| Palabras de presentación del libro De la confrontación a los intentos de normalización. La política de los Estados Unidos hacia Cuba. 13 de octubre de 2014, Sala Villena de la UNEAC, de los autores Elier Ramírez Cañedo y Esteban Morales Domínguez. | 
Por Elier Ramírez Cañedo
I
Nos complace muchísimo poder presentar esta segunda edición ampliada del libro: De la confrontación a los intentos de “normalización”. La política de los Estados Unidos hacia Cuba, de conjunto con la obra Back Channel to Cuba. The Hidden History of the Negotiations between Washington and Havana, de
 los amigos y reconocidos investigadores estadounidenses William 
Leogrande y Peter Kornbluh, y teniendo nada más y nada menos de 
moderador a Ramón Sánchez Parodi, quien fuera uno de los principales 
protagonistas de la historia que abordan ambos textos, además de ser un 
profundo conocedor y estudioso de las relaciones Estados Unidos-Cuba. Le
 reiteramos a Parodi nuestro agradecimiento por haber tenido la 
gentileza de acompañarnos y además haber escrito para nuestro libro un 
excelente prólogo.
El hecho de que hoy podamos estar presentando al unísono dos textos 
sobre una arista tan poco explorada en estudios anteriores sobre el 
conflicto Estados Unidos-Cuba, con la visión tanto de autores cubanos, 
como estadounidenses, dice mucho de los estrechos vínculos que han 
alcanzado nuestros pueblos en materia de intercambio académico y 
cultural, y de lo que pudiera ser en un futuro, de no existir las 
regulaciones que hoy lo limitan. Por otro lado, habría que decir que 
cada vez son más las voces dentro de la academia estadounidense que 
manifiestan su rechazo a la política de bloqueo y agresión contra Cuba y
 abogan por una urgente “normalización” de las relaciones entre ambos 
países. William Leogrande y Peter Kornbluh son una muestra muy elocuente
 de ello.
El libro que hoy presentamos creció considerablemente en comparación 
con el publicado en el 2011 por la Editorial de Ciencias Sociales, 
gracias a los valiosos documentos cubanos a los que pudimos acceder en 
los últimos años, el examen de numerosas fuentes documentales de los 
archivos estadounidenses recientemente desclasificados y la realización 
de nuevas y más extensas entrevistas con actores históricos de ambos 
países. De esta manera aparecen en el libro nuevos tópicos y pasajes 
históricos, convertidos en epígrafes y capítulos. Asimismo, tuvimos la 
oportunidad en esta edición de incrementar los documentos que aparecen 
como anexos, los que estarán ahora a disposición de otros investigadores
 y estudiosos del tema.
Quiero advertir que, aunque en el libro se hace mención a los 
diferentes momentos de negociación entre los Estados Unidos y Cuba, 
luego de la ruptura de las relaciones diplomáticas en 1961 hasta la 
actualidad, no se abordan a plenitud todas esas experiencias. Preferimos
 más bien en este obra concentrarnos en los momentos cumbres de esta 
diplomacia secreta, de acercamientos y diálogos entre Washington y La 
Habana, o lo que incluso se llamó por la parte estadounidense: “procesos
 de normalización de las relaciones”, que únicamente tuvieron lugar 
durante la administraciones de Gerald Ford (1974-1977) y Jimmy Carter 
(1977-1981), aunque como explicamos en el primer capítulo, en el año 
1963, durante la administración Kennedy, hubo ciertos tanteos 
diplomáticos de acercamiento que aún hoy nos hacen preguntarnos en qué 
hubiesen terminado de no haber ocurrido el asesinato del presidente 
demócrata, el 22 de noviembre del propio año en Dallas.
