Agostinho Neto |
Por José Gabriel Martínez Rodríguez
Para mediados de la década de los años setenta se había volteado la página del período de las descolonizaciones clásicas en el África Subsahariana, concentrado en la década anterior, y que arrojó como fruto principal, la llegada de decenas de nuevos estados a la vida independiente. La situación en el África Austral debe analizarse con una mirada diferente, fue la macro zona que el colonialismo concibió como el gran reservorio de fuerza de trabajo, destinada a las plantaciones agrícolas y la producción minera. Hay que tomar en cuenta la existencia de un poderoso colonato de origen europeo que buscó, de todas las maneras posibles, cerrar el paso de la descolonización en el cono sur del continente africano. Por tanto, aquí el conflicto fue mucho más accidentado y de largo tránsito, a través de importantes movimientos de liberación nacional, con la lucha armada como medio fundamental.
Las guerras de liberación desarrolladas por los movimientos de las colonias portuguesas en Guinea Bissau, Angola y Mozambique hicieron caer en crisis al propio régimen dictatorial que gobernó en Lisboa durante décadas. La llegada al poder en Portugal de un nuevo gobierno, producto de la Revolución de los Claveles en 1974, inició un proceso negociador con el nacionalismo en las colonias que, en algunos casos, había liberado gran parte de sus respectivos territorios.
En Angola la situación era un poco más compleja: existían tres movimientos desarrollándose al unísono. Por una parte, estaba el Frente Nacional para la Liberación de Angola (FNLA), dirigido por Holden Roberto y con una fuerte membrecía de la etnia de los bakongos que residían en el extremo norte de Angola, y que compartían su identidad etno-tribal con los bakongos de Zaire y los del Congo francés (Brazzaville). Tuvo un importante apoyo de Mobutu en el Zaire, quien permitió que Roberto estableciera un gobierno angolano en su territorio, lo cual llevó al equívoco a varios países, que ignoraban la verdadera naturaleza del FNLA y apoyaron ese gobierno en el exterior.
Por otro lado, estaba el componente ovimbumdu de la UNITA y mbundu del MPLA, aunque esta última organización sostuvo una proyección supratribal en la conducción del movimiento de liberación, bajo la dirección de Agostinho Neto.[1] Pronto se fueron configurando los intereses internacionales en torno a la UNITA y el FNLA, sobre la base del apoyo sostenido por las potencias occidentales, Estados Unidos, Sudáfrica, Reino Unido, Francia, además estaban China y Zaire. El MPLA, que había contado con una importante cooperación de Yugoslavia durante la guerra de independencia, pudo lograr una mayor atención de otros países socialistas como Cuba y la URSS.
Cuba fue más prudente a la hora de responder a la solicitud de Agostinho Neto, ya que la intensa experiencia de Cuba en África había hecho crecer a nuestra dirección revolucionaria en la evaluación y el análisis de los acontecimientos, antes de enviar cualquier apoyo. Cuando las potencias occidentales amenazaban con exacerbar el conflicto entre los tres movimientos, decantándose por las conservadoras y desorganizadas fuerzas del tribalismo, representadas en el FNLA y la UNITA, Cuba no vaciló en el envío de la ayuda técnica que las fuerzas de las FAPLA necesitaban para robustecer su ejército.
Durante el otoño de 1975, la situación que dejaron los portugueses a inicios de año con el Acuerdo deAlvor[2] había degenerado en una espiral de violencia, en que el MPLA aprovechó para lograr el control sobre los más importantes centros urbanos, incluido la capital, Luanda, que se encontraba amenazada por la incursión sistemática de los integrantes del FNLA. Pero a mediados del mes de octubre de 1975 comenzaron a entrar tropas sudafricanas, integradas por negros angolanos pertenecientes al FNLA y dirigidos por miembros de la oficialidad de las fuerzas armadas de Sudáfrica.
El liderazgo de Fidel en la decisión del envío de tropas cubanas
Hasta el momento de la incursión de los sudafricanos en Angola, la presencia cubana se circunscribía a los instructores encargados de preparar a las unidades de las FAPLA. En los primeros días del mes de noviembre, Fidel había tomado la decisión de mandar tropas especiales del MININT, que estuvieran en condiciones de entrar en combate junto a los instructores que ya se encontraban en suelo angolano, en el momento del primer tropiezo con las tropas movilizadas por el régimen del Apartheid, que avanzaban con gran rapidez por el sur de Angola, equipadas con un poderoso armamento. Este constituyó el inicio de la Operación Carlota.
