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lunes, 3 de mayo de 2021

Correo necesario a El Diario.es

 

Por Gustavo de la Torre Morales.

"Estimados/as"

Realmente no soy un asiduo lector de ElDiario.es, aun cuando estoy suscrito y recibo diariamente las publicaciones que realizan. Desconozco el por qué la web no me permite dejar comentario en las publicaciones que alcanzo a leer, aun cuando me registro con mi usuario. Quizás sea porque no pago cuota. Bueno, es lo de menos.

La razón por la cual NO voy a este medio a leer con regularidad, me lo confirma la publicación que se realizó el pasado 1 de mayo, con la firma de Javier Biosca y el título de: "Roberto Batista, hijo del dictador cubano: "Durante años no quise buscar la verdad"".

Tanto se critica a la prensa al servicio del gran capital por blanquear al capitalismo, que lamentablemente bajo el paraguas de la “libertad de opinión” también se asume la misma línea de manipulación de temas peliagudos para los pueblos y se tergiversan hechos bajo la lejía de la edulcoración.

sábado, 25 de mayo de 2019

Miami, las drogas y los refugiados de la CIA

Durante el gobierno de Batista y otros presidentes, el hampa constituyó una importante base de apoyo para imponer el poder casi absoluto de Estados Unidos en Cuba. Foto: Tomada de Internet
Tomado de Granma
Por  
Las campañas mediáticas anticubanas que se han acogido a cualquier tema o pretexto para desencadenar la difamación del proceso revolucionario no tienen límites ni escrúpulos.
Por ello no puede sorprender que el recurrente tema del enfrentamiento a las drogas como el de los derechos humanos, de alta sensibilidad en el mundo, haya sido secuestrado por un puñado de medios de Miami, marcadamente subversivos y prefabricados en los laboratorios de la Agencia Central de Inteligencia, con esbirros batistianos, sus descendientes, agentes o nuevas adquisiciones de lo peor del mercenarismo made in USA.

viernes, 29 de diciembre de 2017

Los “reclamos” de la mafia a la Revolución cubana

Fulgencio Batista (a la izquierda) y Meyer Lansky (a la derecha).
Por Gustavo de la Torre Morales
Esta entrada estuvo motivado por el hilo de twits de @Maria_VanVan


A partir de 1900, para Cuba comenzó una nueva etapa de dominación, bajo el nuevo estilo de Neocolonia. La Constitución de la República fue mancillada con una enmienda impuesta por el senador Oliver Platt, la cual daba potestad a los Estados Unidos de invadir Cuba militarmente en caso de ver en peligro la “integridad de la noble nación estadounidense”; también el establecimiento de una base militar enclavada en territorio de Guantánamo y tratados bajo el paraguas de “Reciprocidad Comercial” que solo beneficiaban al norte brutal y empobrecían mucho más a la nación y economía cubanas.

Los gobiernos de turnos en Cuba, financiados por el visto bueno de los gobiernos del Estados Unidos, subyugaban a la población bajo sangrientas tiranías, donde los asesinatos, las torturas y las vejaciones eran el menú en la forma de gobernación, en la mayoría de ellos.

viernes, 15 de mayo de 2015

Por nuestra libertad no daremos ni un átomo de nuestro honor

Fidel, Raúl, Juan Almeida Bosque y otros moncadistas cuando salen de la prisión. Foto: Archivo
Tomado de Granma
Por

El domingo 15 de mayo de 1955 se hizo firme la ley de amnistía política para los 29 asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes que habían sido sancionados a cumplir largas condenas tras las rejas del Presidio de Hombres de Isla de Pinos. Ese día, sobre la una de la tarde, las puertas del penal se abrieron para dar salida al primer grupo de moncadistas. Media hora más tarde, salió el segundo grupo encabezado por Fidel, Raúl y Almeida. Minutos después, con la salida del tercer y último de los grupos, los combatientes de la Generación del Centenario abandonaron las áreas del recinto y marcharon para Nueva Gerona.

El indulto no fue un gesto generoso del régimen tiránico. La Ley de Amnistía General —firmada el 2 mayo de 1955 por la Cámara de Re­presentantes de la República de Cuba— don­de se incluía la excarcelación de Fidel Cas­tro y el resto de los moncadistas, fue fruto del poderoso movimiento popular pro-amnistía surgido a finales de 1954, cuando Ful­gencio Batista, impulsado por intereses electorales, conmutó las penas impuestas a sus opositores, exceptuando a los asaltantes de los cuar­teles Moncada y de Bayamo.

NO QUEREMOS AMNISTÍA AL PRECIO DE LA DESHONRA
 
Del mismo modo que la redacción del ma­ni­fiesto al pueblo de Cuba —publicado bajo el título Para Cuba que sufre— y la reconstrucción de su alegato de defensa en el juicio por el asalto al Moncada [La historia me absolverá] publicado y distribuido clandestinamente, sirvieron para romper la censura de prensa y la conjura de silencio sobre los crímenes de la dictadura batistiana; las cartas y los documentos que escribiera Fidel Castro en prisión fueron decisivos para gestar, impulsar y dirigir el incontenible movimiento de lucha cívica Pro Amnistía de los moncadistas.

Fidel, a través de sus cartas, denunció las ma­niobras electoralistas articuladas por Ba­tis­ta y arremetió contra las promesas de amnistía a cambio de cejar en la lucha. “No queremos amnistía al precio de la deshonra”, dijo desde la prisión en Isla de Pinos, aun a riesgo de su pro­pia vida.

