jueves, 27 de septiembre de 2018

Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. Las puertas de Cuba hacia la solidaridad


Tomado de Contexto OceanSur
Por Ana Carla Jiménez Hernández


El triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959 reavivó un fervor independentista en América Latina, al tiempo que crecía el temor del gobierno norteamericano por el éxito internacional de los barbudos de Fidel Castro. Las primeras medidas de nacionalización, el creciente apoyo popular y la admiración internacional hacia Cuba, contribuyeron a que los Estados Unidos comenzaran a fomentar el terror hacia el proceso revolucionario, incluyendo fuertes campañas mediáticas contra Cuba. En este contexto nació el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), cuya tarea principal fue dar a conocer la realidad de la Isla al mundo.


El ICAP se fundó oficialmente en diciembre de 1960, aunque ya venía trabajando como instituto desde mucho antes. Los primeros trabajadores participaron en la Operación Verdad, que desmintió la difamación al gobierno cubano durante los juicios a torturadores y asesinos de la dictadura batistiana en el año 1959.

Más allá de su principio fundacional, el ICAP desempeñó un sinnúmero de tareas muy diversas durante sus primeros años: coordinó visitas de personalidades afines al proceso revolucionario, organizó las primeras conferencias tricontinentales de apoyo a los pueblos de África, Asia y América Latina, sirvió de sede para intercambios de Fidel y el Che Guevara con numerosas delegaciones interesadas en Cuba y asumió las Relaciones Internacionales de muchos ministerios e instituciones cubanas que carecían de departamentos con esta función específica.

A principios de los años sesenta, muchos cubanos que habían tenido que exilarse en los Estados Unidos por razones políticas o económicas, decidieron regresar a Cuba, reencontrarse con sus familiares y apoyar el proceso revolucionario. Vinieron muchos barcos con personas repatriadas y fue también misión del ICAP, siempre respaldado por el gobierno y el Partido, atender a esos ciudadanos, ofrecerles casa, trabajo y escuela para los más pequeños.

Un momento crucial del trabajo de ayuda solidaria de la institución fue la acogida de exiliados latinoamericanos que llegaron a Cuba huyendo de las dictaduras en sus países. Como consecuencia de la Operación Cóndor, Latinoamérica sufrió una larga etapa de dictaduras y golpes de Estado que acabaron con la soberanía y autodeterminación de los pueblos. En aquel momento Cuba abrió sus puertas para dar asilo a todos los perseguidos que decidieran venir a refugiarse en el país. Así el pueblo acogió bolivianos, argentinos, brasileños, colombianos y —sobre todo— chilenos. Muchos de ellos regresaron a sus países cuando se instauró la democracia, pero otros aún viven en Cuba. 

¿Qué podemos hacer por Cuba? Los movimientos de solidaridad

Los movimientos de solidaridad con Cuba son agrupaciones de personas interesadas en colaborar mediante sus propios esfuerzos con el pueblo de la Isla. 

A inicios de la Revolución, existían personalidades de la cultura, el arte y la política que se sentían atraídos por la efervescencia que se vivía en Cuba; viajaban al país pero lo hacían de manera aislada. 

Cada vez fueron más los pueblos y regiones que quisieron apoyar el desarrollo del proceso socialista. Surgieron entonces, de forma espontánea —y, en ningún caso, creadas o dirigidas por el ICAP—, disímiles organizaciones interesadas en colaborar con Cuba y que serán atendidas directamente por este organismo.

En la primera década revolucionaria hechos como la invasión mercenaria por Playa Girón o la crisis de Octubre, exacerbaron el movimiento de solidaridad. Amigos de todo el mundo se unieron a la causa; de forma individual o colectivamente, la ayuda crecía a la par que las amenazas imperialistas. 