Al ser el período de la administración Carter en el que más lejos 
pudo avanzarse en el camino hacia una posible “normalización” de las 
relaciones, le dedicamos el mayor espacio del libro. Lo ocurrido en esos
 años en cuanto a conversaciones, negociaciones y gestos de ambos lados,
 no tenía precedentes, ni pensamos haya sido superado hasta nuestros 
días. La administración Obama, teniendo incluso un contexto más 
favorable, ha quedado muy rezagada en comparación con lo que en su 
momento hizo Carter en cuanto a una  posible “normalización” de las 
relaciones con Cuba. De ahí que esta etapa, en particular, ofrece una 
serie de lecciones de extraordinaria valía para el presente y el futuro 
de las relaciones bilaterales. No se trata solo de una cuestión de 
aportar a la ciencia histórica, sino de que ese aporte pueda tener 
también algún impacto transformador en nuestra contemporaneidad, que se 
traduzca en la búsqueda de una solución al ancestral conflicto Estados 
Unidos-Cuba, que nos mueva, si bien no a una normalización entendida en 
su forma clásica, al menos a una relación más civilizada o a un modus 
vivendi entre adversarios ideológicos.
Ahora bien, consideramos que lo más interesante en esta nueva 
presentación, para no repetirnos, sería en primer lugar fijar nuestros 
puntos de vistas sobre el por qué del fracaso del proceso de 
“normalización” de las relaciones durante los mandatos presidenciales de
 Gerald Ford y Jimmy Carter y luego polemizar un tanto con algunos 
asertos que en torno al tema se han emitido durante años, 
fundamentalmente por autores foráneos.
I
Consideramos que la razón fundamental por la cual no se alcanzó la 
normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba durante las 
administraciones Ford y Carter, residió en la no superación de la 
esencia histórica de la confrontación entre ambos países: la intención 
de los Estados Unidos de dominar la política doméstica y exterior de 
Cuba y la voluntad manifiesta de la Isla, de pagar el precio necesario 
por su soberanía.
Si bien durante la administración Ford hubo bastante consenso dentro 
de los círculos de poder estadounidenses respecto a considerar el 
activismo internacional de Cuba como el principal impedimento para 
“normalizar” las relaciones, en el período de Carter hubo más criterios 
contrapuestos, aunque al final la concepción “globalista” con relación a
 los conflictos internacionales, defendida fundamentalmente por el 
asesor para asuntos de Seguridad Nacional, Zbiniew Brzezinski, terminó 
imponiéndose a la “regionalista” que respaldaban el secretario de Estado
 Cyrus Vance y el personal diplomático más experimentado del 
Departamento de Estado y que tendía a analizar los problemas 
internacionales no dentro de la rivalidad este-oeste, sino buscando sus 
causas endógenas. De esta manera, la ilusión de que Cuba renunciara a su
 solidaridad internacional a cambio de la “normalización” de las 
relaciones con Estados Unidos, desplazó los enfoques más constructivos 
dentro de la estructura de gobierno estadounidense a partir de 1978.
Indudablemente, los cambios acontecidos en el entorno internacional, 
en la dinámica interna de los Estados Unidos, así como la influencia 
negativa del sector antinormalización dentro del ejecutivo y el congreso
 estadounidense, fueron variables que tuvieron una incidencia importante
 en que los gobiernos de Ford y Carter terminaran adoptando esta 
perspectiva de condicionamiento tan poco constructiva.
Las elecciones presidenciales de noviembre de 1976, las cuales Ford 
aspiraba ganar para mantenerse al frente de la Casa Blanca y la 
concepción del ejecutivo, especialmente de Kissinger, en relación con la
 presencia militar cubana en Angola, imposibilitaron que se continuara 
avanzando en la búsqueda de una posible “normalización” de las 
relaciones con Cuba.
Por su parte, en el período presidencial de James Carter, la fuerte 
tendencia antinormalización en el ejecutivo y el congreso estadounidense
 terminó haciéndose dominante inmediatamente después de que los soldados
 cubanos entraran en Etiopía, al tiempo que la tendencia más 
conciliadora y liberal con respecto a Cuba, visible fundamentalmente en 
el Departamento de Estado, perdió cualquier posibilidad de protagonismo.
