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lunes, 19 de agosto de 2019

Perfil político de un halcón imperial (Partes I y II final)

John Bolton. Imagen tomada de la revista Digital Contexto CTXT. Por LUIS GRAÑENA.
Tomado de Contexto Latinoamericano. Ocean Sur.
Por Rafael González Morales

PRIMERA PARTE

John Bolton nació el 20 de noviembre de 1948 en la ciudad de Baltimore en el estado Maryland. Creció en una familia de clase trabajadora blanca. Su madre era ama de casa y su padre fue bombero de fuertes inclinaciones conservadoras. Con apenas 16 años, se brindó como voluntario de la campaña presidencial del republicano y ferviente anticomunista, Barry Goldwater, uno de los aspirantes a la Casa Blanca más conservadores en la historia de esa nación. Desde su primer acercamiento a la política, Bolton comenzó a definirse como un simpatizante de los sectores de derecha y miraba con recelo cualquier posición liberal. A finales de los 60 en el contexto de la guerra de Vietnam, evadió el llamado al servicio militar debido a que como él mismo afirmara «no deseaba morir en un conflicto que consideraba que ya estaba perdido».


En 1974 cuando tenía 26 años de edad, se graduó en la escuela de leyes de la elitista Universidad de Harvard. Durante su período como estudiante universitario sistemáticamente tuvo que lidiar con las tendencias liberales que se imponían en aquel momento. En su libro autobiográfico titulado: «Rendirse no es una opción», publicado en el 2007, relata vivencias durante esa etapa de su vida en la que evidentemente se sentía aislado y frustrado con sus colegas de estudio quienes no coincidían con sus puntos de vista conservadores.

Al graduarse, siempre valoró la idea de involucrarse en la política y a partir de la sugerencia de un amigo que le aconsejó comenzar por el sector privado, Bolton decide trabajar en el bufete de abogados Covington & Burling. Uno de los clientes de esa firma legal era el senador Jesse Helms, quien contrató en 1978 los servicios de Bolton para organizar operaciones financieras de campañas políticas conservadoras. A partir de ese momento, el joven abogado se convirtió en una especie de «protegido» del legislador que promovió años después la conocida Ley Helms–Burton y en una ocasión afirmó sobre Bolton: «es el tipo de hombre con el que quisiera estar en el Armagedón o lo que la Biblia describe como la batalla final entre el bien y el mal».

Cualquier persona que intercambiaba con John Bolton, de inmediato, se percataba de su profunda ideología conservadora y, en especial, de sus fuertes deseos de transformar la realidad política guiado por una concepción del mundo extremista y bajo la máxima de que «el fin justifica los medios». Sus características personales evidenciaban a una persona obsesiva, ambiciosa y vengativa, lo que constituía un perfil psicológico muy peligroso. Su primera incursión como funcionario público comienza con la Administración Reagan en 1981. En su libro describe el estado de alegría que sintió cuando se produce la victoria del candidato republicano. Después del triunfo electoral, Bolton identificó que esa sería su primera gran oportunidad para comenzar su carrera política dentro del gobierno federal de Estados Unidos. Durante la denominada Era Reagan, ocupó múltiples responsabilidades y trabajó estrechamente con su amigo personal Elliot Abrams, el actual enviado especial de Estados Unidos para Venezuela.

En este gobierno republicano, Bolton se desempeñó como consejero general de la USAID. Posteriormente, ocupó varios cargos en el Departamento de Justicia y estuvo involucrado en el escándalo Irán-Contra. Entre 1989 y 1993, fue secretario asistente de Estado para organizaciones internacionales durante la presidencia de George Bush. En los años del mandatario demócrata, William Clinton, regresó al sector privado y se vinculó a la firma legal Lerner, Reed, Bolton & McManus.

