Por Ángel Guerra
En la segunda fase de la
Revolución sandinista, Nicaragua, que siempre aparecía en el sótano entre los
países de América Latina y el Caribe, rivalizando en pobreza y marginación con
Haití, ha tenido avances sociales significativos. Sin embargo, estos y la resplandeciente
victoria electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en las
elecciones del 6 de noviembre pasado, en las que Daniel Ortega, su candidato a
la presidencia, obtuvo el 72.5 de los votos, han sido recibidas con un
silencio atronador por las corporaciones mediáticas y hasta por medios
progresistas que no han comprendido la trascendencia del sandinismo en la
geopolítica de la izquierda regional.
Es natural que
así sea en lo que concierne a los medios dominantes, pues ese resultado
electoral contradice a los teóricos del “fin de ciclo ”progresista”, que se
alegraron enormemente y argumentaron que sus tesis se confirmaban ante las
derrotas electorales de los gobiernos populares en los comicios presidenciales
argentinos, los parlamentarios en Venezuela, el referendo sobre la
repostulación de Evo Morales en Bolivia y el golpe de Estado
parlamentario-mediático-judicial en Brasil.
De modo que no
puede haber duda: la victoria electoral del FSLN constituye un magnifico
augurio para las elecciones de febrero en Ecuador, donde la fórmula Lenín
Moreno-Jorge Glass, de Alianza País goza de una importante aceptación y podría
imponerse en primera vuelta apoyada en la popularidad de su líder y fundador
Rafael Correa.
La rotunda
victoria obtenida por Daniel Ortega, con un 62 por ciento de participación
electoral –cifra que pocos países alcanzan en nuestra región-, fortaleció
políticamente a la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América(ALBA), mecanismo de unidad, integración y concertación política
más avanzado al sur del río Bravo, cuya concepción y práctica es fundada en una
relación de solidaridad y complementación entre sus miembros, como también en el
reconocimiento de los grados de desarrollo como principio rector de los apoyos
mutuos desde que fuera constituido por Fidel Castro y Hugo Chávez en diciembre
de 2004.
Nicaragua ha
diseñado una batería de programas sociales tales como Hambre Cero, Plan Techo,
Usura Cero, Merienda Escolar, Bono Productivo y Casas para el Pueblo, que en su
conjunto se dirigen a la disminución y erradicación del drama de la pobreza.
Una encuesta que abarca el período 2009-2014, asesorada y validada
por el Banco Mundial, reveló que la pobreza general decreció de 42.5 a 29.6 por
ciento, en tanto la pobreza extrema se reducía de 14.6 a 8.3 por ciento.
La investigación dio como resultado que 70 por ciento de los nicaragüenses
clasifica en la categoría de no pobre, algo inimaginable en los duros 17 años
de gobiernos neoliberales que precedieron al regreso de Daniel Ortega a la
presidencia en 2007. Estos arrasaron con los inmensos logros alcanzados por la
primera fase del sandinismo pese a estar sometido a una cruenta guerra de
desgaste y mediática por Estados Unidos, que llegó a minar los puertos de
Nicaragua para aislarla del mundo y tuvo una expresión muy sangrienta en los
embates de la contra, financiada y armada por el gobierno de Ronald Reagan.
Hasta el analfabetismo, erradicado en esos años volvió a florecer con el
neoliberalismo. Ortega debió relanzar la campaña alfabetizadora, coronada de
nuevo con el mayor éxito. Los programas contra la pobreza en el país
centroamericano han tenido el mérito de no basarse en el asistencialismo sino
en dotar a las familias de los medios que les permitan incorporase al trabajo
productivo, construir o reparar sus viviendas, o, en el caso de los niños y
niñas, recibir un importante suplemento alimenticio con el desayuno
escolar.
Muchas familias
pasaron de no tener nada a ser parte de la cadena productiva al proporcionarles
el Bono Productivo gallinas y vacas no solo para su subsistencia sino para
crear un excedente que les permite llevar al mercado leche, huevos y queso. La
experiencia comprende alianzas del gobierno con los empresarios. La FAO, por
otra parte reconoce que Nicaragua logró entre 1990 y 2014 reducir el índice de
población subalimentada de un 50.5 por ciento a un 16 por ciento. Todas las
cifras mencionadas son más que elocuentes y demuestran que el país de los
volcanes dejó de estar en el sótano de las estadísticas regionales gracias al
regreso del sandinismo al gobierno y que el éxito electoral del FSLN obedece a
ese cambio ostensible.
¿Por qué en una
subregión, donde como en México y salvo en Costa Rica, masas enteras emigran a
Estados Unidos, Nicaragua es la excepción? y también: ¿por qué a diferencia de
sus vecinos el crimen organizado no campea a sus anchas?
Los éxitos del
sandinismo, pese a estar el país atado al Tratado de Libre Comercio de
Centroamérica y República Dominicana, en una región históricamente
caracterizada por las intervenciones y la injerencia del imperialismo
estadounidense, han hecho que el Grupo de Trabajo del Foro de Sao Paulo, que
cobija a partidos de izquierda y movimientos sociales diversos de América
Latina y el Caribe decidiera sostener una reunión de reflexión en Managua los
días 11 y 12 de enero, con posterioridad al 10, en que se realizará la toma de
posesión de Daniel Ortega y su vice Rosario Murillo. Justamente, el
domingo 8 y lunes 9 se ha estado analizando por los participantes el Consenso
de Nuestra América, documento que se propone analizar las causas de las
mencionadas derrotas electorales o golpes de Estado exitosos contra los
gobiernos populares luego de una cadena de victorias que parecía imparable y el contragolpe que aquellos y los movimientos sociales deben asestar al
imperio.
Debemos tener muy
presente que Washington desencadenó una contraofensiva hacia los gobiernos
progresistas a partir de la incursión y bombardeo yanqui-uribista en territorio
ecuatoriano contra un destacamento de las FARC en misión de paz, que encabezaba
el comandante Raúl Reyes. También, el precedente golpe de Estado frustrado
contra el presidente Hugo Chávez y luego los exitosos contra sus homólogos
Manuel Zelaya, en Honduras; Fernando Lugo en Paraguay y Dilma Rouseff, en
Brasil. Además de los también frustrados contra los gobiernos de Evo y Correa.
No olvidar nunca
la guerra multidimensional del imperialismo contra la Venezuela bolivariana,
dentro de la cual la guerra económica y medíatica son componentes fundamentales
aunque no únicos. Ni tampoco la permanente política subversiva de Estados
Unidos contra Cuba. Aunque se hayan restablecido las relaciones diplomáticas,
ahí siguen el bloqueo y los fondos del presupuesto estadounidense para
financiar a la contrarrevolución.
Nicaragua sandinista, donde
también se
planifica el golpe blando ha ido siempre solidaria con sus hermanos del
ALBA y las causas justas de nuestra América, como la lucha por la independencia
de Puerto Rico, el derecho de Argentina sobre Las Malvinas y de Bolivia a
contar con una salida al mar. Una razón más por la que merece apoyo y
reconocimiento a sus logros.
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