Como homenaje al Aniversario 124 de la caída en combate de José Martí publicamos este artículo que rinde honores también a su discípulo más aventajado y sus esencias antiimperialistas.
Tomado de Presidencia de Cuba
Por Elier Ramírez Cañedo
Sin duda, Fidel Castro ha sido
el más aventajado discípulo de las ideas y la praxis revolucionaria de José
Martí.
No fue pura coincidencia
histórica, sino que el líder de la Revolución Cubana asumió el ideario martiano
de manera consciente y entregada.
Así lo ratificó en 1985 en sus
conversaciones con Frei Betto: “Yo, antes de ser comunista utópico o marxista,
soy martiano; lo voy siendo desde el bachillerato: no debo olvidar la atracción
enorme del pensamiento de Martí sobre todos nosotros, la admiración por Martí”.
En marzo de 1949, cuando marines
yanquis profanaron la estatua del Héroe Nacional en el habanero Parque Central,
Fidel fue uno de los que encabezó la airada protesta frente a la embajada de
los Estados Unidos; en 1953, declararía a Martí como el autor intelectual de
los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes; durante su
alegato de autodefensa conocido como la Historia me absolverá denunció como le
habían impedido consultar las obras de Martí, pero que no importaba, pues traía
en “el corazón las doctrinas del maestro”, el primer frente en la Sierra
Maestra, dirigido por Fidel, ostentaría el nombre de José Martí. Estas son
apenas algunas pinceladas que ilustran la hondísima vocación martiana de Fidel,
algo que parecía genético. Hoy el líder de la Revolución descansa para siempre
junto al Apóstol en el Cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, en una
piedra que alude a la conocida frase martiana que Fidel convirtió en una de las
máximas fundamentales de su existencia: “toda la gloria del mundo cabe en un
grano de maíz”.
Ambos fueron raigalmente
humanistas, anticolonialistas y antiimperialistas, pero jamás
antiestadounidenses, su política hacia la nación del Norte estuvo siempre
basada en la fuerza de las ideas y los principios, no en odios y fanatismos.
Con “ojos judiciales” supieron
distinguir las dos Norteamérica, la de Lincoln y la de Cutting. De la primera
reconocieron sus virtudes y valores culturales, de la segunda -a la cual Martí
llegó a nombrar como la Roma Americana o águila temible – no solo criticaron
los aspectos políticos que más conocemos, sino también el modo de vida
estadounidense que exalta la violencia, la irracionalidad y el culto desmedido
hacia el dinero. Y es que una de las primeras similitudes que encontramos entre
Martí y Fidel, es la ciclópea labor ideológica que desarrollaron para
descolonizar el pensamiento que desde nuestra región exaltaba al Norte como el
modelo a imitar.
Con apenas 18 años, Martí había
hecho ya la siguiente observación:
“Los norteamericanos posponen a
la utilidad el sentimiento, – Nosotros posponemos el sentimiento la utilidad//
Y si hay diferencia de organización, de ser, si ellos vendían mientras nosotros
llorábamos, si nosotros reemplazamos su cabeza fría y calculadora por nuestra
cabeza imaginativa y su corazón de algodón y de buques por un corazón tan
especial, tan sensible, tan nuevo que solo puede llamarse corazón cubano, ¿cómo
queréis que nosotros nos legislemos por las leyes con que ellos se
legislan?// Imitemos. ¡No! –Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos.-
Creemos, porque tenemos necesidad de creer. Nuestra vida no se asemeja a la
suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. La sensibilidad entre nosotros es
muy vehemente. La inteligencia es menos positiva, las costumbres son más puras
¿cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes?// Las leyes
americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado
también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo
próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa¡
Martí vivió en los Estados
Unidos durante casi 15 años, y aunque Fidel no tuvo la misma experiencia, llegó
a ver en sus entrañas de una manera tan aguda como lo hizo el Apóstol. En
esto influyeron sus estudios y lecturas –entre ellas las ideas de Martí sobre
los Estados Unidos- y el contacto con la propia realidad, en especial la
cubana, donde eran notorios los efectos más nocivos de la dominación
imperialista del Norte.
