Por Gerardo Hernández Nordelo.
Quiero contarles algo que nunca he contado. El 23 de junio del 2001, ya dentro de la prisión de Estados Unidos, pudimos tener una pequeña radio desde la cuál escuchamos el discurso de Fidel en La Habana: “Nuestros héroes tendrán que ser liberados. La enorme injusticia cometida contra ellos será conocida por el mundo entero. Millones de libros transmitirán la verdad y el mensaje de Cuba. ¡Nuestros compañeros, más temprano que tarde, volverán!”. Mientras él hablaba de “los cinco” por supuesto que estaba emocionado, ¡cómo no iba a estarlo! Pero admito que me impactó enormemente cuando me nombró y al escuchar mi nombre en su inconfundible voz tomé dimensión de la enorme responsabilidad que tenía con mi pueblo, con la historia y para con él. Fué un momento muy importante porque además nos acababan de encontrar culpables y él aseguró, delante de todo su pueblo, que volveríamos. Y así fué. ¡Volvimos como lo prometió Fidel! Esas palabras nos acompañaron durante todos esos años como un baluarte de optimismo y de confianza. A lo largo de nuestra historia no hubo algo que él prometiera y no pusiera todos sus esfuerzos y toda su inteligencia en función de lograrlo.
Toda Cuba lo sabe.
Y nosotros, también lo sabíamos.
Durante los más de 16 años que estuve preso, conocí personas que ni siquiera sabían dónde está Cuba y mucho menos de socialismo o comunismo. Pero, si nombrabas a Fidel, ellos sí sabían quién era: “No sé mucho sobre su pensamiento, pero sé que los americanos no pudieron doblegarlo”, nos decían. Esas palabras son las que definen al Comandante: un hombre que hizo la Revolución y aún pudiendo tener una vida cómoda, eligió estar del lado de los pobres y decidió tomar las armas para mejorar el destino de su país.
Por eso, hablar de Cuba es hablar de Fidel.
Ya se cumplen dos años desde que pasó a la eternidad. Y en esta isla los 11 millones de cubanos lo extrañamos día a día. Pero los revolucionarios tenemos el firme propósito de no recordarlo con tristeza ni llanto, sino con alegría, con el optimismo que él nos inculcó y sobre todo con el deseo de luchar y seguir adelante, de no defraudarlo, ¡nunca! Somos miles quienes soñamos y confiamos que un mundo mejor es posible. Pero hay que construirlo. A veces sufrimos retrocesos que ponen a algunas personas a dudar si es real o sólo una utopía, a ellos les digo que mientras Cuba exista y esté luchando, habrá esperanzas. Luchemos por un mundo mejor; por hombres y mujeres nuevas; luchemos…
Hasta la victoria, ¡Siempre!
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