La decisión fue absolutamente cubana y el protagonismo de Fidel fue vital. Motivado por la convicción de no abandonar a su suerte a los instructores cubanos, la causa justa de no dejar que la independencia del país austral cayera en peligro ante el avance del ejército movilizado por el régimen del Apartheid. Actualmente, pocas fuentes dudan de aquella realidad, aunque en su momento se pudo haber manejado la idea de que Fidel actuaba como satélite de la URSS, la propia evolución de los acontecimientos indicaban lo contrario. Fidel tomó el liderazgo del apoyo internacional al MPLA, y junto con él, el pueblo y la Revolución cubana. Un acontecimiento poco usual en el escenario de las relaciones internacionales, que un pequeño país asumiera un papel de avanzada en un conflicto enmarcado en la dinámica de la Guerra Fría, contexto en que la vanguardia la conducían las grandes potencias, de uno u otro bloque. En aquella época ni el influyente secretario de estado de los Estados Unidos Henry Kissinger podía imaginarse la verdadera connotación de la participación cubana y de la decisión de Fidel, al escribir en sus memorias: «No podíamos imaginar que actuaría tan provocativamente y tan lejos de casa, a menos que hubiera sido presionado por Moscú como recompensa por la ayuda económica y militar prestada a Cuba. Las evidencias disponibles ahora, demuestran que el caso fue todo lo contrario.»[3]
Varios años de experiencia compartida con África, en su lucha por la independencia y contra regímenes antipopulares, influyeron en que Fidel tomara la decisión de no subestimar la fuerza del poderoso enemigo sudafricano, y enviar todos los hombres que hicieran falta para consolidar la victoria angolana. Decenas de miles de cubanos cruzaron el Atlántico y combatieron durante varios meses hasta concretar la victoria. Para la primavera de 1976, cuando ya habían sido expulsados los sudafricanos, Fidel pudo evaluar la situación en base a una posible evacuación gradual de las tropas cubanas, pues representaba un costo muy grande, para la Isla, asumir la manutención de un ejército de tan vastas proporciones, a miles de kilómetros de distancia. Estaban presentes las presiones ejercidas desde la Unión Soviética. A la larga, el peligro sudafricano determinó que los cubanos no se retiraran del territorio angolano.
Las tensas relaciones con los Estados Unidos se exacerbaron ante la decisión de nuestra revolución y la determinación de Fidel de no ceder en nuestra cooperación internacional con Angola y el reclamo de la independencia para Namibia. Los gobiernos norteamericanos comenzaron a utilizar este factor como condicionante para cualquier avance en las relaciones con el país norteño. Angola se había convertido, a partir de la presencia cubana, en un actor internacional y regional importante en la lucha del África Austral contra el poder opresor blanco, que a fines de los años setenta, regía en Sudáfrica, Namibia y Zimbabwe, que todavía era Rodesia. Cuando Fidel viajó a Angola, en el mes de marzo de 1977, se reunió con los líderes angolanos y pronunció varios discursos, en donde se sintetizaron algunas de sus preocupaciones sobre la situación del hermano país en aquellas circunstancias.
Fidel y la continuidad del proceso angolano
En su visita a la tierra de Agostinho Neto, Fidel mostró una preocupación por los asuntos de la reconstrucción y el desarrollo de Angola, que dejó explícita en sus discursos ante el pueblo. En las reuniones con el presidente Neto, Fidel insistió en la preparación de las fuerzas de las FAPLA y la lucha de estas contra la insurgencia interna en el país, representada fundamentalmente por la UNITA. El líder de la Revolución cubana era partidario de que Angola debía concentrar todos sus esfuerzos en la eliminación de la desestabilización interna, o sea la lucha contra bandidos.
Cuba había cubierto, no sólo las necesidades de los requerimientos de la guerra sino que, en el plano civil, había pasado a desempeñar un papel determinante ante la carencia de personal calificado. En el sector de la salud, comenzó a crecer exponencialmente la presencia médica de los cubanos. Fidel buscó trasladar su idea revolucionaria sobre la salud al escenario del país austral y sus preocupaciones sobre los más disímiles aspectos de la vida social de un país, sobre todo uno en revolución.
