Por Enrique Ubieta Gómez
¿Una obra de teatro? No, el drama es real. En América Latina se ha desencadenado la guerra, no por la democracia, sino contra la democracia: el imperialismo y sus lacayos arremeten contra los pueblos latinoamericanos, contra sus conquistas de los últimos decenios. La democracia capitalista simula ser plural mientras no corre peligro el poder de la burguesía: cuando la pérdida se avizora, impone la unicidad del más fuerte, el fascismo. Todos los recursos de esa democracia se utilizan entonces para aplastar la democracia: el poder militar, entrenado para reprimir y matar; el poder judicial, sinuoso y corrupto, dispuesto a suplantar al ejército; el poder financiero, para boicotear economías rebeldes y organizar sediciones; el poder mediático, para mentir y crear escenarios confusos.
No intentaré seguir la secuencia cronológica de los hechos. Me interesa más la secuencia lógica, pero es importante reconstruir el mapa de la guerra. Las fechas a veces se superponen, se entrecruzan, no son secuenciales porque son impuestas. Algunos momentos del primer acto y del tercero casi coinciden en el tiempo, pero es importante saber que la puesta en escena tenía tres actos, y que habrá un epílogo, inesperado, de final incierto.
Primer Acto
En Ecuador, el pueblo vota por la continuidad del correísmo, que supuestamente representaba Lenin Moreno (2017). Su traición posterior (o anterior, quién sabe cuándo, cómo, cuánto…) es sobre todo una traición al voto, a la voluntad popular. ¿Una democracia puede aceptar que el pueblo vote por un proyecto y el encargado de implementarlo asuma el proyecto opuesto? En Brasil, la corrupta justicia burguesa encarcela a Lula, para impedir su victoria electoral (2018). Antes, un golpe parlamentario, ejecutado por un Congreso poco creíble, había derrocado a Dilma Rousseff (2016).
Una casta de parlamentarios y jueces formados en los Estados Unidos —muchos con causas abiertas por corrupción—, señores cultos, de buenos modales y mejores salarios, enjuiciará (intentará asesinar) la reputación de todo aquel que ose enfrentar al sistema. El poder judicial, por su carácter elitista, gremial, carecerá de escrúpulos. Basta que usted se proponga reivindicar la independencia nacional (es decir, romper el encadenamiento ganancial del imperialismo, con lo que atentará contra “el sistema”), para ser anatematizado. Se ensayan nuevas maneras de ejecutar golpes de estado, primero en Honduras (2009), luego en Paraguay (2014), después en Brasil (2018).
No puede explicarse la victoria de Jair Bolsonaro (2018) como resultado de errores o faltas de la izquierda en el Gobierno (aunque existan y deban ser corregidas): unas elecciones donde se encarcela al candidato que ganará, es un golpe de estado. La derecha brasileña construyó a su candidato emergente con la ayuda de las redes “sociales” y de las iglesias fundamentalistas. En Brasil fue encarcelada la democracia.
Desde luego, a veces, como antes, habrá que matar (no me refiero al asesinato de la personalidad, sino al del cuerpo): más de 150 ex guerrilleros y líderes sociales que acataron la promesa de paz en Colombia son asesinados. El dinero corre en Nicaragua, y siembra la confusión (2018). La prensa alentará el fuego. Abajo la dictadura dicen, porque los que agreden la democracia proyectan en sus adversarios lo que son. Pero los sandinistas resisten y vencen. El único candidato de la derecha que desplaza del poder a la izquierda en elecciones convencionales, burguesas, es Mauricio Macri en Argentina (2015). Pero los medios trasnacionales –y quien sabe cuántos intelectuales crédulos o pagados--, repiten con júbilo o triste conformismo: “el ciclo de la izquierda ha finalizado.”
