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jueves, 6 de junio de 2019

El feminismo indulgente no es emancipar a la mujer: Prostitución (Parte II)

Diseñador: Gustavo de la Torre Morales
Por Gustavo de la Torre Morales

¿Es la prostitución una profesión?

El tema de la prostitución alcanza un nivel más polémico, ya que levanta ampollas hasta en los sectores con mayor sensibilidad a los derechos de la mujer.

Como estudio social que puede ayudar a un análisis político, se debe tomar en cuenta la investigación más extensa y profunda realizada en Europa que llevó a cabo Pilar Estébanez Estébanez, Fundadora de Médicos del Mundo-España (1990) y de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria (2008), de la que actualmente es presidenta, donde demuestra que las prostitutas se caracterizan por tener un nulo o bajo nivel académico, que afrontan un “servicio” que impone la sumisión frente al cliente (comprador) y que su “trabajo” se desenvuelve en un ambiente donde predomina el alcoholismo, la drogadicción, el desconocimiento de los métodos anticonceptivos y la poca seguridad sanitaria; lo cual les deja indefensas frente a enfermedades que resulten en infartos, úlceras, diabetes, alergias, artrosis y el SIDA (VIH). De todo lo anterior, queda por sumar las patologías que sufren por traumas psicológicos, ya que la mayoría de ellas se esconden en una doble personalidad: una para la prostituta estigmatizada y otra que se contrapone con apariencias y argucias para defender su auto estimación.

Es tiempo de romper con esos viejos mitos de que “la prostitución es la profesión más antigua”, cuando esta expresión lo único que ha hecho es enmascarar la explotación, la desigualdad que han sufrido por siglos las mujeres víctimas de la prostitución bajo el dominio patriarcal, sin amparo económico ni jurídico, que han estado bajo los intereses de élites que han gobernado con políticas que no han respetado al ser humano ni sus derechos; porque les ha permitido rebajar a la mujer al mero nivel de objeto de uso indiscriminado y de desecho. Entonces la expresión “profesión” es la edulcoración a la mera supervivencia que han sufrido estas mujeres.

Karl Marx expone que el trabajo debe ser un medio para la auto-realización de la persona que ejerce el trabajo, tomando en cuenta esto se alcanza sólo bajo condiciones específicas, donde el humano produce de acuerdo a su voluntad y su conciencia, si por medio de su trabajo puede expresar sus capacidades en la forma más amplia, si con el mismo puede desplegar su naturaleza social y, no por última la menos importante, que con el acto productivo no se estanca a la mera necesidad de subsistencia.

Una falsa comparación de la prostitución como actividad “productiva” es asociarla a la prestación de servicios, como camareras de pisos, auxiliar de limpieza, donde la mujer contrata su corporeidad (brazos y piernas, cabeza y manos) en función de una actividad. Una lectura cuidadosa a Marx, deja evidente que el cuerpo humano no es la materia a transformar, ni poner como área de servicio, sino que el área de trabajo es la habitación o vivienda a limpiar y organizar, por ende el cuerpo de la mujer no es el puesto de trabajo.

Entonces, ¿Cómo se puede considerar la prostitución como “trabajo”, si quien se prostituye utiliza su propio cuerpo como “maquinaria” para brindar una satisfacción, y asumiendo con ello la categoría de ser usada como mercancía, que a su vez, su “valor de uso” denigra la integridad humana de esta persona? ¿Cómo considerar, entonces, que dicha persona sea “trabajador(a)”, si su función social es servir como mercancía”?

Françoise Héritier expresó que “decir que las mujeres tienen derecho a venderse, es ocultar que los hombres tienen derecho a comprarlas”.

El capitalismo desnaturaliza ideológicamente el trabajo, imponiendo que la actividad de sexo por pago es una manera de “trabajo”.

Solamente sostener la idea que la compra de un ser humano o cualquiera de sus servicios que impliquen subyugación y explotación, incluso laceración de la autoestima, rebajando a esta persona al valor de uso de un objeto desechable (mercancía), ya es completamente aberrante.

¿Renunciar a luchar y asumir lo fácil para convivir con los flagelos del sistema?

En el Estado español, parte de ese sector, bajo el paraguas de la resignación, empieza la lucha feminista con claudicaciones, inclinándose por el regulacionismo de la prostitución, el cual justifican sin profundizar en temas esenciales de clase; incluso, aceptando como representante legal y social de esta minoría al sindicato llamado OTRAS. Un “sindicato” vinculado a Aprosex (Asociación de Profesionales del Sexo), una organización netamente empresarial que trata de vender como fuera altruista su campaña de marketing de dicha “actividad” económica. ¿Cómo una patronal podrá garantizar los derechos “laborales de las trabajadoras” que someten a la explotación?

Por supuesto, que es imposible dar garantías donde no hay derechos; más cuando el servicio depende de satisfacer las fantasías sexuales de aquellos que encuentran en la sumisión el placer de sus aberraciones. Por lo tanto, más que placer sexual, por lo general es el placer del poder sobre la servidumbre de la mujer. Pero es más fácil entregar las armas de lucha y asumir un discurso más tolerante e inofensivo frente a las clases dominantes y los poderes económicos. Es tanta la decadencia en esa maleabilidad, que hasta se le llama “competitividad de mercado” a la obligación a la que se ven sujetas estas mujeres sometidas a la prostitución, de ceder y acomodar sus servicios a las pretensiones y exigencias de los compradores.