Después, en la década de los setenta, este movimiento solidario se tornó mucho más político. Mientras emergían nuevos procesos revolucionarios —sobre todo en Centroamérica—, el movimiento de solidaridad con Cuba redireccionó su atención y apoyo hacia esos pueblos del continente. Como consecuencia la solidaridad se nucleó alrededor de partidos políticos y movimientos, en su mayoría de carácter marxista y socialista.

Esta estabilidad del movimiento solidario hacia la Isla se mantuvo hasta la caída del Campo Socialista a principios de los años noventa cuando se recrudeció la política hostil de los Estados Unidos hacia Cuba y comenzó el llamado «Periodo Especial» en tiempos de paz. 

Ante la crisis económica desatada, la solidaridad adquirió un nivel de organización nunca antes visto. La pregunta era: « ¿qué podemos hacer por Cuba?». Fue el momento de más auge, por consiguiente, de la ayuda que prestaron al país los movimientos. 

Así vinieron por primera vez a Cuba los Pastores por la Paz, una organización religiosa norteamericana que, dirigida por el reverendo Lucius Walker, siempre estuvo dispuesta a no dejar que el gobierno de los Estados Unidos impidiera su labor humanitaria. Este fue probablemente el movimiento más fructífero de estos años, tanto así que comenzó siendo un proyecto humanitario de solidaridad y terminó radicalizándose y uniéndose a la causa de la lucha contra el bloqueo de Estados Unidos contra Cuba. 

Si Cuba pudo enfrentar y paulatinamente salir del Periodo Especial fue en parte gracias al esfuerzo de las más de dos mil asociaciones solidarias que se conformaron en 190 países. 

En la actualidad, el movimiento de solidaridad incluye varias organizaciones que se unen por países, Partidos, organizaciones sindicales o gremiales, movimientos de campesinos, de mujeres, que incorporan como parte de su agenda la solidaridad Cuba y la necesidad de conocer y difundir en el mundo la realidad cubana. 

No siempre la solidaridad hacia el país se manifiesta a través de grupos u organizaciones establecidas. También existen individuos que, a título personal, participan y colaboran con el pueblo cubano en favor de su bienestar. 

En determinado momento todos estos actores del movimiento de solidaridad con Cuba sintieron la necesidad de realizar encuentros nacionales de solidaridad, incluso hasta regionales, para colaborar entre sí y ayudar de forma más organizada. Estos encuentros se realizaron de manera autogestionada y, en dos ocasiones, Fidel asistió a estos encuentros mundiales, con sede en el ICAP. 

Brigadas Internacionales. El campamento Julio Antonio Mella. 

Dentro de los Estados Unidos, alrededor de los años sesenta, como resultado de la lucha por los derechos civiles, de la lucha contra el racismo y contra la guerra en Viet Nam, emergió una juventud norteamericana con posiciones revolucionarias, inmersas en ese proceso sintieron curiosidad por conocer Cuba y su realidad. 

Aun cuando su país no permitía que viajasen a la Isla, un grupo de estos jóvenes vinieron a ver con sus propios ojos qué estaba pasando en Cuba. Esa primera brigada estuvo tres meses y participó en el corte de caña durante la zafra de los diez millones. La brigada «Venceremos» es considerada la fundadora del movimiento de brigadas internacionales. 

Después surgió la brigada «Antonio Maceo» que integraba a jóvenes que habían ido a vivir en Estados Unidos o que habían nacido allá, pero sus padres eran cubanos. Ellos quisieron entonces reencontrarse con un mundo nuevo y diferente al suyo, siempre con el ánimo de ayudar y colaborar con Cuba.

Ambas brigadas se han mantenido viniendo al país durante décadas y a ellas se han unido la suramericana, la nórdica, la australiana, la europea, y brigadas de todas partes del mundo. 

El campamento «Julio Antonio Mella» es la instalación donde se albergan y desarrollan su programa de actividades. Los integrantes de las brigadas se cubren sus gastos en Cuba. 