Fidel llegó a convertirse en un
verdadero experto en el conocimiento sobre los Estados Unidos, tanto de su
dinámica interna como de su política exterior. Sobre esta cualidad de Fidel
señaló Gabriel García Márquez: “El país del cual sabe más después de Cuba, es
Estados Unidos. Conoce a fondo la índole de su gente, sus estructuras de poder,
las segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha ayudado a sortear la
tormenta incesante del bloqueo”.
La estrategia revolucionaria de
Fidel hacia los Estados Unidos, sintetiza en gran medida todo el pensamiento y
la experiencia legada por José Martí, ajustada siempre, por supuesto, a las
coordenadas de su tiempo histórico.
Y una vez en Cuba los Estados
Unidos, ¿quién los saca de ella?
Uno de los grandes desvelos de
Martí con relación al ya naciente imperialismo estadounidense fue la
posibilidad de que este encontrara un pretexto, un recurso, para intervenir en
la Isla, y de esa manera se frustrara la independencia cubana, garantía del equilibrio
en las Américas y el mundo.
De ahí que se planteara la
necesidad de una guerra “breve y directa como el rayo” que impidiera a tiempo
que se extendieran por las Antillas los Estados Unidos. “Y una vez en Cuba los
Estados Unidos, ¿quién los saca de ella?”, le había escrito Martí a Gonzalo de
Quesada desde 1889.
Poco tiempo después le advertía:
“Sobre nuestra tierra, Gonzalo hay otro plan más tenebroso que lo que hasta
ahora conocemos, y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla, a la
guerra, -para tener pretexto de intervenir en ella, y con el crédito de
mediador y de garantizador, quedarse con ella. Cosa más soberbia no la hay en
los anales de los pueblos libres: -ni maldad más fría”.
Esta fue también una de las
grandes obsesiones de Fidel, evitar por todos los medios posibles un escenario
que facilitara o estimulara una intervención de los Estados Unidos en Cuba, que
escamoteara la victoria a los rebeldes frente a la tiranía batistiana.
En los meses finales de 1958,
ese peligro se hizo mayor al producirse varios incidentes, evidentemente
fabricados por el dictador Fulgencio Batista y el embajador yanqui, con la
intención de generar una situación que provocara la intervención de los marines
en Cuba.
La estrategia martiana de tomar
cuenta la correlación de fuerzas y las condiciones objetivas y subjetivas,
antes de plantear abiertamente sus objetivos revolucionarios más radicales,
también fue seguida por Fidel, para evitar la hostilidad prematura del gobierno
de los Estados Unidos:
“En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente,
porque hay cosas que para logradas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo
que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el
fin”, le escribía el Héroe Nacional a su amigo Manuel Mercado horas antes de
caer en combate el 19 de mayo de 1895.
Después
del triunfo revolucionario de 1959, se haría aun más notoria la maestría del
líder de la Revolución Cubana, para evitar cualquier circunstancia que pudiera
servir como excusa a los Estados Unidos para intervenir militarmente en la
Isla.
Entrar en la lengua y hábitos del norte con mayor
facilidad y rapidez que los del norte en las civilizaciones ajenas.
Dentro
de la estrategia martiana de organización de la Revolución en Cuba y para la
futura República, estuvo la de influir políticamente tanto en el pueblo de los
Estados Unidos, como en los propios sectores de poder en ese país. Martí
hablaba de la necesidad de entrar “en la lengua y hábitos del norte con mayor
facilidad y rapidez que los del norte en las civilizaciones ajenas”.
En un
extraordinario libro de Rolando González Patricio, que lleva por título La
diplomacia del delegado, el autor sostiene que Martí se propuso ganar la
simpatía estadounidense, “…sin la cual la independencia sería muy difícil de
lograr y muy difícil de mantener”. Su estrategia estaba dirigida a ganar al
menos el respeto del gobierno de los Estados Unidos a las aspiraciones cubanas
y a movilizar el respaldo moral del pueblo de esa nación.