NO PIDO NI PEDIRÉ JAMÁS AMNISTÍA
 
En un momento de la extensa carta que escribiera a Ñico López, el 1ro. de enero de 1955, Fi­del argumenta acerca de la connotación del presidio en la formación del grupo de combatientes que comparten el encierro junto a él:

“Demás está decirte que no considero que en la prisión se pierda inútilmente el tiempo. Por el contrario aquí estamos preparando ideo­lógica e intelectualmente la vanguardia y los jefes de nuestro movimiento. Somos jóvenes y nada nos apura. ¡Ojalá en vez de 29 tu­vié­semos aquí 80 compañeros! […] Se perdió una batalla pero se salvó el honor de Cuba; volveremos de nuevo a la lucha y solo podrán de­cir que nos han vencido cuando no quede en nuestras venas una gota de sangre; cuando hasta el último de nosotros haya muerto. Nos faltaron los recursos, pero nunca nos faltó la razón”.

Más adelante, conociendo los avances y el empuje del movimiento pro amnistía, Fidel le dice a Ñico:

“De ningún modo será ya mucho el tiempo que vamos a permanecer presos porque es mucha la presión pública a favor de nuestra libertad. Mas, si así no fuera, ¿qué nos importa estar presos el tiempo que sea necesario?”

Durante los meses de febrero y marzo de 1955, las manifestaciones a favor de la amnistía de los presos políticos centraron la opinión pública cubana. Mientras, desde su celda, Fi­del alertaba sobre las maniobras del gobierno dictatorial y aclaraba cuál era la posición de principio de los moncadistas ante el indulto que se anunciaba.

Así, el sábado 6 de marzo, Fidel envió un telegrama a unos jóvenes que organizaban un radio mitin en la Onda Hispano-Cubana en favor de la amnistía de los moncadistas. El texto decía:

“Nuestra profunda gratitud a usted y sus entusiastas compañeros que han hecho suya espontáneamente la causa de nuestra libertad. No es el propósito [la amnistía] lo que más apreciamos en este caso ya que la prisión con la frente en alto se puede sufrir, sino el gesto de cívica adhesión con que ustedes nos alientan. Serenos y firmes, sin impaciencia ni miedo, sufrimos nuestro destino de hoy. Mañana, nuestro primer abrazo será para los que en esta hora dura se acordaron de nosotros”.

Una semana más tarde, el domingo 13 de marzo, Fidel escribe una carta a su hermana Lidia en la cual le confiesa: “Por lo demás no pido ni pediré jamás amnistía. Tengo suficiente dignidad para pasarme aquí veinte años o morirme antes de rabia”.

JAMÁS ACEPTAREMOS UNA AMNISTÍA MEDIANTE UN COMPROMISO INDIGNO

En su tentativa de imponer condiciones a los combatientes revolucionarios, uno de los voceros del régimen declaró públicamente: “habrá amnistía cuando haya paz, cuando los presos y exilados cejen en su actitud y cuando haya un compromiso tácito o expreso de acatamiento al gobierno.”

Con sus burdas manipulaciones, el gobierno intentaba frenar y sacar provecho de la especial situación política surgida en relación con el reclamo de amnistía para los moncadistas. El 19 de marzo de 1955, Fidel redacta un documento —que días más tarde publicaría la revista Bohemia del 27 de marzo de 1955, con el título Carta sobre la amnistía—, en el cual denunciaba los hechos:

“Se pretende desmoralizarnos ante el pueblo o encontrar un pretexto para dejarnos en prisión. No me interesa en absoluto demostrarle al régimen que debe dictar esa amnistía, ello me tiene sin cuidado alguno; lo que me interesa es demostrar la falsedad de sus planteamientos, la insinceridad de sus palabras, la maniobra ruin y cobarde que se está llevando a cabo con los hombres que están en prisión por combatirlo”.

Más adelante, el líder de la Generación del Centenario, reitera:

“Nuestra libertad personal es un derecho inalienable que nos corresponde como ciudadanos nacidos en una patria que no reconoce amos de ninguna clase; por la fuerza se nos puede privar de esos derechos y todos los de­más, pero jamás logrará nadie que aceptemos disfrutarlo mediante un compromiso in­digno. A cambio de nuestra libertad no daremos pues ni un átomo de nuestro honor. Quie­nes tienen que comprometerse a acatar y respetar las leyes de la República son ellos que la violaron ignominiosamente el 10 de mar­zo”.

En ese histórico documento —firmado por todos los moncadistas— Fidel rememoró la ejemplar conducta de los mambises que, en­ca­bezados por Antonio Maceo, se negaron a aceptar la paz sin libertad, y declaró enfáticamente: “Y no ya la amnistía, ni siquiera pediremos que nos mejoren el sistema de prisión por donde el régimen ha demostrado todo su odio y su saña hacia nosotros”.

SERÉ MÁS ÚTIL, CUANTO MENOS ME ATEN LAS EXIGENCIAS DE LA VIDA MATERIAL

Toda Cuba reclamaba la excarcelación de los moncadistas. Las elocuentes palabras del líder estudiantil José Antonio Echeverría —pu­blicadas en la edición del 27 de marzo de la revista Bohemia— son una muestra de ello:

“La amnistía general constituye un clamor de toda la ciudadanía, al que los estudiantes hemos brindado todo nuestro apoyo. No podemos permanecer indiferentes ante tantos compañeros que sufren en la actualidad los rigores del presidio político […] ¡Que no que­de en la cárcel uno solo de los dignos lu­cha­dores contra la dictadura! […] Todo intento de excluir a los combatientes del Moncada de la amnistía se en­con­traría con el más am­plio re­pu­dio de la opinión pública. […]¡ Que no quede preso ni un com­batiente contra la dic­ta­dura!”