 Las propias crisis fabricadas por Zbiniew Brzezinski, asesor para 
Asuntos de Seguridad Nacional, la CIA y el Pentágono (Shaba I, Shaba II,
 Mig 23, “Brigada Soviética”, etc.) y el auge de las fuerzas 
progresistas y revolucionarias en áreas consideradas de intereses 
vitales para los Estados Unidos, fueron muy bien aprovechadas por estos 
sectores contrarios a un entendimiento con Cuba, logrando que la 
política hacia la Isla fuera vista a través del lente de la política 
hacia la URSS y se desmarcara del inicial diseño de política hacia el 
hemisferio. Estos sectores fueron también los responsables de que se 
impusiera la idea en la administración Carter, de que Cuba, como 
condición sine qua num de un modus vivendi con Estados 
Unidos debía: retirar sus tropas de África; no interferir en ninguna 
otra región que fuera de interés vital para los Estados Unidos –como fue
 el caso de Centroamérica y el Caribe en 1979-, renunciar a sus vínculos
 con la URSS; desistir de su solidaridad con la causa independentista 
del pueblo puertorriqueño; y realizar los pagos pertinentes por las 
propiedades norteamericanas expropiadas a inicios de la revolución.
Entonces, con el abandono paulatino del proceso de distensión entre 
Estados Unidos y la URSS y el comienzo de una nueva etapa de guerra 
fría, se hacía prácticamente imposible la “normalización” de las 
relaciones con Cuba, máxime si la política de Estados Unidos hacia Cuba 
era conformada a partir de los patrones de la política hacia la Unión 
Soviética. No fue casual que la idea de la “normalización” de las 
relaciones o de algún tipo de acomodo con la Isla, sólo se hubieran 
hecho visibles en las etapas de bajas tensiones o relativa distensión 
entre la URSS y los Estados Unidos, como fueron el año 1963 y los 
períodos 1974-1975 y 1977-1978.
II
Nuestro libro confronta con dos ideas fundamentales que hemos leído o
 escuchado en diversas oportunidades. La primera de ellas es la que 
sostiene que a Cuba en verdad no le interesaba normalizar las relaciones
 con los Estados Unidos, pues cuando se estaba avanzando hacia una nueva
 relación en la etapa de Ford, apareció lo de la presencia militar 
cubana en Angola y luego cuando Carter, se repitió la historia al enviar
 tropas a Etiopía. Es decir, que no se alcanzó la normalización, pues a 
Fidel le interesó más en aquel momento el papel de Cuba en África, que 
la normalización de las relaciones con los Estados Unidos. La segunda y 
la más alejada aún de la verdad histórica es la que ubica al líder de la
 Revolución Cubana como el gran obstáculo que ha impedido una relación 
normal entre ambos países.
El primero de los enfoques señalados, desvirtúa los hechos, desconoce
 la estrategia cubana en política exterior de aquellos años y los 
móviles de su liderazgo histórico. Cuando profundizamos un poco, de 
inmediato comprendemos que Fidel jamás vinculó ambos temas. Él manejaba 
el proceso de normalización de las relaciones con los Estados Unidos y 
el internacionalismo de Cuba en África como cuestiones independientes. 
Ambas de extraordinaria importancia estratégica para Cuba. Fueron los Estados Unidos los que establecieron esa conexión funesta. Wayne
 Smith, quien fuera jefe de la sección de intereses de los Estados 
Unidos en La Habana durante los dos últimos años del mandato de Carter, 
lo  ha dicho magistralmente: “Pero el hecho de que Castro no le 
hubiese dado la espalda al MPLA no representaba una falta de interés en 
mejorar sus relaciones con los Estados Unidos. De haber sido así, el 
estímulo brindado por los norteamericanos a las incursiones de las 
tropas de Zaire y Sudáfrica también hubiese sido un indicio de cinismo 
de los propósitos del acercamiento de los Estados Unidos hacia Castro. 