Cuando Neto visitó Cuba, a inicios del año 1979, conversó con Fidel diversas cuestiones relativas a la situación regional en el cono sur de África y también asuntos propiamente bilaterales. Con respecto a la presencia militar de Cuba, Neto propuso, basado en la mejoría de las relaciones con Zaire y en presiones realizadas por los norteamericanos, una posible reducción de tropas en el norte del país, en la ciudad de Uige.
Cuando Fidel hizo una propuesta concreta acerca del tema, sus palabras dirigidas a Neto fueron en la dirección de que comprendiera la necesidad de fortalecer a las FAPLA para, cuando llegara el momento, Cuba se pudiera retirar sin necesidad de ocasionar una catástrofe militar. También era cierto que la solidaridad internacionalista cubana costaba millones de pesos a la economía de un país pequeño y bloqueado como el nuestro.
Mientras tanto, la agresión externa a través de la incursión de las tropas sudafricanas sería contenida por el ejército cubano, que fortaleció sus posiciones en el sur de Angola, a 250 kilómetros al norte de la frontera con Namibia, lo cual permitía el desarrollo de las operaciones de la fuerza aérea cubana, teniendo en cuenta la superioridad sudafricana en este aspecto. El plan ideado por Fidel y las máximas autoridades de la misión cubana en Angola, contempló la creación de una robusta línea para la defensa, desde la costa alrededor de Namibe hasta la zona del pueblo de Menongue, en el interior del país.
En septiembre de 1979, murió el primer presidente de Angola, Antonio Agostinho Neto. La delegación cubana a los funerales fue presidida por el comandante Juan Almeida. Fidel, en un acto de prudencia, decidió no asistir personalmente porque los enemigos de la Revolución cubana y de Angola, a raíz de este suceso, estaban construyendo un estado de opinión sobre la supuesta intromisión del líder cubano en relación con la elección del próximo presidente. No obstante, Fidel envió un mensaje de condolencias al buró político del MPLA, en el que los instaba a fortalecer la unidad y la voluntad de continuar el diálogo que había mantenido con Neto sobre las misiones cubanas.
La situación regional en el cono sur de África fue tratada entre Fidel y Neto en enero de 1979, lo cual estaba interrelacionado con la situación internacional de la guerra fría y el apoyo a un gobierno de mayorías en territorios como Namibia y Rodesia, cuyos movimientos de liberación luchaban por tales propósitos. Aunque en aquellos momentos todas las capacidades de la colaboración militar en África de los cubanos las ocupaba, fundamentalmente, las misiones de Angola y Etiopía. Los norteamericanos estaban ansiosos de una garantía de parte de Cuba y Angola; fundamentalmente, que no existiría un envío de apoyo militar directo a las guerrillas que se mantenían bajo el hostigamiento de los regímenes de minorías blancas en la región, o sea el Apartheid y Rodesia; esta última hasta 1980, en que tuvo lugar el tránsito hacia un gobierno de mayorías convirtiéndose en Zimbabwe.
Las dos principales organizaciones nacionalistas, que en Rodesia dirigían la guerra contra el régimen blanco, eran la ZANU (Zimbabwe African National Union) de Robert Mugabe y la ZAPU (Zimbabwe African People`s Union) de Joshua Nkomo. Aunque Fidel y la dirección de la Revolución tenían en perspectiva un acercamiento a ambas, la realidad era que el ajedrez de las alianzas regionales favorecía el apoyo de Cuba a la organización de Nkomo, porque contaba con la alianza de los principales colaboradores de Cuba en la región, la URSS y Angola. Sin embargo, las conversaciones de Fidel con Neto en enero del 1979 reflejaron la intensión de nuestro líder histórico de favorecer la reconciliación entre ambas organizaciones y limar cualquier aspereza. Hay un reconocimiento, por parte de Fidel, al liderazgo y la labor realizada por la ZANU en la liberación de ese pueblo del régimen rodesiano. Mugabe logró algunos contactos en Cuba, a pesar de que nuestro apoyo principal, en este escenario, fue dirigido hacia la ZAPU. Sin embargo, la situación fue más difícil con la Unión Soviética que consideraba a Mugabe un líder pro chino. Cuando llegó el momento de la independencia, rápidamente el país estableció relaciones diplomáticas con Cuba, a diferencia de la URSS que tardó varios meses para dicho procedimiento.[4]
En la década del ochenta, Cuba enfatizó su postura sobre la retirada de las tropas sudafricanas del territorio de Namibia y su independencia para llegar a cualquier negociación que implicara la retirada de las tropas cubanas de Angola. En el plano interno, Fidel insistió con los líderes angolanos, en que la tarea fundamental del MPLA y de las FAPLA era la lucha contra la oposición interna de la UNITA, que era el escenario donde deberían concentrar todas sus posibilidades; mientras, el enemigo externo sería rechazado por las tropas cubanas. Cuando el conflicto tomara aspecto de agresión externa, el enemigo sería repelido por la misión militar cubana, pero en la dimensión civil del conflicto, al interior del propio estado, entre la gente del mismo país, debía ser responsabilidad absoluta de las FAPLA, fue una clara división de funciones, con la que nuestros hermanos angolanos estuvieron de acuerdo.
