Martí era muy joven cuando se inició la Guerra de los Diez Años. Padeció cárcel, padeció exilio; su salud era muy débil, pero su inteligencia extraordinariamente poderosa. Fue en aquellos años de estudiante paladín de la causa de la independencia, y fue capaz de escribir algunos de los mejores documentos de la historia política de nuestro país cuando prácticamente no había cumplido todavía 20 años.
Derrotadas
las armas cubanas, por las causas expresadas, en 1878, Martí se convirtió sin
duda en el teórico y en el paladín de las ideas revolucionarias. Martí recogió
las banderas de Céspedes, de Agramonte y de los héroes que cayeron en aquella
lucha de diez años, y llevó las ideas revolucionarias de Cuba en aquel período
a su más alta expresión. Martí conocía los factores que dieron al traste con la
Guerra de los Diez Años, analizó profundamente las causas, y se dedicó a
preparar la nueva guerra. Y la estuvo preparando durante casi 20 años, sin
desmayar un solo instante, desarrollando la teoría revolucionaria, juntando
voluntades, agrupando a los combatientes de la Guerra de los Diez Años,
combatiendo de nuevo —también en el campo de las ideas— a la corriente
autonomista que se oponía a la corriente revolucionaria, combatiendo también
las corrientes anexionistas que de nuevo volvían a resurgir en la palestra
política de Cuba después de la derrota y a la sombra de la derrota de la Guerra
de los Diez Años.
Martí
predica incesantemente sus ideas; Martí organiza los emigrados; Martí organiza
prácticamente el primer partido revolucionario, es decir, el primer partido
para dirigir una revolución, el primer partido que agrupara a todos los
revolucionarios. Y con una tenacidad, una valentía moral y un heroísmo
extraordinarios, sin otros recursos que su inteligencia, su convicción y su
razón, se dedicó a aquella tarea.
Y
debemos decir que nuestra patria cuenta con el privilegio de poder disponer de
uno de los más ricos tesoros políticos, una de las más valiosas fuentes de
educación y de conocimientos políticos, en el pensamiento, en los escritos, en
los libros, en los discursos y en toda la extraordinaria obra de José Martí.
Y
a los revolucionarios cubanos más que a nadie nos hace falta tanto cuanto sea
posible ahondar en esas ideas, ahondar en ese manantial inagotable de sabiduría
política, revolucionaria y humana.
No
tenemos la menor duda de que Martí ha sido el más grande pensador político y
revolucionario de este continente. No es necesario hacer comparaciones
históricas. Pero si analizamos las circunstancias extraordinariamente difíciles
en que se desenvuelve la acción de Martí: desde la emigración luchando sin
ningún recurso contra el poder de la colonia después de una derrota militar,
contra aquellos sectores que disponían de la prensa y disponían de los recursos
económicos para combatir las ideas revolucionarias; si tenemos en cuenta que
Martí desarrollaba esa acción para liberar a un país pequeño dominado por
cientos de miles de soldados armados hasta los dientes, país sobre el cual se
cernía no solo aquella dominación sino un peligro mucho mayor todavía; el
peligro de la absorción por un vecino poderoso, cuyas garras imperialistas
comenzaban a desarrollarse visiblemente; y que Martí desde allí, con su pluma,
con su palabra, a la vez que trataba de inspirar a los cubanos y formar su
conciencia para superar las discordias y los errores de dirección y de método
que dieron al traste con la Guerra de los Diez Años, a la vez que unir en un
mismo pensamiento revolucionario a los emigrados, a la vieja generación que
inició la lucha por la independencia y a las nuevas generaciones, unir a
aquellos destacadísimos y prestigiosos héroes militares, se enfrentaba en el
terreno de las ideas a las campañas de España en favor de la colonia, a las
campañas de los autonomistas en favor de procedimientos leguleyescos y
electorales y engañosos que no conducirían a nuestra patria a ningún fin, y se
enfrentaba a las nuevas corrientes anexionistas que surgían de aquella
situación, y se enfrentaba al peligro de la anexión, no ya tanto en virtud de
la solicitud de aquellos sectores acomodados que décadas atrás la habían
solicitado para mantener la institución de la esclavitud sino en virtud del
desarrollo del poderío económico y político de aquel país que ya se insinuaba
como la potencia imperialista que es hoy. Teniendo en cuenta esas
extraordinarias circunstancias, esos extraordinarios obstáculos, bien podemos
decir que el Apóstol de nuestra independencia se enfrentó a dificultades tan
grandes y a problemas tan difíciles como no se tuvo que enfrentar jamás ningún
dirigente revolucionario y político en la historia de este continente.
Y
así surgió en el firmamento de nuestra patria esa estrella todo patriotismo, toda
sensibilidad humana, todo ejemplo, que junto con los héroes de las batallas,
junto con Maceo y Máximo Gómez, inició de nuevo la guerra por la independencia
de Cuba.