Quizás él así lo pensó, pero optó, en la práctica, por mantener los dos 
asuntos separados y continuar con el acercamiento, pese al respaldo 
concedido por los Estados Unidos a las fuerzas que se oponían a los 
amigos de Castro en Angola”.[i]
Al respecto también señaló hace muchos años el destacado intelectual argentino Juan Gabriel Tokatlian:
“…, lamentablemente Estados Unidos fue el responsable de 
introducir un elemento perturbador en las relaciones entre ambos países:
 condicionó las aproximaciones bilaterales a temas y políticas 
multilaterales, es decir, multilateralizó lo bilateral y bilateralizó lo
 multilateral. La participación cubana en Angola durante 1975 fue 
interpretada como un hecho que impedía un entendimiento constructivo 
entre Cuba y Estados Unidos. Se ubicó este acontecimiento como un factor
 que inhibía todo acercamiento positivo de las partes. Esto, reiteramos,
 fue un error lamentable porque colocó el contenido y el sentido del 
debate bilateral en otra dimensión. 
Y la crítica debe caer en Estados Unidos pues no fue Cuba quien 
esgrimió el argumento de mejorar o no las relaciones de acuerdo a si 
Estados Unidos apoyaba directamente a los regímenes autoritarios de 
Haití o Filipinas o armaba encubiertamente a Sudáfrica o intervenía en 
los conflictos de Medio Oriente”.[ii]
Sin embargo, lo más interesante para nosotros fue encontrarnos que 
Robert Pastor, quien era asistente para América Latina del Consejo de 
Seguridad Nacional en la época de Carter, comprendió lo fallido de la 
estrategia estadounidense a la hora de negociar con Cuba y vincular la 
normalización de las relaciones a la retirada de las tropas cubanas de 
África y advirtió con gran visión de la perspectiva cubana que ello 
haría fracasar el proceso de normalización. El 1ro de agosto de 1977, 
Pastor le escribió a Brzezisnki: “Hemos considerado el aumento de las
 actividades de Cuba en África como una señal de interés decreciente por
 parte de Cuba respecto del mejoramiento de las relaciones con los 
EE.UU, y Kissinger unió las dos cuestiones –la retirada de Cuba de 
Angola a fin de lograr mejores relaciones con los EE.UU– solo para 
fracasar en ambas. Existe una relación entre las dos cuestiones, pero se
 trata de una relación inversa.
 Mientras Cuba intenta normalizar relaciones con las principales 
potencias capitalistas del mundo, Castro también experimenta una 
necesidad sicológica igualmente fuerte de reafirmar sus credenciales 
revolucionarias internacionales. No afectaremos el deseo de Castro de 
influir en los acontecimientos en África tratando de adormecer o detener
 el proceso de normalización; este es el instrumento equivocado y no 
tendrá otro efecto que no sea detener el proceso de normalización y 
descartar la posibilidad de acumulación de influencia suficiente sobre 
Cuba por parte de los EE.UU, que a la larga pudiera incidir en la toma 
de decisiones de Castro”.[iii]
En entrevista que pudimos hacer a Pastor, pocos años antes de su lamentable fallecimiento, este nos dijo: “Mi
 memorándum no persuadió al gabinete, ni al Presidente. En nuestras 
conversaciones en Cuernavaca y La Habana, yo seguí la política del 
gobierno de los Estados Unidos más que la que yo había propuesto. Como 
nosotros aprendimos, mi análisis era correcto”.[iv]
En cuanto al segundo criterio, que en acto de injusticia histórica 
coloca en los hombros de Fidel la responsabilidad del no entendimiento 
entre ambos países, el libro que hoy presentamos demuestra todo lo 
contrario. En primer lugar, habría que decir que Estados Unidos y Cuba 
no han tenido jamás una relación normal, no la tuvieron en el siglo XIX,
 tampoco en el XX. La esencia de la confrontación –mucho más antigua que
 Fidel-,  hegemonía versus soberanía, viene arrastrándose por siglos. 
