#ProhibidoOlvidar
Tomado de Descubriendo VerdadesPor Percy Francisco Alvarado Godoy
Nadie lo dudó esta
vez. El terror cobró en enero varias víctimas más y, entre ellos, no podía
faltar el joven maestro voluntario Conrado Benítez, aquel que cargaba sobre sí
mismo la mayor de las culpas ante los bandidos asalariados de la CIA: ser
negro, educador y, sobre todo, revolucionario.
Nacido en Pueblo
Nuevo, Matanzas, 19 de febrero de 1942, aquel joven negro de origen humilde
conoció una infancia de sin par sacrificio, cuyo sello distintivo lo serían una
enorme capacidad para sobrevivir en una época de segregación y pobreza, así
como un sorprendente afán de superación personal. A pesar de trabajar en las
escasas profesiones a las que tiene acceso el ciudadano pobre —limpiabotas
y panadero—, encontró espacio para estudiar y vencer la enseñanza
elemental. Luego vendrían los azarosos días de deambular por las calles de la
Habana, ciudad a la que se trasladó, para cursar estudios en el
Instituto “José Martí”. Durante este tiempo conoció la más cruel discriminación
en la Capital y sólo una fe ciega en el porvenir le hizo resistir todo tipo de
adversidades y vejaciones.
El 12 de enero de
1959, unos días después del triunfo revolucionario, se trasladó a Matanzas para
continuar sus estudios. La Revolución llegó a él como una mano salvadora y supo
que, a partir de ahora, los jóvenes como él tendrían plena libertad para
estudiar sin ser vejados o discriminados. Supo, igualmente, que debía
entregarse plenamente a esa nueva epopeya de fuerte raigambre popular y apostar
enteramente por ella. Por tal motivo, cuando Fidel llamó a cientos de jóvenes para
convertirse en maestros voluntarios, no dudó en dar el paso al frente.
Con los ojos y la
sonrisa invadidos por un contagioso optimismo, Conrado marchó hacia la Sierra
Maestra para prepararse como maestro. Luego vendría la faena difícil y compleja
en la que pondría en juego todo su humanismo y solidaridad. En un inhóspito y
olvidado paraje del Escambray, ayudado por varios vecinos del lugar, acondicionó
la escuela en la que enseñaría a 44 niños durante el día y a varios adultos en
horario nocturno. Lleno de emoción, escribió a sus familiares: “Tengo muchos
alumnos y creo que el año próximo no quedará un solo analfabeto por aquí”.
Lejos estaba de
imaginar aquel joven de apenas 18 años que a su regreso de las vacaciones por
el fin de año, encontraría, aquel 4 de enero de 1961, a su escuela convertida
en cuartel provisional de un grupo de bandidos capitaneados por el tenebroso
Osvaldo Ramírez. Apenas lo vieron arribar, los criminales se lanzaron sobre el
joven maestro. Horas después sería asesinado salvajemente junto al campesino
Heliodoro Rodríguez “Erineo”. Sus salvajes ejecutores fueron los bandidos
Dagoberto Pérez Hernández, Morejón Martínez, Macario Quintana “Pata de Plancha”
y Tito Zerquera, todos miembros de la banda de Osvaldo Ramírez.
¿Cómo sucedió el horrendo
crimen?
Hoy se conocen
detalles del mismo y los hechos sirven para esclarecer dos cosas: el heroísmo
sin límite de las víctimas y el salvaje ensañamiento de los victimarios.
Tirados en un
corral, los dos hombres recibieron golpes y escupidas de sus captores. A ratos,
alguno de los bandidos se acercaba para lacerar sus carnes con filosos
cuchillos. El jefe de estos criminales llamó a Conrado para ofrecerle un
deshonroso trato:
—Si te unes a
nosotros, te perdono la vida—le dijo en tono de burla.
Conrado por su
parte, mirándolo con orgullo y odio, le respondió:
—Yo soy, ante todo,
revolucionario.
Eso fue suficiente. El jefe de los
bandidos, descargando su odio en el joven maestro, ordenó su asesinato. Sin
demora y, alentados por un animal paroxismo, varios bandidos sacaron al joven y
colocaron una soga en su cuello. Luego, prácticamente lo arrastraron hasta el lugar donde lo colgarían. Mientras recorrían el breve tramo que
mediaba entre la vida y la
muerte, sus captores lo golpearon salvajemente con palos y los puños, mientras algunos apuñaleaban su cuerpo.
Después lo colgaron de un árbol y lo sacudieron varias veces como si fuera una
marioneta. No les importó comprobar que había muerto ya, el jefe de los
asesinos ordenó a sus hombres que siguieran golpeando y mutilando el cadáver,
como si con eso quisieran callar para siempre la hombría del joven y su fe en
su causa.
Después colgaron a Erineo, aquel campesino bajo y
regordete, combatiente del Ejército Rebelde y fundador de las Milicias
Revolucionarias que tuvo el privilegio de recibir, un tiempo antes, un pedazo
de tierra de manos del “Che” Guevara.
No importó que tratara de defenderse con su machete
cuando los bandidos se acercaron a él mientras labraba la tierra. Hacía un
tiempo había dicho que si encontraba por allí a Osvaldo Ramírez, “le cortaría
el c… en cuatro” y el jefe de los bandidos, al enterarse de sus palabras,
sentenció su muerte.
Dos días después fueron encontrados los dos cadáveres,
tapados con un poco de paja y sin poder ocultar las torturas a que fueron
sometidos en vida estos dos nuevos mártires de la Patria.
A pesar de su muerte, Conrado y Erineo se
multiplicaron. Más de cien mil jóvenes cubanos se lanzaron a continuar la obra
del maestro asesinado, a la par que miles de campesinos reafirmaron su fe
en la Revolución. Para la conciencia del mundo el crimen cometido en
la zona de San Ambrosio fue una página más del terrorismo contra el pueblo
cubano, ejecutado por hombres apoyados por la CIA. Por ello, sus ejecutores
materiales no fueron los únicos responsables. Allá, bien lejos, en las frías
oficinas de la Casa Blanca y de Langley estaban los otros culpables, los que
armaron a los asesinos y los alentaron para llevar a cabo tanta infamia.
De esta forma, enero se transformó en un mes de malos
recuerdos para varias familias cubanas. Desde el mismo momento en que el
gobierno norteamericano de Eisenhower decidió romper sus relaciones con Cuba el
5 de enero de 1961, el propio día de este monstruoso crimen, estableciendo
abiertamente una política de criminal beligerancia contra la Isla y basada en
la creación de condiciones para financiar, organizar y fomentar una guerra
irregular contra el gobierno revolucionario, las bandas terroristas
existentes en el Escambray se dedicaron a asesinar salvajemente a quienes
apoyaban a la Revolución. Conrado y Erineo fueron dos de las víctimas. Luego
habría más y eso lo sabe enero con total certidumbre.
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