En el contexto de las controversiales elecciones presidenciales del 2000 entre W Bush y Al Gore, Bolton reaparece en la vida pública de la nación. Durante el reconteo de los votos en la Florida, irrumpe en un colegio electoral del condado Miami-Dade y vocifera «yo soy del equipo de Bush-Cheney y estoy aquí para detener el conteo». De esta manera, aprobó su examen de lealtad al involucrarse personalmente en uno de los fraudes políticos más escandalosos de la historia de Estados Unidos. Después de este suceso, el entonces vicepresidente electo Dick Cheney comentaba que cuando las personas le preguntaban qué cargo debería ocupar Bolton, él siempre respondía «el que quisiera». Aunque Colin Powell no simpatizaba con Bolton no le quedaba más remedio que aceptarlo en el Departamento de Estado porque era el protegido y chivo expiatorio de Dick Cheney, quien en la práctica dirigía la política exterior y seguridad de Estados Unidos.

El 11 de mayo del 2001, Bolton inició sus responsabilidades como Subsecretario de estado para control de armas y seguridad internacional. Un halcón neoconservador, militarista y manipulador se convertiría en uno de los funcionarios de mayor influencia en la política exterior estadounidense tras el 11 de septiembre. Fue uno de los principales ideólogos de la denominada «Doctrina Bush» y promovió activamente la guerra contra el terrorismo, las concepciones del cambio de régimen, y especialmente, los ataques preventivos y la fabricación de amenazas.

A inicios del 2002, Bolton decidió inventar un pretexto para deteriorar sustancialmente las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Comenzó a trabajar en la primera versión de un discurso en el que acusaba a la Isla de estar desarrollando un «programa de guerra biológica ofensiva». La manera en que se involucró el halcón neoconservador en este tema y todas las presiones que ejerció constituyen una muestra de su profundo odio contra la Revolución cubana y de su permanente obsesión por lograr un «cambio de régimen».

Bolton tenía previsto realizar una intervención sobre este asunto a principios de mayo para calumniar a Cuba, pero antes debía colegiar algunas ideas con los especialistas del Departamento de Estado. Christian Westermann, encargado de los asuntos relativos a armas químicas y biológicas en el Buró de Inteligencia e Investigaciones, cuando terminó de leerse el borrador consideró que la afirmación sobre la Isla no se correspondía con la información y apreciaciones de la Comunidad de Inteligencia de Estados Unidos. Se percató que estaba en presencia de una manipulación por intereses políticos.

Al conocer Bolton estas valoraciones, citó de inmediato para su oficina al funcionario del Departamento de Estado. Westermann describió que en ese instante «tenía la cara muy roja y me apuntaba con los dedos. Me explicó que yo estaba haciendo algo más allá de mis facultades». Posteriormente, atrapado por la irritación le pidió al jefe del analista que lo despidiera. El halcón estaba dispuesto a librar una batalla, hasta las últimas consecuencias, contra cualquier persona que se convirtiera en un obstáculo para el cumplimiento de sus objetivos. El 6 de mayo del 2002, durante un evento en el tanque pensante ultraconservador Heritage Foundation, lanzó su diatriba acusando a Cuba de promover un programa de guerra biológica. Bolton estaba convencido que era el momento ideal para asestar un golpe definitivo contra el gobierno cubano en un contexto de imposición de las «guerras preventivas» a nivel mundial después de los sucesos del 11 de septiembre.

Meses después y ante la persistencia del halcón anticubano de que se concluyera por las agencias especializadas que Cuba estaba desarrollando un supuesto programa de guerra biológica, el analista principal para América Latina y el Caribe de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos,  cuestionó esas aseveraciones. Cuando Bolton se enteró que estaban desafiando sus orientaciones, fue personalmente al cuartel general de la CIA en Langley y le solicitó a John McLaughlin, entonces subdirector de la agencia, que despidiera al especialista. La propia Agencia Central de Inteligencia estaba lidiando con un ideólogo obsesivo que solicitaba agresivamente que sus puntos de vistas fueran respaldados sin cuestionamientos. No importaba si se apegaban o no a la realidad, lo más importante era su agenda personal. Si no era complacido, se abriría una feroz cacería contra los burócratas que se resistieran.

