Diseñador: Gustavo de la Torre Morales |
¿Es la prostitución una profesión?
El tema
de la prostitución alcanza un nivel más polémico, ya que levanta ampollas hasta
en los sectores con mayor sensibilidad a los derechos de la mujer.
Como
estudio social que puede ayudar a un análisis político, se debe tomar en cuenta
la investigación más extensa y profunda realizada en Europa que llevó a cabo
Pilar Estébanez Estébanez, Fundadora de Médicos del Mundo-España (1990) y de la Sociedad
Española de Medicina Humanitaria (2008), de la que actualmente es presidenta,
donde demuestra que las prostitutas se caracterizan por tener un nulo o bajo
nivel académico, que afrontan un “servicio” que impone la sumisión frente al
cliente (comprador) y que su “trabajo” se desenvuelve en un ambiente donde
predomina el alcoholismo, la drogadicción, el desconocimiento de los métodos anticonceptivos y la poca seguridad
sanitaria; lo cual les deja indefensas frente a enfermedades que resulten en
infartos, úlceras, diabetes, alergias, artrosis y el SIDA (VIH). De todo lo
anterior, queda por sumar las patologías que sufren por traumas psicológicos,
ya que la mayoría de ellas se esconden en una doble personalidad: una para la
prostituta estigmatizada y otra que se contrapone con apariencias y argucias
para defender su auto estimación.
Es
tiempo de romper con esos viejos mitos de que “la prostitución es la profesión
más antigua”, cuando esta expresión lo único que ha hecho es enmascarar la
explotación, la desigualdad que han sufrido por siglos las mujeres víctimas de
la prostitución bajo el dominio patriarcal, sin amparo económico ni jurídico,
que han estado bajo los intereses de élites que han gobernado con políticas que
no han respetado al ser humano ni sus derechos; porque les ha permitido rebajar
a la mujer al mero nivel de objeto de uso indiscriminado y de desecho. Entonces
la expresión “profesión” es la edulcoración a la mera supervivencia que han
sufrido estas mujeres.
Karl Marx expone que el trabajo debe ser un medio para la
auto-realización de la persona que ejerce el trabajo, tomando en cuenta esto se
alcanza sólo bajo condiciones específicas, donde el humano produce de acuerdo a
su voluntad y su conciencia, si por medio de su trabajo puede expresar sus
capacidades en la forma más amplia, si con el mismo puede desplegar su
naturaleza social y, no por última la menos importante, que con el acto
productivo no se estanca a la mera
necesidad de subsistencia.
Una falsa comparación de la prostitución como actividad
“productiva” es asociarla a la prestación de servicios, como camareras de
pisos, auxiliar de limpieza, donde la mujer contrata su corporeidad (brazos y
piernas, cabeza y manos) en función de una actividad. Una lectura cuidadosa a Marx, deja evidente que el cuerpo humano no es la materia a
transformar, ni poner como área de servicio, sino que el área de trabajo es la
habitación o vivienda a limpiar y organizar, por ende el cuerpo de la mujer no
es el puesto de trabajo.
Entonces, ¿Cómo se puede considerar la prostitución como
“trabajo”, si quien se prostituye utiliza su propio cuerpo como “maquinaria”
para brindar una satisfacción, y asumiendo con ello la categoría de ser usada
como mercancía, que a su vez, su “valor de uso” denigra la integridad humana de
esta persona? ¿Cómo considerar, entonces, que dicha persona sea
“trabajador(a)”, si su función social es servir como mercancía”?
Françoise Héritier expresó que “decir que las mujeres tienen derecho a venderse, es
ocultar que los hombres tienen derecho a comprarlas”.
El
capitalismo desnaturaliza ideológicamente el trabajo, imponiendo que la
actividad de sexo por pago es una manera de “trabajo”.
Solamente
sostener la idea que la compra de un ser humano o cualquiera de sus servicios
que impliquen subyugación y explotación, incluso laceración de la autoestima,
rebajando a esta persona al valor de uso de un objeto desechable (mercancía),
ya es completamente aberrante.
¿Renunciar
a luchar y asumir lo fácil para convivir con los flagelos del sistema?
En el
Estado español, parte de ese sector, bajo el paraguas de la resignación,
empieza la lucha feminista con claudicaciones, inclinándose por el
regulacionismo de la prostitución, el cual justifican sin profundizar en temas
esenciales de clase; incluso, aceptando como representante legal y social de
esta minoría al sindicato llamado OTRAS. Un “sindicato” vinculado a Aprosex
(Asociación de Profesionales del Sexo), una organización netamente empresarial que trata de vender como
fuera altruista su campaña de marketing de dicha “actividad” económica. ¿Cómo
una patronal podrá garantizar los derechos “laborales de las trabajadoras” que
someten a la explotación?
Por
supuesto, que es imposible dar garantías donde no hay derechos; más cuando el
servicio depende de satisfacer las fantasías sexuales de aquellos que
encuentran en la sumisión el placer de sus aberraciones. Por lo tanto, más que
placer sexual, por lo general es el placer del poder sobre la servidumbre de la
mujer. Pero es más fácil entregar las armas de lucha y asumir un discurso más
tolerante e inofensivo frente a las clases dominantes y los poderes económicos.
Es tanta la decadencia en esa maleabilidad, que hasta se le llama
“competitividad de mercado” a la obligación a la que se ven sujetas estas
mujeres sometidas a la prostitución, de ceder y acomodar sus servicios a las
pretensiones y exigencias de los compradores.