Los brigadistas vienen por un periodo de 15 a 21 días, durante ese tiempo se realizan trabajos voluntarios en los alrededores del campamento; visitan lugares de interés económico, político, cultural; recorren distintas provincias; tienen un encuentro con los Comités de Defensa de la Revolución; y se les ofrecen conferencias sobre el sistema electoral cubano y la política exterior, entre otros temas. Siempre regresan a sus países muy satisfechos por lo que aprenden sobre Cuba y que normalmente es ocultado por los medios internacionales de comunicación. 

Existe una tradición entre brigadistas: contar cuántas veces han venido a Cuba y a cuántas generaciones de su familia han traído. Algunos sienten un gran apego por nuestro país, tanto así que, a la entrada del campamento internacional, frente al sitio histórico, hay un pequeño cementerio donde descansa una veintena de ellos, cuyo último deseo fue ser enterrado allí.

Un dato interesante es que, no necesariamente los integrantes de las brigadas internacionales pertenecen a un movimiento en específico de solidaridad con Cuba. Aunque muchas veces ocurre que una vez que regresan a sus países de origen deciden incorporarse a alguna de estas organizaciones.

La lucha continúa 

En los últimos años el ICAP ha enfrentado, junto al pueblo, batallas definitorias para la historia de la Revolución. Entre ellas, lograr el regreso del niño Elián fue una de las más cortas y de las más intensas. Miles de amigos en el mundo se movilizaron en función de aquella campaña. Casi de inmediato comenzó otra, mucho más larga…la lucha por la liberación de los cinco héroes cubanos que guardaban injusta prisión en los Estados Unidos. Amigos de todas partes se unieron para lograr que volvieran a su Patria, como había prometido Fidel.

Quizás fue la tarea más extendida que cumplió el ICAP por quince años. Cuando el movimiento de solidaridad preguntaba: ¿qué podemos hacer por Cuba?, siempre el Instituto respondía: Luchar por los cinco. Por esa demanda se creó el Comité Internacional por la Liberación de los Cinco que trabajó codo con codo junto al ICAP.  

La movilización tuvo un enorme impacto. En cada rincón del al que pudiera llegar la solidaridad, se hablaba de los cinco. El movimiento creció de manera notable. Muchas personas que se unieron a la lucha no solo por amor a Cuba o por compromiso político, sino por elementales sentimientos de piedad, justicia y humanidad. Incluso, abogados que no compartían los ideales de la nación caribeña ayudaron por considerar que se cometía una violación del Derecho Internacional por parte de los Estados Unidos. 

Por eso hoy, después del regreso de los cinco, el Instituto se complace con que tener como presidente al Héroe de la República de Cuba, Fernando González Llort. 

Luego del regreso de los cinco y de la declaración del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos, muchos amigos que integraban los movimientos de solidaridad pensaron que la lucha había terminado. Pero no, quedan muchas batallas por librar: la devolución de la base naval en Guantánamo, la eliminación del bloqueo económico, desmentir y desmontar las campañas mediáticas que continúan contra Cuba, por solo citar algunas. En este contexto, para el ICAP la lucha es y será interminable. Las puertas de Cuba hacia la solidaridad estarán abiertas para siempre.

ENTREVISTAS

Era nuestra casa 

Irma Sehwerert Mileham cuenta su primer encuentro con el ICAP en el año 1961 y su relación con el Instituto durante la lucha por la liberación de los Cinco. 

Nosotros estábamos vinculados, tanto el padre de mis hijos como yo, al Movimiento 26 de Julio, allá en la ciudad de Chicago. Me fui de Cuba para los Estados Unidos con apenas 14 años. Inmediatamente que empezó la lucha de Fidel en la Sierra Maestra, nos interesamos por el tema de nuestro país. Recuerdo que se creó una célula del 26 y una organización que se llamaba Pro-Justo Trato a Cuba, integrada por norteamericanos de izquierda, gente muy buena y preparada. Cuando triunfa la Revolución decidimos regresar a Cuba, pero en la organización nos orientaron que no era el mejor momento, que allá seríamos de mucha más ayuda. 

