El pueblo sigue leal a sus condiciones. Foto: L Eduardo
Domínguez/ Cubadebate.
Tomado de Cultura
y Resistencia
Por Enrique Ubieta Gómez
La guerra que se nos hace nos obliga a
mirarnos mejor, y a auscultar nuestras debilidades e
insuficiencias. Pero no será posible que comprendamos a cabalidad lo que pasa
en nuestras ciudades, sin entender lo que sucede en el mundo, y la peculiar
relación de nuestro país con los centros mundiales de poder.
La pandemia de COVID-19, al elevar el número de contagios y
de muertes, extenderse en el tiempo y tocar con su impredecible dedo a
cualquier vecino o familiar, incrementa el miedo y la frustración — que es
acrecentado por los errores humanos, por el cansancio de hombres y mujeres que
trabajan día y noche por salvar vidas en los hospitales y fuera de ellos o,
¿quién lo duda?, por el atolondramiento burocrático —, sobre todo ante la
insuficiencia de respiradores artificiales, de balones de oxígeno, de camas o
de antígenos.
¿Podría un país pequeño y de recursos limitados en rebeldía (es decir, en
guerra con la dominación trasnacional) acceder a una prosperidad material? Creo que sí, pero es imprescindible
definir el concepto de prosperidad desde la cultura socialista. No puede
olvidarse que la cultura hegemónica en el mundo es la capitalista, y que la que
llamamos socialista es apenas una contracultura sin una inserción económica
estable en el mercado global.
Alemania del
Este estaba obligada a competir en bienes de consumo con el Oeste, y a pesar de
que el nivel de vida de los alemanes orientales era muy alto — no solo con
respecto a los países de economía más débil — , fracasó en el empeño; el
consumismo (un término muy diferente al de consumo) resultado de una relación
en esencia capitalista entre los seres humanos y los objetos, necesario tanto
para el crecimiento económico de ese sistema como para la reproducción de sus
valores, acabó imponiendo sus normas inalcanzables y contradictorias para el
socialismo. La prosperidad en términos miamenses no solo es inalcanzable en el
contexto de una guerra de intereses trasnacionales, también es indeseable para
el proyecto nacional de Cuba.
Hace décadas
que el capitalismo trasnacional — cuya cabeza visible son los Estados Unidos —,
trabaja en el desmontaje de la unidad (consenso) de la Revolución. Se me dirá
con razón que la propia realidad resultante del llamado Período Especial
reabrió y estimuló las desigualdades latentes en la sociedad cubana y que la
estrepitosa caída del llamado campo socialista desestructuró el discurso y
desdibujó el horizonte.
La
batalla de Ideas no rescataba a los jóvenes ofreciéndoles mejoras
materiales, sino dotando sus vidas de sentido, haciéndolos saltar desde los
márgenes de la sociedad al protagonismo social.
En cuanto al
internacionalismo médico, me atrevo a decir que sus efectos estaban concebidos
más hacia adentro que hacia afuera, aunque en última instancia la solidaridad
revolucionaria, socialista, no concibe fronteras. Su sentido era más ideológico
que económico. Las dos retomaban la práctica de la solidaridad, que es el
corazón del socialismo en su largo y permanente proceso de conquista de la
justicia total. Ambos programas buscaban reciclar desde el protagonismo
juvenil, la vocación revolucionaria.
Entre los
años 1999 y 2000, en pleno tránsito de siglos, conviví con los médicos y
enfermeros cubanos del Programa
Integral de Salud en Centroamérica; los internacionalistas percibían
apenas 50 dólares mensuales y eran ubicados en las zonas más apartadas de cada
país, sin mayores comodidades. La misión era asumida con orgullo. En los
últimos años, el
Contingente Henry Reeve ha relanzado ese espíritu quijotesco, nunca
desaparecido en las múltiples misiones dispersas en el mundo, pero no siempre
asumido de la misma manera por todos sus integrantes. Desde la primera gran
misión en Paquistán, pasando por el heroico combate al ébola en África
Occidental, pero sobre todo, por su magnitud y significado, en estos casi dos
años de pandemia, el Contingente encarna el sentido revitalizador de la
ideología revolucionaria concebido por Fidel.
