Por Javier Gómez Sánchez
Hablando sobre la Reforma Constitucional con un amigo comentábamos que la contrarrevolución parece no haber visto la tremenda oportunidad que le ha pasado por delante: Haberse lanzado una convocatoria popular completamente abierta a todo tipo de cuestionamientos, que ni siquiera deja fuera del debate el papel del Partido Comunista de Cuba en la sociedad.
Indudablemente, es el paso más arriesgado y revolucionario que ha dado el proceso de la Revolución Cubana en estos tiempos.
O sí la han visto, pero que no tienen la capacidad de subvertirlo y dominarlo. Ni organización, ni discurso coherente que utilizar y mucho menos apoyo popular. Los medios de comunicación de la contrarrevolución más tradicional por un lado y los nacidos al calor de la política de Obama por otro, se han limitado a hablar superficialmente sobre un proceso que los ha superado con creces, con el mismo sentimiento de la zorra que al ser incapaz de llegar a las uvas, dice que están verdes.
Pero pasados estos meses también he llegado a preguntarme si algunos revolucionarios no se han percatado de lo que se ha puesto en juego después de 10 años de debate político y social en Cuba. La Reforma Constitucional es la cúspide de un camino a través de la Consulta de opinión popular realizada en el 2007, los Lineamientos, y la Conceptualización.
Pero durante la última década el país no se ha mantenido inmóvil y ha tenido cambios objetivos y subjetivos. Si en el 2007 las mayores preocupaciones de los cubanos estaban asociadas a las prohibiciones existentes (de las que hoy apenas quedan vestigios), o la doble moneda (aún persistente), en este momento el pensamiento de los cubanos está en función de otras muy distintas.
Con facilidad son visibles hoy las mentalidades que, siendo el ¨sentido común¨ global impuesto por las industrias culturales y los medios comunicación, pugnan por convertirse en dominantes en un país que a diferencia de aquel de 10 años atrás, posee ahora más de medio millón de trabajadores por cuenta propia y propietarios de negocios, a los que se suman indirectamente una cifra mayor de familiares y amigos. Un sector privado que encuentra contradicciones con las posibilidades reales de una economía desabastecida, bloqueada y con escasa disponibilidad de dólares para la importación. Con decenas de miles de ciudadanos que han encontrado una forma de vida como importadores informales de electrodomésticos, piezas y productos. Que ha vivido las tensiones de los intentos de control estatal del transporte privado y la especulación en la venta de productos agrícolas a partir de la exigencia popular. Que ha chocado con la inexperiencia de pagar impuestos cada mes y cada año. Que ha visto una parte significativa de las zonas residenciales de la capital venderse y comprarse. Con una minoritaria clase emergente, que cree que no le debe nada al socialismo porque lo que la distingue lo ha obtenido del manejo del capital: Casa, auto, vacaciones, viajes… y que convive con una mayoría que se debate mensualmente para lograr consumir simplemente lo básico.
Esa minoría comienza a ver como ataduras los espacios sociales que décadas atrás el sistema diseñó basados en la igualdad -y que aún mantiene- mientras que entre la mayoría no enriquecida aparecen quienes con ingenua energía defienden el derecho de la nueva minoría rica a ejercer como tal, y llegan a hablar de ¨concentración honesta de la propiedad¨.
Un país que atravesó en ese tiempo un corto pero intenso período de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, con un cambio de estrategia del gobierno de ese país en sus planes de dominio sobre la isla, apostando a que esa nueva minoría cubana económicamente emergente llegue a ser políticamente influyente. Que transitó tanto por la muerte de Fidel como por el sostén de la máxima dirigencia en otras manos.
Una nación cuyos ciudadanos pasaron en menos de una década de hablar de poder tener legalmente un celular, a hablar de un mercado mayorista para el sector privado. Lo cierto es que la Cuba del 2018 tiene escaso parecido con la del 2008.
Desde que fuera divulgado el texto del Proyecto de Constitución de la República, incluso antes, cuando en la Asamblea Nacional los diputados discutían el Anteproyecto, uno de los temas que causó preocupación fue la eliminación de la mención al comunismo como aparece en la Constitución de 1976.