Cuando en abril del 1961 ocurrió la invasión mercenaria por Playa Girón, los cubanos que vivíamos en Estados Unidos sentimos mucha vergüenza e indignación. Entonces, en octubre de ese mismo año, regresamos en un barco que traía unos doscientos y poco más de repatriados. Así fue nuestro primer encuentro con el ICAP.

Realmente nos sorprendió el tratamiento que se nos dio y toda la atención que recibimos. Se nos ofreció un trabajo y una escuela para René, porque Roberto todavía era muy pequeñito y yo no quise becarlo. El ICAP fue un apoyo muy grande para nosotros porque llevábamos muchos años fuera de Cuba. Nos daban conferencias para actualizarnos de la situación y las necesidades del país. 

A través del Instituto nos dieron una casa, porque aquí nosotros no teníamos más que a mi suegra, quien nos albergó en su cuartico durante el primer año. 

Pienso que si el ICAP no hubiera existido, nosotros nos hubiéramos sentido muy desamparados. El Instituto se ha caracterizado desde esa época, y hasta la fecha por tener un personal muy asequible, muy sencillo, cariñoso; siempre nos trataron como si acogieran a su propia familia. Nos sentimos muy apoyados. 

Después que nos incorporamos a la sociedad —mi esposo y yo al trabajo, los muchachos a la escuela— no tuvimos más vínculo con el ICAP hasta que se hizo público el tema de los Cinco.

Al igual que nos sucedió en 1961, nos sorprendió el afecto el cariño, todo lo que se volcó en ese ICAP para ayudar a la liberación de los Cinco. Creo que si no hubiera sido por ese trabajo que se hizo no se hubiera dado a conocer el tema de la manera tan amplia como se dio. No había un minuto en el que no se desplegara un aparato de movilización para hablar de ellos, no había delegación que llegara a Cuba con la que nosotras, como madres y esposas, no nos reuniéramos. 

El ICAP era nuestra casa, nuestra familia. No sé cómo ellos podían reunir a tantas personas de tantos países en un mismo lugar y dar a conocer la injusticia que se estaba cometiendo contra los Cinco. Durante el coloquio de Holguín, y también cuando las delegaciones venían al campamento, estábamos nosotras allí para que conocieran el tema y lo hicieran extensivo a todos los rincones del mundo.

Tengo la mejor opinión de esa organización. No sé qué nos hubiéramos hecho si no hubiera sido por el ICAP, la verdad. Y ahora que Fernando está allí de Presidente, estamos más unidos todavía.

Merece el premio Nobel de la Paz

El chileno Ulises Mitodio estaba en Cuba estudiando Medicina cuando reunieron a todos sus compatriotas en la escuela de Girón y les dieron la noticia del golpe de Estado a Salvador Allende. Desde ese día, vive en la Isla. Hoy cuenta su relación con el ICAP. 

Soy del primer grupo de chilenos que vino a estudiar Medicina a Cuba en 1972, después de que el compañero Fidel fuera a Chile y ofertara becas para que jóvenes de nuestro país pudiéramos venir a estudiar. Quinientas becas. En el primer grupo llegamos cien, en 1973 llegaron ochenta y tres y hubo cuatro grupos a los que los sorprendió el Golpe allá. Desde nuestra llegada a Cuba, nos atendió el ICAP. 

El Instituto siempre fue nuestro eslabón con la sociedad civil cubana y con el gobierno, la tabla de salvación de muchos chilenos que nunca hubiésemos tenido la oportunidad de estudiar. Soy hijo de un obrero y de una madre analfabeta ama de casa, si no me dan esa beca, nunca hubiese podido formarme de la forma en que lo hice.