Como
parte de ese esfuerzo, no debe dejar de mencionarse el ingreso del
Apóstol como socio del Club Crespúsculo de Nueva York, institución
integrada por personalidades de gran influencia en los más diversos
ámbitos de la sociedad estadounidense, agrupadas en esa asociación no solo por
amor a la naturaleza y a la justicia, sino para encontrar respuestas a la
crisis moral, ética y política en que se encontraban los Estados Unidos.
No cabe
duda, que Martí vio en este Club, una vía importante para llegar al pueblo
estadounidense con la verdad de Cuba y buscar aliados potenciales a la causa
independentista de la Isla. Y no estaba equivocado, pues meses después de
la muerte de Martí, en sesión regular del 9 de abril de 1896, el Club
Crepúsculo aprobó una resolución favorable a los revolucionarios cubanos, donde
pedía al presidente Cleveland que los reconociera como beligerantes.
Esta
capacidad de influir en la sociedad estadounidense para mostrar la realidad
sobre Cuba y los nobles propósitos de la Revolución, destruyendo todo tipo de
estereotipos, así como falacias construidas y repetidas hasta el cansancio por
los medios de comunicación hegemónicos, fue precisamente uno de los mayores
éxitos de Fidel desde que se encontraba en las montañas de la Sierra
Maestra.
El líder
cubano recibió numerosos periodistas estadounidenses en la Sierra, y a través
de ellos, además de asestar fuertes golpes mediáticos a la dictadura, logró
trasladar importantes mensajes hacia los Estados Unidos.
Al más
conocido de todos, el periodista Herbert Matthews, del New York Times, le
expresó Fidel el 17 de febrero de 1958: “Puedo asegurar que no tenemos
animosidad contra los Estados Unidos y el pueblo norteamericano”.
Mensajes similares trasladaría Fidel al resto de los periodistas que continuarían
la senda abierta por Matthews.
Mensajes
conciliadores hacia el pueblo y gobierno de los Estados Unidos trasladó Fidel
cuando viajó a ese país en abril de 1959. Asimismo se encargó de desmentir todo
tipo de calumnias que sobre la Revolución se venían reproduciendo en los medios
de comunicación occidentales y en declaraciones de representantes de la
administración Eisenhower.
Después
de producirse la ruptura de las relaciones diplomáticas en enero de 1961 el
líder de la Revolución no perdió oportunidad alguna en construir los puentes
necesarios con la sociedad estadounidense y la clase política de ese país, que
pudieran fomentar las tendencias favorables al cambio en la política de los
Estados Unidos hacia Cuba y la normalización de las relaciones.
Durante
años el Comandante en Jefe dedicó largas horas de su apretada agenda a recibir
y atender personalidades de la política, los medios y la cultura de los Estados
Unidos.
La gran
mayoría de esos visitantes regresaban a su país con una visión distinta sobre
Cuba y del propio líder de la Revolución, y en muchos casos se convertían en
abanderados en la lucha contra el bloqueo y por la normalización de las
relaciones entre ambas naciones.
Lo primero en política es aclarar y prever
“En
política lo real es lo que no se ve. A todo convite entre pueblos hay que
buscarle las razones ocultas. Los peligros no se han de ver cuando se les tiene
encima, sino cuando se les puede evitar. Lo primero en política es aclarar y
prever”, decía Martí, y él mismo fue premonitorio cuando vio el peligro mayor
que representaban los Estados Unidos para la independencia no solo de Cuba,
sino de toda la región latinoamericana. Pudo vislumbrar el fenómeno
imperialista cuando aún estaba en proceso de gestación y desplegar una amplia y
temprana labor de alerta a través de sus más de trescientas crónicas, sus
famosas Escenas Norteamericanas.
El
regreso de los republicanos al poder en 1888 y la designación de James G.
Blaine como secretario de Estado, llevaron a Martí a una actividad antiimperialista
realmente volcánica para frustrar los planes expansionistas de Blaine, a quien
ya el Apóstol venía siguiendo y sabía de sus malévolos planes.