Es tan dañina la resignación a convivir con este flagelo social como la justificación a dicha postura por no visualizar posibles cambios inmediatos que arranquen de raíz las causas reales del mal. El autoengaño lleva a rezar que es una vía “simple” y “momentánea” para dar una respuesta, al menos, al reclamo de una minúscula minoría que exige como “derecho” la libertad de uso de su cuerpo. Sin embargo, saben muy bien que esto impone el “entenderse” con la lacra que se enriquece con la explotación de la mujer.

Otra de las excusas aludidas para calzar el regulacionismo es que en las sociedades donde se legaliza la prostitución, la gente es más tolerante. Pero ¿Cuánto de cierto tiene esa afirmación? Creo que NINGUNA. ¿No será que esa sociedad se vuelve más tolerante con el negocio de la explotación sexual, la denigración de la mujer, la desigualdad social de la mujer, la estigmatización, la marginalidad, la discriminación y el patriarcado? ¿No será que se vuelve más tolerante con aquellos vicios que se relacionan con la práctica de la prostitución: el alcoholismo, la drogadicción, la pornografía, el abuso, la violación, la trata de personas, entre otros flagelos que descomponen cualquier sociedad?

Hay otra proyección al tema que plantea la prohibición de la prostitución, y para ello acuden a citar como ejemplo a países como Suecia, que se rige por un marco legislativo de prohibición, y aluden a que la cantidad de prostitutas en la calle se ha reducido. Sin embargo, no toman en cuenta que esta actividad ha canalizado su oferta a otros canales, como internet. Entonces, la realidad indica que la práctica de la prostitución no se redujo como se quiere indicar, omitiéndose que realmente mudó a una vía de venta menos visible e informal. Por tanto, no es un índice que marque reducción de prostitutas, sino de la presencia de éstas en las calles.

Los análisis por lo general se centran obcecadamente en países del entorno capitalistas, tanto abolicionistas como los que se han inclinado por el regulacionismo. Sin embargo, en ningún momento se hace referencia a países con gobiernos progresistas que han tenido pronunciamientos sobre este tema y que han reflejado sus posiciones estableciéndolas como legislación en sus cartas Magnas y leyes. Gobiernos con leyes más revolucionarias y humanistas que deberían servir para reflexionar sobre políticas que ayuden a las transformaciones socio-políticas actuales por sistemas donde la reinserción social de las mujeres prostituidas encuentren una vía de emancipación, de empoderamiento, y donde se establezca como objetivo la adopción de alternativas que las ayuden a sentirse dignificadas y valoradas por la sociedad y por sí mismas.

Es imposible romper o evitar la estigmatización hacia las mujeres que se prostituyen con posturas de postmodernismo político burgués, cuando la situación caótica es que la realidad se les presenta a la mayoría de ellas como una cuestión de supervivencia bajo la explotación sexual.

En la España monárquica, católica romana y regida por el gran capital de la derecha, los pronunciamientos políticos de partidos y grupos económicos de poder son de criminalizar toda acción de emancipación de la clase obrera y, dentro de ella, el pleno derecho de la mujer.

El lenguaje agresivo y amenazador de derogar la Ley de Violencia de Género, suprimir los organismos feministas (más si son subvencionados) y criminalizarlos como “yihadismo de género, sacar el aborto de la sanidad pública y fomentar la ideología del ultracatolicismo es típico de sectores sociales afines con los intereses del gran capital, con el dominio y la subyugación, con la eliminación radical de cualquier tipo de discurso o idea que promueva derechos y emancipación social de clases menos favorecidas: la clase obrera.

Recientemente hemos vivido cómo la reciente formación VOX, de abierto carácter fascista, xenófobo, machista y de segregación, retoma el lenguaje más rancio de la formación del Partido Popular.

En la actualidad, el movimiento feminista no debe ir sólo, sino en compañía de todos. No puede ser que únicamente sean las mujeres las que luchen por sus derechos o generen cambios como ocurrió con el caso de Basauri, a finales de los 80’s, o la movilización de mujeres de todos los rincones de España y empujado por el movimiento feminista asturiano que obligó a retirarse el proyecto de Ley de Alberto Ruiz-Gallardón, en el 2013, y condujo también a su dimisión.

Es importante fortalecer la consciencia de clase, combatir toda inclinación hacia un lenguaje ambiguo, permisible con las concepciones socialdemócratas y burguesas, de conformismo y al catastrofismo socio-político del sistema, de actuación pasiva a la degradación psico-social de las personas en desventajas (que es la mayoría) y siendo tolerantes a leyes de explotación, desigualdad y de exclusión social.

Es inaudita la permisividad con un flagelo social que arrastra consigo otros fenómenos sociales de desestructuración social, por asumir como privilegios los beneficios de una minoría que se regodea en lujos_ y en esto incluyo a ese residuo bien minúsculo de mujeres declaradas prostitutas de “lujo”.

¿Fortalecemos una sociedad para esas minorías que mantienen políticas discriminatorias y que vive a costa del expolio de derechos a la vida de otros seres humanos, o luchamos por la construcción de un cambio de sistema que sea capaz de empoderar y dignifique a la humanidad?

Enfrentando con valor políticas denigrantes con las mujeres, estamos con ello defendiendo nuestras abuelas, madres, hermanas, hijas, compañeras; estamos defendiendo seres humanos que construyen la vida y el futuro también. Un camino donde nos acompañamos mujeres y hombres mutuamente.

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