En el propio año 2002, Bolton se tomó el trabajo de cruzar el atlántico y viajar a Europa con el único objetivo de exigirle personalmente a José Butani, presidente de la Organización para la prohibición de las armas químicas, que renunciara a su cargo. El ex diplomático brasileño se estaba convirtiendo en un obstáculo para los planes de Washington de invadir Iraq. El alto funcionario carioca consideraba que si los inspectores internacionales determinaban que  esa nación no poseía armas de destrucción masiva, entonces se evitaba una intervención militar. Bolton que se había involucrado directamente en fabricar la mentira de la existencia de armas químicas y era uno de los arquitectos principales de esa guerra, tenía que eliminar cualquier obstáculo al precio que fuera necesario.

Según el mismo Butani, cuando recibió al funcionario estadounidense en su oficina en La Haya, este lo forzó a renunciar a su puesto al frente del organismo internacional en 24 horas. Ante su negativa, Bolton le planteó «sabemos que tienes dos hijos en Nueva York. Sabemos que tu hija está en Londres. Sabemos dónde está tu esposa». De esta manera, se mostró como una especie de «capo de la mafia», pero lo más peligroso era que ilustraba la verdadera esencia de este personaje tenebroso que creía fervientemente en que el fin justifica los medios.

En marzo del 2005, el presidente George W Bush nominó a Bolton como embajador de Estados Unidos en la ONU, quien había afirmado en 1994 que no había Naciones Unidas sino que «existía una comunidad internacional que ocasionalmente puede ser liderada por la única potencial real que queda en el mundo: Estados Unidos». Debido a las fuertes críticas que recibió durante las audiencias en el Congreso y el rechazo manifestado por los legisladores demócratas, al mandatario estadounidense no le quedó más remedio que designarlo durante el receso congresional. Al emplear esta maniobra, Bolton ocupó ese cargo desde agosto del 2005 hasta diciembre del 2006, cuando renunció debido a que tendría que someterse a un proceso de confirmación que sabía no tenía posibilidades de aprobar.

En los diez años siguientes, Bolton estuvo trabajando intensamente en el sector privado dedicado por entero a la difusión del pensamiento conservador y al financiamiento de los candidatos con posiciones de derecha en materia de política exterior. En el 2011, fue jefe del subcomité de relaciones internacionales de la influyente Asociación Nacional del Rifle. A partir de octubre del 2013, creó el comité de acción política John Bolton que tuvo como objetivo identificar y apoyar candidatos para la nominación y elección a oficinas federales que estuvieran comprometidos en restaurar «políticas de seguridad nacional robustas». Ese propio año, evaluó la posibilidad de presentarse a las elecciones presidenciales del 2016, pero desistió al ser persuadido por sus asistentes. Evidentemente, concluyó que no tendría ninguna opción ni siquiera dentro de las primarias republicanas. A partir de ese momento, se combinaron varios factores y, en especial, se desplegaron poderosas influencias que posicionaron a Bolton en el entorno más cercano de Donald Trump.

SEGUNDA PARTE

Durante el 2014, Bolton logró recaudar 7.5 millones de dólares para las elecciones de medio término que se realizaron ese año. Contribuyó a las campañas de 87 candidatos a la Cámara de Representantes y al Senado. Su principal donante fue el multimillonario conservador Robert Mercer, quien después se convertiría en uno de los principales contribuyentes de la campaña de Donald Trump. Por lo tanto, tanto Bolton como el futuro presidente de Estados Unidos tuvieron una fuente común de financiamiento en la poderosa familia Mercer. De esta manera, comienzan los puntos de contacto entre el halcón y el actual mandatario estadounidense. Esta conexión financiera explica la insistencia de los Mercer en que Bolton fuera designado como secretario de Estado, aunque finalmente la apuesta fue por Rex Tillerson.