Por otro lado, si ha habido en estos últimos más de 50 años alguien 
interesado en avanzar hacia un modus vivendi, ha sido Fidel 
Castro. Cuando se revisa la documentación cubana del período es  
sorprendente la cantidad de tiempo que el Comandante en Jefe dedicó 
durante años a recibir y conversar con congresistas y personalidades de 
la política norteamericana. Si Fidel no hubiera creído que era 
importante este tipo de encuentros para buscar un mejor entendimiento 
entre ambos países, no hubiera invertido en ellos ni un minuto de su 
preciado y limitado tiempo.
Empleando la diplomacia secreta Fidel fue el gestor de numerosas 
iniciativas de acercamiento entre ambos países. Así lo reafirman los 
documentos de ambos lados que hemos podido consultar.
A través del abogado James Donovan, quien negoció con Fidel la 
liberación de los mercenarios presos a raíz de la invasión de 1961, la 
periodista Lisa Howard y otras vías, el líder de la Revolución hizo 
llegar al gobierno de Kennedy una y otra vez su disposición de conversar
 en busca de un entendimiento. En agosto de 1961 Ernesto Che Guevara 
trasladó una rama de olivo al gobierno estadounidense en un encuentro 
que sostuvo en Montevideo con el asesor especial de Kennedy para asuntos
 latinoamericanos, Richard Goodwin. Es imposible pensar que el Che 
actuara por su cuenta y no de común acuerdo con el líder cubano. Fidel 
además envió un mensaje verbal al ya presidente Lyndon Jonhnson a través
 de la periodista Lisa Howard en 1964, que entre otras cosas decía:…… “Dígale
 al Presidente (y no puedo subrayar esto con demasiada fuerza) que 
espero seriamente que Cuba y los Estados Unidos puedan sentarse en su 
momento en una atmósfera de buena voluntad y de mutuo respeto a negociar
 nuestras diferencias. Creo que no existen áreas polémicas entre 
nosotros que no puedan discutirse y solucionarse en un ambiente de 
comprensión mutua. Pero primero, por supuesto, es necesario analizar 
nuestras diferencias. Ahora, considero que esta hostilidad entre Cuba y 
los Estados Unidos es tanto innatural como innecesaria y puede ser 
eliminada”.[v]
Hasta  a un furibundo adversario de la Revolución Cubana como Richard
 Nixon tendió la mano Fidel de manera confidencial. Los documentos 
desclasificados en los Estados Unidos muestran que el 11 de marzo de 
1969 el embajador suizo en La Habana, Alfred Fischli, luego de haber 
tenido una entrevista con Fidel, en un encuentro que sostuvo con el 
secretario de Estado de los Estados Unidos, William P. Rogers, trasladó a
 este un mensaje no escrito del primer ministro cubano en el que 
expresaba su voluntad negociadora. [vi]
Durante la administración Carter fueron muchas las acciones de Fidel 
que mostraron su disposición de mejorar las relaciones con los Estados 
Unidos. En el año 1978, aunque sin mostrarlo como un gesto directo hacia
 los Estados Unidos, se liberaron en Cuba miles de presos 
contrarrevolucionarios, lo cual evidenciaba un deseo de la dirección 
cubana de reanimar el proceso de normalización de las relaciones entre 
ambos países, congelado a partir de la entrada de tropas cubanas en 
Etiopía. “En ese momento –recuerda Robert Pastor-, 
llegué a la conclusión de que Castro vio esta iniciativa como una manera
 de tratar de poner las discusiones sobre la normalización de nuevo en 
marcha. No tenía la menor intención de negociar el papel de Cuba en 
África a cambio de la normalización, pero tal vez pensó que gestos 
positivos en los derechos humanos,  prioridad de Carter, serían 
suficientes. No lo eran”. [vii]
En el año 1977 Carter había señalado que la clave para avanzar hacia 
una normalización de las relaciones con Cuba eran los derechos humanos, 
pero en 1978 evidentemente este tema había quedado desplazado frente al 
