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sábado, 21 de marzo de 2020

El coronavirus ¿Una "rápida" reflexión sobre las desgracias del mundo?

Imagen tomada del The Huffington Post. OLE SCHWANDER VIA GETTY IMAGES
Por Gustavo de la Torre Morales


El coronavirus se ha convertido en una pandemia de la noche a la mañana. A nivel global se van tomando las medidas acordes a la capacidad de respuesta que se tenga en cada país, en cada región. Todo depende de la capacidad económica, de la organización social, de la estructura socioeconómica del país, de la voluntad de las autoridades, de los intereses de los diversos sectores, entre otros.
Lo que comenzó siendo una noticia para señalar a China, termina en una histeria para el llamado primer mundo ¿Por qué?

Es simple. Habría que reflexionarlo al revés, ya que en este mundo hemos convivido con situaciones alarmantes, donde millones de personas han sido afectadas, incluso con la muerte, y el llamado primer mundo ni ha pestañado de preocupación.
En el mundo, más de 820 millones de personas pasan hambre y cerca de 200 millones están en amenaza de sufrir hambruna. La progresión de este flagelo se evidencia con mayor nivel en África y, cada vez más creciente, en América Latina. Las curvas de las bolsas de valores y las desaceleraciones de las economías “desarrolladas”, se vuelven un motor de desigualdades, las cuales se reflejan con mayor vulnerabilidad en las economías dependientes y subdesarrolladas del tercer mundo. Según las estimaciones de Unicef, el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la División de Población de Naciones Unidas, cerca de 8500 menores de 15 años mueren cada día por desnutrición.
Los conflictos bélicos azotan a grandes regiones del mundo. Muchos de ellos, alzados por discursos con banderas de “libertad” y “democracia”, responden realmente a diferencias por motivos étnicos, extremismos religiosos, rivalidades comerciales y tecnológicas, por meros nacionalismos o por disposiciones unilaterales de intervencionismo militar que se justifican con supuestas “crisis humanitarias”. Una gran parte de estos conflictos son azuzados fundamentalmente por grandes potencias económicas occidentales y EEUU, cuyas conveniencias y objetivos se reflejan en ejercer el control sobre los recursos naturales o el poder geopolítico en ciertas regiones.
La propia ACNUR en sus informes reconoce que en estas confrontaciones se destruyen países, se someten a pueblos, se aniquilan etnias y se violan los derechos humanos constantemente. En los últimos tres años, más de medio millón de personas han perdido la vida por bombardeos o enfrentamientos militares, como más de 65,6 millones de personas desplazadas de sus localidades de origen para huir de la muerte (entre ellas 22,5 millones de refugiados). Irak, Afganistán, Palestina, Siria, Yemen, Sudán del Sur o Somalia son algunos de los territorios de Oriente Medio, el Cono africano o la península de Arabia, donde han colapsado sus economías, impera la inseguridad alimentaria, escasea el derecho al agua y la vida humana se somete a los dictados de los más fuertes (los agresores e invasores).
Aunque en América Latina no hay conflictos bélicos “declarados”, en la actualidad imperan enfrentamientos sociales motivados por la imposición de dictaduras amparadas por intereses oligárquicos nacionales e imperialistas. Chile, Brasil, Colombia o Bolivia son ejemplos donde el terrorismo de Estado implica la represión, la tortura, las encarcelaciones extrajudiciales o bajo procesos amañados (llamados también Lawfare), así como los asesinatos selectivos de líderes políticos y sociales o defensores de los derechos humanos por grupos paramilitares.
Otros países como Nicaragua, Venezuela o Cuba, viven afrontando diariamente la constante política de agresiones de EEUU; epicentro desde donde se alientan revueltas, se financian fuerzas opositoras, se orquestan conflictos internos, se imponen embargos o bloqueos económicos, se establecen resoluciones extraterritoriales en las que se acusan de “amenaza” a otros pueblos o se promueven excusas que justifiquen “acuerdos” de antaño y hacer sonar los tambores de la guerra, como es el caso del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca: una alianza militar): instrumento de EEUU, con la participación cómplice de países subordinados de la región, cuyo objetivo es volver a poner en práctica la Doctrina Monroe.
Las guarimbas provocadas en Venezuela (2014 y 2017) y, después, en Nicaragua (2018), instrumentadas con el Manual del Comando Sur del Ejército de EEUU, conllevó la muerte de cientos de personas y otros cientos quedaron con secuelas o discapacidades.