Cuando se produce el golpe de Estado en Chile, los representantes del país en el exterior, principalmente los embajadores que eran del campo socialista, se reúnen en Roma y se ponen de acuerdo para no reconocer al gobierno fascista de Pinochet, y proponen que todas las embajadas se convirtieran en Comités de Resistencia Antifascista. De aquí de Cuba no fue nadie a la reunión en Roma, pero Volodia Teitelboimh —que era dirigente del Partido comunista— se comunica con la embajada de Chile en La Habana y le transmite a Fidel y al Consejo de Estado la solicitud, acordada en Roma. Desde ese momento, 8 de octubre de 1973, la embajada pasó a ser el Comité Chileno de la Resistencia Antifascista.

La casa se convierte en el asilo de miles de chilenos que fueron llegando a Cuba, huyendo de la dictadura. Desde septiembre de 1973 hasta enero de 1974 llegaron aquí 1473 personas.

Gran parte de la atención a esos refugiados, el aseguramiento material, de alimentación y todo lo que tiene que ver con la parte administrativa, correspondió al ICAP. Lo que es hoy la Casa Memorial Salvador Allende, ayer Comité Chileno, siempre estuvo en estrecha conexión con el Instituto.

En aquel entonces también la Central de Trabajadores de Cuba, que dirigía el compañero Lázaro Peña, asignó un apartamento por edificio de las famosas microbrigadas, para que vivieran los asilados en Cuba, que no solo éramos chilenos, había bolivianos, argentinos, brasileños, de todos los países que sufrían las dictaduras en los setenta. Esto fue no solo en la capital, sino también en Santa Clara, Cienfuegos, Santiago de Cuba.

No todos los asilados se quedaron, a algunos no les gustó Cuba. Se quedaron los revolucionarios, la gente más comprometida. El ICAP no solo se encargó de la ayuda material, sino también de la prestación de servicios de salud, la educación, conseguir los círculos infantiles para las familias con niños pequeños, buscarles trabajo a los profesionales y a los no profesionales, insertar a un grupo grande de niños en las primarias, en las secundarias, a los jóvenes en las universidades. Cuba ha dado tanta solidaridad al pueblo chileno, que es inmerecido el trato que tienen esos gobiernos hacia la Isla.

Si hay alguien que se merece un premio Nobel de la Paz ese es el ICAP, por todo lo que ha significado y sigue significando su trabajo solidario. 

No es necesario pedir permiso para ejercer el amor al prójimo 

El reverendo Raúl Suárez es pastor bautista, miembro a la Asamblea Nacional el Poder Popular y fundador y director del Centro Memorial Martin Luther King. Su relación con el ICAP data desde inicios de la Revolución Cubana y se intensifica sobre todo en relación con las brigadas de los Pastores por la Paz que comenzaron a venir a Cuba cuando se recrudeció el Periodo Especial.

El ICAP se convierte desde muy temprano en un interlocutor de cooperación del Consejo de Iglesias de Cuba con el gobierno. A inicios de los años sesenta las relaciones nuestras con el Estado, con el Partido o con las organizaciones revolucionarias era mínima, no existía prácticamente; el ICAP significó entonces el eslabón fundamental para ese intercambio.

La iglesia tenía y tiene muchas organizaciones progresistas fuera de Cuba, el Instituto representó un mediador para hacer entender que la iglesia puede llegar a lugares donde el Estado no, y gracias a las relaciones del ICAP dentro y fuera del país, cada vez que se realizaba un evento había un hermano nuestro representando al movimiento ecuménico cubano. Fue la única oportunidad que en aquel entonces nos ponía en contacto con los movimientos populares de América Latina y el Caribe.

El ICAP ofrecía a la iglesia la oportunidad de relacionarse con las organizaciones religiosas fuera de Cuba y a la vez, de formar parte de nuestro proceso revolucionario, de tener participación en la construcción de la sociedad cubana. 