de la presencia militar cubana en África, y las implicaciones de la 
misma en el marco del enfrentamiento Este-Oeste. Podríamos mencionar 
muchísimos más ejemplos que aparecen en el libro. Lo cierto es que la 
postura de Fidel ha sido siempre la de estar en la mejor disposición al 
diálogo y la negociación con nuestro vecino del Norte. Sin embargo, 
siempre ha insistido, con sobrada razón y teniendo como respaldo el 
derecho internacional y un conocimiento profundo de la Historia de Cuba,
 que este diálogo o negociación sea en condiciones de igualdad y de 
respeto mutuo, y no persiga que Cuba ceda ni un milímetro de su 
soberanía o abjure a alguno de sus principios. Esta es hoy la misma 
postura –aunque con estilo propio- del general-presidente Raúl Castro, 
así lo ha reafirmado en innumerables discursos e intervenciones 
públicas.
III
Mientras la “normalización” de las relaciones sea entendida por los 
Estados Unidos desde la dominación, será imposible dar un salto 
histórico que permita a nuestras naciones establecer una relación más 
civilizada. En la medida que los intereses de seguridad imperial de la 
clase dominante en los Estados Unidos continúen prevaleciendo por encima
 de los legítimos intereses de seguridad nacional del pueblo 
norteamericano en el diseño y la implementación de la política hacia 
Cuba, será quimérico pensar en la posibilidad de un entendimiento que 
perdure en el tiempo. Lo paradójico es que Cuba representa una garantía 
para los Estados Unidos en temas de seguridad como: el narcotráfico, la 
migración, el tráfico de personas, el terrorismo, el enfrentamiento a 
catástrofes naturales, entre otros. Temas, algunos de los cuales generan
 a Washington continuos diferendos con otros países a los que considera 
sus socios en la región. Avanzar en todas aquellas áreas en que pueda 
haber un interés común, realmente nacional, es la mejor vía por romper 
la inercia del desencuentro y una cultura política que se remonta a los 
años en que fue diseñada la llamada “política de la fruta madura”.
Obama tiene en estos dos libros que hoy unimos numerosas lecciones y a
 la vez un consenso interno y externo que jamás ha tenido presidente 
estadounidense alguno para hacer historia, dejando atrás una política 
que cada día se vuelve más absurda y obsoleta. El próximo 28 de octubre,
 en la Asamblea General de la ONU, cuando el mundo vote nuevamente 
contra el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto a Cuba, se 
pondrá nuevamente de manifiesto.
Sabemos que el bloqueo no puede ser levantado de un día para otro y 
que el legislativo estadounidense tiene buena parte de las prerrogativas
 al respecto, pero el presidente Obama podría usar sus facultades 
ejecutivas y como un primer paso hacia un giro de política, retirar a 
Cuba de la lista de países terroristas y liberar a los antiterroristas 
cubanos Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Antonio Guerrero de su 
injusto encierro. Estas medidas, además de que estimularían la búsqueda 
de una salida humanitaria  al caso del señor Alan Gross, como ha 
señalado en reiteradas ocasiones el gobierno cubano, despejarían el 
camino y crearían un clima más propicio para conversar y negociar sobre 
otras cuestiones más complejas.
En realidad, cuando en su último discurso de campaña,  Obama dijo  
que conversaría con Cuba y eliminaría las restricciones puestas a Cuba  
por su antecesor, aunque también  dijo que mantendría el bloqueo, era 
posible  pensar  que a estas alturas hubiera podido haber adelantado 
algo más. Sobre todo, si prestamos atención a sus primeros discursos en 
los que parecía exhibir coherencia y respuestas lógicas a los problemas 
que Estados Unidos enfrentaba entonces en su política exterior.