El 2 de mayo de 1955, Fidel escribe una extensa carta en la que intenta convencer a sus hermanas de la inutilidad de los gastos que hacen ante su inminente excarcelación. En una de sus partes, Fidel le dice a Lidia:

“¿Por qué hacer sacrificios para comprarme guayabera, pantalón y demás cosas? De aquí voy a salir con mi traje gris de lana, desgastado por el uso, aunque estemos en pleno verano. ¿No devolví acaso el otro traje que yo no pedí ni necesité nunca? No vayas a pensar que soy un excéntrico o que me haya vuelto tal, es que el hábito hace al monje, y yo soy pobre, no tengo nada, no he robado nunca un centavo, no le he mendigado a nadie, mi carrera la he entregado a una causa. ¿Por qué tengo que estar obligado a ponerme guayaberas de hilo como si fuera rico, o fuera un funcionario o fuera un malversador? Si nada gano en estos instantes, lo que tenga me lo tendrán que dar, y yo no puedo, ni debo, ni aceptaré el menor gravamen de nadie. Mi mayor lucha ha sido desde que estoy aquí insistir y no cansarme nunca de insistir que no necesito absolutamente nada; libros sólo he necesitado y los libros los tengo considerados como bienes espirituales. No puedo pues dejar de preocuparme con todos los gastos que se están haciendo en ocasión de nuestra salida, y aun aquellos que son estrictamente necesarios me tienen muy preocupado porque todavía no se me ha ocurrido preguntarte cómo te las estás arreglando. […]

“Ustedes no pueden estar tranquilas si no demuestran de algún modo la preocupación y el cariño hacia nosotros, pero nosotros estamos fuertes como robles, insensibles ante las privaciones, menos necesitados de que ustedes se sacrifiquen, […]

“No exagero nada, hablo con la mayor franqueza del mundo. Valdré menos cada vez que me vaya acostumbrando a necesitar más co­sas para vivir, cuando olvide que es posible es­tar privado de todo sin sentirse infeliz. Así he aprendido a vivir y eso me hace tanto más te­mi­ble como apasionado defensor de un ideal que se ha reafirmado y fortalecido en el sacrificio. Podré predicar con el ejemplo que es la mejor elocuencia. Más independiente ser, más útil, cuanto menos me aten las exigencias de la vi­da material. […]”.

Sin hacer ninguna concesión para lograr su li­be­ración, 13 días después de redactar esta carta, vistiendo su gastado traje de lana gris, Fidel salió de la cárcel decidido a continuar la lu­cha.

Nada ni nadie podría detener su batallar por Cuba. Predicando con su ejemplo de austeridad y entrega absoluta a la revolución, Fi­del en­ca­bezó la lucha contra la dictadura ba­tis­tia­na, por la soberanía e independencia de Cuba. Tres años, siete meses y 16 días después de abandonar la prisión, al frente del Ejér­cito Rebelde, entró Fidel en Santiago de Cu­ba el primero de enero de 1959. La Revolución había triunfado.

60 años después de la Prisión Fecunda

Salida de Fidel Castro y sus compañeros moncadistas del mal llamado Presidio Modelo, en la otrora Isla de Pinos, hoy en día Isla de la Juventud, gracias a la obra realizada por los jóvenes dentro del proceso revolucionario.
Tomado de Guajirita Soy
Por Jorge Wejebe Cobo

El 15 de mayo de 1955 el barco El Pinero, cual estampa que recordaba las naves del siglo XIX por el río Mississippi, salía del río Las Casas en la entonces Isla de Pinos para emprender la travesía hasta el puerto de Batabanó, en un viaje histórico al traer a Fidel Castro y los moncadistas liberados ese mismo día del reclusorio nacional, mediante una amnistía arrancada a la dictadura de Fulgencio Batista por la presión popular.

Tras salir de la cárcel, el líder histórico de la Revolución se reunió con las heroínas del Moncada Haydée Santamaría y Melba Hernández y ofreció una conferencia de prensa en el Hotel Isla de Pinos, donde ratificó su decisión y la de sus compañeros de continuar la batalla, denunció los intentos del tirano de perpetuarse en el poder utilizando la oposición oficial y destacó el propósito de que la única salida a la situación del país era la lucha insurreccional.

Culminaba la prisión fecunda para ese grupo de jóvenes que  no se dejaron vencer y convirtieron la pesadilla que significaba aquel encierro diseñado para quebrar voluntades y desmoralizar a los hombres, en una etapa de preparación para las nuevas batallas.

Crearon la Academia Ideológica Abel Santamaría para impartir disímiles materias relacionadas con las ciencias sociales y las matemáticas, mientras Fidel- casi siempre aislado-, leía incansablemente acerca de procesos sociales, historia, las obras de José Martí y El Capital, de Carlos Marx, que un custodio dejó pasar al considerarlo un texto sobre las formas de hacer negocios.

Su obligada soledad le sirvió para reflexionar sobre la forma de reiniciar el combate y dirigir las acciones conspirativas. Enviaba mensajes escribiendo en ocasiones con zumo de limón entre líneas de cartas que los destinatarios sabían hacer visibles mediante el calor.

Pero también la cárcel sirvió de escenario de rebeldía y el propio  Batista fue repudiado cuando, invitado por la dirección del penal, acudió a la inauguración de una planta eléctrica y al pasar cerca del pabellón de los moncadistas, éstos entonaron el Himno del 26 de julio ante la cara de asombro y de ira del dictador.

Mientras, el movimiento de solidaridad y simpatía por los jóvenes  presos tomaba fuerza dentro del pueblo, la opinión pública y la prensa progresista que inició una campaña para su liberación en un contexto en que el régimen intentó una cobertura constitucional a la dictadura con  la farsa electoral  de 1954, con la cual se trataba de legitimar el golpe de Estado de 1952.

Presionado por el movimiento popular a favor de la amnistía, el gobierno trató de condicionarla a que los revolucionarios  abandonaran la lucha. Fidel lo rechazó desde la revista Bohemia “a cambio de nuestra libertad  no daremos, pues, ni un átomo de nuestro honor” y ante la intransigencia de los de los combatientes la dictadura cedió.

Cualquiera de estos hechos podían ser los recuerdos que embargaban a muchos de los excarcelados que partían en el viejo "Pinero", que era recorrido por Fidel de proa a popa para intercambiar remembranzas, ideas y sobre todos  planes con sus compañeros y colaboradores con quienes consultó poner el nombre de Movimiento 26 de Julio a la organización revolucionaria que fundaría en todo el país.