Tanto el ICAP como el Movimiento Ecuménico Cubano, representan una voz contra la política internacional que desde siempre ha estado manejando Estados Unidos contra Cuba. Juntos, ayudamos a desmentir las campañas de que en Cuba había un infierno a inicios de la Revolución, que esto aquí era un caos, que había persecución religiosa, que los cubanos vivíamos como esclavos del sistema. En la lucha contra estas mentiras siempre la iglesia y el ICAP iban defendiendo los mismos principios e ideas. En una sola voz decíamos «nosotros vivimos en Cuba y la situación de los derechos humanos, la relación del Estado con la iglesia, la calidad de vida de la población, los logros de la Revolución son una realidad que le ha hecho un bien a nuestro pueblo».

Un ejemplo significativo de esta cooperación tuvo que ver con el movimiento norteamericano Fundación Interreligiosa para la Organización Comunitaria (IFCO), de allí nacieron los Pastores por la Paz que se unieron para ayudar la causa del pueblo nicaragüense en 1988.

En 1990 voy a Nicaragua, invitado a las elecciones —que perdieron los sandinistas— y allí conozco a Lucius Walker, que había sido invitado también, con una amplia delegación de Pastores por la Paz de Estados Unidos y Canadá.

El mismo día de las elecciones, el propio Lucius me despierta por la madrugada para decirme que habíamos perdido y que descansara porque al otro día se quería entrevistar conmigo para hablar de Cuba.

Estuvimos reunidos más de dos horas. Ellos haciéndome preguntas sobre Cuba, que les explicara nuestra realidad; porque la prensa norteamericana lo que decía era todo lo contrario. Me preguntaron sobre la vida de la iglesia, sobre cuáles eran las principales organizaciones que representaban el movimiento protestante cubano. Todo esto fue en 1990. En 1991 Lucius Walker vino por primera vez a Cuba y yo fui el interlocutor entre él y la organización del Partido que atendía los asuntos religiosos. 

Nos reunimos, el presidente del ICAP —en aquel entonces, Sergio Corrieri—; Ricardo Alarcón, representante de Cuba ante las Naciones Unidas; José Felipe Carneado, que era la persona representante del Partido y yo que estaba en nombre del Movimiento Ecuménico Cubano y del Centro Martin Luther King. Durante la cita se acordó que las puertas de Cuba estaban abiertas para recibir a la primera caravana de Pastores por la Paz —que llegaría en diciembre de 1992.

El programa de actividades lo diseñábamos de conjunto con el ICAP. A partir de entonces vino al menos una caravana todos los años, aunque en los inicios a veces venían dos. 

A los Pastores por la Paz siempre les ha interesado visitar instituciones de educación, salud pública, cultura, deporte, y por supuesto, espacios populares. 

Fidel siempre se reunía con ellos, sobre todo en los primeros años. A veces amanecía con ellos conversando. Siempre nos exigía un informe diario de qué había hecho la caravana. Gracias a aquellas conversaciones los Pastores por la Paz se radicalizaron en favor del pueblo de Cuba y —además de su esencial apoyo humanitario— se unieron a la lucha contra el bloqueo, por la devolución de la base naval en Guantánamo, la libertad de los norteamericanos de viajar a Cuba, mejorar las relaciones entre ambos países y dar a conocer al mundo la realidad cubana y el pensamiento revolucionario de la nación.

Las mayores caravanas eran de 170 personas. En la actualidad son cincuenta o sesenta. El lema de Lucius era «la iglesia no tiene por qué pedirle permiso al Estado para ejercer el amor al prójimo», y por lo tanto venían sin permiso del gobierno norteamericano, por eso tuvieron tantos problemas en la frontera con México para traer donaciones a Cuba.

La contribución del ICAP a reconocer que la iglesia tiene un espacio en la sociedad en Cuba y fuera de Cuba, es una de las cosas por la que siento más gratitud hacia la organización. Hoy, el centro Martin Luther King pertenece a muchos movimientos populares de América Latina y, aunque ya no es imprescindible el ICAP en ese sentido, mantenemos la cordialidad, la amistad y el deseo de contribuir, unidos, al desarrollo de nuestra sociedad.

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