Personalmente, no creo que la función del comunismo en la Constitución sea la de aparecer como una utopía, sino la de ser una esencia garante cada vez más imprescindible en la medida que se hacen más presentes las relaciones de mercado en la sociedad cubana actual y futura.
De ahí ha venido mi sugerencia, sin disminuir el valor de los que prefieren que aparezca también en su sentido de meta superior, que el punto 58 del documento, Capítulo I ¨Fundamentos de la Nación¨, artículo 13, inciso G dónde dice: ¨Afianzar la ideología y la ética inherentes a nuestra sociedad socialista¨, debe decir: ¨Afianzar la ideología comunista y la ética martiana y fidelista inherentes a nuestra sociedad socialista¨
Porque el socialismo no cae del cielo y en estas circunstancias el comunismo es mucho más necesario como ideología útil y concreta que como utopía.
Entonces la cuestión en juego no es tener una Constitución donde se mencione el comunismo sino una Constitución que sea comunista. Ese ligero extravío de lo medular nos puede poner en las manos un texto constitucional con la palabra ¨comunismo¨ impresa en letras doradas, pero con poco, muy poco o nada de las ideas comunistas en su contenido.
El mayor riesgo que corremos en la elaboración de esta Reforma Constitucional es que en el afán de hacer avanzar al país hacia nuevos derechos y garantías, perdamos los que heredamos del país que éramos en 1976, que se sintió tan distinto al de 1959 que pudo y quiso plasmar la diferencia en una Constitución. Derechos y garantías que no cayeron del cielo, sino de la identificación mayoritaria del pueblo con la ética comunista que sostiene al socialismo cubano. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Quítese el componente comunista y el socialismo cubano tendría sus días contados.
¿Y qué necesita una Constitución para ser comunista? O mejor dicho ¿Para no serlo?
No sería comunista una Constitución que no mencione el derecho de los ciudadanos al acceso a las playas. Que no impida el lucro de la libre oferta y demanda en la venta de productos y servicios de primera necesidad. Que no establezca límites en la concentración desmedida de la propiedad en manos privadas y se deje caer en trampas basadas en el origen ¨honesto¨ de esta. Que defina como ¨socialistas¨ a empresas que sin serlo se consideran como tal solo por ser ¨estatales¨ y no por su proyección social. Que permita la introducción del cobro en la salud y educación en cualquier tipo de servicio. Que no asuma explícitamente como deber del Estado proteger a sus ciudadanos de la mendicidad y la indigencia. Que plegándose a poderosas fuerzas, las asuma como dominantes, y abandone la dialéctica prefiriendo renunciar a la mención del matrimonio como ¨unión entre dos personas¨.
En este tiempo han llegado a aparecer en la televisión, sin ninguna contraposición al menos en el NTV, personas que abogan por comenzar a cobrar los estudios de postgrado. Con una lógica absurda que considera que a la vez que usted es universitario, ya un máster o un doctorado es un lujo que usted se está dando. De acuerdo con ese criterio, seremos un país subdesarrollado dónde los profesionales tendrán que escoger entre comprar un electrodoméstico o pagarse una maestría.
Otros, que se cobren las cirugías estéticas. Lo dicen con la ignorancia de que es imposible (bajo riesgo de daño grave o fallecimiento), separar la cirugía estética del resto de la atención de salud… Total, dicen, si hay gente que tiene el dinero por qué no recaudarlo vendiéndoles servicios de salud como si fueran un fin de semana en un hotel de playa o una oferta de manicura….Para un Sistema de Salud y Educación ya asediado por los retos humanos y materiales de mantenerlo, la forma más rápida de destruirlo sería -con la ambigüedad constitucional- crear la división entre los que puedan acceder a todos sus servicios por su dinero y los que accederían solo a los que el Estado les pueda garantizar.
En el mundo hay muchas versiones de socialismo. Pero en Cuba el socialismo fidelista es uno solo. Las épocas cambian, la ética de ese socialismo no.
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