El imperialismo necesitaba diluir la ideología de la Revolución — sobre todo, después de la
desaparición física de Fidel —, que en el caso cubano es el nudo que sella la
unidad. En la segunda mitad de los años noventa del siglo pasado intentó
fracturar y desacreditar los nexos del marxismo con la tradición cubana de
pensamiento, en especial con el legado martiano. Pero en el nuevo siglo se
concentró en el ataque frontal al comunismo.
“Hay ideología allí, y solo allí — asumo la interpretación del filósofo
cubano Rubén Zardoya —, donde se ponen en juego los ideales sociales, donde se
producen, circulan y se consumen ideales sociales”.
Cito dos
esfuerzos paradigmáticos de la estrategia imperialista: A/ revertir el impacto
ideológico del internacionalismo médico cubano convirtiéndolo mediáticamente en
una mera transacción comercial, en la que el trabajador de la salud dejaba de
ser héroe para ser ‘esclavo’. Es decir, anular su excepcionalidad de
hombre-mujer nuevo, dispuesto a salvar vidas a riesgo de la propia sin un
interés de lucro, para insertarlo en el mundo de la compra-venta e igualarlo,
con pérdidas materiales, al resto de sus colegas del mundo.
No se trata
solo de impedir nuestras posibles ganancias económicas, entiéndase: para el
enemigo es más importante que parezca que todo se trata de pérdidas y
ganancias; B/ desvalorizar el deporte revolucionario y oponerlo al
profesionalismo — en el que algunos de nuestros deportistas pueden hacerse
millonarios — , convencernos de que este es superior y que fue un error
habernos alejado de él y sobre todo, de que los triunfos deportivos cubanos, en
la burbuja amateur, eran una ilusión propagandística del gobierno
revolucionario. En ambos casos — más en el segundo que en el primero —, esas
campañas enemigas encontraron defensores ingenuos o malignos en el seno de
nuestra sociedad. Ha sido muy positiva en mi opinión la movilización de los
brigadistas cubanos del Contingente Henry Reeve hacia el interior del país,
porque rompe con el falso concepto de que existen dos solidaridades, la externa
y la interna.
La intención
de desideologizar a la juventud cubana, que como he dicho en otras ocasiones,
no es más que una reideologización en sentido inverso, discurre en los
circuitos intelectuales por tres caminos:
1. La reactivación de las líneas ideológicas que precedieron a la unidad de
los revolucionarios cubanos, superadas o congeladas por la victoria de la unidad
fidelista, tanto de las corrientes derrotadas (por ejemplo, el anticomunismo),
como de aquellas que se integraron a la nueva visión, cualitativamente
diferente a todas. En este sentido, se ensalza el período de intensa lucha
ideológica que precedió a la conformación de esa unidad, como un momento de
máxima creatividad. Léase como demostración de la falsedad de esa tesis, el
aleccionador libro La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba
(1948–1964) de Iván Giroud, publicado de forma reciente por el ICAIC.
2. La interpretación del diálogo o de la unidad como el lugar de
convergencia de todas las ideologías, sin la preeminencia de ninguna. Se argumenta que la diversidad
actual de la sociedad cubana exige la aceptación de todas las corrientes
ideológicas, así como del multipartidismo. Recordemos que, de cuántas
ideologías existen, solo la que parte del marxismo es radicalmente
anticapitalista. En este punto los ataques se centran en el Partido Comunista —
objeto de una permanente demonización — que constitucionalmente rige los
destinos de la Patria.
Es necesario
comprender el contexto regional, donde los esfuerzos de construcción de caminos
anticapitalistas se sustentan más en concertaciones políticas ideológicamente
diversas, que en una construcción ideológica unitaria como la cubana. Ello
debido fundamentalmente al hecho de que esas experiencias regionales surgen de
elecciones burguesas, multipartidistas, y de que, a pesar de las medidas
revolucionarias, siguen siendo democracias burguesas, al menos de manera
formal. No puede desconocerse tampoco el hecho de que muchos teóricos y
antiguos militantes perdieron la fe y han renunciado en los hechos a la
superación del capitalismo, aunque su discurso siga apelando al
anticapitalismo.