Segundo Acto
En la OEA, el ministerio de colonias, no todos sus miembros se portan “bien”, a pesar del genuflexo Almagro. Y Washington ordena a sus peones, reunidos en una Lima ingobernable, que conformen un Grupo aparte (2017): Bolsonaro, Macri, Piñera, Peña Nieto, Duque (una espuria lista a la que se une ¡voluntariamente! Lenin Moreno), entre otros, deciden derrocar a Maduro, con el auspicio y el entusiasmo de Trump y sus halcones empoderados.
La Cumbre de las Américas se desarrolla en Lima, Perú (2018), un país “democrático” que impide, por mandato de Washington, la presencia de Maduro. Unos días antes, sin embargo, el presidente anfitrión es revocado por corrupción. Vallas bien pagadas en la ciudad aluden irrespetuosamente a Cuba y a Venezuela. Un comentarista dice en televisión: “Como se sabe, el Foro de Sao Paolo ha traído la corrupción a América Latina”. La mentira, burda, es repetida hasta que parece verdad.
La Venezuela bolivariana, gallarda, lo resiste todo: las guarimbas, el robo de los recursos financieros, el bloqueo a sus exportaciones de petróleo, los sabotajes eléctricos, las campañas difamatorias. Algunos líderes de la izquierda europea se desmarcan; no piensan en sus electores, sino en las elecciones. Hay, siempre hay, izquierdistas latinoamericanos que del susto palidecen: se tornan rosados. Ni aquellos ni estos quieren que los asocien al Lobo; pero igual, al final, si tocan, o pretenden tocar, o podrían tocar algún interés del Sistema, los guardianes gritarán: ¡es Lobo! El más rojo será fusilado de inmediato, pero el rosado lo será después.
Maduro ha llegado a un acuerdo con la oposición en República Dominicana, con la mediación del español Rodríguez Zapatero (2018). Washington ordena a sus peones que no firmen y se retiren. Tiene otros planes. Las elecciones acordadas se realizan de cualquier manera y aunque participan otros candidatos, no lo hacen los que se han comprometido a vender el país.
Así son las cosas: si en las elecciones de un país “normal” no se presentan candidatos con pretensiones de cambiar el sistema (porque se lo impiden), nadie las cuestiona; si en un país en revolución no se presentan los que intentan reinstalar el antiguo sistema (por voluntad propia, saben que perderán), ha fallado la democracia. El Emperador Trump, en Twitter, coloca el pulgar hacia abajo, y teclea la contraseña: “Venezuela no tiene Presidente”. Un diputado suplente ha ensayado tras bambalinas la frase escrita en el guion, y capta la señal del director de escena: “Yo soy el nuevo Presidente”, se autoproclama (2019). Los Estados Unidos aplauden al actor, y consiguen que el Cártel de Lima y la Unión Europea lo secunden. Repiten hasta el cansancio que más de 50 países reconocen al “presidente” autoproclamado. No dicen que más de 100 países no lo reconocen.
Se arma el show. Trump se entusiasma, porque su negocio de siempre fue organizar espectáculos, y confía en ellos. Cree que no hay ser humano que se resista al encanto de una pasarela. Juanes, Bosé, Paulina Rubio, Maluma, le cantan a una libertad con amo, pero bien retribuida, en la frontera venezolano-colombiana (2019). Si a usted le congelan las cuentas en todos los bancos, hablo de decenas de miles de millones de dólares, si además impiden que venda los productos de su país, si retienen y esconden sus alimentos, y especulan con el cambio monetario, ¿enfrentará una crisis humanitaria?
Mientras las grandes televisoras del sistema trasmiten el enternecedor concierto de voces mercenarias, aparecen cuatro camiones de “ayuda humanitaria”, que los paramilitares colombianos intentan entrar a punta de pistola. Otra pasarela se organiza en la frontera, la de los peones del imperio: Duque, Piñera, Almagro, Guaidó. El autoproclamado peón, sin percibir las consecuencias, se retrata con sus seguidores, que luego son identificados como miembros de una banda de narcoparamilitares. Venezuela cierra el paso a los provocadores. Duque habla ante las Naciones Unidas y hace el ridículo con una chapucera “fake news”: fotos falsas de la presencia en Venezuela de guerrilleros colombianos.