La energía y empecinamiento del líder esa noche de viaje en una carrera contra el tiempo para ganar los casi dos años de prisión, no parecían propios de un hombre que sufrió la caída en combate y el asesinato de muchos de sus seguidores y que salía de una cárcel donde afrontó el peligro de muerte cada día.

Con las primeras luces del lunes 16 de mayo, la nave arribaba al puerto habanero de Batabanó donde esperaban a sus pasajeros centenares de gente de pueblo y periodistas interesados en las declaraciones de Fidel.

El traslado hacia La Habana en tren resultó impresionante. En más de una ocasión tuvo que parar en estaciones intermedias por la gran aglomeración de público y muestras de júbilo con los excarcelados.

La llegada de Fidel y sus compañeros a la Estación Central, en la capital, fue apoteósica y solo se puede comparar con su entrada a La Habana en enero de 1959, pero faltaban  todavía duros años de lucha para la victoria definitiva, aunque ya había comenzado la cuenta regresiva para la dictadura.

(Tomado de la Agencia Cubana de Noticias)

martes, 9 de diciembre de 2014

El capitalismo cubano

Por Omar Pérez Salomón

"Dante dividió su infierno en nueve círculos: puso en el séptimo a los criminales, puso en el octavo a los ladrones y puso en el noveno a los traidores. ¡Duro dilema el que tendrían los demonios para buscar un sitio adecuado al alma de este hombre… si este hombre tuviera alma!"
Fidel Castro, La historia me absolverá
Apenas nos separan unos días para conmemorar el aniversario 56 del triunfo de la Revolución Cubana. Una buena parte de la población de nuestro país nació posterior a esta fecha, por tanto no padecieron en carne propia las calamidades generadas por decenas de años de desgobierno capitalista, agudizadas después del golpe militar liderado por Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952. El objetivo de este trabajo es graficar con 56 hechos y datos concretos e impactantes esa otra Cuba, anterior a 1959, que no debemos borrar de la memoria para que jamás vuelva. Los mismos son tomados del libro ¿Por qué la Revolución Cubana?, publicado por la Editorial Capitán San Luis.
 
1. Doscientas mil familias campesinas no tenían un pedazo de tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos y, en cambio, permanecían sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de trescientas mil caballerías de tierras productivas.
2. El 85% de los pequeños agricultores cubanos estaban pagando renta y vivían bajo la perenne amenaza de despojo de sus parcelas.
3. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas estaban en manos extranjeras.
4. Un 90% de los bohíos que existían en el campo cubano no disponían de luz eléctrica, se alumbraban con luz brillante.
5. El 85% de los bohíos en las zonas rurales carecía de agua corriente.
6. El 55% de las viviendas campesinas carecían de inodoros y letrina.
7. El 90% de los niños del campo estaban devorados por parásitos.
8. El 14% de los obreros agrícolas padecían de tuberculosis y un 13% de tifoidea.
9. La capital del país, con el 22% de la población, disponía del 65% de los médicos.
10. El país contaba con 98 hospitales y un sistema de casas de socorro que prácticamente solo ofrecían servicios limitados de primeros auxilios.
11. Solamente había entonces un hospital rural con apenas 10 camas y sin médico.
12. En 1959 existían solamente 2 026 enfermeras.
13. El 62% de las camas hospitalarias se encontraban en La Habana.
14. No más del 8% de la población de las áreas rurales recibía atención médica gratuita.
15. El acceso a los hospitales del Estado, siempre repletos, solo era posible mediante la recomendación de un magnate político que le exigía al desdichado su voto y el de toda su familia.
16. La mortalidad infantil superaba los sesenta fallecidos por mil nacidos vivos.
17. La esperanza de vida al nacer apenas llegaba a los 58 años.
18. El precio de las medicinas – había más de 300 laboratorios privados – se alejaba cada vez más de la población.
19. Desnudez, miseria y abandono, eso era el hospital psiquiátrico de Mazorra.
20. Mazorra tenía entonces 2 mil camas, si es que así podía llamárseles, para más de 6 500 pacientes, es decir, más de tres pacientes por cama.
21. La mayoría de los pacientes de Mazorra no tenían identidad personal, con insuficiente o ningún tratamiento que no fuera el de estar encadenado en una cama para soportar las crisis, o el tratamiento por coma insulínico o el electroshock.
22. En las escuelas públicas de cada 100 niños que matriculaban solo 6 llegaban al sexto grado.
23. La enseñanza media llegaba solo a la mitad de la población escolar.
24. La enseñanza media y superior estaba reservada para una minoría.
25. El 23,6% de la población mayor de 10 años era analfabeta y existían más de un millón de personas que no sabían leer y escribir.
26. El 45% de los niños de 6 a 14 años no asistían a las escuelas.
27. Habían más de medio millón de niños sin escuelas.
28. Paradójicamente más de diez mil maestros estaban desempleados.
29. El 30% de los campesinos no sabían firmar.
30. El 99% de los campesinos no sabían historia de Cuba.
31. Decenas de miles de niños estaban obligados a trabajar para paliar el hambre en sus casas.
32. En 1953 solo el 51,5% de la población en edad activa disfrutaba de un puesto de trabajo. Tres años después la situación era peor.
33. Un por ciento muy bajo de los campesinos que cortaban la caña durante la zafra, tomaban parte en las labores de siembra bajo un precio de hambre.
34. Miles de familias abandonaban sus hogares para vagar desesperadas por los bateyes y pueblos cercanos en busca de pan y trabajo.
35. Las ciudades eran invadidas por familias enteras que traían la desesperación cincelada en los ojos.
36. Para miles de jóvenes que arribaban a la edad laboral, las perspectivas de encontrar trabajo eran muy remotas, cualesquiera que fueran sus condiciones y preparación. Más de diez mil profesionales salían de las aulas con sus títulos y no tenían trabajo.

martes, 21 de enero de 2014

Cincuenta y cinco años atrás (I y II Partes)

Cincuenta y cinco años atrás. Foto: LAZ


Tomado de Juventud Rebelde
Por Ciro Bianchi Ross.


