la tenebrosa Operación Cóndor de los Pinochet, Stroessner, Videla, Geisel, Banzer, García Mesa y compañía) dejaba entrever, según las palabras del propio “Arañero de Sabaneta”, la “oreja peluda” de quienes siempre actuaron bajo las órdenes de Washington, como mastines imperiales, entrenados en reprimir, mediante la combinación de cualquier método, a los que se proponían labrar su destino.
Desde ese instante, es válido reconocerlo, el arsenal de embestida de las oligarquías nacionales, amamantadas por Wall Street, no se limitó al despliegue de armas largas en las calles, con las imágenes de policías y miembros de fuerzas de operaciones especiales, repartiendo puntapiés a mujeres, jóvenes, ancianos y trabajadores que no se resignaban a la ignominia.
Sobrevinieron, cual andanada perversa, tanto los llamados “golpes suaves”, donde los verdaderos amos del norte y sus acólitos domésticos se rasgaban las vestiduras —pues no aparecían en escena e intentaban darle a la operación un viso de legalidad—, como el uso del lawfare, o judicialización de la política, procedimiento mediante el cual las estructuras legislativas se superponían mediante los juicios políticos, los denominados procesos de impeachment, a la voluntad soberana expresada en las urnas, en favor de los candidatos de izquierda.
Ahí están, para confirmar dicho bagaje, lo mismo la intentona golpista contra Rafael Correa desatada por unidades de la policía ecuatoriana, el 30 de septiembre del 2010, pasando por la destitución de Fernando Lugo en Paraguay y Dilma Roussef, en Brasil, y la posterior encarcelación del expresidente carioca Luis Inacio Lula Da Silva, y del vicepresidente ecuatoriano Jorge Glas; así como el inicio de trámites acusatorios contra los ex mandatarios Cristina Fernández, en Argentina, y el propio Rafael Correa, unido a los intentos desestabilizadores prolongados durante meses contra Daniel Ortega en Nicaragua.
Todos los colores todos…
Bolivia no quedó excluida de estas maniobras. El golpe cívico-prefectural orquestado por la derecha, desde el epicentro de la ciudad de Santa Cruz, y el resto del eje de la llamada Media Luna, llevado a cabo en sus distintas fases entre el 2007 y el 2009, con el objetivo de desmembrar el país, fue una clara evidencia de la manera de proceder, sin escrúpulos, de estos conglomerados reaccionarios.
Es imposible resumir la hondura de las transformaciones emprendidas, en todo este tiempo, por el gobierno del presidente Evo Morales. De igual manera las acciones ejecutadas por Estados Unidos, la Organización de Estados Americanos (OEA) y los sectores recalcitrantes, que no perdonaban la llegada a la más alta magistratura de un indígena cuya universidad fue la lucha en las calles, como líder sindical y campesino. No pueden olvidarse, asimismo, las respuestas erguidas de Evo ante presiones y chantajes imperiales. Así expulsó a Philip Golderberg en el 2008, cuando este osó amenazarlo de que no lo podía tocar, por ser el embajador estadounidense. Otro tanto hizo con la DEA, en el 2009, y con la USAID, en el 2013, expresiones inequívocas de la envergadura del desafío planteado.
La renuncia del presidente Morales, así como la de su vicepresidente Álvaro García Linera, la presidenta del Senado Adriana Salvatierra y otras autoridades —con el propósito de frenar la embestida de grupos fascistoides que, en pos de coronar sus objetivos no vacilarían en ahogar a los ciudadanos de la hermana nación andina en un baño de sangre— representa, en la práctica, una consecuencia directa de un golpe de Estado, en el cual también aparecen involucrados altos mandos militares y de la Policía Nacional.
Lo sucedido en las últimas horas viene a confirmar, además, el desprecio desde el Norte y de las élites amamantadas por ellos, a lo largo del tiempo, hacia todos aquellos que no se pliegan a sus designios. Los audios y documentados filtrados con declaraciones sobre la relación de personajillos locales con los senadores Marco Rubio y Ted Cruz, por ejemplo, colocan sobre el tapete, una vez más, la esencia de esos nexos dantescos.
La constitución aprobada bajo el impulso de Evo, y la creación del Estado Plurinacional en el 2009, dándole rostro a los 36 pueblos originarios, invisibilizados históricamente, son demostraciones del calado de la transformación cualitativa experimentada. Es más, en estos 13 años del denominado Proceso de Cambio se avanzó en disímiles campos con mayor celeridad, y amplitud, que lo conseguido a lo largo de toda la etapa precedente, desde la proclamación de Bolivia como República, en 1825. Los hechos y realizaciones tangibles están ahí para corroborarlo.
Lo acaecido en estas jornadas aciagas tiene múltiples lecturas pero, en todos los casos, es necesario ahondar en las raíces. Diversas interrogantes se imponen por su propio peso, enhebradas desde una idea cardinal: la excelente gestión desarrollada por Evo y los miembros del Movimiento al Socialismo (MAS) es secundaria para esos grupos otrora privilegiados, que jamás le perdonarán a Morales la audacia de hablar con voz propia, desde la autenticidad de proceder y sentir por los más humildes.
En otras palabras, el Evo que ganó sucesivamente cada elección presidencial desde el 2005 no gobernó pidiéndole permiso al Fondo Monetario Internacional o al Banco Mundial. No solicitó autorización alguna al Departamento de Estado, ni suplicó dádivas a entidades económicas allende sus fronteras. Nacionalizó sin dubitaciones sus recursos naturales para que el gas y el litio, por solo citar dos ejemplos, fueran bolivianos desde el subsuelo hasta el momento en que se comercializaban. En política exterior nunca abandonó a la revolución cubana ni a la Venezuela bolivariana, contra las que Estados Unidos enfiló con especial saña sus cañones desde el arribo a la Casa Blanca de Donald Trump.
