Tomado
de “La Jiribilla”: Revista de Cultura Cubana
Por
Salim Lamrani
Hay hombres que atraviesan los siglos y se inscriben en la eternidad, pues personifican principios. Maximiliano Robespierre, el incorruptible, el apóstol de los pobres, dedicó su existencia breve e intensa a luchar por la libertad del género humano, por la igualdad de derechos entre todos los ciudadanos, por la fraternidad entre todos los pueblos del mundo, suscitando el odio feroz de los termidorianos y de sus herederos que perdura hasta hoy. Fidel Castro, el otro nombre de la dignidad, tomó las armas para reivindicar el derecho de su pueblo y de todos los condenados de la tierra a elegir su propio destino, atizando la aversión de las fuerzas retrógradas a través del planeta.
Patio trasero de Estados Unidos durante seis décadas, Cuba era constantemente humillada en su aspiración a la soberanía. A pesar de las tres guerras de independencia y los sacrificios del pueblo de José Martí, héroe nacional y padre espiritual de Fidel Castro, la isla del Caribe sufrió el yugo opresor del poderoso vecino, deseoso de asentar su dominio en la región. Ocupada militarmente y luego transformada en república neocolonial, Cuba vio a los gobiernos de la época obligados a plegarse a las órdenes de Washington. El pueblo cubano, orgulloso y valiente, soportaba afrenta tras afrenta. En 1920, el Presidente Woodrow Wilson mandó al general Enoch H. Crowder a La Habana tras la crisis política y financiera que golpeaba el país y ni se dignó a informar al Presidente cubano Manuel García Menocal. Ese hizo partícipe de su sorpresa a su homólogo estadounidense. La respuesta de Washington fue humillante: “El Presidente de Estados Unidos no considera necesario conseguir la autorización previa del Presidente de Cuba para mandar a un representante especial”. Tal era la Cuba prerrevolucionaria.
Profundamente lastimado en su deseo de libertad, el pueblo cubano acogió el triunfo de la Revolución cubana de Fidel Castro en 1959 como la culminación de una larga lucha iniciada en 1868, en la Primera Guerra de Independencia. Arquitecto de la soberanía nacional, Fidel Castro reivindicó, armas en mano, el derecho inalienable de su pueblo a la autodeterminación. Al romper las cadenas hegemónicas impuestas por Washington, Fidel Castro hizo de una pequeña isla del Caribe una potencia moral admirada y respetada por los pueblos del sur por su voluntad indefectible de elegir su propio camino. También se convirtió en el símbolo de la resistencia a la opresión y en la esperanza de los humillados a una vida decente, celebrado por su coraje constante frente a la adversidad y su fidelidad a los principios.
A pesar de los recursos sumamente limitados y un estado de sitio implacable impuesto por Estados Unidos durante más de medio siglo, Fidel Castro hizo de Cuba un modelo para las naciones del Tercer Mundo, universalizando el acceso a la educación, a la salud, a la cultura, al deporte y a la recreación. Probó así ante los ojos del mundo que era posible establecer un sistema de protección social eficiente para toda la población y ubicar al ser humano en el centro del proyecto de sociedad, a pesar de los limites materiales y de la hostilidad perniciosa de Washington. Cuba es hoy día una referencia mundial en este sentido y demuestra que es posible colocar a las categorías más vulnerables en el centro del proceso libertador.
“Patria es Humanidad”, decía José Martí. Fidel Castro, además de defender el derecho de su pueblo a vivir de pie, mostró su vocación de internacionalista solidario brindando el generoso concurso de Cuba a todas las causas nobles de la emancipación humana, contribuyendo de modo decisivo a la independencia de África Austral y a la lucha contra el régimen segregacionista del apartheid. El inolvidable Nelson Mandela sintetizaría esta solidaridad sin fallas de los cubanos en una reflexión: ¿Qué otro país podría pretender más altruismo que el que Cuba aplicó en sus relaciones con África?”. Todavía hoy Cuba está asediada por Washington, y a pesar de una situación económica difícil, sigue brindando su ayuda en materia de educación, salud y asistencia técnica, a los países del sur, mandando a decenas de miles de médicos, profesores, ingenieros y técnicos.
Fidel
Castro, el otro nombre de la Dignidad, quedará en la historia como el héroe de
los desheredados, el que defendió el derecho del pueblo a una vida honorable, el
que hizo de la soberanía de Cuba una realidad inalienable, el que expresó una
solidaridad en todos los instantes con los oprimidos. Odiado por los poderosos
de su tiempo -como Maximiliano Robespierre- por atreverse a proponer una
repartición más equitativa de las riquezas, la historia le rendirá el homenaje
que merecen los grandes hombres que se indignaron contra las injusticias y que
lucharon sin tregua por defender la suerte de los humildes.
Su último libro se titula Cuba, ¡palabra a la defensa!, Hondarribia, Editorial Hiru, 2016.
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