I Parte.



Creo que todos los que tienen en Cuba edad suficiente para ello recuerdan cómo supieron de la fuga de Batista. El escribidor, con diez años cumplidos entonces, tiene vivo ese detalle, al igual que guarda memoria de otros acontecimientos de aquellos días iniciales de la Revolución: el llamado de Fidel a la huelga general; la componenda del general Cantillo para garantizar el batistato sin Batista; la efímera e inútil gestión, al frente del Ejército, del coronel Ramón Barquín; la fuga de los presos del castillo del Príncipe; las milicias del Movimiento 26 de Julio que patrullaban las calles; la captura de esbirros y soplones; la entrada del Comandante Camilo Cienfuegos en la Ciudad Militar de Columbia; la llegada del Che a la Cabaña; el avance desde Oriente de la Caravana de la Libertad y la presencia del Comandante en Jefe en La Habana…
Es increíble cómo a veces se memorizan hechos insignificantes, totalmente prescindibles, que se asocian a acontecimientos de relieve. Ese día 1ro. de enero mi padre salió temprano de la casa para buscar la carne del almuerzo y regresó con la noticia del desplome de la dictadura. No demoramos en sentarnos frente al televisor. La CMQ (Canal 6) hablaba sobre los sucesos trascendentales que ocurrían en esos momentos y de los que prometía información para más adelante, mientras que como fondo musical de aquella nota dejaba escuchar la versión instrumental de un danzón popularizado por Barbarito Diez: Se fue. «Se fue para no volver; se fue sin decir adiós…».
Por cierto, cuando casi a las diez de la mañana, la CMQ abordó los sucesos trascendentales anunciados, se refería todavía a Batista como al «Honorable Señor Presidente de la República» y hablaba de su fuga vergonzosa y precipitada como si se tratara de un viaje de vacaciones al exterior. Antes, en Tele-Mundo (Canal 2) Carlos Lechuga ponía a un lado el cauteloso protocolo y llamaba ladrón y asesino a Batista, y poco después el noticiero del Canal 12, dirigido por Lisandro Otero, empezaba a ofrecer un excepcional servicio informativo.
En una hilera interminable desfilaron ante las cámaras de la televisión madres que clamaban por sus hijos desaparecidos, muchachas que portaban los retratos de sus hermanos o novios asesinados, hombres destruidos por la tortura y el encierro que referían una historia espeluznante y acusaban públicamente a sus verdugos.
La noche vieja de 1958, a las 12, muchos cubanos tiraron a la calle el tradicional cubo de agua para que el año que se iba arrastrara consigo lo malo. El año se había llevado a Batista y, junto con él y su camarilla, a todo un régimen social. Por primera vez en la historia, la frase «Año nuevo. Vida nueva» era una realidad para los cubanos.
La llegada de Fidel a la capital, el ocho, fue apoteósica. Los corresponsales extranjeros acreditados en La Habana no salían de su asombro. Pese a que había entre ellos gente muy avezada, que había caminado mucho, ninguno recordaba haber visto nada similar en el ejercicio de su vida profesional. El reportero de la Columbia Broadcasting System lo reconocía explícitamente y eso que él presenció la bienvenida a los generales Eisenhower y McArthur al final de la II Guerra Mundial, muy inferior en público y en calor humano. Jules Dubois, a quien le tocó «cubrir» los derrocamientos de Juan Domingo Perón, en la Argentina; Gustavo Rojas Pinillas, en Colombia; y Marcos Pérez Jiménez, en Venezuela; estaba estupefacto. «Es el espectáculo más extraordinario que he visto en mis 30 años de periodista», aseguraba, y otro periodista norteamericano decía que lo que estaba viendo era muy superior al recibimiento del general De Gaulle en París tras la liberación.

Operación verdad

En estos días de aniversario, el escribidor revisó algunas publicaciones de hace 55 años en busca del acontecer que marcó el pulso de la época.
Impactó entonces a la opinión pública el entierro de los restos de 19 expedicionarios del Granma, caídos en combate o asesinados tras su captura después del desembarco. Se les rindió postrer tributo en el Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio antes de que se les inhumara en la fosa que el Gobierno Revolucionario adquirió expresamente para eso en la zona suroeste de la necrópolis de Colón. Llegaron desde Niquero en pequeños féretros blancos cubiertos por la enseña nacional; cuatro de ellos sin identificar, y en La Habana los esperaban Fidel y Raúl, Camilo y el Che. Cada uno de ellos, ascendido de manera póstuma, mereció honores de comandante muerto en campaña, con lo que la Revolución los hermanó, también en grado, con las figuras principales del Ejército Rebelde.
Los procesos de los tribunales revolucionarios contra esbirros y criminales de guerra de la dictadura batistiana provocaron en el exterior, pese a su justeza y ejemplaridad, una campaña de descrédito contra la Revolución Cubana. Comenzaron las maniobras y presiones de Estados Unidos sobre Cuba, y el Congreso norteamericano, por un lado, y la Organización de Estados Americanos por otro, pretendieron arrogarse el derecho de supervisar los asuntos internos de la nación, inquietos ante el sesgo inusitado que tomaron los acontecimientos y preocupados, decían, «por el ejercicio de la democracia en el Caribe».
La respuesta de Fidel no se hizo esperar. Convocó a periodistas internacionales para que viajaran a Cuba y presenciaran los procesos judiciales. Fue la Operación Verdad. En respuesta a la invitación del Jefe Rebelde unos 300 periodistas del continente vinieron a la capital cubana y se hospedaron en su mayoría en el hotel Habana Riviera. A cada uno de los visitantes se le entregó una carpeta con fotos de asesinatos y torturas cometidos por sicarios de la dictadura recién derrocada.
Las sesiones de la Operación Verdad transcurrieron principalmente en el Copa Room del Riviera, los días 21 y 22 de enero de 1959. Fidel ofreció una conferencia de prensa en el hotel Habana Hilton (hoy Habana Libre) y respondió a las preguntas de los visitantes, que pudieron además asistir a los juicios contra los criminales de guerra y conversar con la población en la calle.
El día 21 el pueblo se concentró frente al Palacio Presidencial. Fue un acto sin precedentes, aseguró la prensa. Precisaba la revista Bohemia: «Más de un millón de cubanos ratificaron todo el apoyo de la patria al Gobierno de la Revolución».