En los vínculos que se crearon entre Bolton y Trump a mediados del 2016, influyeron básicamente dos factores. Por un lado, el ideólogo neoconservador se había convertido en uno de los analistas principales de política exterior y seguridad nacional de Fox News, la cadena televisiva favorita de Donald, quien simpatizaba no solo con el contenido de sus comentarios sino con su estilo agresivo y confrontacional. El otro factor, quizás el más importante, fue el vínculo estrecho de Bolton con el multimillonario estadounidense Sheldon Adelson, quien según la revista Forbes en octubre del 2018 se ubicaba en el lugar 15 en el listado de las personas más ricas del mundo con una fortuna de 33.3 billones de dólares.

Adelson, reconocido como el magnate de los casinos, fue el principal donante de la campaña presidencial de Donald Trump con 20 millones y donó 5 millones adicionales para financiar las actividades de la toma de posesión del 20 de enero del 2017. Es un judío sionista, defensor acérrimo del estado israelí y un promotor de la guerra contra Irán. Dentro de sus máximas prioridades políticas estaban que la Embajada de Estados Unidos en Israel se trasladara de Tel Aviv a Jerusalén y la salida de Washington del acuerdo nuclear con Teherán. Ambas demandas fueron satisfechas por Trump. En el 2013, Adelson solicitó al gobierno estadounidense que detonara una bomba nuclear en el desierto de Irán y si esto no los persuadía, entonces que se lanzara otra bomba sobre la capital de la nación persa. El magnate encontraba en Bolton un aliado ideológico y coincidía plenamente con sus proyecciones en materia de política exterior.

A partir de la renuncia del primer asesor de seguridad nacional de Trump, el general retirado Michael Flyn, comenzó a manejarse la posibilidad de que Bolton asumiera esa responsabilidad. A mediados de febrero del 2017, el mandatario se entrevistó en su residencia privada de  Mar-a–Lago con los tres candidatos que aspiraban a convertirse en su asesor de seguridad nacional. Las entrevistas se realizaron el mismo día, el General McMaster fue el primero en entrar. Un rato después, fue entrevistado John Bolton que en aquel momento se desempeñaba como uno de los comentaristas principales en temas de política exterior y seguridad de la cadena televisiva conservadora Fox News. El último fue el General Robert Caslen, quien era el superintendente de la academia militar West Point.

Al culminar los intercambios, Trump tenía las siguientes impresiones: McMaster habló demasiado, Bolton tenía un bigote grande y tupido no muy agradable y Caslen no tenía experiencia en Washington. Otra de las desventajas del halcón anticubano era que por esos días los medios estadounidenses lo estaban criticando fuertemente por sus posiciones guerreristas. A pesar de sus insatisfacciones con los aspirantes, Donald Trump estaba obligado a tomar una decisión de inmediato porque como él mismo reconocía «la prensa los estaba matando» con el escándalo de Michael Flynn. El 20 de febrero anunció que había designado como Asesor de Seguridad Nacional al General Herbert McMaster. No obstante, durante sus palabras a la prensa ese día afirmó:  

Conozco a John Bolton, vamos a solicitarle que trabaje con nosotros pero en otro rol. John es magnífico. Tuvimos buenas reuniones con él. Sabe mucho, tiene buenas ideas que debo decirles que coincido con muchas de ellas. Entonces, estaremos hablando con John Bolton para un rol diferente.[1] 

Aunque Trump sabía que dadas las circunstancias no era conveniente políticamente incorporar a Bolton en el gobierno, estaba dejando claro que tendría un espacio para ser escuchado. Era una puerta abierta y un canal de comunicación que sería aprovechado por el halcón que tenía grandes ambiciones. Solo esperaría el momento oportuno.

En agosto del 2017, comenzaría el despliegue de un plan que permitiría posicionar a Bolton dentro del gobierno. Solo se requería despejar el obstáculo que tenía un nombre: general Herbert McMaster. Según una investigación periodística de la publicación New Yorker, Mort Klein, presidente de la Organización Sionista de América, en una entrevista les planteó «nosotros estuvimos presionando para que él fuera despedido» argumentando que consideraban a McMaster como un enemigo de Israel. El principal contribuyente financiero de esa organización era Sheldon Adelson, quien también ejerció una influencia determinante sobre Trump para que Bolton fuera designado como asesor de seguridad nacional.