¿Y
qué se puede parecer más a aquella lucha de ideas de entonces que la lucha de
las ideas hoy? ¿Qué se puede parecer más a aquella incesante prédica martiana
por la guerra necesaria y útil como único camino para obtener la libertad,
aquella tesis martiana en favor de la lucha revolucionaria armada que las tesis
que tuvo que mantener en la última etapa del proceso el movimiento
revolucionario en nuestra patria, enfrentándose también a los grupos
electoralistas, a los politiqueros, a los leguleyos, que venían a proponerle al
país remedios que durante 50 años no habían sido capaces de solucionar uno solo
de sus males, y agitando el temor a la lucha, el temor al camino revolucionario
verdadero, que era el camino de la lucha armada revolucionaria? ¿Y qué se puede
parecer más a aquella prédica incesante de Martí que la prédica de los
verdaderos revolucionarios que en el ámbito de otros países de América Latina
tienen también la necesidad de defender sus tesis revolucionarias frente a las
tesis leguleyescas, frente a las tesis reformistas, frente a las tesis
politiqueras?
Y
es que a lo largo de este proceso las mismas luchas se han ido repitiendo en un
período u otro, aunque —desde luego— no en las mismas circunstancias ni en el
mismo nivel.
Martí
se enfrenta a aquellas ideas. Y se inicia la Guerra de 1895, guerra igualmente
llena de páginas extraordinariamente heroicas, llena de increíbles sacrificios,
llena de grandes proezas militares; guerra que, como todos sabemos, no culminó
en los objetivos que perseguían nuestros antepasados, no culminó en el triunfo
definitivo de la causa, aunque ninguna de nuestras luchas culminó realmente en
derrota, porque cada una de ellas fue un paso de avance, un salto hacia el
futuro. Pero es lo cierto que al final de aquella lucha la colonia española, el
dominio español, es sustituido por el dominio de Estados Unidos en nuestro
país, dominio político y militar, a través de la intervención.
Los
cubanos habían luchado 30 años; decenas y decenas de miles de cubanos habían
muerto en los campos de batalla, cientos de miles perecieron en aquella
contienda, mientras los yankis perdieron apenas unos cuantos cientos de
soldados en Santiago de Cuba. Y se apoderaron de Puerto Rico, se apoderaron de
Cuba, aunque con un statu quo diferente; se apoderaron del archipiélago de
Filipinas, a 10 000 kilómetros de distancia de Estados Unidos, y se apoderaron
de otras posesiones. Algo de lo que más temían Martí y Maceo. Porque ya la
conciencia política y el pensamiento revolucionario se habían desarrollado
tanto, que los dirigentes fundamentales de la Guerra de 1895 tenían ideas
clarísimas, absolutamente claras, acerca de los objetivos, y repudiaban en lo
más profundo de su corazón la idea del anexionismo; y no solo ya el
anexionismo, sino incluso la intervención de Estados Unidos en esa guerra.
Esta
noche se leyó aquí uno de los párrafos más conocidos del pensamiento martiano,
aquel que escribió vísperas de su muerte, que prácticamente es el testamento,
en que le dice a un amigo el fondo de su pensamiento, una de las cosas por las
que había luchado, aunque había tenido que hacerlo discretamente; una de las
cosas que había inspirado su conducta y su vida, una de las cosas que en el
fondo le inspiraba más júbilo, que era estar viviendo ya en el campo de
batalla, en la oportunidad de dar su vida para “con la independencia de Cuba
impedir que Estados Unidos se extendiese, apoderándose de las Antillas, por el
resto de América con una fuerza más”.
Este
es uno de los documentos más reveladores y más profundos y más caracterizadores
del pensamiento profundamente revolucionario y radical de Martí, que ya
califica al imperialismo como lo que es, que ya vislumbra su papel en este
continente, y que con un examen que bien pudiera atribuirse a un marxista, por
su profundo análisis, por su sentido dialéctico, por su capacidad de ver que en
las insolubles contradicciones de aquella sociedad se engendraba su política
hacia el resto del mundo, Martí en fecha tan temprana como en 1895 fue capaz de
escribir aquellas cosas y de ver tan profundamente en el porvenir.
Martí
escribió con toda la fuerza de su elocuencia y fustigó duramente las corrientes
anexionistas como las peores en el seno del pensamiento político de Cuba. Y no
solo Martí, sino Maceo asombra también a nuestra generación por la
clarividencia, por la profundidad con que fue capaz de analizar también el
fenómeno imperialista.
Es
conocido que en alguna ocasión, cuando un joven se acercó a Maceo para hablarle
de la posibilidad de que la estrella de Cuba figurara como una más en la
constelación de Estados Unidos, respondió que aunque lo creía imposible, ese
sería tal vez el único caso en que él estaría al lado de España.
Y
también, como Martí, unos días antes de su muerte escribe con una claridad
extraordinaria su oposición decidida a la intervención de Estados Unidos en la
contienda de Cuba, y es cuando dice que “preferible es subir o caer sin ayuda
que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”. Palabras
proféticas, palabras inspiradas, que uno y otro de nuestros dos más
caracterizados adalides de aquella Guerra de 1895 expresaron unos días antes de
su muerte.