Es conocida su gran batalla de denuncia y alerta a través de sus crónicas en el diario bonaerense, La Nación, acerca de los propósitos de la Conferencia Internacional Americana convocada por Blaine, donde el gobierno de los Estados Unidos pretendía asegurarse mercados consumidores y controlar las materias primas de la región.
También
la participación de Martí en 1891, como cónsul de Uruguay, en la Conferencia
Monetaria de las Repúblicas de América, donde contribuyó decisivamente a echar
por tierra la aspiración estadounidense de imponer una moneda única para todo
el continente.
Fidel
también se destacó por su capacidad de adelantarse siempre a las movidas del
contrario, de ahí se explica, en gran parte, cómo pudo enfrentar y sobrevivir a
10 administraciones estadounidenses esforzadas en su intento por destruir la
Revolución Cubana.
Muchos
años antes de los históricos anuncios del 17 de diciembre de 2014, Fidel
vaticinó en varias de sus intervenciones públicas y en entrevistas que el
gobierno de los Estados Unidos podía adoptar una política de seducción para
lograr los mismos propósitos que no había alcanzado la política de fuerza, con
relación a Cuba.
Durante
el período de la administración Clinton, expresaría Fidel:
“Sueñan
los teóricos y agoreros de la política imperial que la Revolución, que no pudo
ser destruida con tan pérfidos y criminales procedimientos, podría serlo
mediante métodos seductores como el que han dado en bautizar como “política de
contactos pueblo a pueblo”. Pues bien: estamos dispuestos a aceptar el reto,
pero jueguen limpio, cesen en sus condicionamientos, eliminen la Ley asesina de
Ajuste Cubano, la Ley Torricelli, la Ley Helms-Burton, las decenas de enmiendas
legales aunque inmorales, injertadas oportunistamente en su legislación; pongan
fin por completo al bloqueo genocida y la guerra económica; respeten el derecho
constitucional de sus estudiantes, trabajadores, intelectuales, hombres de
negocio y ciudadanos en general a visitar nuestro país, hacer negocios,
comerciar e invertir, si lo desean, sin limitaciones ni miedos ridículos, del
mismo modo que nosotros permitimos a nuestros ciudadanos viajar libremente e
incluso residir en Estados Unidos, y veremos si por esas vías pueden destruir
la Revolución cubana, que es en definitiva el objetivo que se proponen”.
Es posible la paz de Cuba independiente con los Estados
Unidos
El
antiimperialismo de Martí y Fidel no estuvo nunca divorciado de la
disposición a establecer relaciones cordiales y respetuosas entre ambos
países.
Acerca
de las posiciones del Apóstol, González Patricio apunta: “Martí, conocedor del
poder creciente de Estados Unidos, de su tradicional interés en poseer Cuba y
de su política dirigida a impedir la independencia de la Isla, buscó evitar
todo estímulo a la malevolencia norteamericana y encontró prudente aspirar a
relaciones cordiales”.
A su
vez, Martí creía viable un escenario de paz con los Estados Unidos: “Es posible
la paz de Cuba independiente con los Estados Unidos, y la existencia de Cuba
independiente, sin la pérdida, o una transformación que es como la pérdida, de
nuestra nacionalidad”. Martí recomendó para toda la América Latina lo que
también deseaba para la Isla: “de un lado está nuestra América (…); de la otra
parte está la América que no es nuestra, cuya enemistad no es cuerdo ni viable
fomentar, y de la que con el decoro firme y la sagaz independencia no es imposible,
y es útil, ser amigo”.
Desde
abril de 1959, cuando Fidel viajó a los Estados Unidos, quedó definida su
postura favorable al diálogo y a las relaciones civilizadas. Pero además,
en muchas ocasiones la iniciativa de buscar un modus vivendi con los Estados
Unidos partió de su parte.