Plebiscito colosal

El grito de «¡A Palacio!» llenó la ciudad, inundó la provincia y se extendió por los parajes más distantes de la Isla. No hubo organización ni propaganda. Todo fue espontáneo, sin comisiones, sin líderes, sin itinerario. Cada cual respondió a la cita como quiso o como pudo. Hubo gente, y no es una exageración, que llegó a pie desde Pinar del Río y desde Matanzas porque no había vehículos disponibles. A partir del mediodía la capital semejaba un desierto con los comercios cerrados y las calles vacías. En muchos barrios se expandía una quieta sensación de ciudad muerta. Por las rutas que conducen a Palacio, en cambio, se movía la enorme caravana popular. En medio de la multitud, vendedores ambulantes se las arreglaban para ofertar su mercancía, sobre todo retratos de Fidel, gorras, pasadores y distintivos del 26 de Julio y boinas como las que usaban el Che y Raúl.
La tribuna presidencial se instaló frente a la terraza norte del Palacio, a un nivel más bajo. Los periodistas extranjeros ocuparon las tribunas laterales. Muchos no pudieron hacerlo porque el pueblo se desbordó sobre estas, envolviendo a los reporteros, que se vieron aprisionados en una ola contagiosa de calor humano.
Habló el representante de la Central de Trabajadores de Cuba (entonces Confederación). También el representante de la Federación Estudiantil Universitaria y otros de organizaciones políticas; los representantes de los periodistas. Cuando se anunció que hablaría Fidel, la multitud, en un movimiento de oleaje, rompió la barrera que formaban los milicianos y llegó hasta el borde mismo de la tribuna. Comenzó su discurso el Jefe de la Revolución, pero poco después sacudía a los congregados el arribo a las inmediaciones del castillo de La Punta, a varias cuadras de distancia, de nuevos contingentes. La presión, como una onda expansiva, se estrelló contra la tribuna. Más allá, la armazón que sostenía la plataforma de las cámaras de la televisión, osciló como si la azotara un vendaval. Hubo mujeres y hombres desmayados. Las ambulancias hacían sonar sus sirenas en un esfuerzo por abrirse paso. Se vinieron al suelo las barreras de madera y el cordón de milicianos quedó diluido en medio de un mar de gente.
Fidel interrumpió el hilo de su pensamiento. Se percató de que cada minuto que permaneciera en la tribuna podía costar vidas. Sintetizaría entonces sus ideas. Afirmó que en Cuba se respetaban los derechos humanos y que el cubano no era un pueblo bárbaro, sino el más noble y sensible de todos. Si aquí se comete una injusticia, todo el pueblo estaría en contra de esa injusticia. Si intelectuales, obreros y campesinos han estado de acuerdo con el castigo de los culpables de la dictadura, es porque el castigo es justo y merecido. Hizo una pausa e intercambió algunas frases con el Comandante Camilo Cienfuegos. Quiso convertir aquella multitud de más de un millón de personas en un inmenso jurado. Dijo que quería hacer una consulta y la multitud hizo un silencio absoluto, cuajado de dramatismo.
«Los que estén de acuerdo con la justicia que se está aplicando; los que estén de acuerdo con que los esbirros sean fusilados, que levanten la mano…».
Escribía Enrique de la Osa en su sección En Cuba, de la revista Bohemia: «Antes de que terminara la frase ya se alzaba, como un resorte, la respuesta afirmativa. Eran cientos de miles de manos no solo dentro del campo visual de la terraza norte, sino por Malecón y Prado, en el parque Zayas, en el Parque Central, frente al Capitolio. A lo largo de la Isla, ante las pantallas de televisión o junto a la radio, otros cinco millones de cubanos, simbólicamente, también dijeron sí».
Fue un plebiscito colosal que hizo innecesarias las palabras.
Prosiguió Fidel: «Desde que bajé de la Sierra he escuchado muchas veces una frase. Miles de personas se han acercado a mí para decirme: «Gracias, Fidel, gracias, Fidel». Hoy, después de esta extraordinaria demostración, hoy, después de la satisfacción que experimentamos todos nosotros al ver este respaldo del pueblo, hoy al sentirnos tan orgullosos de ser cubanos y pertenecer a este pueblo que es uno de los pueblos más dignos del mundo, hoy soy yo, quien a nombre del Gobierno Revolucionario y de todos los compatriotas del Ejército Rebelde, quiero decir a mi pueblo: Muchas gracias, muchas gracias…». (Continuará)
Cincuenta y cinco años atrás. Foto: LAZ

