Tomado de Granma, sección "Desde la izquierda"
8 de enero de 1899. A escasos días de oficializada la ocupación militar de Estados Unidos, en virtud del Tratado de París, el Generalísimo Máximo Gómez Báez decide concluir la escritura de su inseparable diario de campaña. Cientos de pliegos de pequeñas libretas integran aquel «cuerpo con alma» al que se refería el escritor Gerardo Castellanos García.
El primer apunte data del 16 de octubre de 1868, cuando se levanta en armas en el poblado de El Dátil, en el oriente cubano. La tónica secuencial, cronológica, propia de un diario, empieza a enriquecerse en la medida en que introduce sus reflexiones alrededor de hechos y personalidades, con quienes interactúa; se asiste con el tiempo a las interioridades de una vida que aparece uncida a los destinos de la Revolución Cubana.
De tal suerte, por las páginas del diario transcurre un pensamiento que madura en el decurso de 30 años, una manera de decir y de sentir que escapa al anecdotario bélico; trasciende la inmediatez de cualquier batalla para introducirse en rasgos de la sicología del cubano, en la vorágine familiar, o en análisis preclaros sobre los derroteros del ciclo revolucionario.
En varios momentos recurrió a esa literatura de campaña como fuente que le permitió rememorar o fundamentar sus posiciones ante determinados acontecimientos. Así sucedió en 1878, cuando al escribir desde Kingston un medular ensayo sobre el Pacto del Zanjón, extrajo de su archivo personal los documentos que le permitirían demostrar su papel durante la década bélica. Y, entre la valiosa papelería que habría de complementar la memoria del guerrero, estaban las anotaciones en sus libretas de apuntes.
Tras la firma del Tratado de París y la posterior oficialización de la ocupación militar en Cuba por parte de Estados Unidos, el 1ro. de enero de 1899, el Generalísimo volvió a blandir la prosa de su diario. Cuba no era «ni libre ni independiente todavía» y, por tanto, se imponía evitar el «naufragio de la nave», como él denominara a la anexión de la Isla.
Esta vez su principal arma fue la última nota escrita, a sabiendas de la trascendencia política de sus ideas. Faltaban 40 años para que el Diario viera la luz por vez primera en los talleres de Ceiba del Agua, pero ya algunos de sus más íntimos amigos conocían aquel portentoso y premonitorio cierre.
A escasas semanas de concluir con la última libreta, le escribía al líder de la emigración José Dolores Poyo desde Remedios: «Para no romperme la cabeza entrando en nuevas consideraciones para tratar de la situación actual y mis juicios voy a arrancar una página de mi Diario de campaña y enviársela; y en ella verá V. cómo siento y cómo pienso desde el primer instante en que pude hacerme cargo del triste papel a que nos condenaban nuestros mal llamados aliados». Era la nota del 8 de enero de 1899 y decía:
«La actitud del Gobierno Americano con el heroico Pueblo Cubano, en estos momentos históricos no revela a mi juicio, más que un gran negocio, aparte de los peligros que para el País envuelve la situación que mortifica el espíritu público y hace más difícil la organización en todos sus ramos, que debe dar, desde un principio, consistencia al establecimiento de la futura República, cuando todo fuese obra, completamente suya de todos los habitantes de la Isla sin distinciones de nacionalidades.
«Nada más racional y justo que el dueño de una casa sea él mismo que la va a vivir con su familia el que la amueble y adorne a su satisfacción y gusto, y no que se vea obligado a seguir contra su voluntad y gusto, las imposiciones del vecino.
«De todas estas consideraciones se me antoja creer que no puede haber en Cuba verdadera Paz moral, que es la que necesitan los Pueblos para su dicha y ventura, mientras dure el Gobierno transitorio, impuesto por la fuerza dimanante de un Poder extranjero y por tanto ilegítimo e incompatible con los principios que el País entero ha venido sustentando tanto tiempo y en defensa de los cuales se ha sacrificado la mitad de sus hijos y desaparecido toda su riqueza.
«Tan natural y grande es el disgusto y el apenamiento que se siente en toda la Isla, que apenas, como no lo es, realmente, el Pueblo no ha podido expansionarse celebrando el triunfo de la cesación del Poder de sus antiguos dominadores. Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros, porque un poder extranjero los ha sustituido –Yo soñaba con la Paz con España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles, con los cuales nos encontramos siempre frente a frente en los campos de batalla (…).
«Pero los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores, y no supieron endulzar la pena de los vencidos. La situación pues, que se le ha creado a este Pueblo, de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatías».
Dejó de escribir su Diario de campaña, es cierto, pero otros serían los textos que legó a la posteridad con enfoques certeros acerca de «los mal llamados aliados». Todo un programa; una estrategia política dirigida a enfrentar lo que consideró sus tres grandes temores en el trato con las autoridades interventoras: «primero los pretextos y después el oro y los cañones de los imperialistas del Norte».
Se imponía, por tanto, la unidad de los cubanos en busca del inmediato establecimiento de la república, tal como lo advirtiera en el final de su carta a Poyo: «A que semejante situación impuesta y anormal cese cuanto antes, debemos contribuir todos sumando todas las energías vivas y honradas del País, y yo el primero me ofrezco sin reservas de ninguna especie a la terminación de la gran obra de la Revolución; ¡el establecimiento de la República!». Y así lo hizo. Dejaba tras de sí la certeza de que había cumplido su deber con la patria cubana y luego, más allá del incierto porvenir de la excolonia hispana, el presentimiento de que, cuando concluyera la ocupación estadounidense, «no dejarían aquí los americanos ni un adarme de simpatía».
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