Empleando
la diplomacia secreta, Fidel fue el gestor de numerosos intentos de
acercamiento bilateral. A través del abogado James Donovan, quien negoció con
Fidel la liberación de los mercenarios presos a raíz de la invasión de 1961; la
periodista Lisa Howard y otros canales, el líder de la Revolución hizo llegar
al gobierno de Kennedy una y otra vez su disposición de conversar en busca de
un entendimiento.
Fidel
además envió un mensaje verbal al ya presidente Lyndon Johnson a través de la
periodista Lisa Howard en 1964, que entre otras cosas decía:
“Dígale
al Presidente (y no puedo subrayar esto con demasiada fuerza) que espero
seriamente que Cuba y Estados Unidos puedan sentarse en su momento en una
atmósfera de buena voluntad y de mutuo respeto a negociar nuestras diferencias.
Creo que
no existen áreas polémicas entre nosotros que no puedan discutirse y
solucionarse en un ambiente de comprensión mutua. Pero primero, por supuesto,
es necesario analizar nuestras diferencias. Ahora, considero que esta
hostilidad entre Cuba y los Estados Unidos es tanto innatural como innecesaria
y puede ser eliminada”.
En una
reveladora carta escrita el 22 de septiembre de 1994 al presidente mexicano
Carlos Salinas de Gortari, quien había servido de mediador entre Fidel y el
presidente estadounidense, William Clinton, el Comandante en Jefe expresó
nuevamente su posición favorable a la normalización de las relaciones:
“La
normalización de las relaciones entre ambos países es la única alternativa; un
bloqueo naval no resolvería nada, una bomba atómica, para hablar en lenguaje
figurado, tampoco. Hacer estallar a este país, como se ha pretendido y todavía
se pretende, no beneficiaría en nada los intereses de Estados Unidos. Lo haría
ingobernable por cien años y la lucha no terminaría nunca. Sólo la Revolución
puede hacer viable la marcha y el futuro de este país”.
Se
podrían mencionar otros ejemplos. Pero estos son más que suficientes para
demostrar que la postura de Fidel fue siempre la de estar en la mejor
disposición al diálogo y la negociación con el vecino del norte.
Sin
embargo, siempre insistió, con sobrada razón y teniendo como respaldo el
derecho internacional y un conocimiento profundo de la Historia de Cuba, que
este diálogo o negociación fuese en condiciones de igualdad y de respeto mutuo,
sin la menor sombra a la soberanía de Cuba.
Seis semanas después de los anuncios del 17 de diciembre del 2014, Fidel ratificó su posición en cuanto a una normalización de las relaciones con los Estados Unidos.
“No
confío en la política de los Estados Unidos”, dijo, teniendo suficientes
elementos de juicio para hacer ese planteamiento. Pero también expresó que,
como principio general, respaldaba “cualquier solución pacífica y negociada a
los problemas entre Estados Unidos y los pueblos o cualquier pueblo de América
Latina, que no implique la fuerza o el empleo de la fuerza”
Es de deber continuo y de necesidad urgente erguirse
cada vez que haya justicia u ocasión
Cuando
faltaba muy poco para la nueva arrancada independentista, en enero de 1894,
Martí definió la postura “cauta y viril” como línea rectora de la política
cubana frente a los Estados Unidos. Ante la asimetría de poder había que
imponer el respeto del adversario por la capacidad de crear, erguirse, resistir
y de vencer.
“Ni
pueblos ni hombres –decía Martí- respetan a quien no se hace respetar. Cuando
se vive en un pueblo que por tradición nos desdeña y codicia, que en sus
periódicos y libros nos befa y achica, que, en la más justa de sus historias y
en el más puro de sus hombres, nos tiene como a gente jojota y femenil, que de
un bufido se va a venir a tierra; cuando se vive, y se ha de seguir viviendo,
frente a frente a un país que, por sus lecturas tradicionales y erróneas, por
el robo fácil de una buena parte de México, por su preocupación contra las
razas mestizas, y por el carácter cesáreo y rapaz que en la conquista y el lujo
ha ido criando, es de deber continuo y de necesidad urgente erguirse cada vez
que haya justicia u ocasión, a fin de irle mudando el pensamiento, y mover a
respeto y cariño a los que no podremos contener ni desviar, si, aprovechando a
tiempo lo poco que les queda en el alma de república, no nos les mostramos como
somos”.
