Tomado de La Jiribilla. Revista de
Cultura Cubana
Luis Toledo Sande
Entre los factores objetivos y subjetivos
que una revolución necesita para realizarse cuentan —no son los únicos— la
situación que la haga posible, un liderazgo acertado y, con él, una vanguardia
en que no faltarán individualidades relevantes. Pero hay una fuerza que no
puede faltarle: la del pueblo, por muy heterogéneo y complejo que sea.
Los propios imperialistas, para quienes los pueblos poco valen, aprecian,
a su pesar, el papel que estos desempeñan en una revolución. Hace ya más de
sesenta años el gobierno de los Estados Unidos instauró el bloqueo contra Cuba,
con el propósito expreso de privar al líder Fidel Castro —es decir, a la
Revolución forjada y encabezaba por él— del amplio apoyo popular que tenía.
Afincado en la senda histórica de la nación, ese apoyo intervino en el
triunfo del Ejército Rebelde, y se fortaleció luego, al demostrar la Revolución
que era un proceso verdaderamente democrático. De lo contrario, los esfuerzos
del líder y la vanguardia que lo seguía no habrían podido enfrentar con éxito
los obstáculos surgidos o fabricados desde el propio 1959, con la feroz
hostilidad imperialista.
La resistencia del pueblo cubano ante las penurias generadas o agravadas por el criminal bloqueo no se explica como efecto de resignación o cobardía alguna, ni como expresión de ignorancia. Es el mismo pueblo que hizo posible la derrota del colonialismo español y del neocolonialismo estadounidense, y que se enfrentó a tiranías cruentas, que torturaban y asesinaban sin miramientos, en particular la batistiana.
La resistencia del pueblo cubano ante las penurias generadas o agravadas por el criminal bloqueo no se explica como efecto de resignación o cobardía alguna, ni como expresión de ignorancia. Es el mismo pueblo que hizo posible la derrota del colonialismo español y del neocolonialismo estadounidense, y que se enfrentó a tiranías cruentas, que torturaban y asesinaban sin miramientos, en particular la batistiana.
Su apoyo a la Revolución lo
fundamenta un hecho: desde el comienzo ella lo benefició con el desarrollo de
un sistema de salud y otros bienes esenciales, como la dignidad, la seguridad
laboral, el derecho a la vivienda y la instrucción masiva, que dio solidez y
carácter consciente a la respuesta dada a los reclamos revolucionarios.
La Campaña Nacional de Alfabetización fue
una conquista de valor irreversible. Sus efectos llegan hasta hoy y se
prolongan en frutos como el avance científico del país. Librada en 1961, estaba
implícita en el programa del Moncada, y fue la coronación de pasos que se
dieron desde 1959.
Los fusiles que brazos del pueblo levantaron resueltamente el 16 de abril
de 1961 al proclamarse el carácter socialista de la Revolución, evidenciaron la
confianza en que había llegado para Cuba una era de los humildes, con los
humildes y para los humildes y, por tanto, de renovada lucha antimperialista.
La proclamación la hizo el Comandante en Jefe al despedir el duelo de las
víctimas de los bombardeos con que en la víspera el gobierno estadounidense
intentó destruir la defensa aérea de Cuba para facilitar lo que sería la tarea
de los mercenarios en Girón. Y pronto el apoyo al socialismo se ratificó de
modo rotundo: en poco más de sesenta horas de lucha heroica fue aplastada la
invasión mercenaria, que empezó el 17 de abril.
Si en 1959 y en 1960 la Casa Blanca y su vocinglera caja de resonancia
miamense, catalizadora de actos diabólicos, brindaron en navidad y en noche
vieja por “el último año de la Revolución Cubana”, aquella derrota —a la que se
sumaría la de los mercenarios alzados en distintos puntos de la Isla— selló lo
que sigue siendo la sostenida frustración del gigante imperial ante un pequeño
país indoblegable.
En respuesta a esa realidad, la voraz potencia recrudeció el bloqueo y
sus campañas de terrorismo, odio y mentiras en busca del ablandamiento
ideológico entre las filas revolucionarias. Por su parte, la Revolución sabría
y sabe que es urgente acometer todo lo necesario y digno para darle al pueblo
el bienestar y la vida amable que merece y el bloqueo le impide tener.