La intervención militar, el amparo de organizaciones terroristas, la promoción de atentados contra objetivos económicos y públicos y la guerra bacteriológica contra el pueblo de Cuba, han saldado la vida de más de 3 mil personas y la discapacidad de más de 2 mil. Sin contar, los daños ocasionados por la imposición de un bloqueo económico, financiero y comercial que afecta la vida cotidiana del pueblo cubano e impide que Cuba adquiera medicamentos, alimentos y materiales diversos en el mercado internacional. Una hostilidad que tiene ya 60 años, muy a pesar de los 27 años de condenas por mayoría, que ha sufrido esta política de genocidio en la ONU. Una opción que EEUU está aplicando también contra el pueblo venezolano: el objetivo es derrocar los gobiernos constitucionales de estos países muy a pesar de las vidas humanas que conlleve.
Pero más que buscarse la paz entre los pueblos, se alimentan los conflictos y se incentiva la industria armamentista (un negocio muy lucrativo para el llamado primer mundo).
Estos conflictos bélicos, agresiones y hostilidades contra los pueblos, generan crisis, pero también la destrucción genera enfermedades letales: el dengue hemorrágico, la malaria, el SIDA o el marburgo. Todas con estadísticas espeluznantes, pero que no alarman al llamado primer mundo porque cuenta con recursos para evitar contagios masivos.
El Ébola (entre el 2014 y el 2016) fue un virus que no encendió las alarmas, muy a pesar de las más de 11 mil muertes en África, hasta que Occidente sufrió las primeras muertes en el continente: entonces, apareció la histeria mediática y de los gobiernos de la Unión Europea.
Como una de esas “raras” casualidades, en medio de la crisis económica y política que afronta la administración de Donald Trump, aparece el coronavirus, el cual vuelve a poner el bombillo rojo de la Unión Europea y el resto del mundo en su máxima alerta. Lo que parecía una afección localizada en la ciudad de Wuhan, China, terminó expandiéndose como espora en el aire por todo el planeta.
Dejaré en el tintero al Tío Sam para otra ocasión; ya que mientras que otros envían médicos a diferentes regiones del mundo, EEUU envía tropas y armamentos en las oscuras horas de reclusión que vive Europa, como medida de seguridad para evitar contagios_ Cabe preguntarse si es para evitar más contagios provenientes de las tropas estadounidenses_ ¡Uhm! Dejémoslo ahí.
El reino de España no ha estado exento de ninguno de los problemas antes mencionados. Ha ejercido como política exterior la injerencia en asuntos internos de países latinoamericanos (incluso aplaudiendo golpes de Estado o apoyando grupúsculos de oposición), llena arcas privadas con la venta de armas (como las que vende a Arabia Saudí), participa en la “pacificación” de zonas en conflicto o, como política interna, incentiva la privatización de servicios públicos_ ¡Vaya, como es el caso de servicios sanitarios!
Para el caso que nos llama hoy día la atención: el coronavirus, España es uno de los países de peores marcadores en afectados y fallecidos por la pandemia. Resultados consecuencias de sus grandes flaquezas y contradicciones.
El gobierno pone entre sus medidas la disponibilidad de 200 mil millones de euros para la reactivación económica. En tiempos de desespero, donde el propio presidente y líderes políticos hablan de solidaridad y unidad, de la totalidad, se utilizan 117 mil millones de fondos públicos; cuando la clase trabajadora es el sector históricamente castigado con política neoliberales de recortes, desahucios, bajos salarios, reformas laborales de despidos fáciles y bajas pensiones.
El dinero público salvó la banca, la misma que no ha devuelto lo que se invirtió para sacarla a flote, y ahora vuelve el fondo público a poner el grosor de la inversión para salvar el sector productivo (casualmente mayoritariamente privado). El gobierno abre una línea de avales y garantías de hasta 100 mil millones para que las empresas (Privadas) no cierren las puertas. Sin embargo, la solidaridad solo es aplicable cuando los gastos recaen en los fondos públicos, mientras que el sector privado goza de sus millones y, también, de ser salvado sin retribuir consecuentemente.
Amén de lo anterior, no rechazo ni desaliento sobre las medidas de seguridad emitidas por el gobierno y que hay que seguir para evitar contagios y fatalidades innecesarias, pero todo este tiempo en que he estado trabajando desde casa para cumplir con lo reglamentado, también me ha dado tiempo suficiente para reflexionar sobre todas aquellas desgracias que hasta ahora se pasan por alto: una, porque la prensa “libre” omite o manipula; segundo, porque como no las sufre el llamado primer mundo, ni se han planteado levantar el dedo para solidarizarse.
¿Y usted qué piensa al respecto?

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