Esta
posición viril que recomendaba Martí, fue la que caracterizó a Fidel ante cada
amenaza e intento por cercenar la soberanía de Cuba por las distintas
administraciones estadounidense.
Un
momento descollante fue durante la Crisis de Octubre, donde solo con su
posición valiente e intransigente –apoyada mayoritariamente por el pueblo
cubano- al negarse a cualquier tipo de inspección del territorio cubano, al
plantear los Cinco Puntos e impedir en todo momento que se le presionara, se
pudo salvar el prestigio moral y político de la Revolución en aquella
coyuntura. Esto fue así, a pesar de que la URSS tomó decisiones inconsultas con
la parte cubana que trajeron como consecuencia que la Isla fuese la más
desfavorecida con la solución que se le dio a la crisis.
También
fue memorable su discurso en respuesta a las amenazas del presidente
estadounidense W. Bush, el 14 de mayo de 2004 cuando expresó:
“Puesto
que usted ha decidido que nuestra suerte está echada, tengo el placer de
despedirme como los gladiadores romanos que iban a combatir en el circo: Salve,
César, los que van a morir te saludan.
Sólo lamento que no podría siquiera verle la cara, porque en ese caso usted estaría a miles de kilómetros de distancia, y yo estaré en la primera línea para morir combatiendo en defensa de mi patria”.
Paz,
amistad y cordialidad entre un “pueblo menor” y un “pueblo mayor” como lo
definía Martí, no podía jamás implicar dependencia y servidumbre. Como
tampoco jamás Fidel entendió la normalización de las relaciones entre Cuba y
los Estados Unidos, desde la dominación.
En cada
uno de los reducidos momentos en que se estableció alguna posibilidad de
diálogo o negociación, Fidel fue enfático en cuanto que la soberanía de Cuba,
tanto en el plano doméstico como internacional, no era negociable, y que la
Isla jamás renunciaría a uno solo de sus principios.
De la unión depende nuestra vida
Asumiendo
y enriqueciendo las ideas de Simón Bolívar, Martí y Fidel concedieron como
parte de su estrategia revolucionaria un lugar privilegiado a la necesaria
unidad de América Latina y el Caribe.
Ramón de
Armas destaca como desde 1877, durante su estancia en Guatemala, Martí hizo su
llamado de unidad o muerte, en expresión de un latinoamericanismo defensivo que
evolucionaría “hacia un claro y precursor latinoamericanismo antiimperialista
activo” que cerrara el paso al avance impetuoso del vecino del Norte, a través
de la acción unida en torno a objetivos y propósitos comunes. “Puesto que la
desunión fue nuestra muerte –decía el Apóstol en aquel entonces-, ¿qué vulgar
entendimiento, ni corazón mezquino, ha menester que se le diga que de la unión
depende nuestra vida?”.
En su
concepción revolucionaria, Fidel siempre vio el proceso cubano, como parte de
una Revolución mayor, la que debía acontecer en toda América Latina y el
Caribe. De ahí su constante solidaridad y apoyo a los movimientos de liberación
en la región y denuncia de cada acto de injerencia yanqui.
Esa
posición partió en primera instancia de un sentimiento de identidad y de
ineludible deber histórico, pero también como una necesidad estratégica para la
preservación y consolidación de la Revolución Cubana.
Sobre
todo, teniendo en cuenta que desde el siglo XIX en adelante, el principal
enemigo común de la verdadera emancipación de los pueblos al sur del río Bravo
eran –y continuaban siéndolo- los Estados Unidos, los que en no pocas ocasiones
utilizaron con éxito para sus propósitos la máxima de “divide y vencerás”, estrategia
que han utilizado hasta nuestros días. A esa compresión había llegado Fidel
desde antes de 1959, y la puso de manifiesto en acciones concretas en las que,
incluso, puso en riesgo su propia vida durante sus luchas como estudiante
universitario.