II Parte y final

No se repitieron en los días iniciales de enero de 1959, hace ahora 55 años, las escenas macabras que vivió la Isla a la caída de la dictadura de Gerardo Machado. Las jornadas transcurrieron con una cuota mínima de excesos. La muchedumbre, con certero instinto, no se tomó la justicia por su mano, como sí sucedió tras el desplome del régimen machadista, y desahogó su cólera contra los garitos y casinos de juego, los parquímetros y las máquinas traganíqueles, llamadas también ladronas de un solo brazo. Tiempo en Cuba, el periódico del senador Rolando Masferrer, jefe del grupo paramilitar conocido como Los Tigres, fue saqueado, al igual que las salas de juego de hoteles como Plaza y Deauville. A pedradas fueron destrozadas las vidrieras de algunos establecimientos comerciales. Así ocurrió en la joyería El Gallo, de la calle San Rafael, sin embargo, nadie sustrajo ninguna de las alhajas en exhibición.
La prensa reportaba la aparición, uno tras otro, de cementerios clandestinos con los que los sicarios del batistato privaban a los familiares de sus víctimas del consuelo de sepultar a sus muertos y colocar flores sobre su tumba. Ocho cadáveres eran exhumados en las cercanías de Consolación del Norte (el actual municipio de La Palma ocupa parte de esa antigua demarcación), en la provincia de Pinar del Río, mientras otros 15 se descubrían en San Cristóbal, también en territorio pinareño, y 57 en Santa Cruz del Norte, en La Habana. Restos de 11 personas se exhumaban en el patio del cuartel de la Guardia Rural de Niquero, en Oriente; 25 aparecían en el cuartel del Servicio de Carreteras de Manzanillo y 67 en el polígono del fortín del Ejército en la localidad de Estrada Palma, en las estribaciones de la Sierra Maestra.
Uno solo de los esbirros capturados por las milicias del Movimiento 26 de Julio confesó su participación en 108 asesinatos. Aseveró con el mayor cinismo: «Una noche ahorcamos a 31 campesinos que estaban de acuerdo con la Revolución». Operaba en Pinar del Río y estaba a las órdenes del comandante Jacinto Menocal. Era apresada la gavilla de asesinos de este despreciable oficial, y en Manzanillo eran puestos a disposición de los tribunales revolucionarios integrantes de los tristemente célebres Tigres, en tanto que unas 800 personas, entre culpables y sospechosas, eran detenidas en la Habana. Los apodos que merecían algunas de ellas ponían de manifiesto sus «especialidades», como el oficial de la Policía al que llamaban Rompe Huesos, y otro, que se presentaba como el Niño Valdés, al igual que un boxeador cubano famoso en la época por su pegada descomunal y que, durante un entrenamiento, llegó a tirar a la lona a Rocky Marciano, campeón mundial de los pesos completos.
El intento de capturar esbirros y soplones provocaba desórdenes y sembraba la muerte a voleo. Varios chivatos, refugiados en una casa de la calle 70, en Marianao, se batieron a tiros durante casi cinco horas con los milicianos que llegaron para apresarlos, refriega que dejó muertos de parte y parte.

El hermano Hermelindo

En esa situación, un curioso personaje pedía protección en el campamento Libertad, la antigua Ciudad Militar de Columbia, sede del Estado Mayor del Ejército Rebelde. Era nada menos que Hermelindo Batista, uno de los hermanos del dictador. Al desplomarse el régimen batistiano buscó refugio en una modesta casa del Cerro y el matrimonio que la ocupaba fue a Columbia y pidió al comandante Camilo Cienfuegos, jefe del Ejército Rebelde, que lo recibiera. Era una cuestión de agradecimiento. Los dos hijos de la pareja habían sido detenidos por la Policía y Hermelindo, pese a lo escaso de su influencia, se los había arrebatado a la muerte.
Accedió Camilo a que el hermano de Batista fuera trasladado al campamento. Comisionó para ello a uno de sus ayudantes con su correspondiente escolta, no sin apercibirlos de que podía tratarse de una trampa. No lo fue. Lo encontraron en la habitación más apartada de la residencia, junto a un altar de Santa Bárbara. Flaco, de rostro afilado y tez oscura, sin afeitar, con la mirada humilde y palabra incoherente, Hermelindo era la estampa de la confusión y el desamparo, y su presencia en el campamento despertó la curiosidad de todos. La camisa entreabierta dejaba ver una camiseta del Partido Auténtico y lucía un brazalete rojinegro del Movimiento 26 de Julio. Portaba un misal romano y dos cañas barnizadas con las que evidenciaba su devoción por San Lázaro.
A diferencia de Panchín, el otro hermano de Batista, que fue alcalde de Marianao y gobernador de La Habana, el dictador vedó a Hermelindo presencia en la vida social, si bien lo hizo elegir en dos ocasiones representante a la Cámara por la provincia de Pinar del Río. A causa de la enfermedad incurable que padecía, el bajo nivel cultural y su vida desenfrenada, Martha Fernández, la Primera Dama, le negó la entrada a Palacio. Hermelindo, que nunca concurrió a una sesión del Congreso, se entregaba a todo tipo de excesos en los barrios bajos habaneros.
«Rogando pasaba el tiempo para que se acabara la sangre en Cuba», declaró, ya en Columbia, el hermano de Batista. Dijo simpatizar con los «valientes revolucionarios» e invitó a los que lo rodeaban a que visitasen el altar de santería que tenía en su casa. Temblaba como una hoja. Un oficial rebelde le dijo: «No tenga miedo. Está entre personas decentes y nada ha de pasarle». Camilo Cienfuegos no demoró en devolverlo a su casa con escolta policial y todas las garantías.