En marzo del 2018, Donald Trump anunció la sustitución del general McMaster a través de un tweet «estoy complacido de anunciar que, a partir del 9 de abril, el embajador John Bolton, será mi nuevo asesor de seguridad nacional». También divulgó el nombramiento de Mike Pompeo como nuevo secretario de Estado.  En solo nueve días, el mandatario estadounidense había cambiado a dos de las figuras más importantes e influyentes en su equipo de seguridad nacional y estaba imponiendo un dúo de halcones que orientarían la política exterior hacia proyecciones más conservadoras y guerreristas. A pocas horas de este anuncio, The New York Times refirió que con estos nombramientos se había creado el equipo de política exterior más radicalmente agresivo en la historia reciente de Estados Unidos.

Por su parte, los sectores vinculados a la política exterior reaccionaron con profunda preocupación ante la designación de Bolton. El senador Jack Reed en una declaración pública señaló «no tiene el temperamento ni el juicio para ser un asesor de seguridad nacional efectivo […] este nombramiento hace a nuestro país menos seguro y más propenso a la temeridad en el frente de la seguridad nacional». También hubo reacciones similares en disímiles rincones del mundo debido a que estaba regresando a la toma de decisiones en Washington uno de los arquitectos de la guerra contra Iraq y de las mentiras sobre las armas de destrucción masiva que nunca existieron.   

Bolton es un adicto a la política del cambio de régimen y un defensor del empleo de los instrumentos militares como herramienta de presión e imposición a ultranza de los intereses estadounidenses. En el 2015, en un artículo publicado en The New York Times abogó por la realización de una acción militar contra la infraestructura nuclear iraní. En febrero del 2018, promovió públicamente el empleo de la fuerza contra Corea del Norte a través del denominado «primer golpe» cuando manifestó «la amenaza es inminente […] dada la limitada información en la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, no debemos esperar hasta el último minuto». 

Antes de la llegada de Bolton al Consejo de Seguridad Nacional, un alto funcionario de la Casa Blanca comentó sobre el ambiente y la compleja relación que se vivía desde hacía unos meses entre Trump y algunos funcionarios de alto nivel «estaba claro que la mayoría de los asesores políticos del presidente, especialmente, aquellos vinculados a los temas de seguridad nacional, están extremadamente preocupados por su comportamiento errático, su ignorancia, su incapacidad para aprender y sobre todo lo que ellos consideran como sus puntos de vista peligrosos».

Con la entrada de Bolton, estas características del mandatario estaban destinadas a agravarse. A él no le interesaba que Trump cambiara, debido a que consideraba que precisamente este caos en la toma de decisiones le ofrecía una oportunidad estratégica para imponer sus intereses. En el caso de América Latina y el Caribe, y de manera especial, en la proyección hacia Cuba y Venezuela al no constituir prioridades para el mandatario, Bolton percibió que tendría la capacidad de controlar el diseño y la implementación de la política hacia estas dos naciones. Por lo tanto, sintió que era el momento ideal para convertir su agenda personal en política de estado. De esta manera, apreció que era imprescindible elaborar un plan de acción y conformar un equipo que se encargara de ejecutarlo.

Bolton estaba pensando en una estrategia que le permitiera desarrollar una ofensiva en América Latina y «de una vez y por todas» desterrar a los proyectos políticos progresista y de izquierda en nuestra región. En ese sentido, debía incorporar a la Isla dentro de un diseño de política integral que comprendiera también a Venezuela y Nicaragua. Sería una especie de «Eje del Mal» del Hemisferio Occidental, pero Bolton pretendiendo ser original y creativo lo denominaría «La Troika». Este proyecto de dominación que tiene como arquitecto fundamental a este halcón neoconservador es el que se está ejecutando por estos días en Nuestra América. Solo la unidad de las fuerzas que han luchado incansablemente contra los engendros imperiales podrán conjurar estas maniobras.

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