La
estrategia enemiga es clara: desdibujar el acto revolucionario vaciándolo de
contenido, para confundir a la juventud desmovilizada. Puños en alto, huelgas
de hambre (o simulacros de ellas), madres pagadas vestidas de blanco como las
dignas Abuelas de la Plaza de Mayo, consignas recicladas. Traigo un ejemplo
reciente: un grupo de mujeres enjoyadas, reunidas en una calle de Miami, porta
carteles de apoyo a la candidata presidencial de la derecha peruana, y corea
‘peruanos unidos, jamás serán vencidos’. Comparan al inexistente Movimiento de
San Isidro (cuyos representantes alaban al imperialismo), con el poderoso Black
Lives Matter (antisistema), pero este, sabiamente, no cae en la trampa; y a los
que ultrajan los símbolos nacionales en Cuba y piden la invasión de su Patria
por el ejército de los Estados Unidos, con los que desacralizaban la bandera y
el himno del imperialismo estadounidense para protestar contra la invasión a
Vietnam o más reciente, contra el asesinato de afroamericanos por la policía.
La contraofensiva imperial acusa ahora a los líderes de la izquierda de
fraude y corrupción — lo que de manera habitual sucede con los líderes de
la derecha —, sometiéndolos a juicios donde la verdad y la mentira se solapan.
Mienten a conciencia cuando hablan de desaparecidos en Cuba. Enrolan a
incautos, a personas buenas e ignorantes, cuando piden que cese la represión en
el país (¡no en Colombia, no en Chile, no en los Estados Unidos!).
La izquierda
y la derecha son presentadas como lo mismo. Nos han dicho, con inusitado
cinismo, que vivimos en la era de la posverdad. Un joven contrarrevolucionario,
ante las evidencias incontestables de que su lidercillo simulaba la huelga de
hambre (mientras la Unión Europea y los Estados Unidos clamaban por su vida),
ripostó: “no me importa que sea mentira, seguiré diciendo que es verdad”. El 11
de julio, en Cárdenas, una muchacha que participaba en la manifestación contrarrevolucionaria
respondía a un funcionario del Partido sobre si recibía o no dinero por ello:
“Sí, ¿y qué? A ti también te pagan”.
Sobre el uso
cada vez más intenso y coordinado de las nuevas tecnologías para la penetración
cultural, la conformación de estados de opinión, de consensos
contrarrevolucionarios, la invención de realidades y la propagación de mentiras
elaboradas de forma consciente, la convocatoria y la conducción de los
manifestantes por parte del imperialismo, se ha escrito bastante en estos días.
El estudio de lo ocurrido antes, durante y después del 11 de julio, es
revelador. Prefiero, no obstante, dejar a otros este importante tópico que
apunta sobre todo a las formas empleadas en el combate, para insistir en sus
contenidos.
¿Cuáles son los reclamos? ¿A qué se refieren con ese término? Escuché algunas consignas
abstractas como ‘libertad’, o como ‘Patria y vida’ (que en realidad es solo la
primera parte de la consigna ‘Patria o muerte’, si se atiende al hecho de que
después de Patria no hay una ‘y’ sino una ‘o’), algunas ofensas groseras al
Gobierno y a los gobernantes cubanos, pero no reclamos. Pude escuchar también y
seguir los del grupo que se concentró frente al Ministerio de Cultura el pasado
27 de noviembre — no todos eran artistas —, cuyo liderazgo fue acaparado de
forma rápida por figuras de reconocidos vínculos con entidades oficiales o
paraoficiales del gobierno estadounidense.
En este
caso, con un poco más de elaboración, emergía la añorada reideologización
envuelta en reclamos de carácter liberal-burgués, uno de ellos en verdad
inusitado (que jamás el capitalismo ha practicado contra sí): que se permita,
sin interferencias, el derrocamiento del modelo socialista. Tanto fue así, que
los que pidieron un diálogo, huyeron de él cuando fueron convocados. Insisto en
esto, para los que subestiman la necesaria defensa de la ideología
revolucionaria; en los últimos años se debilitó la capacidad movilizativa del
país mientras se aplicaban políticas que priorizan la iniciativa individual, y
la ideología liberal avanzó en algunos sectores de la sociedad.