Es tan
dañina la resignación a convivir con este flagelo social como la justificación
a dicha postura por no visualizar posibles cambios inmediatos que arranquen de
raíz las causas reales del mal. El autoengaño lleva a rezar que es una vía “simple”
y “momentánea” para dar una respuesta, al menos, al reclamo de una minúscula
minoría que exige como “derecho” la libertad de uso de su cuerpo. Sin embargo,
saben muy bien que esto impone el “entenderse” con la lacra que se enriquece
con la explotación de la mujer.
Otra de
las excusas aludidas para calzar el regulacionismo es que en las sociedades
donde se legaliza la prostitución, la gente es más tolerante. Pero ¿Cuánto de
cierto tiene esa afirmación? Creo que NINGUNA. ¿No será que esa sociedad se
vuelve más tolerante con el negocio de la explotación sexual, la denigración de
la mujer, la desigualdad social de la mujer, la estigmatización, la
marginalidad, la discriminación y el patriarcado? ¿No será que se vuelve más
tolerante con aquellos vicios que se relacionan con la práctica de la
prostitución: el alcoholismo, la drogadicción, la pornografía, el abuso, la
violación, la trata de personas, entre otros flagelos que descomponen cualquier
sociedad?
Hay otra
proyección al tema que plantea la prohibición de la prostitución, y para ello
acuden a citar como ejemplo a países como Suecia, que se rige por un marco
legislativo de prohibición, y aluden a que la cantidad de prostitutas en la
calle se ha reducido. Sin embargo, no toman en cuenta que esta actividad ha
canalizado su oferta a otros canales, como internet. Entonces, la realidad indica
que la práctica de la prostitución no se redujo como se quiere indicar, omitiéndose
que realmente mudó a una vía de venta menos visible e informal. Por tanto, no
es un índice que marque reducción de prostitutas, sino de la presencia de éstas
en las calles.
Los
análisis por lo general se centran obcecadamente en países del entorno
capitalistas, tanto abolicionistas como los que se han inclinado por el
regulacionismo. Sin embargo, en ningún momento se hace referencia a países con
gobiernos progresistas que han tenido pronunciamientos sobre este tema y que
han reflejado sus posiciones estableciéndolas como legislación en sus cartas
Magnas y leyes. Gobiernos con leyes más revolucionarias y humanistas que
deberían servir para reflexionar sobre políticas que ayuden a las
transformaciones socio-políticas actuales por sistemas donde la reinserción
social de las mujeres prostituidas encuentren una vía de emancipación, de
empoderamiento, y donde se establezca como objetivo la adopción de alternativas
que las ayuden a sentirse dignificadas y valoradas por la sociedad y por sí
mismas.
Es
imposible romper o evitar la estigmatización hacia las mujeres que se
prostituyen con posturas de postmodernismo político burgués, cuando la
situación caótica es que la realidad se les presenta a la mayoría de ellas como
una cuestión de supervivencia bajo la explotación sexual.
En la
España monárquica, católica romana y regida por el gran capital de la derecha,
los pronunciamientos políticos de partidos y grupos económicos de poder son de
criminalizar toda acción de emancipación de la clase obrera y, dentro de ella,
el pleno derecho de la mujer.
El
lenguaje agresivo y amenazador de derogar la Ley de Violencia de Género,
suprimir los organismos feministas (más si son subvencionados) y
criminalizarlos como “yihadismo de género, sacar el aborto de la sanidad
pública y fomentar la ideología del ultracatolicismo es típico de sectores
sociales afines con los intereses del gran capital, con el dominio y la
subyugación, con la eliminación radical de cualquier tipo de discurso o idea
que promueva derechos y emancipación social de clases menos favorecidas: la
clase obrera.
Recientemente
hemos vivido cómo la reciente formación VOX, de abierto carácter fascista,
xenófobo, machista y de segregación, retoma el lenguaje más rancio de la
formación del Partido Popular.
En la
actualidad, el movimiento feminista no debe ir sólo, sino en compañía de todos.
No puede ser que únicamente sean las mujeres las que luchen por sus derechos o
generen cambios como ocurrió con el caso de Basauri, a finales de los 80’s, o
la movilización de mujeres de todos los rincones de España y empujado por el
movimiento feminista asturiano que obligó a retirarse el proyecto de Ley de Alberto Ruiz-Gallardón, en el 2013, y condujo
también a su dimisión.
Es
importante fortalecer la consciencia de clase, combatir toda inclinación hacia
un lenguaje ambiguo, permisible con las concepciones socialdemócratas y
burguesas, de conformismo y al catastrofismo socio-político del sistema, de
actuación pasiva a la degradación psico-social de las personas en desventajas
(que es la mayoría) y siendo tolerantes a leyes de explotación, desigualdad y
de exclusión social.
Es
inaudita la permisividad con un flagelo social que arrastra consigo otros
fenómenos sociales de desestructuración social, por asumir como privilegios los
beneficios de una minoría que se regodea en lujos_ y en esto incluyo a ese
residuo bien minúsculo de mujeres declaradas prostitutas de “lujo”.
¿Fortalecemos
una sociedad para esas minorías que mantienen políticas discriminatorias y que
vive a costa del expolio de derechos a la vida de otros seres humanos, o
luchamos por la construcción de un cambio de sistema que sea capaz de empoderar
y dignifique a la humanidad?
Enfrentando con valor políticas denigrantes con las
mujeres, estamos con ello defendiendo nuestras abuelas, madres, hermanas,
hijas, compañeras; estamos defendiendo seres humanos que construyen la vida y
el futuro también. Un camino donde nos acompañamos mujeres y hombres
mutuamente.
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