A Trump le dijeron que la cosa era llegar y entrar: A Kennedy también le habían dicho lo mismo en 1961, con respecto a Cuba. Por eso gesticula, hace como que entra y lanza golpes al aire, pero no entra, no se atreve a más. Trump sabe, como experto que es, que un espectáculo como ese no puede durar demasiado. Aplica todos los recursos disponibles para tiempos de “paz”. Antes, en Vietnam, el imperialismo había aplicado todos los recursos para tiempos de “guerra”. Ni entonces ni ahora se obtuvieron los resultados esperados.
La culpa la tiene… Cuba. A los 20 mil cubanos en Venezuela le cambian la profesión: no son médicos, enfermeros, maestros. Todos son policías, tropas de élite. Venezuela no se sostiene por el sacrificio y la voluntad de su pueblo. Eso sería inexplicable, no lo entendería el lector adocenado que con gran empeño construyen. Como tampoco es explicable que un estado pequeño y bloqueado ejerza la solidaridad en más de 60 países del mundo.
El bloqueo a Cuba se intensifica a niveles impúdicos. La excusa intenta generar descontento en su pueblo con la solidaridad que practica. Sin embargo, Cuba la ratifica. Se persigue cada barco que entra o sale de Venezuela, de Cuba, cada transacción.
Pasa el tiempo, y Venezuela sigue ahí, como el “Dinosaurio” (así lo ven, impotentes) de Monterroso. Cuba, inesperadamente, decreta un sustantivo alza de sueldos para los trabajadores del Estado. Resiste y supera la coyuntura que genera el bloqueo a sus importaciones de petróleo. Y celebra los 500 años de su capital entre edificios restaurados, obras sociales y fuegos artificiales.
Tercer acto
El Cártel de Lima se desmorona. No es que hayan cesado las amenazas, ni las acciones delictivas contra los pueblos latinoamericanos. En realidad, estas pueden intensificarse. Pero la frase con la que se despachaba a quienes promovían la justicia social se torna ridícula: la era de los pueblos apenas empieza. El presidente peruano disuelve el Congreso (2019), que lo adversa. Son puras intrigas palaciegas. Silencio en la OEA: no es Venezuela.
En Ecuador, el traidor sigue los consejos del FMI: el pueblo sale a las calles y el ejército lo reprime (2019). Silencio en la OEA: no es Nicaragua, ni Venezuela, ni Cuba. En Honduras, el hermano del Presidente es acusado de narcotráfico. En Chile, Piñera, siempre seguro y sonriente, afirma que su país es un oasis de paz para los explotadores. Eleva el precio del transporte en unos insignificantes cinco centavos. Es la gota decisiva en la copa llena: el pueblo se desborda. Y el ejército confunde las fechas: actúa como si viviésemos en 1973, y no en el 2019. El fantasma de Pinochet se pasea por las calles. Silencio en la OEA, ¿o, más bien, desconcierto?
Una tímida condena de la Bachelet, que antes había sido implacable con Venezuela, desde su cargo en Naciones Unidas. Mario Vargas Llosa alguna vez escribió, orgulloso, un artículo sobre la democracia en Chile titulado “Bostezos chilenos”: “En el debate entre Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, que tuvo lugar pocos días antes del final de la segunda vuelta, había que ser vidente o rabdomante para descubrir aquellos puntos en que los candidatos de la izquierda y la derecha discrepaban de manera frontal.” No hablaba propiamente de la izquierda, sino de Lagos y de Bachelet. Hablaba sin proponérselo de que nada cambiaba en ese país desde que Pinochet lo entregó amarrado y amordazado. Treinta años de continuismo pinochetista. Ahora el pueblo exige que se derogue la Constitución de Pinochet, y Piñera trata de engañarlo con promesas y pactos a sus espaldas, pero no puede contener la ira popular. El Ejército amenaza con el cuartelazo.