Los llamados
reclamos en estos grupos están marcados por esa ideología. Es ridículo hablar
de empoderamiento popular, si en los verdaderamente afectados por la pobreza,
el bloqueo y la pandemia, no se manifiesta una conciencia de clase. Aceptamos
el diálogo en los marcos de la Constitución socialista (partido dirigente,
ideología martiana, marxista, leninista y fidelista), que fue votada por
una abrumadora mayoría de cubanos. A nadie se someterá para ello a exámenes
ideológicos.
La ideología revolucionaria no puede entenderse como discurso, y jamás
podría esconderse en la abstracción. Si la estrategia imperialista es vaciar de contenido
las consignas y los símbolos revolucionarios, la nuestra es proteger y hacer
crecer esos contenidos. Y aquí sí nos corresponde mirarnos por dentro, rescatar
la mirada fidelista que construya un horizonte de prosperidad diferente al de
los explotadores.
Ese
horizonte tiene que ser ambicioso, mientras más pequeño, más viciada serán las
aguas, y los remeros dejarán de cumplir con su función: nuestra meta es la
justicia total, aunque sepamos que es una utopía solo en parte realizable. Si
ese horizonte no se asume como sueño colectivo, cada uno trazará su propia
ruta, se acomodará a sus propias expectativas, se ocupará de sí mismo.
Para ello es preciso construir y reconstruir consensos, una y otra vez, porque la realidad
teje espontáneamente los suyos, y la maquinaria reproductora del imaginario
burgués la envuelve en celofán. Los revolucionarios no administramos consensos
hechos, construimos los nuestros. Rescatar y rescatar a los más desprotegidos,
era la consigna de la Batalla de Ideas, y habrá que reintentarlo sin
concesiones.
La brújula no es la letra de un manual o de cualquier otro texto aprobado en un congreso; la
brújula, como siempre dijo Fidel y ha repetido Raúl, es el pueblo.
Estrechamente
vinculada con estos conceptos de alcance estratégico, verdaderamente
estratégico para el presente y el futuro de la Patria — confirmaba Raúl en
Santiago de Cuba, el primero de enero de 2014 — , está la frase pronunciada por
Fidel aquí, casi a esta misma hora, desde ese balcón exactamente, hace hoy 55
años, con la que, por su eterna vigencia deseo concluir mis palabras, cito: “La
Revolución llega al triunfo sin compromisos con nadie en absoluto, sino con el
pueblo, que es al único que le debe sus victorias». Cincuenta y cinco años
después, en el propio lugar, podemos repetir con orgullo: ¡La
Revolución sigue igual, sin compromisos con nadie en absoluto, solo
con el pueblo!”. Desde luego, no se trata de hacer todo lo que la ‘gente’ dice
o piensa (ya sabemos cómo se construyen en el mundo los estados de opinión,
cómo repetimos opiniones prefabricadas como si fueran nuestras), que por lo
general es lo que un grupito dice que ‘la gente’ dice. Estar con el pueblo es
ser parte de él.
La esencia de un Gobierno revolucionario no se define en el arte de la
gobernabilidad. Ello es un requisito, pero no el resultado de medidas de equilibrio que
responden a coyunturas específicas. No hay que olvidar que bordeamos un
precipicio, por un camino estrecho — en tanto no es posible atravesar la
montaña — , y que todo ‘colabora’ para hacernos caer: el viento natural y un
ejército pagado de sopladores de viento.
Nada
garantiza que no nos despeñemos, solo la fuerza colectiva de nuestro pueblo y
la plena identificación con los humildes puede impedirlo. Es el camino que
debemos transitar. El crecimiento económico por sí mismo no define el triunfo
final de ese recorrido.
Hay que movilizar a las masas, dar protagonismo a los jóvenes, redimir en actos la ideología de la Revolución. Lo sucedido el 11 de julio en Cuba no contiene un ‘punto de giro’ en la práctica política nacional, como desean los que no pueden ya distanciarse del concepto burgués-liberal de democracia, pero puede ser, más allá de su evidente planificación y monitoreo desde Washington, un golpe de brújula, que nos recuerda hacia dónde hay que mirar. Creo que hay conciencia de ello, y por eso, ahora, somos más fuertes.
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