Fidel
integró el comité Pro Independencia de Puerto Rico, el comité Pro democracia
dominicana, participó en 1947 en la frustrada expedición de Cayo Confites
contra el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y en los sucesos
conocidos como el Bogotazo, donde compartió su destino con el pueblo colombiano
que enfrentaba a las fuerzas reaccionarias que habían asesinado al líder
popular Jorge Eliécer Gaitán.
Además,
ya desde aquella época se había pronunciado a favor del derecho de los
panameños a la soberanía sobre el canal interoceánico y el de los argentinos
sobre las Islas Malvinas.
No
obstante, luego del triunfo de enero de 1959, la vocación integracionista de
Fidel se hizo más explícita en numerosos pronunciamientos públicos. Sus ideas y
amplia acumulación de experiencias durante años, así como los continuos cambios
en el contexto internacional, lo hicieron ir perfilando su pensamiento. De ahí
que, en el Cuarto Encuentro del Foro Sâo Paulo, efectuado en La Habana en 1994,
entre otras muchas ideas vinculadas a ese trascendental tema, declarara:
“Qué
menos podemos hacer nosotros y qué menos puede hacer la izquierda de América
Latina que crear una conciencia en favor de la unidad? Eso debiera estar
inscrito en las banderas de la izquierda. Con socialismo y sin socialismo.
Aquellos que piensen que el socialismo es una posibilidad y quieren luchar por
el socialismo, pero aun aquellos que no conciban el socialismo, aun como países
capitalistas, ningún porvenir tendríamos sin la unidad y sin la integración”
Los esfuerzos
colosales realizados por Fidel en pos de la unidad y la integración de la
región, comenzaron a rendir sus frutos, con la llegada de Hugo Chávez a la
presidencia de Venezuela en 1998, momento que inició un verdadero cambio de
época en América Latina.
En el
2004 Chávez y Fidel crearían la hoy conocida como Alianza Bolivariana para los
Pueblos de Nuestra América -Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP)
y al año siguiente, en Mar del Plata, el imperialismo estadounidense sufría ya
una gran derrota, al ser enterrado el Acuerdo de Libre Comercio para las
Américas (ALCA), iniciativa que venía impulsando el gobierno de los Estados
Unidos. En el 2011, nacería en Caracas, la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y con ello el sueño más preciado de Fidel
y, por tradición, de Martí, Bolívar y otros próceres de nuestra América se
hacía realidad.
Sin
duda, una de las primeras victorias políticas de esa unión, sería el
restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos
anunciados el 17 de diciembre de 2014, por los presidentes de ambos países.
Cuba sola, sin el fuerte apoyo regional que recibió, no habría llegado a ese
resultado.
David frente a Goliat
Es
cierto que el equilibro internacional al que aspiraba Martí en las Antillas se
frustró a partir de 1898 con la intervención de los Estados Unidos en Cuba,
quienes a partir de ese momento comenzaron a construir su hegemonía en el
mundo.
Pero por
paradojas de la historia, la Revolución Cubana triunfante en 1959, de profunda
raíz martiana, liderada por Fidel y el movimiento 26 de julio, abrió nuevamente
una puerta para avanzar hacia la segunda y definitiva independencia de América
Latina y el Caribe y, con ello, hacia el equilibrio del mundo al que aspiraba
el Apóstol. Es decir, por donde mismo comenzó a construir su imperio los
Estados Unidos, se iniciaría en 1959 la posibilidad y la esperanza de su
desplome.
A 150
años de lucha del pueblo cubano por su independencia y 60 del triunfo
revolucionario de enero de 1959, el pueblo cubano sigue teniendo el privilegio
de contar con el pensamiento de José Martí y Fidel Castro sobre los Estados
Unidos. Asumir creativamente ese legado nos permitirá hoy y mañana continuar
siendo el David que ha vencido durante décadas al Goliat que en sus distintas
variantes de política, ya sea a través de la fuerza o de la seducción, no
ha desistido de intentar destruir el proceso revolucionaria cubano.
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