La prensa trasnacional busca explicaciones. Si todos saben que la subversión y los golpes de estado de la derecha en los países latinoamericanos se fraguan en las embajadas estadounidenses, ¿por qué no decir que la rebelión de esos pueblos contra sus opresores es conducida o financiada por las embajadas de Venezuela y de Cuba?, ¿por qué no decir que el Foro de Sao Paolo es la Familia siciliana que planifica las revueltas populares, como si se tratara de una agencia mafiosa al estilo de la CIA? El ladrón cree que todos son ladrones, y el lector adocenado, que el robo es un imperativo biológico en los seres humanos. Pero The New York Times no puede ocultar toda la verdad: “La ira de los manifestantes nace de las frustraciones de la vida cotidiana. Los chilenos viven en una sociedad de disparidades económicas extraordinarias (22 de octubre de 2019).”
Trump “roba” con desenfado. No se disfraza, no disimula. Imparte órdenes a su autoproclamado peón en Venezuela. Vocifera, gesticula, tuitea, para que todos sepan que él es el Padrino. Aun así, allí donde el imperialismo no puede impedirlo, resurge la izquierda: López Obrador triunfa, por fin, en México, de manera arrolladora (2018), y en Colombia, Gustavo Petro alcanza cifras de votos impensables (2018) para un país donde impera la ley del paramilitarismo. Macri es barrido en Argentina por los Fernández (y Cristina regresa como vicepresidenta) (2019), Lula es excarcelado (2019), al menos momentáneamente, ante la ausencia de pruebas, y la presión popular y Evo gana las elecciones en Bolivia…
Nadie había mencionado a Evo en los últimos meses. Bolivia tenía los mejores indicadores de crecimiento económico del continente. El tigre agazapado, inmóvil, tensos los músculos para el salto, esperaba por las elecciones. ¡Fraude! era la contraseña convenida, porque la jugada estaba minuciosamente descrita en grabaciones de audio, en las que los Camacho y los Meza conspiraban con sus jefes, Marcos Rubio y Bob Menéndez. ¿Será a esos “cubanos” a los que se refieren cuando hablan de intromisión en los asuntos internos de otros pueblos? El tigre salta, y muerde la yugular de la democracia boliviana. Ángela Merkel y Evo Morales gobiernan desde 2006, pero en Alemania nadie dice “too much”.
Evo ha ganado las elecciones, ha obtenido el 10 por ciento que lo exonera del balotaje. Pero la OEA circunspecta, sin argumentos en su promocionado informe (que nadie lee), declara consumado el fraude previamente acordado. Evo es un “indito”, ¿qué hace gobernando un “indito” cocalero en un país donde hay blancos y ricos, aunque sean minoría? El ejército le dice: vete. Lenín Moreno, el traidor de Ecuador, y la autoproclamada golpista en Bolivia expulsan a los médicos cubanos que habían salvado miles de vidas. Siguen la pauta del golpista Bolsonaro.
Epílogo
No ha sido escrito. Nadie sabe. Las mayorías campesinas, mineras, cocaleras de Bolivia se congregan y marchan. ¡Cuidado con la ira ancestral de los pueblos originarios! El pueblo chileno no cede. Los ejércitos respectivos sienten la tentación de retrotraer la historia al siglo XX. El fuego de la ira se expande por las principales capitales latinoamericanas, como se expande el fuego sobre el Amazonas: la naturaleza y la sociedad arden, y la causa es la misma, el insaciable capitalismo. Los hombres y mujeres de hoy no son los mismos del siglo pasado. Han roto la barrera del miedo, pero es preciso que se organicen. “El pueblo unido jamás será vencido”, cantan miles de chilenos. Las grandes alamedas por donde pasarán los hombres y las mujeres libres, están abiertas.
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