Rebasó con creces, eso sí, mediante un quehacer inclusivo (no exento de errores, los cuales tienen que ser estudiados con rigor en todo el hemisferio, para aprender de ellos y no repetir ningún desacierto) lo que el intelectual Juan Ramón Quintana Taborga, su ministro de la Presidencia (cuya vivienda también fue allanada por las hordas golpistas) llamó con tino “la cultura de la letinocracia”, traducida a solo contentarse con recibir esos dispositivos sanitarios obsequiados por la USAID, como “premio” a mantener la cabeza gacha, ante los dictados de los capataces yanquis.
Desde que Evo asumió la más alta responsabilidad política en enero del 2006 (convirtiéndose así en el primer presidente indígena de su país y en el segundo de Latinoamérica, después del inmenso Benito Juárez, en México) los éxitos alcanzados son impresionantes en múltiples ámbitos. Bastaría apenas mencionar que, de ser la nación más atrasada en el plano económico del continente, se convirtió en la de mayor crecimiento, tal como reconocieron la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y otras instituciones especializadas.
Ese resultado incuestionable, incluso, palidece ante lo que considero su aporte más integral: reivindicar a millones de seres humanos preteridos durante siglos, en tanto se propuso fundar un nuevo sistema de relaciones, el Estado Plurinacional, donde no existieran ciudadanos que ultrajaran a sus compatriotas por los rasgos físicos, o la manera de andar y expresarse.
Es evidente que dicho propósito es infinitamente más complejo que poseer buena voluntad. La desigualdad, discriminación, opresión y por tanto la lucha emancipatoria, no es solo una cuestión racial o étnica, tampoco de género. Es en primer lugar, desde lo más raigal del pensamiento marxista creador, una temática relacionada con la existencia de clases sociales, que desborda la caricaturización de buenos versus malos.
Es por ello que cualquier intento en el siglo XXI de acabar con los vestigios de las rémoras coloniales e imperiales de dominación —y de sus formas ideológicas y culturales contemporáneas de representación—, tiene que emprender una transformación integral y abarcadora del viejo sistema y proponer, desde la articulación anti dogmática, un nuevo sistema de vínculos (donde lo comunal y barrial es un factor decisivo) enfilado al mejoramiento humano y la armonía con la naturaleza. Evo, en esa línea, criticó al capitalismo salvaje y defendió la Pachamama. El “buen vivir” se convirtió en una filosofía inaceptable para los que como el Macho Camacho, y sus advenedizos furibundos, están acostumbrados a cuantificar, desde lo monetario, cada una de las operaciones en las que se enrolan.
El gobierno de Evo no fue perfecto (como no lo es ninguna obra sobre la tierra emprendida por personas de carne y hueso) pero desde la apertura, hasta la conmovedora alocución del domingo 10 de noviembre, se basó en la defensa de ideas, no en la violencia ni el empleo de la fuerza.
Los instigadores de desórdenes (quienes confiesan sin reparos que debe prolongarse la cacería) por el contrario, no son capaces de promover el diálogo, precisamente porque están huérfanos de ideas. Es un dilema que se repite a lo largo de la historia y que desafortunadamente no tendrá su epílogo ahora: la pugna entre el debate, y la posibilidad de rectificar lo negativo, contra los alaridos, amenazas y uso de la violencia por aquellos acéfalos en el campo de la reflexión.
Valores y argumentos contra simios que se dan en el pecho, creyendo el mundo es una jungla donde exclusivamente pueden habitar los más aptos y fuertes. El coctel molotov que alimenta su accionar peregrino se ceba lo mismo en el poderío económico, que en un mesianismo religioso el cual, supuestamente, los catapulta como elegidos. Necios, no saben en el espíritu del Apóstol de la independencia cubana José Martí, que un principio justo desde el fondo de una cueva puede más que un ejército y que, de igual forma, trincheras de ideas valen más que los valladares de piedra.
Volveré hecho millones…
La llegada de Evo a suelo mexicano sorteando riesgos de la más variada naturaleza (brilló la cancillería azteca, cumpliendo el mandato del presidente López Obrador) no es abandono, ni mucho menos, de la lucha estratégica que él mismo comenzó desde que, a finales de los 80, se levantara como líder prestigioso de las Seis Federaciones del Trópico Cochabambino.
En la nación de Juárez y Lázaro Cárdenas encontrará, seguramente, el espacio para la meditación crítica y comprometida, así como el aliento para reimpulsar una lucha a la que no se le puede desdibujar su horizonte. Va a recibir, por otra parte, el hálito nutrido de una tradición cimentada en el tiempo, la cual hizo que varias de las figuras más excelsas del firmamento revolucionario latinoamericano y caribeño desandaran avenidas y plazas de ese hermano país, para luego multiplicar sus energías en función de la felicidad de sus pueblos. José Martí y Fidel Castro, junto a la generación del centenario que lo acompañó en la salida del Granma desde Tuxpán el 25 de noviembre de 1956, son demostraciones supremas de un compromiso que se intensificó en la tierra del mariachi.
Nada ni nadie podrá detener la marcha de los pueblos. Mucho menos hacer que renunciemos a las conquistas ganadas con sudor y sangre a lo largo de décadas de lucha. Nos anima la certeza de que, por complejos que sean los escenarios futuros, el pueblo boliviano vencerá.
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