En esta visión existieron contradicciones con lo planteado por el mando soviético, cuya posición al respecto era que tanto las FAPLA como las tropas cubanas debían combatir contra los sudafricanos y la UNITA, simultáneamente. De cierta forma, estas disensiones se reflejaron en el terreno, en la batalla de Cangamba, cuando las tropas de las FAPLA y el apoyo cubano lograron rechazar a la UNITA en ese territorio; Fidel y la dirección cubana eran partidarios de retirarse de aquella zona aislada y susceptible de un posible ataque aéreo sudafricano. Mientras, el mando soviético planteó la propuesta de utilizar esta victoria circunstancial para avanzar en el sudeste de Angola. Los cubanos se retiraron el día 12 de agosto de 1983, según la orden del mando cubano, que al mismo tiempo trató de convencer a las FAPLA de la retirada, que finalmente no ejecutaron. Esto permitió a la fuerza aérea sudafricana avanzar sobre Cangamba, dos días después de la retirada de los cubanos, y su posterior ocupación por parte de la UNITA.
Fidel, a través de Jorge Risquet, comenzó a mover todos los resortes con vista a fortalecer las posiciones de Cuba en Angola, temiendo una posible avanzada de los sudafricanos a partir de lo sucedido en Cangamba. Esto incluía viajar a Moscú para recabar el apoyo necesario de la URSS a la decisión tomada por Cuba. Hay que contextualizar, que esa decisión fue tomada en un momento en que nuestro país se encontraba seriamente amenazado de una agresión militar por parte de la administración norteamericana, con Ronald Reagan en el poder. A pesar de todo, Cuba y su máximo líder no repararon esfuerzos para fortalecer las tropas que se encontraban en Angola, bajo el riesgo que esto representaba para la defensa de nuestro país. En una carta de Fidel al presidente Dos Santos se expuso, con total sinceridad, la prevalencia de una concepción militar errónea, promovida por el mando soviético, que había llevado a un estancamiento en la lucha contra la UNITA, pues la mayoría de los recursos destinados se reservaban para otros fines, restándole importancia al objetivo que los cubanos habían planteado con tanto encono, no por una cuestión de capricho, sino de objetividad y organización de las funciones militares, además de la importancia de la pacificación interna para la normalización y la reconstrucción del país.
En su política exterior, sobre todo las relaciones con los Estados Unidos, Cuba siempre dejó clara su posición de que Angola quedaba fuera de toda discusión. Fidel nunca dejó ningún asidero para las presiones del gobierno norteamericano, la presencia de Cuba en Angola debía discutirse con Angola. En este sentido, los angolanos comenzaron a reunirse con los norteamericanos, producto de la fuerte presencia sudafricana en el sur de Angola, al sur de la línea cubana. Estas reuniones se realizaron en enero de 1984, lo cual allanó el camino para conversaciones con los sudafricanos, cuya resonancia fundamental fue la firma del Acuerdo de Lusaka, que comprometía los acuerdos militares firmados con Cuba, ya que limitaba el movimiento de nuestras tropas y de la SWAPO en el sur de Angola, donde los sudafricanos se comprometieron a retirar escalonadamente sus fuerzas.
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