Pero hoy Obama parece haber retrocedido, tanto respecto a Cuba como en el resto de su política exterior.
En cuanto a Cuba, ha recrudecido el bloqueo hasta lo inimaginable; 
frente a una actitud antibloqueo que ha crecido más que nunca, incluso 
dentro de Estados Unidos. Si Obama quisiera  hacer cambios sustanciales 
en la política hacia Cuba, cuenta hoy con las ventajas que no ha tenido 
ningún presidente. Si estuviese dispuesto a eliminar el llamado por 
ellos obstáculo de Alan Gross, el cambio sería solo el de un error en su
 trabajo de inteligencia contra Cuba, por el borrado de la mancha que en
 el sistema legal norteamericano  representa mantener presos a los tres 
cubanos que aun guardan cárcel en los Estados Unidos. Todo sería 
ganancia. Ese cambio, como el presidente lo debe saber, no tiene la 
menor connotación para la seguridad nacional norteamericana. Lo que si 
puede ser un problema, es que el presidente retrase tanto el cambio, que
 el retorno de Gross a Estados Unidos ya no tenga sentido.
Obama ha retardado tanto  buscar  mejorar, por sí mismo,  las 
relaciones con Cuba, que lo ha convertido  en un asunto de presiones 
para su ya fracasada política hacia América Latina y el Caribe. Es 
difícil imaginar, salvo que tenga sobre si brutales presiones, que hagan
 peligrar su persona, que Obama pueda pensar, que con las condiciones 
que se dan en estos momentos, el costo de cambiar la política hacia Cuba
 le vaya a ser sensiblemente  desfavorable. Obama está ciego si no es 
capaz de ver las ventajas que tiene comenzar un serio cambio de política
 hacia Cuba. ¿Porque o por quien espera? ¿Cuántas señales más necesita? 
Nunca se habían acumulado tantas señales, internas ni externas.
Notas
[i]Wayne S. Smith, “La relación entre Cuba y los Estados Unidos: 
pautas y opciones”, en: Colectivo de autores, Cuba-Estados Unidos: dos 
enfoques (edición y compilación de Juan G.Tokatlian), CEREC, Argentina, 
1984, p.38.
[ii]Juan G. Tokatlian, Introducción, en: Colectivo de autores, 
Cuba-Estados Unidos: dos enfoques (edición y compilación de Juan 
G.Tokatlian), CEREC, Argentina, 1984, pp.16-17
[iii] Memorándum de Robert Pastor a Brzezinski, 1ro de agosto de 
1977, The Carter Administration. Policy toward Cuba: 1977-1981, 
(documentos desclasificados, biblioteca del ISRI, traducción del ESTI.
[iv] Entrevista realizada a Robert Pastor (vía correo electrónico), 5 de abril de 2009.
[v] “Del primer ministro Fidel Castro al presidente Lyndon B.Johnson,
 mensaje verbal entregado a la señorita Lisa Howard de la ABC News, el 
12 de febrero de 1964, en La Habana, Cuba”,www.gwu.edu/-nsarchiv/  (Traducción del ESTI)
[vi] Tomás Diez Acosta, Informe Final del Proyecto: La confrontación 
 EE.UU-Cuba en el primer mandato de Richard Nixon (1969-1972), Instituto
 de Historia de Cuba, La Habana, 2014, p.50 (inédito)
[vii] Robert Pastor, “The Carter-Castro Years. A Unique Opportunity”,
 in: Fifty Years of Revolution. Perspectives on Cuba, The United States 
and the Word, Edited by Soraya Castro Mariño and Ronald W.Prussen, 
University Press of Florida, Miami, 2012, p.246.
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