Y
todos sabemos cómo sucedieron los acontecimientos. Cómo cuando el poder de
España estaba virtualmente agotado, movido por ansias puramente imperialistas,
el gobierno de Estados Unidos participa en la guerra, después de 30 años de
lucha. Con la ayuda de los soldados mambises desembarcan, toman la ciudad de
Santiago de Cuba, hunden la escuadra del almirante Cervera, que no era más que
una colección propia de museo, más que escuadra, y que por puro y tradicional
quijotismo la enviaron a que la hundieran a cañonazos, sirviendo prácticamente
de tiro al blanco a los acorazados americanos, a la salida de Santiago de Cuba.
Y entonces a Calixto García ni siquiera lo dejaron entrar en Santiago de Cuba.
Ignoraron por completo al Gobierno Revolucionario en Armas, ignoraron por
completo a los líderes de la revolución; discutieron con España sin la
participación de Cuba; deciden la intervención militar de sus ejércitos en
nuestro país. Se produce la primera intervención, y de hecho se apoderaron
militar y políticamente de nuestro país.
Al
pueblo no se le hizo verdadera conciencia de eso. Porque ¿quién podía estar
interesado en hacerle conciencia de esa monstruosidad? ¿Quiénes? ¿Los antiguos
autonomistas? ¿Los antiguos reformistas? ¿Los antiguos anexionistas? ¿Los
antiguos esclavistas? ¿Quiénes? ¿Los que habían sido aliados de la Colonia
durante las guerras? ¿Quiénes? ¿Los que no querían la independencia de Cuba
sino la anexión con Estados Unidos? Esos no podían tener ningún interés en
enseñarle a nuestro pueblo estas verdades históricas, amarguísimas.
¿Qué
nos dijeron en la escuela? ¿Qué nos decían aquellos inescrupulosos libros de
historia sobre los hechos? Nos decían que la potencia imperialista no era la
potencia imperialista, sino que lleno de generosidad el gobierno de Estados
Unidos, deseoso de darnos la libertad, había intervenido en aquella guerra y
que, como consecuencia de eso, éramos libres. Pero no éramos libres por los
cientos de miles de cubanos que murieron 30 años en los combates, no éramos
libres por el gesto heroico de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la
Patria, que inició aquella lucha, que incluso prefirió que le fusilaran al hijo
antes de hacer una sola concesión; no éramos libres por el esfuerzo heroico de
tantos cubanos, no éramos libres por la prédica de Martí, no éramos libres por
el esfuerzo heroico de Máximo Gómez, Calixto García y todos aquellos próceres
ilustres; no éramos libres por la sangre derramada por las veinte y tantas
heridas de Antonio Maceo y su caída heroica en Punta Brava; éramos libres
sencillamente porque Teodoro Roosevelt desembarcó con unos cuantos “rangers” en
Santiago de Cuba para combatir contra un ejército agotado y prácticamente
vencido, o porque los acorazados americanos hundieron a los “cacharros” de
Cervera frente a la bahía de Santiago de Cuba.
Y
esas monstruosas mentiras, esas increíbles falsedades eran las que se enseñaban
en nuestras escuelas.
Y
tal vez tan pocas cosas nos puedan ayudar a ser revolucionarios como recordar
hasta qué grado de infamia se había llegado, hasta qué grado de falseamiento de
la verdad, hasta qué grado de cinismo en el propósito de destruir la conciencia
de un pueblo, su camino, su destino; hasta qué grado de ignorancia criminal de
los méritos y las virtudes y la capacidad de este pueblo —pueblo que hizo
sacrificios como muy pocos pueblos hicieron en el mundo— para arrebatarle la
confianza en sí mismo, para arrebatarle la fe en su destino.
Y
de esta manera, los que cooperaron con España en los 30 años, los que lucharon
en la colonia, los que hicieron derramar la sangre de los mambises, aliados
ahora con los interventores yankis, aliados con los imperialistas yankis,
pretendieron hacer lo que no habían podido hacer en 30 años, pretendieron
incluso escribir la historia de nuestra patria amañándola y ajustándola a sus
intereses, que eran sus intereses anexionistas, sus intereses imperialistas,
sus intereses anticubanos y contrarrevolucionarios.
¿Con
quiénes se concertaron los imperialistas en la intervención? Se concertaron con
los comerciantes españoles, con los autonomistas. Hay que decir que en aquel
primer gobierno de la república había varios ministros procedentes de las filas
autonomistas que habían condenado a la revolución. Se aliaron con los
terratenientes, se aliaron con los anexionistas, se aliaron con lo peor, y al
amparo de la intervención militar y al amparo de la Enmienda Platt empezaron,
sin escrúpulos de ninguna índole, a amañar la república y a preparar las
condiciones para apoderarse de nuestra patria.
DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA y PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL RESUMEN DE LA VELADA CONMEMORATIVA DE LOS CIEN AÑOS DE LUCHA, EFECTUADA EN LA DEMAJAGUA, MONUMENTO NACIONAL, MANZANILLO, ORIENTE, EL 10 DE OCTUBRE DE 1968.
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