En medio de ese deber sería injusta ingratitud olvidar el esfuerzo de
quienes, sin esperar siquiera por salarios a la altura de su esfuerzo, han
trabajado durante décadas para satisfacer las necesidades de la patria. Hoy la
heterogeneidad del pueblo se hace más visible, en lo que influirá el cese de la
prolongación de restricciones que la Ofensiva Revolucionaria fijó en 1968. Por
indispensable que fuera en sus inicios, su permanencia puede haber creado
obstáculos: por sí misma y por los escollos que la realidad, bloqueo incluido,
le ha impuesto al país.
“Si el pueblo no protagoniza protestas contra sus penurias, y —sobre todo
cuando la información funciona con la agilidad y la claridad necesarias— no
secunda llamados a marchas supuestamente pacíficas y destinadas a reclamar el
bien que él merece, no será por ceguera ni por obediencia”.
Efectos heredados de la Ofensiva Revolucionaria pueden hacer más
llamativas las transformaciones hechas para rebasarlos, como la diversificación
de actores económicos, que no se debe satanizar ni idealizar. Pero se diría que
en ocasiones la divulgación de méritos escora hacia el “sector no estatal”,
rótulo en el que a veces se percibe, como en “cuentapropistas”, un eufemismo
para no hablar de “sector privado”.
Alabar y estimular a quienes hoy desde ese sector resuelven problemas de
la nación a la vez que pueden lograr para sí ingresos apreciables, no autoriza
a olvidar a quienes se pasaron la vida emprendiendo por la vía
colectiva para bien del pueblo, a menudo con remuneración más que magra: al
menos en efectivo, porque los servicios sociales son también una forma de
retribuir el trabajo, del que ellos nacen. Pero esa realidad puede haberse
visto opacada por nociones “paternalistas”.
Se habla aquí de propiedad social. La que a
menudo con excesiva tranquilidad se califica de estatal es la propiedad social
de todo el pueblo. Si por algún motivo o desenfoque no lo es, o no
lo es del todo, o no funciona plenamente como debe funcionar, han de tomarse con
prisa y sin pausa todas las medidas necesarias para que lo
sea, y
se vea que lo es.
Es justo enaltecer lo que le haga bien al país por parte de todos los
sectores, incluido el privado. Pero duele que a veces no se mencionen con la
claridad y la intensidad necesarias los aportes de quienes trabajaron toda su
vida en el área de la propiedad social, y siguen haciéndolo, sin la aspiración
de obtener ingresos con que enriquecerse.
El dolor aumenta al pensar en quienes trabajaron a cambio de lo que se
puede considerar “salarios simbólicos”, y al haberse jubilado reciben pensiones
insuficientes determinadas por esos salarios, mientras quienes empiezan a
trabajar en la actualidad lo hacen con salarios “reales”, lo que está bien.
Aunque la inflación, calamidad que nos corroe y urge revertir, puede hacer que
no haya salario que valga para encarar la criminal embestida de los precios.
Que aun en medio de esas condiciones la Revolución siga teniendo el apoyo
mayoritario que merece —aunque sería iluso suponerlo libre de mellas causadas
por un entorno corrosivo—, confirma que su significación sigue estando clara en
la conciencia popular. Y ratifica el deber que la Revolución sigue teniendo con
la suerte del pueblo. Lo han expresado con honrada claridad sus principales
dirigentes, y urge que los hechos sigan calzando esas declaraciones con logros
cada vez más palpables.
En las arduas circunstancias que vive el
país, con una potencia imperialista genocida empeñada en asfixiarlo con el
recrudecimiento del bloqueo, y ahora con una pandemia letal, no es seguro que
puedan alcanzarse todos los frutos necesarios. Pero se ha de intentar con la
mayor celeridad y con toda la inteligencia posible, porque es un deber mayor, y
para que nadie pueda tener ni promover dudas sobre el carácter popular de la
Revolución.
Si el pueblo no protagoniza protestas contra sus penurias, y —sobre todo
cuando la información funciona con la agilidad y la claridad necesarias— no
secunda llamados a marchas supuestamente pacíficas y destinadas a reclamar el
bien que él merece, no será por ceguera ni por obediencia. Se debe a que sabe
dónde está la principal causa, no la única, de sus penurias, y sabe asimismo
que sus expresiones de insatisfacción servirían de pretexto para justificar
acciones de lesa humanidad contra el país, no “humanitarias”.
El pueblo merece respeto, y
que se sepa que, además de no ser abulia ni resignación, su capacidad de
resistencia no es un cheque en blanco del que extraer crédito indefinidamente.
Se trata del pueblo que ha sido y es consecuente con su “¡Patria o Muerte, Venceremos!”
como el modo digno de asumir y defender la vida.
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