27 corsages en un día

El 10 de enero, dos días después de la llegada a La Habana del Comandante en Jefe Fidel Castro, desaparecieron los grupos armados de las calles de la capital y cesó el constante ajetreo de los automóviles erizados de fusiles y ametralladoras. El empeño pacificador se impuso por la persuasión, el análisis y la discusión serena de los problemas nacionales. No enraizó la anarquía y el ciudadano se sintió tranquilo y seguro. Por otra parte, el líder de la Revolución advertía sobre «los revolucionarios del 1ro. de enero» que, con pistola calibre 45 al cinto y el número de la Gaceta Oficial que contenía la ley de presupuesto bajo el brazo, parecían querer empezar a empujar las mamparas de los despachos de los ministros.
Un día de enero de 1959, Haydée Santamaría, heroína del Moncada y la Sierra Maestra a la que, en abril del propio año, le tocaría organizar y presidir la Casa de las Américas, recibió 27 corsages y jarras de flores. Al día siguiente, cuando la florida remesa parecía que superaría la marca de la jornada precedente, Haydée se comunicó por teléfono con una de las floristerías desde donde se enviaban y prohibió que siguieran haciéndolo. Dijo al empleado que la atendió: «Haga poner las flores en la tumba de Enrique Hart o en la de cualquier otro joven asesinado durante la dictadura». Otra vez la llamaron de un periódico. Querían su fotografía. «La única que tengo, respondió Haydée, fue tomada en la Sierra, porto un fusil, visto el uniforme rebelde y llevo dos granadas al cinto… ¿Le sirve?». Su interlocutor, en la otra punta del teléfono, quedó estupefacto. Dijo al fin: «Es para la crónica social, señora. ¿No podría hacerse la foto en un estudio?». Haydée respondió que carecía de tiempo para eso.
No todos los detenidos provenían de las filas del Ejército y la Policía. Se requería asimismo a funcionarios civiles, como a Joaquín Martínez Sáenz que convirtió el Banco Nacional, que presidió, en la sucursal financiera del Palacio Presidencial y fue el responsable número uno del vandalismo económico del batistato. Lo apresaron en su propia oficina del Banco, junto a su segundo, el historiador pinareño Emeterio Santovenia. Fueron remitidos a la fortaleza de La Cabaña. Allí, Santovenia alegó problemas de salud, reales o supuestos, y el comandante Ernesto Che Guevara permitió que, bajo palabra, esperara en su residencia el curso de los acontecimientos, oportunidad que aprovechó para refugiarse en una Embajada.
La investigación que se llevó a cabo en la sede de la Confederación de Trabajadores de Cuba (que el pueblo renombró como CTK, para diferenciarla de la CTC) sacó pronto a relucir negocios escandalosos hechos con los fondos de los obreros, cajas de retiro desfalcadas y apropiación de las recaudaciones de la cuota sindical obligatoria. Fincas y edificios levantados con la sangre y el sudor del trabajador. La finca de Eusebio Mujal, máximo personero de la CTK, se valoró en cuatro millones de pesos. En la casa de la viuda del brigadier general Rafael Salas Cañizares, que fuera jefe de la Policía Nacional, se encontraron, entre otros valores, medio millón de pesos en bonos al portador de una compañía inmobiliaria.

El cuarto de los tesoros

Batista dejaría chiquitos a todos sus seguidores. En Kuquine, su finca de recreo de 17 caballerías, enclavada al borde de la Autopista del Mediodía y encerrada en el triángulo de comunicaciones viales que forman la carretera Central, la carretera entre Cantarranas y el entronque del Guatao y la carretera de San Pedro a Punta Brava, quedaron 24 maletas que Batista y su esposa no cargaron en el momento de la huida. En 300 000 dólares se calculó, a ojo de buen cubero, los marfiles, cristales, porcelanas, platería y objetos de oro almacenados en el llamado Cuarto de los Tesoros de la casa de vivienda de la finca, en tanto que en un lugar destacado de la biblioteca se exhibía un ejemplar de Vie Politique et Militaires de Napoleón, obra de A. V. Arnault, publicada en 1822, y también el catalejo que usó el Emperador en Santa Elena, así como dos pistolas que pertenecieron al vencedor de Austerlitz. Sobresalía una vitrina con las condecoraciones que Batista recibió a lo largo de su vida militar y una abigarrada colección de bustos de celebridades en las que Ghandi alternaba con Montgomery y Churchill, Stalin con el mariscal Rommell y Benjamín Franklin, y Juana de Arco con Dante y Homero; galería en la que no faltaba un Batista de mármol en abierta camisa deportiva.
Lo mejor estaba aún por ver. En un cuarto de desahogo, sepultadas por una montaña de libros viejos, había cinco cajas de madera y apariencia insignificante. Los auditores demoraron tres días en inventariar el contenido de aquellos cajones. Guardaban 800 joyas, casi todas de la esposa del dictador, valoradas en dos millones de dólares. Relicarios de oro con incrustaciones de brillantes, abanicos de marfil, broches de brillantes y esmeraldas, polveras de oro, las arras de la boda de Batista y Martha efectuada en la capilla de la finca el 24 de diciembre de 1948. El indio había sido el símbolo del Gobierno de Batista. Pues entre esas alhajas había una sortija de oro puro con la efigie de un indio que adorna el penacho de su cabeza con brillantes y otras piedras preciosas. Con todo, esto no era más que una pequeña parte de la fortuna del dictador. Aquello, sin embargo, no era lo mejor. Lo más valioso, dijo una empleada de la casa, llevaba ya mucho rato en Nueva York.

Atentados

Algunos de los primeros atentados planificados contra la vida del Comandante en Jefe quedaron en claro en fecha tan temprana como el mes de enero de 1959, hace 55 años. Un soldado del Ejército derrotado, detenido en El Cobre, confesó que con otros ex militares se gestaba un plan contra Fidel y para derrocar al Gobierno. Mezclado con los peregrinos que se dirigían al santuario, acechaba la ocasión para atacar un carro patrullero y apoderarse de su armamento. Una granada que portaba lo delató al hacer explosión.
También en aquellos días iniciales era detenido Allan Roberts Nye, un norteamericano de 32 años de edad. Pagado por la dictadura, que le ofreció diez mil dólares por su misión, subió a la Sierra Maestra con el pretexto de ofrecer a los rebeldes su experiencia de piloto. Eran otros los fines que perseguía. Nunca vio al Comandante en Jefe. Fue capturado en la montaña cuando ya Fidel llevaba semanas en La Habana. Le ocuparon un rifle de mira telescópica, un revólver 38 y abundante parque. El Jefe de la Revolución puso a Nye en manos de su madre y le pidió que lo sacara de Cuba y nunca más regresara.

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