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lunes, 5 de agosto de 2019

Cultura y liberación de América Latina

Tomado de Red en Defensa de La Humanidad
Por Luis Britto García.

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Al nacer sólo tenemos instintos; mediante el aprendizaje o la invención pasamos a compartir el repertorio de creaciones que llamamos cultura: el código que organiza nuestra conciencia y conforma estructuras y acciones del organismo social. Es un código en perpetua formación y desintegración, su primera tarea es determinar qué pertenece al organismo y qué es extraño a él. Como el código genético, evoluciona mediante mutaciones internas e intercambiando códigos fecundantes con otras culturas. Si estas operaciones lo habilitan para definir su ser y funcionar dentro de su entorno, perdura. Si destruyen su esencia y la inhabilitan, sucumbe. América Latina y el Caribe es un concepto cultural. La cultura es la clave para destruirla o liberarla.

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Para liberar a América Latina y el Caribe es preciso reelaborar con sentido nuestro, americano, los legados de la tradición popular y de la religión. La tradición expresa los poderes creadores del pueblo, pero a veces nos llega tendenciosamente influida por valores y prejuicios de clases y culturas opresoras. Librémosla de tales remanentes. La Iglesia católica se aproxima al socialcristianismo europeo, las confesiones protestantes a sus casas matrices estadounidenses. Nuestro cristianismo tuvo curas obreros, mártires combatientes como Camilo Torres, víctimas indefensas como monseñor Romero, o poetas cuya mística reside en la sencillez, como Cardenal. Lo original de la cristiandad americana es la Teología de la Liberación, unión de la comunidad antes que herramienta ideológica de dominación de las oligarquías. Si religión ha de haber, que no sea instrumento de Roma ni de Washington.
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Para liberar a América Latina y el Caribe hay que renovar el vehículo de transmisión de la cultura que es la educación. A fin de que sirva como herramienta para la liberación se debe reformar su alcance, su desigual accesibilidad, la cuantía de su inversión, los aparatos culturales que la transmiten, sus contenidos, su relación con las necesidades reales de la sociedad y sus métodos. La educación privada sirve a los intereses y puntos de vista de las clases privilegiadas. Tales transformaciones sólo pueden ser logradas por el Estado Docente. El promedio de años de escolaridad y porcentaje de educandos que culminan sus carreras en nuestra región está por debajo del promedio del planeta y del Este asiático. Para el año 2000, en el mundo el promedio de años de escolaridad era de 6,7; en África Subsahariana de 4,5; en América Latina y el Caribe de 5,7; en el Este Asiático de 6,5; en los países desarrollados de 8,8. Para 1995, en el mundo entero culmina la educación secundaria un 35 % de los habitantes; en el Este Asiático lo logra más del 43 %; en América Latina, poco más de un 20 %. Para el mismo año, en el mundo entero termina la educación superior más de un 19 % de la población; en el Este Asiático más de un 17 %; en América Latina poco más de un 12 % (Pineda, José G. Educación y crecimiento económico: un enfoque multidimensional. Revista BCV, vol XIX N°2, Caracas, julio-diciembre 2005, 124-128).
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Para liberar a América Latina es preciso reestructurar programas de enseñanza y de investigación científica orientándolos hacia problemas y necesidades de la región. Con frecuencia el pensum está cargado de contenidos ajenos a ella; lo mismo suele suceder con los programas de las investigaciones científicas, que a veces simplemente replican o corroboran lo ya logrado en el exterior. Por el contrario, hemos de promover nuestra capacidad creativa, para sacudirnos el yugo foráneo de patentes y propiedad intelectual.
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Para liberarnos hay que multiplicar instituciones dedicadas al estudio de América Latina y el Caribe y de nuestras particularidades. Estados Unidos alberga cerca de medio millar de institutos y centenares de tanques de pensamiento que nos escrutan; en nuestra región no pasan de la docena los entes de relieve dedicados a tal fin. Mientras no reflexionemos sistemáticamente sobre nosotros mismos, otros lo harán, en nuestro perjuicio.
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Para que la cultura cumpla su función liberadora es preciso reorientar el aparato comunicacional hacia finalidades de educación y servicio público. Los medios privados tienden a reciclar contenidos meramente mercantiles y ajenos. La formación del ciudadano promedio depende cada vez más de emisores que incesantemente le suministran contenidos alienantes. Cuanto menor es el nivel socioeconómico del público, más tiempo pasa ante el receptor de televisión. Para corregir tales situaciones urge aumentar el número de medios de servicio público, alternativos y comunitarios; regular legalmente el funcionamiento de los emisores, educar a los usuarios y alentar y promover en estos la participación crítica en los medios.
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Para liberarnos mediante la cultura es preciso destinar apropiaciones significativas de los presupuestos para educación, docencia, creación cultural, investigación y difusión. Todo esfuerzo en el área requiere de la elevación del porcentaje del PIB que se dedica a Educación. En Venezuela este índice, que era del 3 % en 1999, fue progresivamente elevado hasta situarse en 7,5 % en 2003 y superar el 8 % del PIB en 2005. Gracias a ello uno de cada tres venezolanos estudia, uno de cada nueve cursa tercer nivel y tiene un quinto nivel mundial en matrícula universitaria.
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Para liberarnos precisamos rescatar la herencia cultural y a partir de ella inventar soluciones originales. No podemos utilizar lo que no conocemos, ni aplicar lo conocido sin analizarlo y valorarlo. Ambas operaciones son indispensables para un rescate de la herencia cultural que nos permita forjar una adecuada visión de nosotros mismos, desde una perspectiva propia, juzgar nuestros desaciertos y virtudes, corregir los unos y exaltar las otras. La cultura es la conciencia de una sociedad. Revolución es cultura en acción.

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